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Flamenco
José Valencia: “¿Por qué tratan la cultura como entretenimiento? Porque tiene un poder que les duele”
La vida de José Valencia es una historia de esfuerzo, frustración, superación y éxito. Su familia es gitana y flamenca. Su genealogía se extiende por Lebrija y Jerez, con los Parrilla y con Tío Borrico. Pero su vida no es una línea recta. Luchador de mente abierta, ha sabido aprender de los golpes. Con el gesto serio y divertido, este cantaor lebrijano de 41 años expresa sabiduría y humildad con sus palabras y con su cante.
“Yo soy consecuencia de la inmigración masiva de andaluces a Cataluña”. José Valencia recuerda fragmentos de su infancia, cuando él y toda su familia vivían en Hospitalet de Llobregat. Paraban mucho en las Casas de Andalucía, centros culturales que en muchas ocasiones servían de oasis para quienes añoraban su tierra y su gente. Allí, los andaluces que por falta de pan dieron el paso se reunían con mucha frecuencia. Era una manera de seguir en contacto con su tierra. Asociaciones, peñas y tertulias servían para mantener vivo el espíritu andaluz.
Hay una anécdota imprescindible. Tenía cinco años cuando en Barcelona, en el Palacio de los Deportes, se celebró un gran festival flamenco dedicado a Melchor de Marchena. Venían Fernanda, Bernarda, José Menese, Camarón de la Isla y también José “El Lebrijano”, entre muchos otros. Pues bien, “Joselito de Lebrija”, con solo cinco años, tenía que cantar ante un público muy numeroso acompañado a la guitarra por Pedro Sierra, tocaor habitual en las pocas actuaciones que llevaba ya a la espalda.
José lo recuerda con mucho cariño. Buscando por bambalinas a su tocaor dio a parar a un camerino donde se encontró a un gitano con una guitarra. Sin mediar muchas palabras, le dijo que quería ensayar y que le tocara un poco por soleá, al siete por medio. El gitano aceptó y empezó a acompañarle. No pasó mucho rato hasta que apareció el abuelo de José, muy nervioso, porque llevaba rato buscando a su nieto. Cuando entró en el camerino y se dio cuenta de la situación, se llevó las manos a la cabeza. Mientras se llevaba y regañaba al niño de cinco años pedía perdón a aquel gitano por las molestias. El gitano, que era rubio y también se llamaba José, le quitó importancia al asunto y le aseguró que no le había molestado en absoluto. Era 1980, aún quedaban 12 años para que el Camarón dejara este mundo.
Vuelta al sur y primeros pasos
Cuando contaba ocho años su familia decide regresar a Lebrija. A pesar de su edad, José recuerda que las diferencias culturales, sobre todo en el lenguaje, eran enormes. Palabras como “ostiao” apenas las entendía. Los tacos, las expresiones, las comparaciones. También, el ritmo de vida tan distinto de la ciudad de la que venía. Había mucho más espacio para la comunicación en la calle, en la familia o con los amigos.
El tiempo fue fundamental para su aprendizaje. Tener las horas para escuchar a su abuelo, a la gente del pueblo, a los cabales, a los cantaores gitanos no profesionales. De todo ello se alimentaba José y de manera natural aprendía las entrañas del Flamenco. Su entorno le jaleaba y quienes eran ajenos le piropeaban.
En aquel tiempo, desde los seis hasta los 18 años aproximadamente, muchas voces importantes del flamenco le auguraban un ascenso imparable. Cantó en festivales y en recitales y entusiasmaba al público, cabales y no cabales. Cantaba dejando muy a gusto a su herencia y su voz de niño viejo arañaba el sentido. Pero el camino de José no siempre fue fácil y, de pronto, todo cambió.
Frustración y superación
A veces, por mucho tiempo que transcurra, las heridas siguen doliendo, sobre todo cuando se palpan. A José le pasó que, cuando tenía casi 18 años, dejaron de llamarle. En aquel momento Fernando Terremoto y él estaban empezando a despuntar. Pero no pudo ser para este lebrijano, al menos en aquel momento. José asegura que este oficio puede ser muy desagradecido y puede ocurrir que aunque tu trabajo sea bueno, el público o los productores no lo valoren. Durante dos años, José se alejó de las tablas y tuvo un periodo de reflexión. Evolucionó y decidió que había que hacer algo, había que reinventarse. El final de ese camino llegó con una propuesta.
Flamenco
Tomasito: “La ciudad flamenca tiene que tener un escenario muy grande”
Entrevistar a Tomasito es un espectáculo. No se está quieto un momento, se pone a bailar o a cantar por soleá cada dos por tres, o se levanta para enseñarte un mini tablao portátil que se ha llevado a la oficina.
