Opinión
Manuel Valls y Barcelona: ¿vuelta a casa?

La reconversión de Manuel Valls, un político que comienza su carrera en la socialdemocracia francesa e impuso mano dura durante su etapa como ministro de Interior del país galo.

Manuel Valls -perfil
Manuel Valls, candidato de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona.
@eduardogiordano@masto.es
20 may 2019 06:25

Manuel Valls inició en noviembre su peculiar precampaña a la alcaldía de Barcelona proclamando su deseo de conquistar la ciudad. Lo hizo con la presentación de un libro autobiográfico: Barcelona, vuelvo a casa. Es sintomático el título de este libro. Quien hasta hace poco era un lejano político socialista francés irrumpió como un paracaidista en la escena política catalana, llamó a la puerta de su ciudad de origen y reclamó ser candidato al gobierno municipal por un partido liberal confrontado con el socialismo español. Valls regresa al terruño invocando su apellido paterno, recupera el idioma materno y reivindica una tercera forma de catalanidad: la del recién llegado que esgrime sus raíces catalanas para intervenir en política sin haber participado antes en la vida de la comunidad.

Ahora bien, si fuera cierto que Valls volvió a casa, ¿de dónde viene en realidad Manual Valls? Esta es la pregunta a la que intentaré responder a lo largo de este texto repasando su trayectoria política.

En esta vuelta a casa, Valls ajusta sus pretensiones al nicho que le queda entre los fracasos políticos anteriores y sus nuevas pero acotadas ambiciones. Al quedarse sin apoyos en París, renunció al objetivo de liderar la batalla por restablecer la grandeur de Francia, reemplazado por la más modesta pretensión de dirigir una ciudad de prestigio como Barcelona, que al menos le permitiría un último minuto de celebridad antes de abandonar su carrera política con la pesadumbre de una gran derrota.

Antecedentes: Ideología liberal con sesgo seguritario

En este periplo no ha dudado en renunciar a su trayectoria socialista para incorporarse a un proyecto político claramente conservador. De hecho, la deriva del gobierno del presidente François Hollande, del que formó parte primero como ministro del Interior (2012-2014) y después como primer ministro (2014-2016), despejó el camino a su pertenencia actual a Ciudadanos (Cs), tanto por su adscripción a las políticas liberales de este partido como por su enfoque en materia de seguridad.

En un perfil de Wikipedia que lo favorece, Valls se autodefine como blairista y clintoniano, por difícil que parezca entrecruzar ambos términos. En el primer caso, se sugiere, por simpatía con los enfoques de seguridad del ex primer ministro británico Tony Blair; y clintoniano por su deseo de “reconciliar a la izquierda con el pensamiento liberal”, según anticipaba ya en 2008, en declaraciones a Libération. Pero esta asociación de liderazgos por los que muestra alguna admiración es más propagandística que real. Su manera de enfocar el blairismo, en todo caso, lo acerca mucho más que a Bill Clinton, al gran aliado de Tony Blair en políticas de defensa y seguridad, George W. Bush.

Como primer ministro francés del gobierno socialista de Hollande fue permeable a los reclamos de la derecha y la ultraderecha en políticas de seguridad y migratoria, convirtiéndose en un super-ministro del Interior. En cierto modo, se anticipó y abrió el paso de las leyes más duras adoptadas luego por el gobierno de Emmanuel Macron para reprimir la protesta social de los chalecos amarillos.

Desde la izquierda se criticó su gestión autoritaria de la política antiterrorista tras los brutales atentados de París. En enero de 2015 debió enfrentar el doble atentado contra la publicación Charlie Hebdo y una tienda de comida kosher, con resultado de 17 víctimas mortales. La principal respuesta de su gobierno, con el presidente Hollande a la cabeza, fue enviar el portaaviones Charles De Gaulle a combatir contra Estado Islámico en el desierto de Iraq. Es notoria la carga de simbolismo de esta decisión, corroborada por las declaraciones del propio presidente François Hollande: “Enviar este portaaviones es un compromiso. Es un símbolo de nuestro poder”. Estos atentados fueron reivindicados por Al Qaeda, pero el ataque militar francés se dirigió contra Estado Islámico.

