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ETA
Joseba Zulaika: “Pensar que la cultura vasca tiene algo intrínseco que puede producir violencia no tiene sentido”
Violencia vasca. Metáfora y sacramento, la tesis de Joseba Zulaika (Itziar, 1948) sobre el terrorismo vasco desde una perspectiva antropológica posmoderna cumple 30 años. A punto de jubilarse como profesor del Center of Basque Studies de Reno, conversamos en Getaria con este prestigioso y polémico antropólogo sobre el fin de ETA.
Se cumplen treinta años de la publicación de Violencia vasca. Metáfora y sacramento, la tesis de Joseba Zulaika (Itziar, 1948) que abrió el fenómeno del terrorismo vasco al mundo desde una perspectiva antropológica posmoderna. A punto de jubilarse como profesor del Center of Basque Studies de Reno y de volver definitivamente a Euskal Herria, conversamos en Getaria con este prestigioso y polémico antropólogo sobre el fin de ETA y sobre la política contraterrorista de EE UU. La tragedia de Carlos —el chivato asesinado por ETA— y Martín, el abertzale que impugnó su asesinato, sirve como hilo conductor para sondear una visión homérica de la guerra y la reconciliación.
Te llamaron para dar una charla en Itziar, tu pueblo, sobre el fin de ETA…
Me llamó Ibon Aramberri, el hijo de Martín, una de las dos figuras principales de mi etnografía sobre Itziar, para ver si estaría dispuesto a hablar de este trabajo con el fin de ETA. No le podía decir que no porque me lo pedía Ibon y porque es mi estudio más significativo. Volver a Itziar me pareció que era repetir la charla que les di al final de mi trabajo de campo —hace cuarenta años— y que luego concluyó en el libro Violencia vasca. Tuve que hablar de lo que había descubierto, pero no había revelado nada que ellos no supieran…
Les dije que la situación de Carlos era muy significativa de todo el proceso de la violencia. Y les hice ver en qué medida nosotros construimos la figura del chivato en torno a Carlos. A consecuencia de esa reflexión empezamos a ir al bar de la familia de Carlos y se rompió el ostracismo contra ellos. Eso pasó en aquella charla de hace cuarenta años, por lo que sentí que volver ahora a hablarles era una repetición, no en el sentido histórico sino existencial. Volver al origen de todo mi trabajo sobre la violencia política era repetir en sentido kierkegaardiano, desde hoy, no como una memoria del pasado o nostalgia, los contenidos políticos vitales del pueblo de Itziar, mirando hacia el futuro. Me iba a ser muy duro hablar de ello, me sentí cortado… pero no podía negarme.
Me di cuenta de nuevo, y más que nunca, de hasta qué punto yo le debo todo a aquellos primeros activistas de Itziar, en concreto, a la figura que construí: un esquema homérico entre el chivato Carlos y el abertzale Martín, hermanos de leche —la madre de Carlos los amamantó— e íntimos amigos. A finales de los 50, ocho jóvenes del pueblo sufrieron una especie de conversión religiosa en un activismo social y cultural con el baserria, las fiestas del pueblo, las danzas, el teatro, el euskera, etc, y también con el compromiso político. Llegó la noticia de que hacer política no era pecado y surgió la necesidad de inscribirse en ELA, ya que todos los pueblos tenían sus representantes, y así es como terminó uno de ellos detenido y torturado. Y Carlos, entonces, con esa mentalidad de pueblo, de cuadrilla, se dio cuenta de que sus amigos estaban involucrados en política y se sintió traicionado porque le excluyeron —como era de familia carlista pensarían que no era su terreno, que era mejor dejarle en paz—. Pero se sintió traicionado porque actuaran en secreto, como si pensaran que él no estaba a la altura de los demás, y por ello tomó una postura claramente profranquista. Era también el cartero del pueblo, el zapatero, el conductor del autobús, el alguacil, el enterrador... era el que mediaba entre Itziar y Deba: el candidato adecuado para que se le señalara como el chivato.
¿Qué les has contado de nuevo a la gente de Itziar sobre aquella investigación a la luz del fin de ETA?
Les dije que en ese esquema homérico, el abertzale y el chivato, a los ojos del pueblo, se construyeron mutuamente. Pero fue Martín el que me lo desmontó, para mi sorpresa, cuando fui a hablar con él. Siendo el enemigo político de Carlos ante el pueblo, rechazó tajantemente que ETA le hubiera matado. Para él fue una injusticia, era un txotxolo, pero no era un hombre que se mereciera que ETA le matara. Esto me abrió los ojos para crear este esquema en el que el héroe es el hombre corriente que comete un error porque está tan condicionado que te das cuenta de que tú mismo hubieras podido cometerlo, lo que te produce compasión.
