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Fronteras
Samba, mucho más que un nombre
Samba es una historia y miles de historias más. Es la necesitada esperanza de otras tantas personas que inician el trayecto migratorio.
El II Festival de Cine y Derechos Humanos de Madrid premió como mejor largometraje a la película Samba, un nombre borrado, del director Mariano Agudo (Intermedia Producciones) y guión compartido con Mahmud Traoré. Una película que desanda el camino de una vida segada, para rescatar la memoria de Samba del peor anonimato posible, el de las desapariciones y muertes en las aguas del Mediterráneo.
Samba Banjai es una de las víctimas del Tarajal, donde el 6 de febrero de 2014 al menos 14 jóvenes migrantes perdieron la vida al intentar cruzar la frontera y ser reprimidos por la Guardia Civil. Pero Samba podría ser uno de los tantos cuerpos deshidratados en el desierto del Sáhara, abandonados por las mafias, o por la policía marroquí o argelina que financia esta Europa de la externalización de fronteras.
Samba era también la joven congoleña que hace seis años murió en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche (CIE) cansada de pedir asistencia médica. Y quizá pudiera ser una mujer abusada en su trayecto migrante, o un chico detenido ilegalmente en la cárcel de Archidona a punto de ser deportado, o un menor en un CIE cualquiera. O tal vez una persona que a estas horas se debate contra el oleaje en una patera a punto de hundirse.
Samba es una historia y miles de historias más. Es un viaje, un camino, una espiral que nace y llega a destino, o muere en el intento (o lo matan), o se reinventa, o renace en la necesitada esperanza de otras tantas personas que inician el trayecto migratorio.
Samba, un nombre borrado escapa a la estadística y se aferra al hilo vital de las historias tejidas en el camino, para recuperar la vida de ese cuerpo desaparecido. “Reconstituir íntegramente las trayectorias migrantes”, que dice el sociólogo argelino Abdelmalek Sayad. De eso trata la película.
Samba muere, y no es un spoiler. La película nace con la muerte en un fondo sonoro de pelotas de goma disparadas por la Guardia Civil en aquel fatídico día, y se va llenando de vida en las voces de quienes lo conocieron, que hablan desde el dolor y el miedo. Desde la tranquilidad de haber llegado o la incertidumbre de quienes siguen a medio camino. Incluso desde el temor de quien, aun conociendo su final, está obligado a iniciar su propia travesía migrante.
“Imagínate, 10, 15 o 20 guardia civiles delante de ti, no había manera. Nos disparaban desde una zona elevada, esperaban que alguien levantara la cabeza para dispararle, nadie ha caído de las rocas sin que le hayan disparado. Cuando empezaron a disparar estaba nadando y miré hacia atrás, al volver la cabeza me dieron un pelotazo ¡Bum!”, relata con precisión Seydou. Compartió buena parte del camino con Samba. “Estuvimos juntos en África, nos hemos respetado mucho, todo lo hacíamos juntos”, confiesa.
“Fue difícil llegar a él”, cuenta el director Mariano Agudo, y no hubiera sido posible sin la experiencia y trabajo de Mahmud Traoré, uno de los jóvenes, también de Senegal, que en la madrugada del 29 de septiembre de 2005 saltó la valla de Ceuta. Aquella noche los disparos policiales terminaron con la vida de cinco personas. Más sueños truncados, más muertes impunes, más disparos sin culpables.
Casi diez años después la noticia de lo sucedido en el Tarajal lo removía en su fuero más interno. “Samba era de la región de Kolda, de donde soy yo”, explica justificando el deseo que lo impulsó a esta nueva aventura de contar, como si fuera una continuidad del libro que editó en 2012, Partir para contar, donde narra su propia historia.
Las lápidas sin nombre abundan en el cementerio de Ceuta. Desde la Asociación Elin explican a Mahmud que desde el año 1969 han ido al menos “a más de cien entierros, y ningún cuerpo sin identificar”. La impunidad del olvido que todo lo iguala. Sentencias judiciales y libros que hacen constar el entierro de un “varón de raza negra” o “una hembra” (Sic) como indica el encargado del registro del cementerio ceutí. Y un número, siempre un número, que identifica a ese cuerpo. “Nos pareció un escándalo. Por eso fuimos al cementerio para corroborar como se cosifica a estas personas”, destaca Agudo.
