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Es el domingo 24 de abril, a las 19:59h. Millones de franceses están expectantes delante del televisor. Dentro de un minuto se conocerán los resultados preliminares, bastante exactos, de la segunda vuelta de las presidenciales. El rostro que aparezca del candidato ganador desvelará el futuro político de Francia. ¿Será Emmanuel Macron o Marine Le Pen? Salvo una sorpresa inesperada, todo apunta a un alivio desangelado. Una victoria del presidente saliente. El miedo a la huida hacia ningún lugar que supondría la xenofobia y el ultranacionalismo del lepenismo parece que se impondrá a la animadversión y decepción suscitada por Macron. La historia se repetirá como farsa.
No haría falta escribir mucho más para describir el probable desenlace de estas presidenciales, los comicios que monopolizan una democracia francesa en crisis. Pero como este periodista rojipobre debe ganarse el sueldo y tampoco tiene una bola de cristal para descartar un susto trumpista, retomará desde el inicio el hilo de esta presentación. Más de 48 millones de electores franceses son llamados a las urnas el domingo tras una extraña y apática campaña electoral. Primero quedó eclipsada mediáticamente por la guerra en Ucrania y, luego, focalizada en la confrontación entre dos rechazos: el miedo a la ultraderecha y “el cualquiera excepto Macron”.
Según los últimos sondeos, el presidente se impondría finalmente con el 57-53% ante el 43-47% de la líder de la Reagrupación Nacional (RN, extrema derecha). Respecto a la noche electoral del 10 de abril, ha ampliado su ventaja. Tras haber engullido con su “gran coalición” a los viejos partidos del bipartidismo (los socialistas y la derecha republicana), Macron dispone de una reserva natural de votos inferior a la de 2017.
La izquierda como árbitro
Su reelección depende del electorado de izquierdas —un bloque socialecologista liderado por el insumiso Jean-Luc Mélenchon y que en la primera vuelta representó un total del 32%—, al que ignoró y decepcionó a lo largo de su mandato. A pesar de haber quedado eliminado en la primera vuelta con una diferencia de apenas 400.000 votos respecto a Le Pen, el nombre del líder de la Francia Insumisa (FI) estuvo presente a lo largo de las dos últimas semanas de campaña. Tras haberlos tachado en los últimos años de “extrema izquierda”, “islamoizquierdistas”, “enemigos de la República” y otras perlas de este estilo, tanto Macron como Le Pen intentaron seducir a estos votantes insumisos.
Un sondeo reciente del instituto Ipsos, con una base de datos de más de 12.000 personas, apunta a una participación de solo el 69%, la más baja en unas presidenciales en la historia de la Quinta República
Quizás con una pinza en la nariz y arrastrando los pies, una parte considerable de ellos apoyarán al dirigente centrista en las urnas para evitar la llegada al poder de Le Pen. Otros votarán en blanco o se abstendrán, hasta el punto que un sondeo reciente del instituto Ipsos, con una base de datos de más de 12.000 personas, apuntaba a una participación de solo el 69%, la más baja en unas presidenciales en la historia de la Quinta República. Aunque esta supere finalmente el 70%, probablemente resultará inferior al 74,3% de 2017 cuando la abstención ya batió un récord en una segunda vuelta.
“Seguramente fuera de Francia cuesta de percibir los niveles de detestación contra Macron en sectores de la izquierda”, explica a El Salto el sociólogo Ugo Palheta, profesor en la universidad de Lille y autor del libro La possibilité du fascisme. France: trajectoire du desastre, sobre la alergia que sienten una parte de los votantes progresistas ante el hecho de depositar una papeleta con el nombre del presidente. “Durante su mandato hubo la represión más severa contra un movimiento social en las últimas décadas”, añade sobre la brutalidad contra los chalecos amarillos.
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A pesar de ello, el porcentaje de votantes de izquierdas que pasen a las filas de Le Pen será probablemente minoritario. “Esta idea de que hay una porosidad entre la extrema izquierda y la extrema derecha resulta sobre todo una construcción mediática”, explica el politólogo Manuel Cervera-Marzal, experto en la FI. Este profesor en la universidad de Lieja recuerda que “debemos coger con pinzas todos aquellos sondeos que dicen que un 20% de los votantes de Mélenchon podría apoyar a la candidata de la extrema derecha en la segunda vuelta. Hace cinco años también se hablaba de la misma posibilidad y al final solo el 7% de ellos respaldaron a Le Pen”.
¿La banalización insuficiente de Le Pen?
“La estrategia de Le Pen ha consistido en volverse invisible y convertirse simplemente en el voto de castigo contra Macron”, sostiene el sociólogo Guillermo Fernández Vázquez, profesor en la universidad Carlos III y autor del libro ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional. Sin embargo, pese a sus argucias comunicativas y su retórica populista, la líder de la RN no ha logrado aglutinar todo el voto de contestación, según los sondeos.
“Pueblo de Francia, ha llegado el momento de rendir cuentas con todos aquellos que te menospreciaron (…). Pueblo de Francia, levántate contra la arrogancia y el menosprecio de unas élites que no han parado de menospreciar a los pequeños”, aseguró el jueves la candidata ultra en un duro discurso en su último mitin en Arras, en el norte de Francia. En la misma localidad en que nació el injustamente demonizado Maximillien Robespierre, figura central de la Revolución Francesa (1789-94), la candidata ultra apeló a la tradición rebelde del pueblo francés, a menudo fantasmeada en exceso, para dar la sorpresa el domingo.