Este esquema es el que sigo aplicando sobre el contraterrorismo norteamericano y con alguien como Obama, que también es un hombre bueno e inteligente pero que ha caído en el enorme error de utilizar drones, de matar a miles de personas con la excusa de que son terroristas. ¡Ya le hubiera gustado a Obama tener la grandeza de Martín cuando vio a Carlos muerto, de no aceptar esa muerte como una necesidad política! Les hablé de que, para mí, la repetición de lo que aprendí de Martín y Carlos es lo que estoy escribiendo ahora sobre el contraterrorrismo norteamericano, sobre la tragedia que para Obama ha supuesto la guerra de los drones.
¿Cómo respondió la gente del pueblo?
Para mi fue muy emotivo que precisamente fuera el hijo de Martín, el artista, quien me solicitara la charla sobre el fin de ETA, y que asistiera también su viuda. Lo que les dije es que esta charla para mí era una afirmación de toda esa historia de hace 60 años que cuento en mi libro. Es una adecuación al momento presente de la historia de activismo que luego, en los años 70, abocó en ETA, y de gentes concretas de Itziar cuando montaron Mandiope y que luego han seguido en las actividades de la juventud organizando un herri auzolan. Han conseguido su propia unidad administrativa dentro del municipio de Deba y organizan conciertos de rock, charlas, exposiciones, etc. Les dije que la historia tiene diversas lecturas, y que la oficial tiende a mirar ese pasado como terrorismo, pero desde mi propia visión, desde mi biografía de Itziar, lo importante es ver lo significativo de las acciones de ETA dentro de Itziar en este contexto etnográfico que mira a la historia política del pueblo, de sus familias, de su realidad sociológica, de la crisis del caserío o la organización de los modelos culturales. En este contexto etnográfico hay que entender qué es lo significativo de ETA. Ciertamente, los errores trágicos están ahí, pero hoy en día hay que recuperar el impulso original de aquel grupo de los años 50, no para repetir sus errores pero sí para realimentar aquel deseo de transformación y de justicia desde el punto de vista actual. Ese tipo de “repetición” es un poco mi modelo, por ahí fue la charla.
¿Qué incorporarías ahora a un estudio de esas características?
Mi etnografía de Bilbao (Vieja luna de Bilbao. Crónicas de mi generación, 2014) ha sido un poner al día mi etnografía de Itziar en el sentido del sujeto trágico-heroico que fundó, de algún modo, Txabi Etxebarrieta, de matar y morir como parte de la épica revolucionaria, en el contexto del Bilbao en el cual nació ETA y de la crisis económica, cultural y política que vivió esa generación. Pero en la mía aún nos hemos visto obligados a crear un sujeto diferente, postETA, en el que no tiene sentido ya el sujeto trágico-heroico. Ha sido un intento de reconstruir ese sujeto bajo coordenadas nuevas, lo que incluye fundamentalmente una noción diferente de política, donde el compromiso radical con la justicia esté presente, y que se manifiesta sobre todo en el trato que se da a los excluidos, los emigrantes, la pobreza. Ahí son importantes algunos filósofos como Badiou, Zizek o la ciencia actual. Otro componente sería un arte adecuado a día de hoy, e incluyo ahí también una noción del amor con una visión menos romántica y más informada por el psicoanálisis. Mi generación, que ha conocido una identidad más de tipo sacramental, se ha visto obligada a recrear otra identidad más vinculada al mundo globalizado y posmodernizado, pero donde los contenidos profundos que vienen de la filosofía desde Platón siguen vivos en una posreligión, pospolítica, postETA, postOteiza, donde rompes con el padre pero vuelves a recreártelo desde una postura más acorde con los tiempos nuevos.
¿Qué papel ha jugado la antropología en la visión de la violencia vasca?
La escritura crea y constituye lo que escribe. A un fenómeno como la violencia vasca puedes darle tipos de escritura muy diferentes que reconstituyen la misma realidad de formas diversas. Un novelista romántico puede convertir a ETA en héroes, un sociólogo puede mirar hasta qué punto algo es terrorismo o no, un periodista convertirlo todo en puro terrorismo, y un etnógrafo puede intentar ver las razones culturales, familiares y psicológicas profundas que llevan a esa violencia. La escritura, en buena medida, construye lo que está escribiendo. El antropólogo es un impostor en el sentido de que construye modelos y esquemas con lo que está sucediendo.