No es de extrañar esta numeración cosificadora en la política migratoria española. A Samba Martine cuando ingresó al CIE de Aluche le negaron su nombre y asignaron un número. Quienes la visitaban debían indicar las cuatro cifras que le correspondían. Cuarenta días después, el 19 de diciembre de 2011, para el Estado español murió siendo el número 3106. Hoy mismo, quien vaya a visitar a una persona allí retenida, deberá saber su número, pese a que los Juzgados de Jurisdicción CIE han llamado varias veces la atención sobre estas prácticas.
En enero de 2010 la dirección general de la Policía y la Guardia Civil, requerida por la oficina del Defensor del Pueblo Andaluz tras una visita al Centro de Recepción y Custodia del Puerto de Motril, reconocía que el único recurso del que disponían para “evitar confusiones de identidad que puedan tener graves consecuencias jurídicas es la realización de una marca con tinta indeleble...", una marca en la piel. En el CIE de Hoya Fría (Tenerife), más sutiles, rotulaban el número en la ropa de las personas migrantes allí retenidas.
El dolor de las familias
A los contados por Elin, se suman cuatro de los cinco cuerpos aparecidos en las playas de Tarajal aquel 6 de febrero y que cuatro años después siguen sin ser identificados, pese a los denodados esfuerzos del colectivo Caminando Fronteras por facilitar ese procedimiento llegando incluso a las familias de los chicos muertos. Familias que siguen esperando su regreso. Un duelo inconcluso que se repite una y otra vez en las historias migrantes. Los once cuerpos aparecidos en Marruecos, vale aclarar, sí fueron convenientemente identificados.“Miles de personas desaparecidas en el mar. No basta con añadir esta cifra a la de las muertes para completar la estadística. El sufrimiento de las familias se intensifica y prolonga mientras los cuerpos de sus seres queridos no aparecen –probablemente no aparecerán jamás–. En Senegal se celebran funerales colectivos por las decenas de jóvenes –a veces todos del mismo pueblo– de los que no se sabe nada desde hace meses. Su cayuco partió desde muy lejos hacia las islas Canarias y se aventuró a cientos de millas de la costa para evitar los controles. Ahora, con esta ceremonia, se les da por muertos”, relata el libro de escritura colectiva Qué hacemos con las fronteras.
Precisamente es en este punto donde la película adquiere una dimensión que trasciende lo meramente cinematográfico: la realidad se cuela con crudeza y martilla sobre nuestra (in)conciencia de ciudadano medio bombardeado por las noticias de invasiones y avalanchas migrantes. Agudo y Touré se propusieron dar con la familia de Samba para conocer las motivaciones de su viaje, su madre, sus esposas, su padre, sus hijos.
“La familia tenía una noticia bastante vaga, como que Samba no lo había conseguido. Sobre todo, como no hay un cuerpo, nadie se atrevía a darles la noticia. El padre nos contaba que todos los días se sentaba a la entrada del pueblo a ver llegar a su hijo, él tenía esa esperanza. Cuando se lo dijimos, nos agradecía porque ahora podía descansar”, recuerda Agudo.
Mahmud tuvo la responsabilidad de transmitir la triste noticia. Le tocó confirmarle que había muerto. “El tema de la muerte es una cosa muy importante, no es lo mismo la muerte de un abuelo que de la persona pilar de la familia. ¿Con quién ha muerto? ¿Con quién estaba? ven difícil que en el momento de la muerte estuviera con cameruneses y no con chicos de Senegal. El que no vive este proceso migratorio no lo puede ver ni entender. La familia tenía noticias, pero no tenía descanso”, reafirma Mahmud.
Las expectativas puestas en un viaje, los ahorros, el dinero a veces recolectado por toda una comunidad, la obligación de ser el elegido para traer el bienestar a toda una familia. Como los que hace un siglo se iban a hacer “las Américas”, o los que ahora mismo también lo intentan.
Jamás en la historia de la humanidad tanta gente se ha desplazado y cruzado fronteras. Es la época de la hipermovilidad. Cuando millones de personas se mueven por el planeta, cuesta imaginar que para los desposeídos del mundo, justo para ellos que más lo necesitan, la frontera puede ser un obstáculo mortal.
Samba era de una región de Senegal donde a veces los chicos se inscriben como gambianos. Allí las fronteras se disipan en el entendimiento humano. Samba murió y en el mismo instante de la confirmación de su muerte nace otro viaje, otra necesidad vital que empuja a iniciar el camino. Samba es mucho más que un nombre.