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Feminismos
Hombres y violencia sexual: hablar desde el lado de la culpa y la vergüenza
[Este artículo fue escrito entre noviembre y diciembre de 2024, tras el caso Errejón, para la revista trimestral El Salto. Esta semana, el 20 de febrero, eldiario.es publicó la investigación titulada Podemos fue alertado de que Monedero “manoseaba” a mujeres y el partido alega que lo apartó].
(Creaste este grupo)
Julio se unió mediante tu invitación. Carlos se unió mediante tu invitación. Luis se unió mediante tu invitación.
J. se unió mediante tu invitación.
(Mar, 19 nov)
Patricia: Oh, el famoso día del hombre
Julio: No seas mala 😈... y no te rías 😂
Carlos: Ni idea que había un día del hombre... que coincide con el de la “mujer emprendedora”, he oído en La Ser. ¡Toma ya! 😂
Sí. Existe un Día del Hombre y tiene lugar el 19 de diciembre. Se supone que su objetivo es “abordar temas como la salud masculina, resaltar el papel positivo y las contribuciones que realizan los hombres en su comunidad y en la sociedad, promover la igualdad de género, la paz, la no violencia, la equidad, la tolerancia y el entendimiento”. Pero Julio, Carlos y Luis son escépticos cuando lo mencionamos en el chat de WhatsApp en el que, en los próximos días, les he propuesto hablar de violencia sexual. Del caso Pelicot y de Íñigo Errejón. Del “not all men” y del “sí, todas las tías”. Antes de empezar la conversación, uno más que había aceptado la invitación de El Salto decide abandonar el chat: “Amores, no tengo fuerzas, perdonadme”, dice. Y se entiende.
( J. La Enredadera abandonó el grupo)
El Día del Hombre
Julio tiene 60 años y está disfrutando de sus primeros meses como jubilado. Carlos tiene 75 años. También está jubilado, pero sigue ejerciendo como profesor de Filosofía en varios cursos universitarios. Luis tiene 29 y estudia Periodismo. Llevan 2, 10 y 5 años en el grupo de hombres que se reúne en La Enredadera, en Madrid. Un grupo con historia: cuando Carlos se incorporó, hace una década, ya estaba en funcionamiento.
Cuando les pregunto por sus motivaciones para participar en el grupo, hablan de malestares y de deseo de transformación. Julio, además, cuenta que “como gay” ha pasado por “violencias sutiles y no tan sutiles en su tierna infancia”. Le pregunto qué hace un tío que no es hetero en un grupo de reflexión sobre masculinidades. Una tiene sus ideas preconcebidas y no esperaba este perfil en el chat. Él explica que los hombres gays no están ni libres de homofobia interiorizada ni libres de actitudes patriarcales. Asiento y pienso en uno de los pocos libros que hay en mi estantería sobre masculinidades, Fuerte, de Roy Galán: “Los hombres homosexuales tenemos que aprender a cuidarnos más entre nosotros. No puede ser que, habiendo sido oprimidos, oprimamos. No puede ser que repliquemos todas esas conductas machistas que tanto daño nos han hecho. Que le tengamos fobia a la pluma. Que nos burlemos de las personas pasivas. No puede ser que [...] después del miedo al rechazo, rechacemos y hagamos sufrir”.
Supongo que ese es uno de mis problemas: cuando se habla de nuevas masculinidades, de hombres que se piensan desde parámetros feministas, no sé distinguir el meme de la realidad
Pero estábamos en el Día del Hombre. Julio comparte un cartel. Señala que este cartel pone en el centro cómo el modelo imperante impide a los hombres expresar emociones y no el dolor y sufrimiento de las mujeres o de las personas que se desvían de la pauta heterosexual. A ninguno le hace mucha gracia pero uno de ellos señala: el mensaje sí tiene sentido. Dice: “Los hombres sí podemos cuestionar al amigo violento, luchar contra la violencia venga de donde venga, expresar nuestros sentimientos sin tapujos, ser padres cariñosos y estar presentes siempre, mostrar debilidad y pedir ayuda”. Es difícil saber si el cartel es un meme o va en serio. Dentro del símbolo de la masculinidad —el del circulito y la flecha, el “símbolo de Marte”, como acabo de aprender que se llama— hay un montón de señores con caras tristes o enfadadas. Sé que no está bien reírse de lo que supongo que pretenden representar los muñecotes, pero no puedo evitar tomármelo en broma. Supongo que ese es uno de mis problemas: cuando se habla de nuevas masculinidades, de hombres que se piensan desde parámetros feministas, no sé distinguir el meme de la realidad.
