Movilizaciones en París contra la reforma de las jubilaciones - 2
Todos los sindicatos del país están unidos en contra de esta reforma para la cual dicen no haber sido consultados. Martin Barzilai

Francia
El tropiezo ideológico de Macron

A pesar de haber impuesto su impopular reforma de las pensiones, el presidente francés sale debilitado del actual pulso y los sindicatos reforzados de cara a la opinión pública.

Una victoria pírrica para Emmanuel Macron. Con su aprobación por decretazo en marzo y validación por el Consejo Constitucional el 14 de abril, el presidente francés sacó adelante su impopular reforma de las pensiones. Tres meses de una oleada de huelgas y manifestaciones —las más multitudinarias en Francia en este siglo XXI— no han evitado la subida de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con 43 años cotizados para recibir una pensión completa). Salvo un giro inesperado en este pulso entre el Gobierno y el bloque unitario sindical, empujado por una marea popular, Macron se ha salido con la suya. ¿Ha ganado la partida? Su rodillo neoliberal se ha impuesto, pero ha salido derrotado en la batalla de la opinión pública.

Las multitudinarias manifestaciones del 1 de mayo en Francia confirmaron esta victoria moral de las organizaciones de trabajadores. Han salido reforzadas de cara a la opinión pública. Entre 2,3 millones de personas, según los sindicatos, y 782.000, según la policía, participaron en las 300 protestas en el país vecino. Representó el Primero de Mayo con un mayor número de gente en la calle desde 2002. Aunque las cifras no llegaron a los picos de la actual oleada (19 y 31 de enero, 11 de febrero, 7 y 23 de marzo), las protestas masivas reflejaron que la indignación no ha decaído.

“Aunque la reforma de las pensiones fue aprobada —a través del polémico decreto 49.3— y validada por el Consejo Constitucional, no podemos hablar de una derrota de las organizaciones sindicales, ya que lograron liderar una movilización histórica”, explica a El Salto la politóloga Sophie Béroud, profesora en la Universidad Lumière Lyon-2. Según esta experta del mundo sindical, “la situación actual resulta muy distinta a la de Margaret Thatcher con la huelga de los mineros de 1985, cuando logró debilitar al movimiento obrero británico al imponerse ante esa movilización. Quizás Macron tenía la misma intención de debilitar a los sindicatos imponiendo su reforma de las pensiones. Pero no salen de este conflicto debilitados, más bien lo contrario”.

Ofensiva neoliberal

Históricamente en Francia, cuando un proyecto de ley suscitaba una amplia contestación, terminaba en la papelera de la historia. Así sucedió con medidas de todo tipo. Desde una ley sobre la selección en la universidad en 1986, un contrato de inserción profesional en 1993 o el “plan Juppé” —una reforma de las pensiones y la Seguridad Social— en 1995, hasta un contrato laboral especial y más precario para los jóvenes que fue retirado en 2006 a pesar de su promulgación. Esta tendencia histórica convirtió al país vecino en el Estado europeo que ofreció una mayor resistencia a la ofensiva neoliberal.

Sin embargo, esta situación cambió desde 2007 con la presidencia de Nicolas Sarkozy. El dirigente conservador aprobó una subida de la edad mínima de jubilación de 60 a 62 años, y de 65 a 67 años de la edad para recibir una pensión completa para aquellos que no hubieran cotizado 41 años. A pesar de una oleada de protestas —hasta la de este año había sido la más multitudinaria en el siglo XXI—, Sarkozy no cedió. Una tónica parecida se repitió con François Hollande. El dirigente socialista sacó adelante una contestada reforma laboral en 2016, a pesar de manifestaciones sindicales y de la Nuit Debout, un tímido intento para reproducir el movimiento de los indignados.

“Ha sido una de las pocas veces en la historia contemporánea de Francia en que el Gobierno se empeña en aplicar una medida a pesar de una opinión pública tan hostil”, explica el politólogo Christophe Bouillaud

Esas dos presidencias influyeron de manera significativa en la carrera política de Macron. En 2007, con apenas 30 años, ejerció de mano derecha de Jacques Attali al frente de una comisión homónima que elaboró toda una batería de reformas neoliberales destinadas a “liberar” la economía francesa. Al final, Sarkozy no aplicó muchas de esas recomendaciones, aunque esa experiencia aportó al actual presidente toda una agenda de contactos entre las élites políticas, empresariales e intelectuales. La influencia de Macron fue constante a lo largo del mandato de Hollande. Tanto como secretario general adjunto en el Elíseo y como ministro de Economía, marcó las directrices de ese decepcionante quinquenio. A pesar de ello, siempre vio al presidente socialista como demasiado débil.