Ahí la antropología sí que ha podido contribuir a esa visión, que para mí es errónea, de la cultura vasca como una cultura que genera violencia, pues la violencia en la sociedad la generan los condicionamientos sociológicos, económicos, psicológicos… Pensar que la cultura vasca tiene algo intrínseco que puede producir violencia es una esencialización cultural que no tiene sentido y, ahora que ETA ha desaparecido, se ve con más claridad. Entonces, una obra como la mía, con un título como Violencia vasca, conduce a esa naturalización o esencialismo, que es errónea. Una de las cosas positivas que nos ha traído el tan denostado posmodernismo es ser mucho más críticos con este tipo de cuestiones.
¿Cómo valoras iniciativas de mediación como Lokarri?
Cuando ETA actuaba en tiempos del franquismo, en su momento álgido, buena parte de la sociedad y toda la gente de izquierda estábamos a favor de ETA. Cuando sucedió el proceso de Burgos, Carrero Blanco o cuando matan a Txiki y Otaegi nadie duda de que ETA tenía una justificación ética y política plenas, y eso se reconocía tanto aquí como fuera. Pero cuando la democracia y la sociedad civil sale a la calle y empiezan a manifestar su desacuerdo con las acciones de ETA, hace ver que ya no estamos en la misma realidad. Al fin y al cabo ETA surgió como brazo armado —así se sentían ellos— de unas demandas políticas, pero para la gran mayoría ya no tenían sentido en democracia. Lo que han hecho los movimientos por la paz ha sido mantener la necesidad de llegar a ese final, pero luego, con el 11S y el yihadismo, ETA se convirtió en un anacronismo absoluto. El terrorismo adoptó un significado en el discurso internacional tan definido que seguir con esas acciones era un disparate absoluto. Diría que, acosados por la justicia y la policía, llegó un momento decisivo en el cual la izquierda abertzale tomó el liderazgo y decidió, en contra de la propia ETA, que había que parar, y se involucraron en ese esfuerzo de una forma valiente, por lo que les doy mucho mérito.
¿Entonces, qué papel puede jugar la izquierda abertzale en esta nueva etapa?
La izquierda abertzale tiene que realimentar los contenidos de izquierda y abertzales para crear la izquierda progresista que hace falta ahora, para afrontar los verdaderos problemas, que son la emigración, la crisis económica, los jóvenes, etc. Tiene que impulsar unas políticas progresistas desde un abertzalismo adecuado a la realidad cultural de hoy, globalizada, consumista, etc. Pero crear desde ahí una verdadera izquierda no es tarea fácil.
¿Cómo interpretas casos como el de Alsasua?
Veo en lo de Alsasua que el Estado está tan acostumbrado al discurso del terrorismo que le ha venido bien a menudo para justificar ciertos comportamientos. Es una forma de pensar y de sentir que te da ciertos esquemas mentales, pero que sigan ahí cuando ya ha desaparecido ETA… En el fondo, el contraterrorista necesita del terrorista; si pierdes al enemigo tu identidad queda en entredicho. Una evidencia de esto es lo mucho que le ha costado al Estado aceptar el fin de ETA y el poco esfuerzo que ha hecho por terminarlo. Les era muy cómodo descalificar el nacionalismo como “terrorismo”, pero, cuando desaparece la violencia, entonces los contenidos verdaderamente políticos tras esas demandas se convierten en más complejos y difíciles.
El gobierno vasco acaba de presentar su programa Herenegun! (Anteayer) ¿Ha de haber uno o varios relatos sobre ETA?
Tiene que ser un relato plural y complejo donde se contemplen diversas perspectivas. Cómo surgió el mundo de ETA, en qué contexto, en que derivó, etc. Cualquier episodio histórico tiene múltiples lecturas —románticas, heroicas, irónicas o cómicas—, pero convertir esa historia solo en una historia de terrorismo no corresponde a lo que ocurrió realmente, por lo que tiene que haber diversas perspectivas.
Este es el mismo esquema de Martín y Carlos, que en la etnografía de Itziar muestro también en el camposanto, donde el activista de ETA que ha muerto y el guardia civil que vivía con una de Itziar descansan juntos, uno al lado de otro, y ello invita a la reconciliación.