Francia se prepara para una huelga destituyente que amenaza con barrer a Bayrou y dejar más tocado a Macron

Un nuevo movimiento nacido online llama a “bloquear todo” a partir del 10 de septiembre, lo que tras la caída del Primer Ministro y reforzado por la huelga intersindical pone en jaque los débiles equilibrios del poder actual.
François Bayrou
François Bayrou, presidente del Movimiento Demócrata y primer ministro de Francia desde el 13 de diciembre. Foto de Jacques Paquier.

Este cálido verano ha sido especialmente intenso en la política francesa. Desde que a mediados de julio el primer ministro François Bayrou anunciara su proyecto de presupuestos para 2026, el llamamiento a “bloquear todo” desde el 10 de septiembre incendió las redes y medios de comunicación. Tras la larga serie de huelgas de 2023 y el impasse legislativo desde que en 2024 el Nuevo Frente Popular logrará ser la primera fuerza parlamentaria, el caótico mandato del Presidente Emmanuel Macron vuelve a saltar por los aires por “un agresivo plan de austeridad que deja indemnes a los más ricos”. Entre los severos recortes anunciados por Bayrou, que lidera el gobierno desde hace menos de un año, ha generado especial indignación la supresión de dos días festivos tan significativos como el Lunes de Pascua, que permite a las familias esparcidas por el país reunirse para la celebración cristiana, y el 8 de mayo, conmemoración de la victoria contra los nazis.

En ese contexto, el llamamiento “El 10 de septiembre, ¡bloqueamos todo!”, comenzó a circular primero en las redes de los antiguos chalecos amarillos, movimiento popular auto-organizado que de 2018 a 2020 compaginó las ocupaciones de rotondas con motines urbanos generalizados contra Macron. Este verano la convocatoria ha terminado por desbordar los círculos activistas, extendiéndose rápidamente en varias redes sociales y logrando eco en las esferas mediáticas convencionales, que no han podido obviar el ruido atronador que durante el último mes ha anunciado un otoño caliente para forzar la caída del régimen.

Mientras tomaba cuerpo la hipótesis de que algo contundente se estaba gestando, algunas federaciones sindicales de la CGT, Sud-Solidaires y la FSU han decidido sumarse al movimiento del 10 de septiembre llamando a la huelga para ese día. A mediados de agosto, Jean-Luc Mélenchon, líder del partido político La Francia Insumisa (LFI), llamó a sus seguidores a inscribirse en este movimiento, antes de que los demás partidos de izquierdas se pronunciaran en el mismo sentido, aún tomando cierta distancia en su apoyo.

Por su lado, la Agrupación Nacional (RN), el partido de extrema derecha de Marine Le Pen y Jordan Bardella, ha preferido mantenerse alejado de este llamamiento a la acción directa, ya que en este momento buscan marcar un perfil respetable de lealtad con las instituciones que aspiran a liderar.

Voto de confianza

Frente a estos llamamientos a bloqueos y el riesgo de ser objeto de una moción de censura —uno de los principales debates estratégicos en la coalición de izquierdas— Bayrou ha anunciado el 25 de agosto que convoca a la Asamblea Nacional para una sesión extraordinaria el 8 de septiembre, en la que se someterá a un voto de confianza. Su objetivo es, declara el Primer Ministro, responder a la “urgencia nacional de reequilibrar nuestras cuentas públicas y de escapar a la maldición del sobreendeudamiento”, ya que en 2024 el déficit fiscal anual ha alcanzado el 5,8% y la deuda pública un total del 113% del PIB. No siendo esas cifras especialmente abultadas, parece más bien que los desacuerdos tocan la repartición del ajuste propuesto, el origen de los actuales “desequilibrios” y, sobre todo, la necesidad de dramatizar la situación.

La más que probable caída del gobierno Bayrou pondrá otra vez a Macron en el centro de la incertidumbre política

En la V República francesa, el jefe de gobierno, nombrado por el presidente, no tiene la obligación de pedir la confianza del parlamento. François Bayrou gobierna sin ella desde el 13 de diciembre, aprovechando las abstenciones del RN, también del Partido Socialista (PS), para mantenerse en el poder frente a las mociones de censura presentadas por LFI a lo largo del año. La divergencia táctica en el seno de la izquierda han generado divisiones en el seno de una coalición de izquierdas que aspira a darle la vuelta al panorama político del país en el futuro inmediato, lo que tendrá que plasmarse en una especie de “Frente Popular 2027” en el que LFI pueda integrarse.

