Fronteras
“Lo llaman tráfico de personas, pero en realidad yo les ayudo a cumplir el sueño americano”

En una playa caribeña de Necoclí, etapa de las rutas migratorias de Sudamérica hacia EE UU, entre aguardiente antioqueño y reguetón, David cuenta el día a día de transportar personas en la clandestinidad.
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Necoclí, Colombia. Rosa Pérez Masdeu

Es un atardecer de final de julio, el sol se pone en el horizonte. Los bañistas no abandonan el agua, porque el calor nunca abandona Necoclí (Colombia). Sobre la arena, en una atmósfera de reguetón ensordecedora, la conversación se mantiene a gritos, entre sillas de plástico a pocos centímetros de los altavoces del chiringuito: “¿Qué hacen aquí? ¿De vacaciones?”. “No, camello [trabajo]. Transportamos haitianos desde Medellín hasta aquí”, responde David, que nos pide que no usemos su nombre real.

David fija la mirada en las montañas que sobresalen detrás del mar y que esconden Panamá. “Mira, desde allí, desde donde la gente sale hacia Estados Unidos, es desde donde Pablo Escobar enviaba la droga. Es donde todo empezó”. La frontera colombo-panameña es inaccesible por carretera. Está comprendida en la espesa selva del Darién, que impide la conexión por vía terrestre entre ambos países.

Para llegar hasta la localidad colombiana más cercana a Panamá, Capurganá, hay que cruzar el golfo del Urabá, 60 kilómetros de aguas caribeñas. Uno de los puntos de salida para la travesía es la localidad de Necoclí, donde David cuenta su historia entre shots de aguardiente, mientras en el paseo marítimo venden botas de agua, circulan dólares y cientos de personas esperan rodeadas de bultos envueltos en bolsas de basura. Esperan su turno para encajarse en una precaria embarcación y continuar la migración hacia el norte americano.

Ya en la otra orilla colombiana del golfo, hay quien sigue hacia Panamá por mar, quien atraviesa a pie el tapón del Darién y quien pierde la vida en el intento. “Es muy peligroso, los que los acompañan a veces los engañan, alguna gente muere por el calor, el cansancio, los jaguares”.

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Necocli, Colombia. Rosa Pérez Masdeu


El golfo de Urabá está controlado por la organización paramilitar conocida como Clan del Golfo, el mayor cartel de Colombia, uno de los más grandes de Sudamérica, y una pieza clave en el complejo sistema de la migración clandestina del continente. Ninguna organización dedicada al transporte de migrantes en la zona del Urabá puede actuar sin la connivencia del Clan del Golfo, que utiliza a las personas como mulas para cargar drogas por los caminos de la selva. Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, más de 50.000 personas, haitianas en su mayoría, cruzaron clandestinamente la frontera colombo-panameña en 2021. A decenas de ellas, David las llevó hasta Necoclí.

¿Vives entre Medellín y aquí?
No, vivo en Medellín, pero vengo dos o tres veces por semana. Son unas diez horas en carro. También soy conductor. Hay mucho voleo, mucho trabajo. A veces, amor, pasamos tres días sin dormir. Aunque también despacho desde allá y contrato a otros hombres para que nos hagan el servicio bajo cuerda.

¿Los autobuses los alquilas?
Mira, esta señora que estaba acá tiene varios buses. Me llamó un día, sin conocernos de nada: que si tenía pasajeros, que ella tenía busetas. Así es como empecé con los autobuses este año. Antes, trabajaba con carros particulares. Pero ahora está llegando mucha gente. Descarado. Yo no sé cómo llegan. Lo único que sé es que aparecen en Suramérica. Muchos pasan antes por Brasil o Chile, ahorran unos años y llegan acá con plata y en busca de la vida americana.

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¿Cuánto te pagan por trayecto?
Les cobro entre 60 y 70 dólares cada uno de Medellín hasta acá [cinco veces el precio de una compañía de transporte regular]. A los niños no les cobro, no va conmigo. Un bus para traer a los haitianos, a mí me cuesta unos 4,5 millones [1.100 euros aproximadamente].

