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Elecciones 10N
Gente extraordinaria (votar o no votar)
¿Qué diferencia a la gente ordinaria de la gente extraordinaria? Mientras los primeros ocupan los puestos políticos, los segundos se movilizan diariamente para poder cambiar las cosas a través de la lucha social en las calles.
Gente extraordinaria haciendo cosas extraordinarias. Gente joven, dinámica, rupturista, con un pasado de activismo y transgresión que ilumina los viejos despachos con ideas nuevas. Profesionales de nivel, conversadores elocuentes, bohemios y modernos. Eso nos indican, día tras día, los medios de comunicación que sólo comunican unidireccionalmente, que son nuestros “representantes ciudadanos”, nuestras gentes de la “nueva política” y hasta los cuadros avejentados de los viejos partidos. La élite intelectual, cultural, política, que hace cosas sin comparación posible, que cambia el mundo (el único cambio factible y real, puntualizan), que pasa a la historia. Hombres y mujeres que han hecho de sí mismos una marca llamada a perdurar.
Pero nada de eso es verdad: lo que hay en los parlamentos, diputaciones, juntas locales y demás tugurios semejantes es lo más previsible, aburrido y casposo del mundo. ¿Qué hay de nuevo en que los jóvenes más ambiciosos de la clase media —e incluso algunos de la clase obrera—, profesionales sin oficio conocido todavía, hagan el trayecto que va desde una juventud dorada y un poco bohemia o subversiva a convertirse en los ilustres señores responsables que gestionan el desastre que nos envuelve, tal y como era de esperar y como lo hicieron todas (o casi todas) las generaciones que les precedieron? ¿Qué hay de “sexy” y de “rompedor” en ver una nueva jeta en los cuadros macilentos de los orondos “triunfadores” que pueblan los pasillos de los ayuntamientos, ministerios y casinos regionales varios?
Y no, no cambia nada porque ahora algunos vistan con vaqueros y no lleven trajes. La gestión de la miseria es la más antigua profesión de los señores (y las señoras) cuando llegan a esa edad en la que por fin son conscientes de “las serias realidades de la vida” y de sus obligaciones para con sus pares.
Gentes ordinarias haciendo lo ordinario, lo repetitivo, lo rutinario. Lo que se esperaba, desde el principio, de ellos y de ellas: gestionar el desastre, organizar el despojo que enriquece a la clase que realmente manda. Nada nuevo bajo el sol. La “historización” que decía Sartre. El mundo, la clase y la época, en su brutal solidez de plomo, devastando toda posibilidad de creatividad humana.
Hay breves momentos de fulgor en que el voto puede cambiar algo, porque lo esencial está cambiando en las calles
No me pidáis, pues, que elija entre ellos. Hay breves momentos de fulgor en que el voto puede cambiar algo, porque lo esencial está cambiando en las calles. Momentos en que una monarquía se derrumba porque pierde unas elecciones municipales, como en 1931. Pero porque las pierde con unas calles ardientes de luchas y de organización autónoma de los de abajo. Porque la marea de las calles amenaza con derribar algo mas importante que la monarquía: el edificio entero del Capital. No es ese, ahora, el momento que vivimos.
Nuestros “representantes”, de hecho, se han comportado los últimos meses exactamente como se esperaba de ellos. Poniendo la propia carrera por encima de las promesas electorales varias (“Parar al fascismo como primera prioridad, pero mejor lo dejamos para luego que no me dan lo que quiero…”). Implementando la pedagogía del desencanto sobre las masas populares, una de sus principales labores históricas en el puesto que ocupan.
Mientras los social-liberales mugen que les piden demasiado (más de lo que el Ibex les había autorizado a dar), los socialdemócratas suaves se hacen los exquisitos (pero en lo del programa no hay problema, chicos (o chicas), prometemos que asumiremos lo que venga, empezando por el estado de excepción en Cataluña, si hace falta…). La derecha franquista, por su parte, ejerce de derecha franquista: varias familias en una, grande y libre columna autoritaria que parte de negar toda posible apertura democrática en un Estado heredado, hasta el detalle, de una dictadura genocida.