El programa económico de Le Pen no es de izquierdas. Se opone a subir el salario mínimo y los impuestos sobre los más ricos. En comparación con el de 2017, resulta aún más conservador
Como apunta el historiador Gérard Noiriel en el ensayo Le venin dans la plume, el populismo en boca de la ultraderecha “representa el comportamiento y las declaraciones de miembros de la clase dominante que apelan al pueblo para resolver sus querellas internas”. Que nadie se engañe, el programa económico de Le Pen no es de izquierdas. Se opone a subir el salario mínimo y los impuestos sobre los más ricos. En comparación con el de 2017, resulta aún más conservador, ya que renunció a bajar a los 60 años la edad mínima de jubilación o recuperar las 35 horas de trabajo semanal.
El principal obstáculo del “referéndum contra Macron” organizado por Le Pen es la misma Le Pen. A lo largo de la primera vuelta, había logrado pasar desapercibida, puesto que todas las miradas estaban centradas en la bilis islamófoba de Éric Zemmour.
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“La candidatura del polemista le hizo de paraguas de todas las iras. Pero una vez ya no estaba Zemmour —eliminado con el 7% de los votos—, volvió a ser Le Pen y todo lo que conlleva este apellido”, recuerda Fernández Vázquez. A lo largo de la campaña entre la primera y segunda vuelta, se la devolvió a la esquina derecha del tablero. Por ejemplo, con la controversia y el miedo suscitado entre los franceses de confesión musulmana por su propuesta de prohibir el velo islámico en la calle.
Aunque la victoria lepenista resulta improbable, podría superar el 40%, e incluso el 45%, de los votos. En esta campaña la ultraderecha lepenista ha avanzado con pasos de gigante en su estrategia de normalización. La misma que motivó la creación en 1972 del entonces llamado Frente Nacional por su padre Jean-Marie Le Pen y que su hija aceleró desde 2011. Un momento sintomático de esta dédiabolisation (desdemonización) tuvo lugar en el cara a cara televisivo del miércoles entre Macron y Le Pen, el único debate de la campaña. No solo las palabras “ultraderecha” o “racismo” no fueron pronunciadas ni una sola vez, sino que también hubo momentos de compadreo entre ambos candidatos.
Los guiños de Macron a la izquierda
Si se confirman los pronósticos, Le Pen habrá servido de nuevo como la “idiota útil” de las élites neoliberales. El rechazo sano a la ultraderecha habrá facilitado la reelección de un presidente con un balance sombrío. Macron “ha favorecido él mismo esta trampa a lo largo de su mandato. Quería este duelo (con la dirigente ultra). Es el gran responsable del auge de la extrema derecha”, criticaba en una entrevista en el diario progresista Libération la escritora comprometida Annie Ernaux, en la que se refirió a aquellos ministros macronistas que copiaron la agenda lepenista, como Gérald Darmanin (Interior) o Jean-Michel Blanquer (Educación).
En estas presidenciales, los únicos comicios que movilizan de manera multitudinaria a los franceses, Macron ha salido prácticamente de rositas sin rendir cuentas sobre su primer mandato. Y eso que se podrían haber dicho muchas cosas de un dirigente que, sobre todo entre 2017 y 2019, aprobó una serie de reformas neoliberales que sus predecesores no se atrevieron a aplicar. Además, la Justicia condenó dos veces a su administración por inacción climática.
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Pese a su reputación en 2017 de candidato “neoliberal-progresista”, apenas adoptó medidas de avance de derechos civiles —la más destacada de ellas fue la aprobación de la reproducción asistida para todas las mujeres— y apostó por políticas duras contra los migrantes y los franceses musulmanes. “Creíamos que íbamos a salir de la cultura islamófoba establecida por Nicolas Sarkozy (derecha), pero sucedió todo lo contrario”, lamenta el activista Samuel Grzybowski, uno de los impulsores en enero de la “Primaria Popular”, una tentativa fallida de organizar una votación para designar a un candidato unitario en la izquierda.
Tras haber presentado el 17 de marzo un programa claramente conservador —marcado por el hecho de alargar la edad de jubilación de 62 a 65 años (tras haber cotizado entre 42 y 43 años) y condicionar una renta mínima al hecho de trabajar o formarse durante 15 o 20 horas— y devorado electoralmente a la derecha republicana, en las últimas semanas se dedicó a lanzarle guiños a la izquierda. Por ejemplo, prometió que impulsaría una planificación ecológica —el equivalente galo del Green New Deal— o un aumento del 10% del salario de los profesores, una profesión especialmente mal pagada en Francia.
Votar al presidente “sin ninguna ilusión”
“En mi entorno cada vez hay más personas que hace unos días aseguraban que no iban a votar y finalmente apoyarán a Macron. Pero no lo harán con ninguna ilusión, sino por el miedo de una victoria en la extrema derecha”, explica Caroline Pecquer, profesora y militante en el sindicato educativo SNUipp-FSU, sobre un electorado de izquierda que cree más bien poco en las promesas del presidente.
Eliminada de la segunda vuelta de las presidenciales, la gauche ya ha puesto su mirada en las legislativas. Mélenchon dijo el martes que quiere convertir los comicios de junio en “una tercera vuelta”. Aspira a obtener una mayoría de diputados de izquierdas en la Asamblea Nacional y que estos lo elijan como primer ministro. Una apuesta tan ambiciosa como improbable.
Sin embargo, las negociaciones entre las distintas formaciones de progresistas apuntan a una posible unidad en estos comicios, bajo el paraguas mélenchonista de la “Unión Popular” y el programa transformador del Futuro en Común. Brotes verdes en la izquierda francesa en la recta final de un ciclo electoral que empezó con el temor de su desaparición.
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Para la izquierda francesa y europea: que no se olvide lo que pudo ser y no fue: La izquierda representada por Melenchon vs la derecha de Macron. Estos errores no se pueden cometer. La izquierda no puede poner cordones sanitarios a la propia izquierda. Las próximas elecciones legislativas francesas son una buena oportunidad para corregir estos errores.