¿Toda la gente que te contrata es de Haití?
La mayoría, pero también hay africanos. Uno se piensa que son todos haitianos, pero uno no sabe, uno se confunde, porque son todos negritos. También hay hindúes y pakistaníes, estos sí se reconocen, y árabes de Líbano y lugares así. A nosotros, los colombianos, nos gusta la plata fácil. Yo soy uno al que le gusta mucho.

¿Consideras que tu trabajo es plata fácil?
Sí, a veces es calentura, pero en pocas palabras, es fácil.

¿Y si te para la policía?
¡Plata! La semana pasada me capturaron en Medellín y les tuve que pagar dos millones [500 euros aproximadamente] para que me soltaran. Te voy a contar lo que pasó: yo estaba con los haitianos, fuimos a cambiar dos mil dólares, siete millones. Llegó el bus y al mismo tiempo salió de la nada el supuesto contratista, con quien en teoría yo había hecho el negocio, pero no el conductor del bus. Le di el dinero y él se fue. Los haitianos subieron al bus y yo me fui a almorzar. Estoy comiendo, cuando de repente me llama uno de los haitianos: “Tenemos un problema, el señor de la plata no aparece”. ¡Ay dios mío! Empecé a llamar al contratista pero no me contestaba. A otro le hubiera dado igual, pero a mí no. Necesito los contactos de los haitianos.

Hace unos años, vi cómo mataban a un hombre delante mío. El man la debía. Quedé en shock, hasta me oriné encima. Anteriormente, Colombia era muy peligrosa incluso para los turistas

¿Y qué pasó?
El contratista se fue con la plata, no era el hombre con quien yo había hablado, sino un estafador. Y el conductor sin dinero no quería arrancar. Me fui para allá y me empezaron a gritar “¡ladrón, ladrón!”. Se me echaron encima. Que si el conductor, que si la plata… Yo me quería ir, pero no quería que pensaran que soy un ladrón, por eso daba la cara. Y en estas estamos cuando llega la policía y me empiezan a pegar duro: “¡Devuelva la plata a esta gente!”. Me tuvieron siete horas detenido en un carro hasta que les di dinero, pero del mío, y nunca se lo entregaron a los haitianos, se lo llevaron ellos.

¿Y qué pasó con los haitianos?
Me tuvieron que pagar el doble y tomar otro autobús.

¿Y con el contratista?
Te digo la verdad, a mí no me gustan los problemas. Dios hace sus cosas. Pasaron ocho días y volví a ver al man, al supuesto contratista. Me tiré encima suyo, pero enseguida me calmé. Como un marica no hice nada. Otro le hubiera dado plomo. Pero en esta vida todo vuelve.

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Necoclí, Colombia. Rosa Pérez Masdeu


¿Sí?
Mira, hace cuatro años, yo estaba muy loco, hasta arriba de drogas y de todo. Cada vez que iba a tanquear, sacaba la tapa del depósito antes de llegar a la gasolinera. Justo cuando el man quitaba la manguera, yo arrancaba el coche y brrrum, robaba 200.000 pesos de gasolina [50 euros aproximadamente]. Un día, escapándome, me estampé. El coche quedó hecho mierda. A mí no me pasó nada gracias a Dios, pero me puse a reflexionar. Pensé que la vida te devuelve el doble de lo que haces.

¿Cuántos años tienes tú, David?
24. La vida hay que disfrutarla, pero también hay que ser consciente de las cosas. Hace unos años, vi cómo mataban a un hombre delante mío. El man la debía. Quedé en shock, hasta me oriné encima. Anteriormente, Colombia era muy peligrosa incluso para los turistas. La guerrilla, los paramilitares. Una gonorrea.

¿Y no entran en conflicto con vosotros?
No, esa gente anda en lo suyo, con la droga, la coca. Mientras uno no se meta…

¿Cuánta gente trabaja en tu organización?
No es una organización, bebé, eso suena como a mafia. Uy no, no, qué miedo.

¿Cómo lo definirías?
No lo sé, normal. Yo soy un despachador. Lo llaman tráfico de personas, pero en realidad yo les ayudo a cumplir el sueño americano que, en mi opinión, es el mejor que hay.

¿A ti te gustaría ir a Estados Unidos?
Quizás de visita, pero no sé. Estos gringos… me caen mal, la verdad.

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