Como todo esto no hay quien se lo trague, ahora nos envían los refuerzos: un social-liberalismo guay, de gentecilla del “movimiento”, nacionalista pero no, izquierdista pero no, populista pero no. Más guapos, más pulidos, más “personal branding”, más humanidad menguante convertida en mercancía. Más jóvenes airados convertidos en señores y señoras como Dios manda.
Y nada va a cambiar el 10-N, votemos o no votemos. No voy a repetir de nuevo la socorrida y pertinente cita de siempre de Ricardo Mella. Las vacas mugen, los rumiantes tienen varios estómagos, los jovencitos radicales y ambiciosos llegan a una edad en que se convierten en gestores, asesores, expertos, ciudadanos de pro que dirigen lo que las élites les dejan decidir y ni una sola cosa más. La naturaleza es así. La vida es así. Es la ley de hierro de las generaciones y de la sociedad de clases. Lo más previsible del mundo.
No me interesan las gentes extraordinarias que hacen cosas extraordinarias que nos enseñan las tertulias televisivas, porque, normalmente, no son más que productos previsibles del proceso de valorización del capital y de digestión de la vida en los estómagos rumiantes del poder. Por eso no me interesa votar el 10N, ni elegir que “salaud” (como los llamaba Sartre) va a gestionar la descomposición de un mundo que se hunde bajo sus pies mientras toca otra vez la “Marcha Real” la orquesta de Ferreras y Ana Pastor.
Me interesa la modista que defiende Madrid de los invasores en 1808. El albañil que llega a general del pueblo por volver a defenderlo en 1936
Me interesa la gente ordinaria que hace cosas extraordinarias. La modista que defiende Madrid de los invasores en 1808. El albañil que llega a general del pueblo por volver a defenderlo en 1936. Los indígenas cobrizos sin nombre que sitian a un tipo llamado Lenin que se supone que les representa y que es progresista, porque les ha vendido y porque se ha vendido él mismo. Las manos que trabajan y los cuerpos que se exponen a ser desvalijados sin abandonar su dignidad.
Eso es lo que llamaban la abstención activa: olvidarse de los representantes y organizarse con los no representados. Practicar la autonomía de los sujetos sometidos. Construir lo común que viene desde abajo, desde las entrañas, desde el subsuelo, desde las más altas esperanzas de quienes no quieren repetir eternamente la rueda infernal que crea señores y súbditos. Y por eso toman su vida en sus manos, su mundo en sus manos, y se representan sólo a sí mismos.
Lo sabía Eisenstein: los de abajo no somos tan guapos, tan pulidos, tan brillantes. Pero existe la posibilidad, al menos la posibilidad, de que tampoco seamos tan previsibles, tan aburridos, tan reiterativos. De que la monotonía de los señores que ocupan los escaños se vea enturbiada por la volcánica mañana de luz de las calles en revuelta.
No es que se hayan vendido (sea lo que sea lo que quiera decir eso) es que son el rutinario bostezo de un mundo que se repite neuróticamente, pero de una forma cada vez más degradada, más mentirosa. No queremos nuestros caretos en un cuadro gris y feo en la Diputación Provincial, comiendo el polvo del tedio. El 10 de noviembre que no cuenten conmigo. Yo amo a la gente ordinaria que hace cosas extraordinarias, ya lo dije. No a los domésticos responsables que organizan la nada y danzan estáticos la melodía de un mundo sin esperanza.
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¿Conoce alguien el limite de votos por debajo del cual unas elecciones quedan invalidadas? ¿Existe siquiera ese límite? ¿Alguien se plantea el abstencionismo como una postura activa antisistema apoyada por un sunami en las calles de todo el país? ¿Alguien duda que el 15M puso nervioso al poder durante un tiempo? Son sólo preguntas, no propuestas, que no obtendrán respuesta.