En septiembre de 2018 Manuel Valls anunció que renunciaría a todas sus responsabilidades políticas en Francia para optar por la alcaldía de Barcelona en las listas de Ciudadanos

Una ola de patriotismo se extendió por toda Francia con posterioridad a los atentados. Valls recibió una ovación después de su intervención ante la Asamblea Nacional, en la que evocó a las víctimas y aseguró que Francia estaba “en guerra contra el terrorismo, el yihadismo y el islamismo radical”, descartando que existiera una persecución contra el islam y los musulmanes. Manuel Valls justificó la necesidad de adoptar “medidas excepcionales”, aclarando entonces que no se trataría de “medidas de excepción que contravengan el principio del derecho y de los valores”.

Secundando la decisión del presidente Hollande, Valls introdujo a Francia en el avispero sirio, con consecuencias fatales. Después de haber bombardeado 215 veces Iraq, en septiembre de 2015 implementó la operación “legítima defensa”, la primera intervención aérea de Francia contra Estado Islámico en Siria. Manuel Valls argumentó que el objetivo militar eran “los refugios del Estado Islámico donde se forma a quienes se meten con Francia”.

En su etapa como alcalde de Évry, Valls se ganó el calificativo de “Sarkozy de izquierdas”, por su “mano dura muy expeditiva con la inmigración legal e ilegal”

Semanas después tuvo que afrontar una de las masacres terroristas más terribles de la historia de Francia: la matanza múltiple del 13 de noviembre de ese año, en París, que arrebató la vida a más un centenar de personas (en Bataclán y otros tres lugares de ocio). En esta ocasión Manuel Valls se declaró favorable, ya sin matices, al estado de excepción, alegando que se necesitaba ampliar el margen de los servicios secretos en las tareas de escucha y recolección de datos. En realidad, estas declaraciones venían a legitimar la conculcación de libertades individuales que siguió a los atentados de enero. Ese mismo mes se crearon 2.680 puestos policiales de lucha antiterrorista, cerca de la mitad agentes de inteligencia para realizar escuchas telefónicas y controlar las comunicaciones por internet. En mayo se facultó a los servicios secretos franceses a rastrear en la red e interceptar comunicaciones telefónicas y cibernéticas sin ninguna clase de restricciones ni autorización judicial.

Así expresaba Valls su visión global del terrorismo yihadista: “Es una guerra. Es una guerra en toda la extensión de la palabra. Los atentados de París son un ataque de guerra de un Estado no para destruir a otro, pero si para debilitarlo y dividirlo”. Unas declaraciones que crearon nerviosismo entre sus colegas europeos con los que discutió al respecto. La equiparación de las fuerzas de Estado Islámico con las de un Estado capaz de emprender “ataques de guerra” contra otro era muy disonante.

Como ya se ha visto, el argumento de la guerra no se quedó en el plano de las metáforas. Y al mismo tiempo Valls dictamina, con gesto adusto y expresión grave, que “la crisis de los refugiados y la de seguridad enfrentan a Europa con su destino”. Enigmáticas palabras de un ser político insustancial, de pensamiento indefinido. Ideas vagas y perfectamente adaptables al discurso migratorio de la extrema derecha.

Desembarco en Barcelona

En septiembre de 2018 Manuel Valls anunció que renunciaría a todas sus responsabilidades políticas en Francia para optar por la alcaldía de Barcelona en las listas de Ciudadanos, después de haber intervenido en algunos actos convocados por este partido contra el independentismo. Inés Arrimadas se lo agradeció públicamente, asegurando que su elección permitiría “pasar página de estos años de gobierno populista cómplice del separatismo”. 

Antes de ocupar cargos de gobierno en París, entre 2001 y 2012 Valls fue alcalde de Évry, municipio multicultural situado al sur de la capital francesa, de unos 50.000 habitantes. Allí es recordado “esencialmente por su política policial”, según testimonios recogidos por un periodista español que no hace mucho visitó el lugar: “Instaló cámaras de vigilancia y no le temblaba la mano para echar a los gitanos que llegaban de Rumanía o Bulgaria”, por lo cual se ganó el calificativo de “Sarkozy de izquierdas”, por su “mano dura muy expeditiva con la inmigración legal e ilegal”.

Entre los temas en debate por la alcaldía de Barcelona, Valls instala como problema central esa cuestión en la que se reconoce su autoridad, la seguridad ciudadana, naturalmente desde una perspectiva etnocentrista y clasista. Por ejemplo con esta clase de declaraciones: “Yo, alcalde, acabaré con el problema de la delincuencia, del top mantas y okupas”, asimilando delincuencia con precariedad laboral y carencia habitacional. Es fácil adoptar esta actitud cuando uno no puede responder en una entrevista cuánto vale un billete de metro, admitiendo que todos sus desplazamientos por la ciudad los realiza en taxi.

Sería temerario que Manuel Valls se hiciera cargo de la seguridad de Barcelona. Las leyes antiterroristas francesas promulgadas cuando era primer ministro le sirvieron para poder deportar inmigrantes irregulares a España en un plazo récord. Una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE estableció recientemente que Francia no podrá recurrir más a los controles destinados a combatir la amenaza terrorista para acelerar la devolución de inmigrantes a otro país. Afortunadamente para el ex primer ministro, este fallo le llega cuando ya se ha marchado de París para competir por la alcaldía de Barcelona.

A comienzos de 2019, el político francés recibió el respaldo de un sector del catalanismo no independentista, que desde hace tiempo se encuentra huérfano de representación; el sector nucleado en la estela de Duran Lleida, ex presidente de Unió (Democracia Cristina), un partido de la derecha catalana moderada, escindido de Convergència en desacuerdo con su opción por la independencia. Unió quedó reducida a cero diputados en las elecciones, ya que la mayoría de sus antiguos votantes repartió votos entre el PP y el PSC. A través de una nueva marca política, Units, que liderada la ex senadora de Unió Eva Parera, este sector busca ahora un nuevo cauce en alianza con Valls y Albert Rivera (Cs).

Desde su nueva plataforma política en la órbita de Cs, Valls se propuso tentar al socialismo catalán y hasta consiguió algunos fichajes individuales, asegurando sin ruborizarse que continúa defendiendo los valores socialdemócratas. Durante la presentación de su libro Barcelona, vuelvo a casa, justificó indirectamente su transfuguismo político porque “la socialdemocracia está en crisis por todas partes. No digo los ideales, no digo la militancia. Pero la socialdemocracia casi ha desaparecido en Francia...”

Valls omite que esto no ha ocurrido por azar, que algún efecto habrá tenido el desastroso gobierno que condujo bajo la presidencia de Hollande. Tras su fugaz momento de celebridad como primer ministro de Francia, Manuel Valls perdió las primarias del partido frente a un rival menos conocido, Benoît Hamon. Si las hubiera ganado, eso tampoco lo hubiera llevado demasiado lejos, ya que en las últimas elecciones a la presidencia de Francia —que dieron la victoria en segunda vuelta al improvisado candidato de la derecha Emmanuel Macron, otro discípulo de Hollande—, el Partido Socialista apenas obtuvo un 6,2 % de los votos, quedando en una posición marginal en el “voto de izquierda” (frente al 19,5 % obtenido por el candidato de la France Insoumisse, Jean Luc Mélenchon). Fue el peor resultado del socialismo francés desde las elecciones de 1969.

Transitando una mutación ideológica

Estos antecedentes explican su paso sin más a una fuerza política liberal-conservadora como Ciudadanos, adonde consiguió atraer a ex políticos socialistas de Cataluña que comparten su ideario, como es el caso del ex ministro (y ex alcalde de Hospitalet de Llobregat) Celestino Corbacho, quien regresa a la política activa de la mano de Valls para colaborar en un proyecto político que debilita las posibilidades de su antiguo partido, el PSC, que ya ha sufrido numerosas escisiones hacia partidos independentistas catalanes (mayoritariamente ERC) y que, con el tirón de Manuel Valls, sufre otra fuga de militantes hacia la derecha española.