Me voy a bell hooks para recordarme que quiero hablar con ellos, y que quiero hacerlo en serio. Aunque me cueste, aunque esté en un momento de mi vida en el que sería fácil prescindir de conversaciones significativas con tíos y aunque me resuene el titular que elige El País para su entrevista a la escritora senegalesa Ndèye Fatou Kane, escritora feminista: “Estoy en contra de ‘hacer pedagogía’ con los hombres”. Dice bell hooks: “El primer acto de violencia que el patriarcado exige a los hombres no es la violencia hacia las mujeres. En su lugar, el patriarcado exige de todos los hombres que se impliquen en actos de automutilación psíquica, que maten las partes emocionales de símismos”. La frase es de El deseo de cambiar y la tengo subrayada. Antes no leía libros sobre masculinidades. Pero en 2021, cuando se editó en castellano este libro, yo di a luz a un niño.
Violencia sexual
Juicio en Francia Apuntes feministas sobre el caso de Dominique Pelicot: sí, la vergüenza ha cambiado de lado
Miedo vs. vergüenza
“Juntas, el miedo cambia de bando” ha sido la consigna en el pasado 25 de noviembre en la manifestación convocada por la Comisión 8M del Movimiento Autónomo Feminista de Madrid. Para mí, la fuerza de estas palabras está en “juntas” y no tanto en el “miedo”. El miedo no me gusta. En un año en el que el Día Internacional por la Eliminación de las Violencias hacia las mujeres ha estado marcado por la actualidad en torno a la denuncia de la violencia sexual en muchas y muy diferentes formas, estas palabras se vinculan con el potentísimo “La honte change de camp” puesto en circulación por Gisele Pèlicot, la mujer francesa que con su decisión de querer que el juicio a su exmarido fuese público ha puesto en el foco en todos los medios a los casi cien hombres que la violaron mientras estaba inconsciente por las drogas que le suministraba Dominique Pelicot antes de invitar a hombres normales a su casa. Y “honte” es vergüenza.
Patricia: Estoy leyendo un libro de Ursula K. Leguin y justo me encuentro esto: “La culpa me parece contraproducente, pero la vergüenza puede ser de enorme utilidad”. Julio: Sin duda.
Carlos: ¡La siempre brillante Úrsula!
Patricia: ¿Qué os parece el lema del 25N: “Juntas, el miedo cambia de bando”. ¿La vergüenza es más útil que el miedo?
Julio: No se trata de sentir culpa. Se trata de sentir vergüenza y responsabilidad. El miedo suele ser paralizante.
Carlos: El miedo es un gran mecanismo de dominación. En cambio la vergüenza –y asumir responsabilidades, como señala Julio– es otra cosa. Pero me inquieta que planeado así, “que cambie de bando”, tenga un componente de venganza.
Luis: La vergüenza puede ser la emoción que nos saque de la inacción. Recuerdo en una situación concreta haber sentido vergüenza y que eso me hizo interpelar a un tío. Me preocupa en todo caso que la vergüenza se viva “hacia adentro”, metiendo en el caparazón al hombre que de otra manera actuaría, o que empiece a vivir su masculinidad con vergüenza y desde ahí sea imposible relacionarse con mujeres. Imagino que muchos hombres en la manosfera estarán llenos de vergüenza por sus modelos masculinos y se refugian en el odio a lo femenino.
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Linchamientos
Carlos ha dicho una palabra que me crea conflicto. Es “venganza”. Me molesta. No entiendo que los testimonios de mujeres se consideren vengativos. No entiendo que se pueda interpretar que las mujeres dan demasiados testimonios, que hablan demasiado, que hacen demasiado visibles las violencias machistas. Además, me recuerda a “linchamiento”, y he leído dos artículos con esa palabra el el titular que me han dolido. Uno se titula “Un linchamiento feminista da la puntilla a la nueva política” y fue publicado en Ctxt con la firma de Colectivo Cantoneras.