Mientras tanto, todos los analistas coinciden en que pedir ahora la confianza de la Asamblea nacional es un suicidio político. Tanto las izquierdas del extinto Nuevo Frente Popular (NFP) en crisis —LFI, el PS, Los Ecologistas y el Partido Comunista Francés— como el RN han anunciado que votarán contra la confianza al gobierno de François Bayrou, lo que provocará mecánicamente, si no cambian de posición en el último momento, su caída y la de todo el gobierno.

Como declaraba el 1 de septiembre la secretaria nacional de Les Ecologistes, Marine Tondelier, “quizás François Bayrou no quiere decir adiós a los franceses y las francesas, pero para el bien y la salud mental de todo el mundo, sin embargo va a tener que hacerlo”.

Cae Bayrou ¿y Macron?

La más que probable caída del gobierno Bayrou pondrá otra vez a Macron en el centro de la incertidumbre política. El presidente de la República francesa se encontrará entonces ante diferentes opciones. La primera será nombrar otro primer ministro del “zócalo común”, la coalición de derechas entre los partidos macronistas y el partido de la derecha tradicional, y cada vez más reaccionaria, de Los Republicanos (LR). Un primer ministro que buscaría una vez más apoyarse en la abstención del RN para quedarse un tiempo al poder, como antes lo hizo Michel Barnier (LR) y François Bayrou (de Modem, partido centrista histórico aliado de Emmanuel Macron), con el poco éxito constatado.

“El 10 de septiembre: actuamos para que se vaya Macron. La Francia del trabajo escribe su calendario de liberación del liberalismo”, escribió Mélenchon en sus redes sociales

Otra opción sería una nueva disolución de la Asamblea nacional, pero nada indica que esto cambiaría los equilibrios en el hemiciclo. Eso conllevaría el riesgo de reforzar aún más el peso del RN, quizás hasta que se apodere del poder gubernamental.


También podría acabar Macron por dimitir, ya que es el causante principal del lío actual de la política francesa tras su decisión de disolver la asamblea en junio de 2024. También porque al fin y al cabo son sus políticas las que han empeorado los déficit y la deuda pública desde 2017 —e incluso antes, bajo el mandato del “socialista” François Hollande, cuando era secretario general adjunto del Elíseo y luego ministro de la economía. Aunque sea poco probable, es hacia esta opción que empuja Jean-Luc Mélenchon, quien para la ocasión se puso lírico cuando escribió en sus redes sociales: “El 8 de septiembre: votamos para que se vaya Bayrou. El 10 de septiembre: actuamos para que se vaya Macron. La Francia del trabajo escribe su calendario de liberación del liberalismo”.

La última posibilidad para el presidente es nombrar un primer ministro de izquierdas. Apoyado en la mayoría parlamentaria simple y el control actual de los órganos de la cámara por parte del conjunto de formaciones que acudieron unidas a los anteriores comicios, el nuevo gobierno podría perdurar siempre que los macronistas y la extrema derecha no le censuraran juntos. Es lo que piden los socialistas, pretendiendo apoyarse en un “pacto de no censura” con los macronistas.


Con esta perspectiva, el PS ha presentado el 29 de agosto su propio proyecto de presupuestos públicos, el cual propone para 2026 un “esfuerzo” de “sólo” 23.000 millones, la mitad del proyecto de Bayrou que pretende reducir en 44.000 millones el déficit público, pero también la instauración de la “tasa Zucman” sobre las grandes fortunas y un plan de 19.000 millones de nuevas inversiones publicas “para relanzar la economía“.

Huelga sindical y política

Así que la secuencia política francesa de septiembre se anuncia densa. La intersindical amplia que se ha reunido el 29 de agosto, bajo el mismo formato que durante la lucha contra la reforma de las pensiones de 2023 (CFDT, CGT, FO, CFE-CGC, CFTC, UNSA, Solidarios, FSU), ha llamado a una jornada de movilización para el 18 de septiembre, con huelgas y manifestaciones. Afirman en su comunicado que “los trabajadores y las trabajadoras están enfadados”, que “nadie puede desconocer el descontento y el cansancio de la población” y condenan “las diferentes medidas presupuestarias anunciadas, que son de una brutalidad sin precedente”.

Entre las dos fechas, el misterio de la traducción concreta del movimiento del 10 de septiembre permanece intacto. Surgiendo del fondo de internet, este ha tenido unas primeras encarnaciones físicas con asambleas generales preparatorias que se han reunido en ciudades grandes y pequeñas. Agrupando cada una a decenas o centenares de personas, sin alcanzar todavía los números de las diversas cadenas de Telegram, cuentas Instagram o páginas Facebook en las que participan decenas de miles de personas. A diferencia de los llamados “actos” de los chalecos amarillos, que se celebraban los sábados, el 10 se septiembre será este próximo miércoles, lo que hace más concreta la cuestión de la huelga.

