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Universidad
Imaginación y espectáculo universitario
Me cuestiono si soy yo voluntariamente quien coge el bus para ir a clase o si es más bien el bus el que me coge a mí. Si estoy yendo activamente a la facultad o es la facultad la que me arrastra hasta allí. Algunas de nosotras no vemos revolución, no vemos la pelea contra el espectáculo en el hecho de seguir con esta locura colectiva ni en hacerla más democrática.
El capital es el espectáculo, en un grado tal de acumulación, que se transforma en imagen.
Guy Debord
Bajo la silla para sentarme, el ruido chirriante que emite es el nuevo timbre que anuncia el comienzo de la clase. El profesor sube a la tarima, nos saluda con unos buenos días y se sienta en la silla. De su boca comienzan a salir palabras, apenas parpadea, no cambia de tono, no se mueve de su asiento. A la media hora nadie en clase le está haciendo caso, es imposible seguir su ritmo, o más bien su no-ritmo, parece que no hubiese vida en el cuerpo del que salen las palabras.
Miro a mi alrededor y mis compañeras de clase están a lo suyo. Algunas están incluso a cosas vitales o interesantes, como buscar un piso más barato o movidas políticas, pero la mayoría estamos en Instagram, Twitter, o jugando al móvil. Pero es que el profesor también, aunque esté recitando lo que seguramente lleve diciendo toda la mañana o diez años, tiene la mirada perdida, como fuera de sí. A mi me sube una sensación, un cosquilleo por los pies, que me agobia, que se instala en mi estómago. Tengo la necesidad de moverme, no puedo estar sentado, los minutos se hacen eternos, estoy inquieto, me entra calor.
Estamos todas las personas de una sala a lo nuestro, sin hacernos caso, con la mirada perdida, agobiadas, con la cabeza en otra cosa, o buscando en nuestros móviles una forma de evadirnos de la situación. Y es que es una locura colectiva cómo somos conscientes quizás 40 personas de que no nos estamos haciendo caso pero ahí seguimos, en una escena en la que nadie quiere estar, que nos incomoda. ¿Nadie va a parar esto? ¿Qué sentido tiene? ¿Nadie va a reconocer lo que sucede? Es como una simulación, el profesor hace que nos da clase y nosotros que vamos y escuchamos. Es como un ritual que hubiese que realizar, como si lo importante no fuese el contenido de lo que estamos haciendo, sino la forma. Lo importante, o lo que parece que nos estuviesen enseñando, es a aguantar, a reprimir nuestros deseos de levantarnos y pirarnos, o incluso de interiorizar una sensación en el estómago y el cuerpo, a canalizar de una determinada forma nuestras sensaciones.
Lo que parece que nos estuviesen enseñando es a aguantar, a reprimir nuestros deseos de levantarnos y pirarnos, a canalizar de una determinada forma nuestras sensaciones
En ese momento se me presentó de manera muy explícita, la escena que se estaba realizando forma parte de un espectáculo, un espectáculo que ha invadido nuestras vidas. La vida reducida a mercancía, vivimos un tiempo espectacular.
Podríamos definir espectáculo, tal y como lo concibió Debord, como una suerte de subjetividad general de las sociedades capitalistas avanzadas, una visión del mundo que se ha objetivado. El espectáculo como una forma de vivir, de pensarnos, de relacionarnos, de reproducirnos, que nos conduce al sometimiento, al empobrecimiento y a la negación de la vida real en favor de una abstracción. Nuestra condición de sujeto social, de ser social, está sometida a ser seres económicos, somos sujetos válidos “y en sociedad” en la medida de lo que llevemos en la cartera. El espectáculo como forma de vivir a la que nos conduce el capitalismo, el totalitarismo de mercado.
Los alumnos y el profesor en la escena mencionada no son más que espectadores de esta. No son capaces de hacer nada en positivo, no nos cuestionamos la necesidad real de estar ahí, no nos levantamos y nos vamos. No existe relación entre personas aquí, sino entre cosas, no somos más que una expresión del pago de las matrículas y el pago de un salario. Y es a esta abstracción a la que nos sometemos, a la mercantil. Somos espectadoras del espectáculo de la mercancía. No somos sujetos capaces de realizar actividades que deseemos, que nos hagan sentir plenos, que gocemos, pues nos vemos obligadas a dirigir nuestras energías y nuestras vidas a algo que nos es completamente ajeno a nuestras necesidades. Una vida organizada para y por la mercancía, para y por la producción – intercambio - consumo. Dejando de lado todo lo que se pueda vivir como real, como expresión de nuestra existencia plena, total, sin necesidad de ser afirmadas externamente en un cálculo de valor o productividad de nuestra actividad.