Otro se publicó en El País. Se titula simplemente “Linchamiento” y tiene autoría colectiva. “Con el linchamiento de estos días estamos celebrando la transformación del feminismo de un movimiento colectivo en una catarsis de denuncias individuales y anónimas en redes sociales”, dice uno. “Desde hace unos días asistimos a una especie de colapso moral que va mucho más allá del caso Errejón y afecta a los partidos, al crédito político en general, al Estado de Derecho y, sobre todo, al feminismo. Se llama linchamiento”, dice el otro. Yo veo una explosión de hartazgo, una denuncia de la violencia sexual que no puedo leer como individual. Veo formas múltiples de señalar las violencias que van mucho más allá de la denuncia judicial y en las que las mujeres deciden las palabras y los tiempos. ¿Quién soy yo para decirle a los cientos de tías que comparten testimonios que denuncian mal? ¿Hay un protocolo feminista que señale el camino correcto para denunciar las violencias?
Yo veo una explosión de hartazgo, una denuncia de la violencia sexual que no puedo leer como individual. Veo formas múltiples de señalar las violencias que van mucho más allá de la denuncia judicial y en las que las mujeres deciden las palabras y los tiempos
Luis: Linchamiento es una palabra demasiado fuerte y encierra recuerdos desgarradores para las personas negras, porque remite es a los linchamientos en la segregación en el sur de EE UU. Carlos: Mala palabra, terrible práctica. Pero también debemos reflexionar en profundidad sobre las herramientas y las formas. Resulta muy peligroso caer en “el linchamiento digital”.
Julio: Expresar el dolor sufrido es necesario, es terapéutico (tanto personal como socialmente). Pero creo que debemos buscar otros procedimientos, incluso que tengan una base restaurativa.
El miércoles 23 de octubre, la periodista y escritora Cristina Fallarás publicó en su cuenta de Instagram el testimonio anónimo de una mujer que acusaba de violencia machista a “un político de Madrid”. “Es un maltratador psicológico. Esta es la dinámica que emplea: ser extremadamente simpático inicialmente para engancharte, cuando ve que ha conseguido algo empiezan los desplantes y el gaslighting (siempre eres tú que no entiendes al diputado). Por la tarde te muestra afecto e incluso te hace proposiciones de relación y a las dos horas te echa de su casa. Si haces algo que no le gusta, te castiga con silencio e indiferencia, para que vayas aprendiendo a respetar a Dios, que es lo que se cree que es”. El 25 de octubre, la actriz Elisa Mouliaá interpuso una denuncia contra Errejón ante la Policía por varios delitos contra la libertad sexual. En la denuncia, además de situaciones de acoso sexual, se describe una agresión sexual que se produjo durante una fiesta. Fallarás publicó luego una decena más de testimonios en su cuenta y Mouliáa a aseguró que otras mujeres estaban preparando denuncias judiciales contra Errejón. Unos días después, Instagram vio surgir varias cuentas en las que se denunciaban diferentes situaciones de destrato y de violencia sexual en diferentes sectores. Las cuentas @abusosrock, @testimoniosartesescenicas, @seteníaquedecir2024 o @victimasectoreditorial construían, testimonio a testimonio, un escenario donde el desprecio a las mujeres y las violencias machistas en la música, el teatro y las artes visuales, la publicidad y el sector editorial son la norma. Mientras, el 24 de octubre, Íñigo Errejón dimitió con una carta publicada en la red social X. “En la primera línea política y mediática se subsiste [...] con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados” o “he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona” son algunas de las formas en las que se explica Errejón. Para Julio, Carlos y Luis, esta carta sirvió otra ración de “vergüenza”. Ellos hablan de “vergüenza de género”.
Yo veo una explosión de hartazgo, una denuncia de la violencia sexual que no puedo leer como individual. Veo formas múltiples de señalar las violencias que van mucho más allá de la denuncia judicial y en las que las mujeres deciden las palabras y los tiempos
Luis: La vergüenza de género creo que es un sentimiento que compartimos todos los que hemos pasado por el grupo.
Julio: Me gusta ese término .
Carlos: Sí he sentido y siento vergüenza de género y, como Luis, también ese peso que uno tiene cuando siente que ha fallado en algún comportamiento.
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Lo que de verdad quiero preguntar. “¿Tú has sido alguna vez el agresor? ¿Cuándo? ¿Lo ves? ¿Qué piensas hacer con ello?”. Estas son las preguntas que quiero hacer a mis amigos y a los padres que recogen a sus criaturas del colegio a mi lado. A mis primos y a mis compis de trabajo. Pero no me atrevo. Entonces se lo pregunto a ellos. A Julio, a Carlos y a Luis.