Después de las elecciones autonómicas andaluzas, que dieron la victoria a la alianza del PP y Cs con el imprescindible apoyo de Vox, Valls tuvo que realizar un importante ejercicio de funambulismo para simular que ese pacto de su partido adoptivo con la ultraderecha no iba en realidad con él. Sin ninguna posibilidad de romper con Ciudadanos, necesario paraguas electoral para su minoritaria formación, simuló quedar al margen del asunto y hasta se permitió criticar ese acuerdo. Sin embargo, parece obvio que Vox formaría parte en Cataluña de una eventual e imposible coalición derechista para desbancar a la actual mayoría independentista del gobierno autónomo catalán. El partido ultra —asesorado por Steve Bannon, el ideólogo de Donald Trump— que ha sumado varios generales en activo a sus listas y que ejerce como acusación popular en el juicio del Procès, tiene en la defensa de la unidad territorial de España su principal motivación fundacional, junto con su manifiesto racismo, en particular contra la inmigración musulmana.

Dado que Valls se proclama portador de los valores democráticos y republicanos, respondió airadamente al pacto de Ciudadanos y el Partido Popular con Vox para gobernar en Andalucía. Presionado por la oposición de izquierdas a manifestarse al respecto, Valls tomó distancia de ese acuerdo de gobierno entre el partido que lo patrocina como alcalde de Barcelona y la fuerza ultraderechista que consiguió 12 representantes en el parlamento andaluz. Sus declaraciones al respecto fueron un ejercicio más de marketing comunicacional y de oportunismo político.

Situado en esta disyuntiva de tener que escoger entre sus valores republicanos y una alianza política con el extremismo ultra, Valls es un claro exponente del resquebrajamiento de la identidad ideológica y el giro a la derecha de muchos políticos que gobernaron al amparo de los viejos partidos socialistas. Como candidato a la alcaldía de Barcelona, en general no declara objetivos sino el objeto de su campaña: expulsar del Ayuntamiento a los Comunes y en particular a la alcaldesa Ada Colau. Cuenta con el respaldo de las élites biempensantes, de ese sector de la burguesía catalana que sueña con volver al clima económico y social de algunos años atrás, sin las incomodidades que les ocasiona el Procès. Su propaganda se cimenta en la aversión de sus simpatizantes a las políticas sociales, culturales y habitacionales promovidas por el gobierno municipal de Barcelona en Comú. En este objetivo de desbancar a la izquierda del gobierno municipal coinciden, con argumentaciones contrapuestas, la derecha unionista de Cs con la derecha independentista del PdeCat; así como los partidos de centro-izquierda de ambos lados del espectro, PSC y ERC.

El alto nivel de aprobación ciudadana de la gestión municipal conseguido por la alcaldesa Ada Colau la convierte en blanco de campaña de los candidatos de casi todos los demás partidos. Estos celebraron la proximidad de elecciones con una ostentosa reprobación general de su gestión en el último pleno municipal del 30 de marzo, con los votos sumados de Cs, PP, PdeCat y PSC. Toda la derecha unida, nacionalista o no, y también la socialdemocracia, contra una forma de entender la política que nunca se había practicado en la ciudad.

El título de este artículo interroga al título del libro de Manuel Valls sobre sus expectativas como candidato en Barcelona. Confieso que no he leído Barcelona, vuelvo a casa, ni tengo la intención de leerlo. Si queremos valorar al político Manuel Valls nos alcanza con revisar sus actuaciones políticas en cargos relevantes que llegó a desempeñar, para tener así una idea de cómo podría dirigir la política municipal. Gobernar Barcelona puede representar para Valls un gran desafío intelectual. Tendría que ingeniárselas para idear medidas represivas acordes con el territorio al que se circunscribiría su dominio, que por momentos parece quedarle estrecho, aunque no tenga prácticamente ninguna posibilidad de ganar.

Dicho esto, la metáfora de la vuelta a casa no deja de ser conmovedora. Representa la idea del hijo pródigo que regresa a la morada de sus padres y hermanos con el único afán de... gobernar. ¿Será Valls un salvador de la patria? Y en tal caso, ¿de cuál?

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