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“¿Pensáis que no hubiera podido hacer como mis predecesores y dejar todo el polvo debajo de la alfombra?”, se preguntaba Macron en su entrevista televisiva del 22 de marzo, la primera que dio durante el pulso por las pensiones. Unas declaraciones que reflejaban un mantra omnipresente en buena parte de las élites galas: su frustración por la supuesta timidez de aquellos presidentes —en parte falsa porque Chirac, Sarkozy y Hollande recortaron el sistema de pensiones— que no aplicaron las mismas reformas neoliberales que sus homólogos en Reino Unido o Alemania. La presidencia de Macron se caracteriza por la voluntad de acabar con esta excepción francesa.

“Crisis democrática”

Pero las distintas ofensivas neoliberales del dirigente centrista han chocado con la oposición de la calle. Como recuerda el periodista Romaric Godin en el interesante ensayo La guerre sociale en France: “Durante un tiempo, Macron pudo creer que se impondría gracias a su estrategia, teniendo en cuenta la división de sus adversarios políticos y la pasividad global de la opinión. Pero en el otoño de 2018 una chispa hizo estallar el polvorín y reveló la reprobación profunda de su reforma neoliberal”.

Entonces, fueron los chalecos amarillos que le obligaron a hacer una serie de concesiones sociales de 13.000 millones de euros, además de guardar en un cajón una disminución en 50.000 del número de funcionarios. Luego las protestas sindicales a finales de 2019 contra un primer intento para reformar el sistema de jubilación galo —el más avanzado de Europa—, al final abortado por el covid-19. Y ahora la actual oleada contra la subida de 62 a 64 años.

Por motivos diversos, la gran mayoría de los intelectuales franceses ha dado la espalda al presidente en este pulso social

“Ha sido una de las pocas veces en la historia contemporánea de Francia en que el Gobierno se empeña en aplicar una medida a pesar de una opinión pública tan hostil”, de cerca del 70% de los franceses contrarios al texto, según los sondeos, recuerda el politólogo Christophe Bouillaud, profesor en Sciences Po Grenoble. Esta obstinación para sacar adelante la medida contra viento y marea ha abocado el país a una “crisis democrática”. Una crisis política acentuada por el uso de los múltiples mecanismos de la vertical V República para aprobar el texto, desde el decretazo del 49.3 hasta la limitación del tiempo de los debates parlamentarios, pasando por las violencias policiales y el uso de leyes antiterrorista para prohibir concentraciones contra Macron.

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“Se trata de la crisis democrática más grave desde la guerra de Argelia”, afirmó a finales de abril el historiador Pierre Rosanvallon, un prestigioso catedrático del Colegio de Francia, poco sospechoso de radicalidad —durante la revuelta de los chalecos amarillos se puso del lado de Macron—. Por motivos diversos, la gran mayoría de los intelectuales franceses ha dado la espalda al presidente en este pulso social. Curiosamente, los más críticos no han sido los pensadores de izquierdas, sino muchos de moderados. “No veo nada de racional en esta reforma de las pensiones”, dijo Esther Duflo, premio Nobel de Economía. Incluso el economista Jacques Attali, uno de los propulsores de la carrera de Macron, denunció que el texto “está mal hecho y es injusto”.

De hecho, una de las figuras que ha emergido en estos cuatro meses en Francia ha sido el economista Michael Zemmour, considerado uno de los mayores expertos en sistemas de jubilación en el país vecino. Investigador en Sciences Po e integrante del colectivo Les Économistes Atterrés, contrario a la ortodoxia neoliberal, Zemmour ha sido invitado de manera recurrente en los medios mainstream, donde han escaseado los economistas que justificaran la reforma. Allí ha desmontado las fake news gubernamentales. La más polémica de ellas fue la promesa de una pensión mínima de 1.200 euros para todos aquellos que hubieran cotizado una carrera completa. Al final resultó ser una medida de la que solo se beneficiarán unos 20.000 nuevos jubilados, según previsiones del Ejecutivo.

