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Feminismos
Nuria Varela: “Si no tenemos leyes es muy difícil producir avances, pero las leyes en sí mismas no cambian la realidad”
En unos tiempos convulsos en los que el apogeo del movimiento por los derechos de las mujeres convive con la cruzada antifeminista de las derechas, la autora de Feminismo para Principiantes presenta, quince años después, Feminismo 4.0, la cuarta ola.
Nuria Varela (Turón, Mieres, 1967) tiene una larga jornada de entrevistas por delante. Está en promoción de su último libro Feminismo 4.0, la cuarta ola (Ediciones B, 2019) un volumen de color morado que al abrirlo tiene un aroma encicloplédico y en el que recorre el amplio mundo de los feminismos: sus debates, corrientes, horizontes. Este último libro comparte el espíritu con Feminismo para principiantes (Ediciones B, 2005), un afán de sistematización y de divulgación.
Casi han pasado los mismos años desde la publicación de aquel best seller del feminismo, que desde la aprobación de la Ley Integral contra la Violencia de Género (Ley Orgánica 1/2004). Varela, que participó de todo un momento de apogeo en la insitucionalización de la igualdad de género, siendo jefa de gabinete de la ministra de igualdad Bibiana Aidó, hace retrospectiva de lo que ha pasado desde entonces: cómo las conquistas normativas tienen sus límites, y la necesidad de seguir reflexionando, debatiendo y creando.
Trabajaste como periodista cubriendo conflictos en numerosos países, empezaste a escribir libros sobre feminismo, entraste en las instituciones. Viendo tu biografía se diría que has tenido varias vidas. ¿Cómo se ha ido construyendo tu mirada feminista a través de estas experiencias?
El periodismo yo siempre lo he vivido como un privilegio, sobre todo en la época en que me tocó vivirlo. Creo que es una profesión privilegiada porque te da la posibilidad de estar en varias vidas, varios lugares, lugares que probablemente no conocerías jamás, y además no hacerlo de paso ni como turista, sino implicarte en lo que se está viviendo en ese momento, en ese lugar. Y te da la oportunidad de escuchar, que creo que es lo más difícil en este momento con los ritmos y con las exigencias. En el periodismo escuchas sí o sí, si no no haces periodismo. Y eso significa aprender mucho.
Por otro lado, soy hija de la cuenca minera asturiana, es una vivencia también muy concreta, de una tierra de mujeres muy fuertes con un discurso político aparentemente muy de izquierdas tradicional, pero sin ninguna incorporación de las mujeres, y con una desigualdad tan potente como en tantos otros rincones del mundo. Así, creo que en mí el feminismo se construye sobre todo a través de la escucha y a través de la mirada. Implica nunca excluir a las mujeres en los análisis que vas haciendo.
Tu libro Feminismo para principiantes ofició en cierto modo como primera aproximación al feminismo para muchas mujeres que eran ajenas al movimiento. ¿Cómo era ese momento y por qué te decidiste a escribirlo?
Lo escribí justamente por eso, porque no había un libro fácil, divulgativo, para entrar, había grandes textos, pero sobre todo, había muchos textos desde la filosofía. Entonces, para todas las que no venimos de esa rama, no era fácil. A mi me gusta pensar que ese libro se escribió por amistad. Yo tenía muchas amigas que me decían, “vale, por dónde empiezo”. “Sí sí, estoy muy de acuerdo con lo que dices, pero cómo camino”. Y yo nunca sabía por dónde decirles.
“A mi me gusta pensar que Feminismo para principiantes se escribió por amistad. Yo tenía muchas amigas que me decían, vale, estoy muy de acuerdo con lo que dices, pero por dónde empiezo”
Te puede dar por Simone de Beauvoir, que es de lo más lógico, pero para alguien que no venga de ahí, por edades o realidades distintas, no era un texto para todo el mundo. Por eso lo escribí pensando que podía ser útil de alguna manera algo que sistematizara, ordenara históricamente, y fuese eso: una puerta de entrada para cualquiera desde la que poder caminar. Estaba lleno de citas, de bibliografía, de referencias para abrir puertas.
El momento era absolutamente distinto. Empieza de hecho así: “el feminismo es un impertinente”. Y es que era un anatema, hablar de feminismo era que se montara la bronca en cualquier sitio. El feminismo estaba en ciertos círculos, pero no era algo popular. Era objeto de mitos, de prejuicios, de miradas sesgadas. Pensé que era un momento adecuado. Por otro lado, yo aprendo mucho escribiendo, así que me sirvió mucho para ordenarme a mí misma: ordenar lecturas, temas. La segunda parte recoge de alguna manera todos los temas que en ese momento tenían relevancia en el debate y en el discurso.
En tu primer libro, Íbamos a ser reinas (Ediciones B, 2002) abordas las violencias machistas. Mirando retrospectivamente se diría que a partir de finales de los noventa la denuncia de la violencia de género fue el camino por el que muchas mujeres empezaron a interesarse por los feminismos.
Yo como periodista me topé con la violencia de género como llegamos las periodistas a los temas. Había algo que no cuadraba. Yo nunca había trabajado en ese ámbito, entonces decido hacer un reportaje. A mi ese reportaje me ha marcado completamente: me abrió las puertas en una casa de acogida —en aquellos tiempos no era un tema del que se hablara mucho. Sentarte ahí a escuchar a las mujeres que habían sufrido violencia, escuchar, sobre todo. A mi me impresionan mucho las contradicciones, mujeres muy golpeadas, en todos los sentidos, también físicamente, te hablaban de que estaban enamoradas de ese hombre, era tan complejo el tema de la violencia que a mi me atrapó.
Efectivamente yo creo que buscando soluciones a la violencia llegamos al feminismo, a la conclusión de que el feminismo era la herramienta, la igualdad es la prevención y si no, no hay manera de acabar con la violencia. Quien proporcionaba discurso, estrategias y herramientas era el feminismo.
Muchos años después vemos cómo se ataca al feminismo desde las instituciones. Las mismas instituciones por las que pasaste en un momento en el que la igualdad se convierte en uno de los temas bandera del gobierno Zapatero. Fuiste de hecho la Jefa de Gabinete de la ministra Bibiana Aidó, en una cartera que duró solo dos años. ¿Cómo fue aquella experiencia?
Fue un momento fugaz, pero durísimo, un master en patriarcado. Me di cuenta de que el patriarcado era mucho más potente de lo que nunca habíamos imaginado y ya sabíamos que era potente. Vivimos en primera persona qué ocurre cuando el patriarcado se pone en pie de guerra y cuales son sus estrategias y sus herramientas. Le di más valor a las políticas de igualdad, del que les daba antes. Yo era más militante, nunca había estado en las instituciones. Desde entonces estoy convencida de que son necesarias todas las estrategias. Necesitamos mucho desarrollo teórico, necesitamos mucha militancia y movilización que es el espacio natural del feminismo, pero también necesitamos feminismo en las instituciones si queremos conseguir esa transformación. O sea que tenemos que estar en todas partes incluidas las instituciones por muy duras que nos resulten a las feministas, que lo son.
De hecho el feminismo institucional, no tiene precisamente buena prensa entre los feminismos.
Yo creo que las fronteras no son siempre tan claras. Yo en Feminismo para principiantes lo llamo así, feminismo institucional, y algunas amigas me lo recriminaban, “¿tú crees de verdad que se puede llamar feminismo institucional?” Y como a mí me gusta repensarlo todo, me di cuenta de que tenían razón, es más adecuado hablar de feministas en las instituciones que de feminismo institucional. Es muy complejo.
Ser feminista en un espacio no pensado para el feminismo y algunos ni siquiera para las mujeres es seguir siendo pioneras en el siglo XXI y eso te produce profundo cansancio y a veces hartazgo. No puede ser que estemos siempre empezando. Mi experiencia en el Ministerio era que la movilización en la calle es absolutamente necesaria, te da mucha legitimidad cuando estás dentro. Aunque al final eres cuestionada por todo el mundo. Porque nunca vas a ser capaz de llegar hasta donde queremos como movimiento, siempre te vas a quedar corta. Y desde dentro siempre vas mucho más allá de lo que la institución está decidida a asumir. Yo agradezco mucho a las feministas que están en las instituciones porque creo que es difícil y al final no son muy bien valoradas ni por sus compañeras feministas ni por el resto de la gente que está en el ámbito institucional.
De alguna manera el breve Ministerio fue el culmen de unos años de ampliación de derechos en el plano legislativo. Una ampliación que ahora se cuestiona, 15 años después de aprobada la Ley Integral contra la Violencia de Género se sigue poniendo en cuestión, cada vez más frontalmente.
No se puede dar nada por seguro. Es otro aprendizaje, las leyes por sí mismas no cambian la realidad. En España hay una profunda brecha entre la igualdad formal y la igualdad real. Yo creo que tenemos un cuerpo legislativo bastante bueno, mejorable por supuesto, pero que fue pionero, que fue importante, que sirvió como modelo para leyes que después han mejorado la nuestra. Ha sido un punto de partida, y sin las leyes, es igual que en las instituciones. Si no tenemos leyes es muy difícil producir avances, pero las leyes en sí mismas no cambian la realidad.
“Tenemos que estar en todas partes incluidas las instituciones por muy duras que nos resulten a las feministas, que lo son”
Los procesos de transformación yo creo que ocurren cuando la ciudadanía en general acepta esa ley y la hace suya. Ahí el mejor ejemplo es la Ley del aborto en España. Era necesaria sin duda porque las mujeres poco menos que tenían que declararse locas para poder abortar y siempre estaban pendientes de que, en cualquier momento, años después de aquel aborto, pudieran tener problemas legales. Fue una ley muy discutida, fue muy difícil de sacar.
Sin embargo, años después, cuando llegó el Partido Popular, y el ministro Gallardón intentó volver a llevarnos a la España en blanco y negro, la sociedad entera se movilizó para defender esa ley. Insisto que no es una ley perfecta ni mucho menos, que desde el feminismo se quería ir más allá y que nosotras hicimos la mejor ley que pudimos en ese momento, mejorable por supuesto. Pero creo que esa es válida porque la ciudadanía la hizo suya… acuérdate de la cantidad de campañas como la del tren de la libertad que se desarrollaron en ese momento. Yo creo que conseguimos transformar cuando conseguimos cambiar esa ley y la gente la hace suya. El resto de leyes que tenemos, la de Igualdad, la LIVG, la ciudadanía no las ha asumido de esa manera y por eso la brecha es muy importante todavía.
Quince años después de Feminismo para principiantes publicas Feminismo 4.0.La cuarta ola. Qué ha pasado en estos años para sentir la necesidad de escribir este libro. ¿Hay cosas que faltaron en tus primeros libros? ¿Has ampliado tu mirada?
Ha pasado un poco de todo. Este sería como la continuación de donde lo dejamos, en todos los sentidos. Desde hace 15 años a acá han pasado millones de cosas, como bien sabemos, además en todo el mundo. Y también hace 15 años en España, todo lo que trajo la explosión del feminismo a partir de los ochenta en otros países, en otras sociedades, nosotras no lo estábamos viviendo. Todo lo que fueron las crisis de paradigmas en otros países en los ochenta no era nuestra realidad. Íbamos un poco tarde en ese discurso. Nosotras en los ochenta estábamos iniciando un proceso democrático. No estábamos en los debates sobre la teoría queer, no estábamos en los debates que planteaba Donna Haraway.
Han ocurrido las tres cosas, que esos debates llegaron, que estamos inmersas en ellos, y luego todo lo que ha pasado. Los últimos debates dentro del feminismo nos han enriquecido mucho a todas las feministas, es más, yo creo que es nuestra fortaleza, y si podemos hablar ahora de una cuarta ola, o al menos reflexionar sobre si estamos en esa cuarta ola, es gracias a cómo el feminismo se ha ensanchado y ha reflexionado mucho internamente.
De hecho hace ya años que hablamos de los feminismos como el movimiento social más fuerte que ha pervivido frente a otros movimientos en aparente hibernación. ¿A qué crees que se debe ese momento?