De mano de El Lebri y de Ramón Martínez le llegó una oportunidad en la Compañía Andaluza de Danza. “Nunca había hecho nada para el baile, le tenía pavor”, dice José. Y es que pasar de cantar en solitario a cantar para baile no es un cambio suave. La dinámica es muy diferente: las subidas, las colas, los remates. Pero encajó bien, conoció a gente valiosa y todo aquello le dio una perspectiva diferente. Aprendió allí a prestar atención a la puesta en escena, al movimiento de los que están ahí arriba en las tablas.
Fue en 2001 el inicio de esta segunda etapa y fue en ese año cuando se cambió de nombre artístico. Desde “Joselito de Lebrija” hasta José Valencia hay un trecho, un proceso de cambio que va más allá de un nombre.
Sin embargo, José es una persona con valores firmes y esto tiene varios significados. Las imposiciones y la ortodoxia rígida no le gustan demasiado y reconoce que, a veces, su determinación le ha dado algún que otro problema en su carrera. Pero no se arrepiente de nada.
Cuerpo y teatro
Quienes le han escuchado cantar saben que a José también hay que mirarlo. Ser consciente de su cuerpo y del escenario, de sus brazos, piernas y pecho en cualquier espacio es un rasgo característico de este lebrijano. Su experiencia en el teatro le ha dado ese conocimiento que de forma sutil crea el aura del cantaor. Cuando se levanta de la silla parece como si el aire temblara.
Para José, esto forma parte de su trabajo y ese conocimiento de su cuerpo en el escenario lleva estudiándolo mucho tiempo. Durante los años que estuvo en la Compañía Andaluza de Danza bebió con los ojos el movimiento de los bailaores. Pero esta habilidad no solo viene del baile. José ha participado en muchas obras de teatro: “Cuando trabajas con actores se nota, no tratan al cantaor como algo inmóvil”.
Uno de sus primeros papeles fue con la Compañía de Los Ulen, haciendo de Monipodio, el capo de los ladrones, en una adaptación de Rinconete y Cortadillo. La experiencia fue muy buena y repitió participando en una adaptación teatral de Alicia en el País de las Maravillas, también con Los Ulen. Más tarde, en 2005, actúo con Antonio Canales en la obra Carmen Carmela, de Miguel Narros, de la que recuerda lecciones muy valiosas.
Durante años compaginó el Flamenco con el teatro y, cuando se dio cuenta, había aprendido mucho sobre el escenario, sobre el cuerpo, sobre la puesta en escena. Sin dejar nunca de pulir el cante, el José Valencia de hoy es fruto de todo este camino. Y quizás esta sea una de sus mayores virtudes: saber usar todos los elementos a su alcance de forma sutil, sin aspavientos, apretando y soltando en el momento preciso.
El Flamenco y las instituciones
En el mundo existen incoherencias y en el Flamenco también. José lo tiene claro: la música que más se exporta, que más ingresos produce y que mayor valor cultural tiene en España es el Flamenco. Sin embargo, su defensa y promoción por parte del Ministerio de Cultura y demás instituciones es muy escasa. Este lebrijano lo tiene claro: “¿Por qué tratan la cultura como entretenimiento? Porque tiene un poder social e ideológico que les duele”.
José señala al clasismo social como la raíz del problema. Piensa que se sigue vendiendo la idea de que el Flamenco no es ni puede ser una música culta, la idea de que Flamenco es sinónimo de fiesta, señoritos, maleantes y gente de clase baja. No entiende ni comparte argumentos como este y recuerda la afluencia de público internacional a la Bienal de Sevilla, a la Suma Flamenca de Madrid o al Festival de Las Minas, donde miles de personas llenan los aforos de los teatros y gastan su dinero en nuestro país.
El comercio y lo jondo
El conflicto entre lo jondo y lo comercial no es el mismo que existe entre la ortodoxia y la heterodoxia. Para este lebrijano, una de las claves es la satisfacción del artista y no entiende de públicos. Es decir, no busca un espectador concreto, cuando está en el tablao se dirige a quienes están delante y cuando graba un disco busca que le guste a él y a quienes le acompañan. En este sentido, se desmarca de otros artistas flamencos que quizás por tratar de llegar a otros públicos se alejan del propósito original.
En cualquier arte, transmitir o no transmitir es el dilema. Y por seguirillas y soleares, José es un maestro. Desde luego, conoce todos los palos del flamenco pero es ahí, en los soníos negros, donde transmite toda su fuerza. Como con cualquier arte, la valoración es subjetiva pero lo que es justo es justo. La cara de la gente cuando José se queja es la mayor prueba de que su cante dice verdad.