El peso de la experiencia de las últimas décadas

“Ha habido un trabajo de fondo en los últimos años contra el discurso neoliberal y este ha aportado sus resultados”, subraya el sociólogo Nicolas Framont, jefe de redacción de la revista de izquierdas Frustration Magazine y autor del libro Parasites. En los últimos meses fracasó de manera rotunda el clásico discurso del miedo: la reforma o el caos. Aunque el Gobierno francés la justificó por un déficit estimado de unos 10.000 millones de euros en 2030, este representaría apenas el 4% de gasto total en pensiones. Y podría ser compensado con medidas menos dolorosas que subir dos años la edad legal de jubilación.

El 58% de los franceses considera como el “gran vencedor” de este periodo a Laurent Berger, líder de la moderada CFDT, y el 49%, al resto de los sindicatos

“Ha sido la experiencia de las últimas décadas lo que hizo este conflicto más duro”, recuerda Bouillaud. “La gente es consciente que el alargamiento de la edad de jubilación es solo teórico. Aunque quieran trabajar hasta los 62 o 64 años, luego los despiden a los 59 años”, añade este politólogo, refiriéndose al problema en Francia del desempleo de los mayores de 55 años. No es lo mismo impulsar una reforma de este tipo en 2010, bajo la amenaza de los “mercados”, que hacerlo en 2023, tras la pandemia del covid-19 y en un momento de creciente malestar en Europa por el deterioro de los servicios públicos —sobre todo la sanidad— y las escasas subidas salariales que compensen la inflación.

“El capitalismo neoliberal dispone cada vez menos de apoyo ideológico, pero este puede resistir como una fuerza coercitiva”, advierte el historiador de las ideas François Cusset. Según este profesor en la Universidad de Nanterre, “Macron le dice a la gente que él sabe mucho mejor que ellos lo que les conviene, pero tenemos la impresión de que desconoce el sufrimiento en el trabajo”, debido a la precariedad, la explotación laboral o “la falta de sentido”. En cambio, los representantes sindicales han demostrado ser en este conflicto unos excelentes portavoces de la “crisis del trabajo”.

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“Evitar que la gente caiga en la resignación”

Mientras Macron ha visto cómo su popularidad caía a sus niveles más bajos desde la revuelta de los chalecos amarillos, los sindicatos viven su particular luna de miel con la opinión pública. Según un estudio del instituto Odoxa para el diario conservador Le Figaro, el 58% de los franceses considera como el “gran vencedor” de este periodo a Laurent Berger, líder de la moderada CFDT, y el 49%, al resto de los sindicatos. Un porcentaje muy superior al 36% que observa como gran beneficiada a la ultraderecha de Marine Le Pen, el partido político que, curiosamente, sale más reforzado del actual pulso, a pesar de su casi nula presencia en las protestas y la hostilidad de los sindicatos con los ultraderechistas.

Este respaldo ha facilitado los cambios de liderazgos al frente de los dos principales sindicatos. Sophie Binet, de 41 años, tomó las riendas a finales de marzo de la CGT —siendo la primera mujer que dirige esta histórica organización—, mientras que Marylise Léon, de 46 años, relevará a Berger al frente de la CFDT en junio. Además, ha ido acompañado por un aumento en más de 30.000 afiliados —muchos de ellos jóvenes— tanto para la CFDT como la CGT. Es un incremento significativo en un país que desde hace décadas se ha caracterizado por el contraste entre grandes manifestaciones y un bajo porcentaje de trabajadores afiliados, de solo el 9% actualmente.

“Hace falta ver ahora si esto se trata de un cambio de dinámica en el declive de los sindicatos o solo una simpatía momentánea”, explicaba en una entrevista para el diario de izquierdas L'Humanité el politólogo Jean-Marie Pernot, especialista de los sindicatos. Según Béroud, “ahora, el gran desafío de los sindicatos es mostrar que no han sufrido una derrota, sino una victoria. Deben evitar que la gente caiga en la resignación y que la ultraderecha se beneficie de la desesperanza popular”. Pese al riesgo evidente de que Le Pen aproveche la coyuntura actual, la derrota ideológica de Macron representa una oportunidad evidente para la izquierda. Un primer paso hacia una bifurcación social y ecológica.

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