El espectáculo como una forma de vivir, de pensarnos, de relacionarnos, de reproducirnos, que nos conduce al sometimiento, al empobrecimiento y a la negación de la vida real en favor de una abstracción
El espectáculo, el sometimiento de todos los aspectos de la vida a la abstracción de la mercancía-valor, no solo dirige nuestras energías sino que las exprime, la no-vida dirigida a la reproducción mercantil agota nuestra imaginación, nuestra creatividad, nuestra alegría, e incluso es capaz de alterar nuestros deseos, siempre frustrados. Me cuestiono si soy yo voluntariamente quien coge el bus para ir a clase o si es más bien el bus el que me atropella a mí. Si estoy yendo activamente a la facultad o es la facultad la que me arrastra hasta allí. No sé si todo lo que experimento es una falsedad, en tanto que obedezco el guion de la obra, no sé si experimento cosas de verdad o ya solo cosas mediatizadas por la lógica de la mercancía. Sentirse fuera, sentirse en otro, la alienación con respecto a nuestra propia vida, una totalidad que hace pensar en “lo verdadero como un momento de lo falso”.
El otro día en clase experimenté una escena en la que lo real, lo concreto, la vida, no importa en absoluto. Lo importante es la reproducción de ideas, de imágenes, lo abstracto. Se produce una inversión en la cual lo que estemos haciendo en concreto no importa, lo que importa es el valor abstracto que esto tiene. Lo importante no es atender en clase o aprender, lo que importa es que salga otra tanda de personas etiquetadas con un determinado título. Al igual que cuando salgamos al mercado laboral, no importará si nos dedicamos a hipotecar a la gente, a guiar en museos, o empaquetar en un almacén de Amazon, lo que importa es que participemos, y reproduzcamos las relaciones mercantiles, la generación de valor. ¿Cómo escapamos del espectáculo? ¿Es algo a resolver en el papel? ¿Deviene en las relaciones que construyamos? ¿con las formas de organizar la vida? ¿De desorganizarlas sino?
Lo importante no es atender en clase o aprender, lo que importa es que salga otra tanda de personas etiquetadas con un determinado título
Y es que la universidad no es un espacio que escape de esta cesión de vida a cambio de una abstracción que nos consume, por mucho que algunas personas se empeñen. Pienso la universidad como institución que añade valor a unos determinados sujetos, a sus alumnos, para ser explotados de una forma especializada y revalorizada en el futuro. ¿Cómo es eso que “el hijo del obrero a la universidad”? ¿qué creemos que es la universidad? ¿una burbuja aislada de la sociedad? ¿cómo se piensa? ¿una vanguardia? Y para añadir “el hijo del empresario al campo a trabajar”, a veces parece que solo deseamos ascender socialmente, no recuperar nuestra vida e impugnar su lógica. ¿Pero qué deseamos? ¿qué desea el movimiento estudiantil? ¿qué desea el Sindicato de Estudiantes? ¿deseamos poco? ¿imaginamos? ¿y el qué?
Echemos una mirada atrás a nuestras compañeras del 68 francés, pero para repensar una crítica total a la universidad y su sociedad, recojamos también su relación y expresión mediante el arte, en positivo. Algunas de nosotras no vemos revolución, no vemos la pelea contra el espectáculo en el hecho de seguir con esta locura colectiva o hacerla más democrática, bienestarista, ni en pelear por un acceso universal a la universidad, por un trabajo estable o una familia “tradicional”. Que nuestra situación sea inestable no nos debe hacer desear la estabilidad de las décadas anteriores, sino construir la nuestra propia. Una estabilidad además contra la que ya se ha peleado, una estabilidad que no hace más que perpetuar el espectáculo, la lógica de la mercancía. Que el futuro sea incertidumbre, o la certeza de que todo será una mierda, no nos debe empujar a sus certezas pasadas, sino a afirmarnos en nuestras relaciones, En nuestras imaginaciones, deseos, anhelos. Afirmar nuestra verdad, nuestra existencia plena separada de la mercancía, separada de nuestra productividad. Afirmarnos en positivo abriendo situaciones y espacios donde el espectáculo no acceda porque no exista otra medición de la actividad que no sea el disfrute y el goce de esta. La vida o el espectáculo.
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Gracias por compartirte. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices.