Fronteras
Darle la vuelta a Polonia

¿Cómo hablar de derechos humanos a quienes empuñan orgullosos banderas de odio? ¿Cómo hablarle a gente que ha decidido abrazar la idea de que es mejor que las personas mueran ahogadas, de frío o asesinadas antes que llegar al territorio europeo?
Crisis Migratoria Bielorrusia Polonia
Crisis migratoria en la frontera de Bielorrusia y Polonia. Imagen: Captura Ministerio de Defensa de Polonia
Sarah Babiker
10 nov 2021 14:34

Nos queda lejos y cerca lo que está pasando los últimos días en la frontera entre Polonia y Bielorrusia: lejos porque sucede en el este, en idiomas y parámetros culturales que no entendemos, en conflictos políticos con los que no estamos familiarizadas y contra personas de las que no sabemos nada, miles de migrantes y refugiadas que llegan a la frontera polaca desde el país vecino, empujadas por unos y repelidas por los otros, se quedan muriendo de frío e intemperie en tierra de nadie, mientras trending topics mundiales legitiman su sufrimiento.

De todos los elementos deshumanizantes de esta época hay dos a los que cuesta mucho contestar: el primero es el masismo y consiste en asumir que en determinadas cantidades las personas dejan de ser personas y se convierten en otra cosa, una masa abstracta, una idea, una amenaza. Trayectorias, razones, individualidades, ideologías, deseos se amalgaman en una entidad que deja de ser humana y se convierte en materia, en algo que no toma decisiones ni aspira, que no tiene recuerdos ni riqueza, que es englobable —y por tanto desaparece— en una sola palabra: migrantes, subsaharianos, árabes, incluso refugiados se ha convertido en un continente del que su contenido no palpita vida ni merece empatía.

El otro elemento deshumanizador es ser reducido a una herramienta en manos de alguien. Qué más da de dónde vienes y a dónde quieres ir, el cúmulo de experiencias que te llevó a tomar una decisión, la valentía y determinación que te mantuvieron en la ruta: te has convertido de pronto en un peón de la geopolítica, no tienes agencia, eres solo una pieza sin nombre de un juego muy serio que te trasciende.

Los mártires de lo políticamente correcto siguen clamando justicia desde su victimismo. Hablar de invasión es moneda común, casi una moda mainstream que cada vez escandaliza a menos gente

Nos queda cerca también, lo que pasa en la frontera este de Europa, porque hemos pasado por lo mismo con Ceuta, hace solo unos meses. Porque desde esta frontera sur, envalentonados y orgullosos, nuestros fascistas domésticos gritan ¡fuerza Polonia! Desde las cuentas de Twitter ayer se alababa la valentía de este país de frontera, que pone la soberanía nacional por delante y no se achanta con esas cursilerías de ver a las personas migrantes como seres humanos. Puño firme, mano dura, entonan los coros viriles de quienes se dicen hartos de aguantar la indefensión ante la invasión de almas “que no huyen de la guerra sino que vienen a hacerla”.

Como necesitados de una misión épica, de gestas de caballeros de otros tiempos, de un enemigo como el de las pelis al que combatir, como en los videojuegos, el mapeo de villanos no termina, y a cada episodio se radicaliza una violencia en el lenguaje que solo puede causar muertos. Los mártires de lo políticamente correcto siguen clamando justicia desde su victimismo cuando hace tiempo que hablar de invasión, que usar las palabras moros, negros, árabes, en frases llenas de bilis y desprecio, es moneda común, casi una moda mainstream que cada vez escandaliza a menos gente.

Esa extrema derecha que es tan de defender la familia, tan de mostrar firmeza y arrojo, se asusta cuando son los otros los que están dispuestos a todo para salvar a sus familias. Tuiteando al resguardo desde sus sillones, son incapaces de ver firmeza y arrojo en quienes atraviesan países en guerra, transitan estados hostiles, esquivan pistoleros a sueldo de Europa, enfrentan al invierno en pedazos de tierra gobernados sin escrúpulos hacia sus propios habitantes, no digamos hacia quienes están solo de paso. Ellos que son tan de gestas, ahí tienen miles de gestas por la supervivencia y el futuro. Ayer compartían un vídeo en el que aparecía un grupo de hombres encarando al ejército polaco, a las concertinas y al odio. Un hombre atacaba el alambre con una pala, otros intentaban enfrentarlo con ramas, mientras que policías armados y bien pertrechados les tiraban agua o alguna sustancia disuasoria. Personas que de ser “de los nuestros” consideraríamos héroes, dignos protagonistas de una peli de Spielberg, pero que su color convierte en ejército de bárbaros.

Cómo contra argumentar ante esa sacralización de las fronteras como si fuesen trazos pintados por dios, la base misma de la civilización humana, la última palabra de las leyes, el primer mandato de los hombres. Respetar las fronteras, un mandato instalado como máxima indiscutible. ¿Quién dice que han de respetarse las fronteras? ¿Por qué se da carta de verdad indiscutible a algo que no es más que una construcción política, una salvaguarda de desigualdades y opresiones?

Los adoradores de la frontera, los temerosos de ver desaparecer una cultura propia que quizás ni siquiera conocen bien, —porque quienes conocen las culturas saben que cambian, se transforman y se contagian, saben que no existen las culturas como doncellas vírgenes a proteger de los bárbaros—, quienes como la sociedad polaca, con una migración pírrica, han elegido vivir gobernados por el miedo, los que se crecen tras sus cuentas de Twitter, y compiten en el concurso de perros ladradores que se han convertido las redes sociales, hacen mucho ruido, traen mucha tristeza, y sí, también provocan ellos mucho y justificado miedo.

Les miramos mucho, les miramos demasiado, les miramos fascinadas e impotentes: ¿Cómo desandar el camino de la deshumanización, una senda que se asienta en siglos de colonialismo y neocolonialismo? ¿Cómo hacerse oír ante tanto ruido? ¿Cómo hablar de derechos humanos a quienes empuñan orgullosos banderas de odio? ¿Cómo hablarle a gente que ha decidido abrazar la idea de que es mejor que la gente muera ahogada, de frío o asesinada antes que llegar al territorio europeo? ¿Cómo aplicar pedagogía antirracista a quienes hacen de su racismo identidad y orgullo?

Quizás no podamos, pero podemos hacer otras cosas, amplificar otros discursos, enfocar una fe militante y multiplicadora en otros lados. Podemos destacar cómo en las últimas semanas en la frontera se han dado manifestaciones y acciones de solidaridad. El pasado 23 de octubre cientos de mujeres clamaron contra la violación de los derechos humanos de las personas migrantes, en una convocatoria feminista cerca de la frontera con Bielorrusia. Frente una nueva muerte por hipotermia en los bosques entre ambos países las activistas clamaron: “Nosotras, mujeres y madres polacas, no podemos aceptar quedarnos como simples observadoras del drama que está sucediendo ante nuestros ojos”.

Poca información nos llega de los actos de resistencia a la frontera, ninguna de cómo se organizan las personas migrantes que han arribado a las puertas de Europa y que exigen que se les trate como a seres humanos

No debe de ser fácil pelear en la primera línea de la frontera del lado de la vida y los derechos en una sociedad atrapada por el pánico migratorio y la máxima de que no entre nadie, ante todo y sobre todo. Organizaciones como Grupa Granica que realiza labores de observación en la frontera y asiste como puede, junto a otros voluntarios de las poblaciones vecinas, a las personas migrantes atrapadas en ese ping pong geopolítico migratorio, o como Medycy Na Granicy, médicos que intentan atender a quienes se han quedado atrapados en este juego, son acusadas de quinta columnistas y de actuar contra los intereses del país. Pero están y hacen, aunque no nos llegue nada de eso, solo historias de “masas” de migrantes y graznidos de buitres fascistas.

Desde Alemania un grupo de activistas han enfilado hacia la frontera polaca en un autobús repleto de ayuda para las personas atrapadas, vehículo con el que aspiran traer a cincuenta de ellas hasta territorio alemán. Cuentan que en el grupo de activistas alemanes va Tareq Alaows, un refugiado sirio que quiso llegar al Bundestag de la mano de los Verdes. Se retiró, las amenazas y el odio volcados contra él le forzaron a hacerlo. Poca información nos llega de estos actos de resistencia a la frontera, ninguna de cómo se organizan las personas migrantes que han arribado a las puertas de Europa y que exigen que se les trate como a seres humanos.

Ante el ruido fascista que ensordece Europa son estas voces las que necesitamos escuchar, las voces de quienes enfrentan el letal consenso de que deben de primar las fronteras frente a las vidas, que contestan con acciones, poniendo el cuerpo. Pero también las voces de quienes migran, que no son masa, que son mucho más que peleles en manos del último tiranzuelo que gamberrea en las fronteras exteriores de Europa, que toman decisiones y luchan desde su agencia por materializarlas, por mucho que a los fetichistas de las fronteras les moleste. 

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