Patricia: ¿Creéis que alguna vez habéis estado en una situación en la que se pudiera decir que habéis sido “agresores”?
Luis: Tuve una experiencia a los 19-20 años en la que sentí que hubo un forzamiento por mi parte. Me tomó años y trabajo en el grupo reconstruir esa experiencia y pedirle perdón a la chica. Te pego parte de su respuesta: “Realmente no tengo ningún recuerdo abusivo de tu parte, puros recuerdos buenos”. Para mí fue un alivio tremendo. En otra ocasión, igual por esas edades, estando muy borracho recuerdo que tuve un comportamiento desagradable de tocamientos con una amiga con la que había tenido antes un acercamiento sexual. Y es una pena porque recuerdo que me estaba cuidando en mi desmayo etílico. A ella no he tenido el coraje de pedirle perdón.
Le agradezco muchísimo a Luis su respuesta y me pregunto si es el único sincero. También me pregunto si era la única respuesta que yo estaba dispuesta a admitir como válida, la única que estoy dispuesta a escuchar bajo el paraguas de “not all men” y de “sí, todas nosotras”. Me pregunto si los hombres feministas se señalan entre ellos. ¿Cuántas violaciones se hubieran evitado a Gisèle Pelicot si uno solo de ellos hubiera dicho algo? ¿Qué hubiera pasado si un hombre hubiera señalado a alguno de los 70.000 hombres que enviaban sin permiso fotos íntimas de mujeres en un chat en Portugal? ¿Y si alguno de los hombres coreanos que han compartido o recibido deepfakes sexuales de mujeres hubiera dicho algo?
Carlos: La interpelación no es fácil. Lo estamos, en efecto, empezando a ver en el grupo. Supone, por un lado, la empatía, o al menos el reconocimiento de la posición/lugar del otro. Sin ese reconocimiento nos alejamos de él.
Julio: Reconozco que sintiéndome agredido... en ocasiones, me cuesta decirlo . Cierta dosis de indefensión aprendí.
Luis: Esa interpelación es una tarea tremendamente com- pleja, porque lo más fácil es tirar de culpa y de cortar lazos con aquellos que deberíamos interpelar. Personalmente he preferido perder amigos a hacer esa labor de interpelación. Es complejo porque implica no solo renunciar a los propios privilegios sino “elevarse” por encima de ellos y de alguna forma señalar al otro por hacer algo que, al fin y al cabo, la sociedad le ha dicho que es lo normal, incluso lo deseable .
Mi hijo hace tres años el día que termino de editar este texto. Le gusta jugar con elefantes y con dinosaurios. Los animales gruñen y pelean. A veces cuela hacemos un hospital de dinosaurios heridos
Hospital de dinosaurios
Tras varios días hablando de vergüenza, les pido a los hombres del chat que me muestren el lado sexi de los hombres que piensan las violencias sexuales con pespectiva feminista.
Luis: Creo que es sexi un hombre que sabe escuchar y poner primero a la otra cuando toque. Carlos: No sé si sexi... pero una constante en las evaluaciones del grupo es que nos sentimos acogidos, escuchados, cuidados por los demás.
Carlos: Explorar el continente de la simetría de género está lleno de hallazgos y gozos, no solo de dificultades. En el discurso, y eso ha estado en tus preguntas, Patricia, se subraya que la igualdad es una pérdida, pero a mí me gusta subrayar lo que se gana.
Entiendo el valor de los hombres sensibles. Pero acabo de terminar Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado Cabrera, que habla así de un maltratador: “Pedro lloraba muchísimo. Y utilizaba su emocionalidad como una bandera, como una muestra incontestable de su masculinidad nueva [...]. No era un profesor brillante; pero sí era un profesor emocionante, que conmovía a quienes lo escuchaban. Uno de esos que se había subido a la ola de proclamar eslóganes del estilo de la ternura esrevolucionaria”. Mi hijo hace tres años el día que termino de editar este texto. Le gusta jugar con elefantes y con dinosaurios. Los animales gruñen y pelean. Chocan, son lanzados de un extremo a otro del salón. Yo pongo vocecitas y pienso en bell hooks. Digo que paquicefalosaurio quiere ser amigo del diplodocus, o triceratops va a curar al espinosaurio, o que el elefante tiene ganas de charlar de sus problemas con anquilosaurio. A veces cuela y hacemos un hospital de dinosaurios heridos.