Hay varias cosas. En primer lugar, que las “armas” del feminismo siempre han sido la reflexión, el estudio, el debate en el mejor sentido de la palabra, y la divulgación. Y luego que el feminismo es muy valiente, nunca ha evadido ningún análisis ni ninguna realidad. A partir de los ochenta, de alguna manera, todo se pone patas arriba. Llegan tantos discursos, tantas miradas nuevas, publicaciones nuevas, que se pone en tela de juicio todo. La historia misma, todas las genealogías saltan por los aires. Los conceptos básicos, el de género, el de patriarcado... se pone en cuestión el propio sujeto político del feminismo.
Eso ha sido difícil, a veces duro, a veces ha provocado muchas contradicciones. Pero yo creo que gracias a ese trabajo interno de revisión profunda, sin miedo, valiente y a costa de muchas cosas hemos salido de ahí muy fortalecidas. Y hemos salido con una paradoja. Por un lado el feminismo ha madurado, yo empiezo el libro diciendo, “nosotras ya no somos las mismas”. Ha madurado, se ha ensanchado —caben muchísimas más mujeres de las que cabían a finales del siglo XX— y al mismo tiempo ha rejuvenecido. Es más maduro y más joven, las dos cosas a la vez y eso le da mucha fortaleza.
A diferencia de otros movimientos, el feminismo no es un movimiento jerarquizado, es red, tiene vocación internacional desde que nace con lo cual no elude tampoco ninguna voz.
Parece que hablo de algo perfecto. No, no quiere decir que no haya habido tensiones y dificultades, pero creo que se han afrontado con mucha valentía, y eso nos ha sacado muy fortalecidas, hemos aprendido mucho y creo que ahora mismo los análisis que hace el feminismo son reales, porque el feminismo sí ve el mundo completo, no una parte del mundo, está proporcionando soluciones, herramientas, discursos alternativos y ha colocado la crítica en la insostenibilidad del sistema. Es lo que se llevaba muchos años diciendo, pero quizás no tan argumentado y con tanta rotundidad. El sistema no es sostenible, se está llevando por delante a la mitad del mundo y a nuestro propio planeta.
Y entrando en las tensiones, las polémicas y las disputas. Hay impugnaciones muy fuertes, desde la crítica al feminismo blanco, a los choques frontales en torno a la prostitución. Brechas que a ratos suenan a ruptura.
Yo creo que el debate es bueno pero la disputa no. Para salir de algunos bucles o de algunos terrenos pantanosos, creo que tenemos que ser fieles a nuestra propia tradición. Yo veo primero que hay cuestiones que no son nuestras, que nos enfrentamos a ellas un poco sin reflexión. Me refiero por ejemplo a las redes sociales. Hay un tipo de debate público que se ha puesto encima de la mesa ahora que lejos de aportar enrarece todo, son ajenos a la tradición feminista la descalificación, el insulto, no forma parte de nuestra historia y creo que debemos huir de eso, me da igual que sea en redes, en textos.
Y luego hay debates que no pasa nada porque se alarguen en el tiempo. Por ejemplo, la prostitución, llevamos décadas trabajando este tema. Yo creo que si no perdemos el marco, nos puede ir bien. Me refiero: por mucho que hayan sido tensos los debates sobre prostitución todo el feminismo tiene puntos comunes, nos preocupan las mujeres que están en prostitución.
“Por mucho que hayan sido tensos los debates sobre prostitución todo el feminismo tiene puntos comunes, nos preocupan las mujeres que están en prostitución”Qué ocurre, que el fenómeno se ha complejizado, la prostitución que analizábamos hace dos décadas no tiene que ver con el sistema prostitucional en el que estamos inmersas, cómo ha crecido exponencialmente la prostitución, y todas su formas de manifestarse, exige otros análisis, Y bueno, no pasa nada, creo que cada vez vemos con más claridad cuánto hay de capitalismo neoliberal en ese sistema prostitucional y a mí esos debates no me preocupan. Me preocupan cuando lo hacemos de manera ajena a nuestra tradición, cuando se incluye violencia, descalificación y cuando no escuchamos. Hay una frase de Rosi Braidotti que me gusta mucho, la subrayo en el libro: “Hay que desdibujar las fronteras sin quemar los puentes”. Creo que esa es la mejor estrategia que podemos tener.