Después de haber realizado una pequeña investigación sobre la conversación digital del movimiento “Bloqueamos todo”, el director del observatorio de la opinión de la Fundación Jean Jaurès, think tank inicialmente cercano al PS y luego también a los macronistas, Antoine Bristielle ha constatado que, habiendo sido el 27% de las personas encuestadas “chalecos amarillos”, sus “fuerzas vivas actuales aparecen a primera vista como simpatizantes de la izquierda radical” ya que, en la última elección presidencial, 69% de los encuestados habían votado a Jean-Luc Mélenchon (que había recibido 22% de los votos emitidos) y 12% habían votado para candidatos trotskistas (que había recibido 2% de los votos emitidos).

En la misma línea, el politólogo Laurent Jeanpierre afirma que “estos militantes han venido de la base de algunos sindicatos, luego de algunos partidos—La Francia Insumisa, de forma notable— pero también de la extrema izquierda y de pequeños grupos anarquistas o más autónomos ya implicados en el movimiento de los chalecos amarillos”.

No obstante, el movimiento del 10 se septiembre resulta estar para Antoine Bristielle “particularmente presente en los pequeños y medianos municipios”, estando “estructurado ante todo por las jóvenes generaciones”, menos jubilados y, también, compuesto por personas que, a pesar de “una fuerte politización”, comparten una “desconfianza que no se limita a la crítica de una política concreta”, sino que “ataca a la legitimidad misma de las instituciones de la V República y del poder centralizado, acusados de traicionar al pueblo y de gobernar para los más ricos”.


¿Qué hacer?

Entonces, ¿qué pasará a partir del miércoles 10? ¿Cuántas personas se movilizarán en las calles y con qué modos de acción? Pocos se atreven a hacer ese pronóstico. En las redes y las asambleas preparatorias las posibilidades de acciones conjuntas en discusión son todavía muy diversas: huelgas de consumo, retirar depósitos bancarios, ocupaciones de rotondas, autovías o plazas, bloquear empresas privadas, depósitos petroleros, plataformas logísticas o edificios públicos, realizar manifestaciones y un largo etcétera.

Ese enfoque dirigido a “bloquear todo” y especialmente los flujos mercantiles, recuerda al periodo iniciado en el movimiento anti-CPE de la primavera 2006, cuándo la juventud francesa, apoyada por las organizaciones sindicales, había logrado derrotar la ley que instauraba un contrato de trabajo muy precario para los jóvenes (con un periodo de prueba de dos años), lo que inició un ciclo de luchas importantes que se alargó hasta la reforma de las pensiones en 2010 y su eficaz bloqueo de casi todas las grandes refinerías de petróleo del país.

El otro lema que circula en las redes sociales, “¡Indignemonos!”, recuerda al ensayo del histórico militante de La Resistencia Stéphane Hessel que inspiró el 15-M y su correlato indignado en Francia. Frente a este movimiento auto-organizado, una circular de los servicios de inteligencia, revelada por el periódico Le Parisien el 2 de septiembre, cuenta con que la participación el día 10 sea de 100.000 personas. Aún así, las dinámicas contestatarias se hacen aún más difícilmente previsibles, a la vista de los acontecimientos cambiantes de la política institucional.

Laurent Jeanpierre, que estudió el movimiento de los “chalecos amarillos”, se pregunta en Médiapart sobre si el 10 de septiembre “el apoyo, incluso parcial, de organizaciones de izquierda no tiene como función general la de canalizar la potencia del movimiento”, llegando a insinuar que “podría fracasar porque solo es, a estas alturas, una movilización en línea que se ha embriagado de sí misma un poco”.

Frente a la decisión de François Bayrou de pedir la confianza de la Asamblea nacional este lunes, campos políticos distintos lo entienden como un intento de “cortarse la hierba bajo sus pies” ante el movimiento contestatario anunciado para el 10 y sus expectativas de ser amplio y generar incertidumbre. Jeanpierre apunta, sin embargo, dos posibilidades: la primera es que “el llamamiento no prenda del todo” y que “la agenda institucional ahogue la dinámica de la movilización”. La otra “es que la caída de François Bayrou “instigue”, por contra, un movimiento que se transformara en fuerza más o menos insurreccional, liberada de las organizaciones”. Esta misma semana lo veremos.

Por ahora, circulan ya en las redes de “¡Bloqueamos todo!” llamamientos a reunirse desde la tarde del lunes 8 de septiembre, frente a los ayuntamientos, para festejar la caída del gobierno Bayrou y de su agenda reaccionaria, ecocida y neoliberal.

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