La realidad circundante en la calle, en el trabajo -el que lo tenga-, o en el entorno en en que cada uno nos movemos se revela como nuestra única verdad. Desde la mía no puedo mas que estar de acuerdo de principio a fin con este texto. Sin aburrir a nadie con circunstancias personales diré que Carretero asume una realidad penosa y frustrante que se refleja en el desencanto de muchos de nosotros. En el golpe duro de la mal llamada crisis las calles respiraban otra reactividad que no fraguó como escuela del asociacionismo y la autogestión. Quienes lideraron entonces un movimiento esperanzador desmovilizaron a la vez las posibilidades de que en torno a la hoguera fraguara algo más sólido. Los rescoldos acabaron como cenizas esparcidas por algunos escaños.
Yo lo siento como un fracaso que alejó amistades y posibilidades de apoyo mutuo, en lo anímico y en lo pragmáticamente utilitarista. Agitar las manitas al aire en forma de aplauso se ve ahora infantil. Votar se ve inútil.
Sí, lo sabemos, votando no cambiamos el sistema, pero ustedes no vayan a votar, que los más conservadores si que lo harán.
Lo bueno, es que da igual, tanto si votas como si no, así que es mejor hacer cosas más importantes.
Hombre, si crees que da igual votar a vox que a podemos, por ejemplo, pues creo que tienes un problema. De esta "bendita" acracia intelectual se aprovecha estupendamente el fascio.
Buf, como cansa cualquier maniqueismo... Las personas ordinarias haciendo cosas extraordinarias a veces también estan en las instituciones. Y a veces no. Para criticar el sistema representativo y las mediocridades de la partitocracia no hace falta irse a lo personal -que además en muchos casos es injusto, algunos de los activistas que conozco que mas horas no-cobradas le ponen estan en la esfera de la "nueva política". Es algo mucho mas estructural, derivado de estar jugando a un juego que no es el nuestro.
Más cansa aún el relativismo. Ese "a veces" estaría bien concretarlo. Que hay gente dentro de las instituciones que creen posible cambair algo desde dentro, pues sí, que hay algunos intentando en los ayuntamientos mejorar detalles pequeños y concretos del común de los vecinos, pues también. El problema estructural que refieres derivado de jugar un juego que no es el nuestro demuestra que las reglas de ese juego son inmutables cuando quienes las han impuesto las hacen inquebrantables desde dentro. La representatividad interna de las instituciones es de los que están dentro, no nuestra y su falso juego de mayorías no permite cambiar nada. Las consignas recientes del "no nos representan" y del "la misma mierda es" están más vigentes que nunca. Eso es lo verdaderamente estructural. Escuchar al líder de Podemos de hace unos años que articulaba y desentrañaba aquellas consigas y, y atender perplejos al de ahora es el resumen de que el posibilismo y el arribismo son las claves de la política institucional. Quien no lo quiera ver no será capaz de dar un paso más allá del colegio electoral.
Comparto absolutamente todo lo dicho, pero creo q caemos en el error de sobrvalorar el voto.
Se puede admirar a gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias, y se puede perder una tarde de domingo para ir a votar, y despues se pueden seguir haciendo cosas extraordinarias.
Aunque sólo sea x q seguir haciendo cosas extraordinarias sea un poquito, solo un poquito más facil.
El derecho a voto, nunca estará sobrevalorado. O nunca, mejor dicho, debería estarlo. Solo recordar la cantidad de sangre, sudor y lágrimas que costó obtenerlo. Quizá las personas que habéis nacido en tiempos en los que era posible votar, lo pasáis por alto. Luego está que el mundo es jodido, mejorable, etc. etc.
El derecho al voto es como el derecho al pataleo. Quéjarse de algo a toro pasado y después no te hacen ni puto caso.