El desborde que han vivido los feminismos en los últimos años nos emocionó e ilusionó, pero es difícil mantener esa emoción y la sensación de apogeo al pasar del tiempo sin sentir el desgaste de desencuentros colectivos, precariedades personales o ataques externos.
Mi anterior libro se llamaba de hecho Cansadas. Una reacción feminista ante la nueva misoginia (Ediciones B, 2017). Efectivamente, eso es algo que tenemos que manejar bien, creo que ese cansancio y ese hartazgo es capital político, y no debemos despreciarlo, debemos saber utilizarlo. Los cambios que propugna el feminismo no son rápidos, son procesos lentos, porque son proceso profundos. Tenemos que mantener el avance sin pausarnos pero siendo conscientes de que el próximo 8M habremos modificado poco, o al menos, no al ritmo que a nosotras nos gustaría.
Hay que usar todos los mecanismos posibles para acabar con esa sensación de estar siempre empezando, que yo creo que es lo que más desanima, veamos avances aunque sean más lentos de lo que nos gustaría, allí nos mantenemos. El cansancio absoluto es cuando otra vez te ves en una manifestación defendiendo el derecho al aborto, por ejemplo, no puede ser que estemos siempre como volviendo a empezar. Dicho esto, yo creo que hay una parte, la conciencia feminista en tantas mujeres, que no se borra. Ahí no hay marcha atrás.
En un momento tan brutal de ofensiva antidierechos, ¿cómo conseguir no ser un movimiento a la defensiva y seguir pensando en otros horizontes posibles?
Si hablamos de cuarta ola, tiene mucho que ver con eso, hemos dejado de defendernos y hemos empezado a atacar, ese es un cambio significativo de los últimos años. El movimiento no es a la defensiva, es un movimiento arrollador. Yo analizo mucho en el último libro lo que llamo el feminismo de las plazas porque es un proceso que igual estamos demasiado cerca para analizar con perspectiva y sacar conclusiones, pero en todo el mundo hemos visto a todas las mujeres en todos los procesos de cambio en los últimos años, me da igual en la primavera árabe, en las revueltas de los estudiantes en América Latina, en todo el trabajo a favor de los derechos sexuales y reproductivos, creo que ese es precisamente el cambio.
En España ha ocurrido igual. La huelga es un cambio incluso conceptual, hemos redefinido el concepto de huelga por mucho que los sindicatos se resistan a que lo modifiquemos. Yo veo ese cambio y creo que es una de las características de los últimos años. Y el desarrollo del ecofeminismo, o cómo el feminismo en general ha asumido muchos más postulados ecofeministas. Esto también es de los últimos años, y es ofensiva no es defensiva.
¿Y qué es la famosa cuarta ola?
Ahora mismo es un debate donde hay muchas teóricas que opinan que sí, que estamos en un momento distinto, en una cuarta ola y hay otras que no lo ven muy claro. Yo recojo esas reflexiones. Por mi parte me inclino a pensar que sí, porque hay una nueva movilización. Empiezo el libro hablando de tsunami más que ola, porque la movilización de los últimos años ha sido masiva, con millones de mujeres distintas, millones de mujeres jóvenes. Nunca hemos tenido tantas mujeres tan jóvenes militando en el feminismo, construyendo discursos, trabajando activamente.
Es un movimiento, creo, por primera vez intergeneracional. Yo no hablo de relevo generacional porque aquí no se ha ido nadie, hay varias generaciones trabajando juntas y eso también es importante. El movimiento también se ha modificado por las redes, es un movimiento ciber, y aunque tiene cosas malas, como hemos dicho, al feminismo le han venido como un guante las redes e internet porque el feminismo ya era red.
Así, entrar en internet ha significado algo que para mi es definitorio de la cuarta ola, que es haber roto el silencio, que es el mandato patriarcal por excelencia. Claro que lo habíamos roto antes, pero lo habíamos roto casi una a una o en pequeños grupos o desde determinados lugares. Esa ruptura de silencio tan rotunda que ha ocurrido en todo el mundo en el que millones de mujeres están denunciando lo que ocurre en las redes, en los medios, pero también en los tribunales, en todas partes, creo que eso también es algo distinto y nuevo, y que nos habla de una cuarta ola.