Opinión
Susana Díaz ha abierto las puertas de Andalucía a la extrema derecha
Aún con la resaca electoral, en Andalucía, bastión inexpugnable del socialismo, muchas personas se preguntan por qué ha sucumbido a la derecha. Pero no a cualquier derecha.

Aquella que trajo el franquismo de nuevo a relucir, el nacionalcatolicismo identitario, la del “a por ellos”, que azuzó Ciudadanos contra Cataluña, la del “inmigrante nos roba” que lanzó con odio Casado, nada más aterrizar en el Sur. Ese neofranquismo es lo que ha capitalizado VOX, un grupo ultraderechista y xenófobo que coloca 12 diputados en el Parlamento andaluz.
Pero no ha sido solo cosa de azules y naranjas, Susana Díaz o, el ‘PSOE de los señoritos’, es el principal responsable de haber abierto San Telmo a los radicales. No solo por haberlos metido en cada intervención de la campaña electoral; esto los ha catapultado. Los orígenes se remontan al pacto con Ciudadanos, a la defensa de la ‘unidad de España’ por encima de derechos sociales, al 155 y a la criminalización de Podemos. Susana derechizó al PSOE andaluz y los votantes socialistas, de izquierdas, y ante la imposibilidad de vota a Adelante Andalucía (ya saben, el demonio con rabo y tridente), prefirieron quedarse en casa.
Vox ha sido encumbrado por votantes tradicionales del PP que han perdido el decoro que impone una democracia que ya no les vale para blanquear sus ideas fascistas y retrógradas. Vox gana en los barrios de grandes ciudades con rentas altas. Son las élites. Las mismas que blanqueó la democracia a cambio de impunidad, desmemoria y amnistía. De aquellos barros, estos lodos. La España sin complejos de Rivera y Aznar es hoy VOX.
Lo más preocupante es lo ocurrido en zonas pobres, con gran presencia de migrantes como El Ejido o Algeciras, donde VOX ha conseguido superar al resto de partidos. Que la derecha pija cambie PP por VOX o Ciudadanos a nadie le sorprende. Que este mensaje facilón de vendedores de crecepelo cale en las zonas abandonadas por la Administración, es todo un peligro. El altavoz que supone estar en el Parlamento, unido a la acogida amable de los medios de comunicación, va a empezar a calar con intensidad en las clases populares. En las casas de los balcones con la rojigualda.
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