Fútbol
Goles por encima de la valla

Fundado en 2015 en Jerez, el club Alma de África está formado mayormente por inmigrantes que buscan su identidad a través del fútbol. Han conseguido dos ascensos y numerosos reconocimientos por fomentar la integración.

Alma de África
12 nov 2018 06:06

Confirmada la alineación del equipo local. En este inicio de liga jugarán Modou, Camara, Amed, Karim, Eric Josué, Abdel, Hicham, Okoro, Hamza, Mahu o Mohamed. Por la diversidad del once, podría tratarse de un equipo de fútbol de élite, con estrellas de relumbrón por las que se han pagado millones. Jugadores africanos bañados en oro a los que no les será demasiado difícil obtener la doble nacionalidad en sus países de destino si así lo pretenden. Son reflejos lejanos para los protagonistas que se encuentran tras esta nómina de jugadores y ex miembros de Alma de África, equipo jerezano compuesto casi en su totalidad por inmigrantes fundado en 2015. Este año militarán en Tercera Andaluza.

“Creo que nos han entrevistado medios de todos los continentes…”, relata Alejandro Benítez, presidente y uno de los pilares de este proyecto de integración a través del fútbol que tiene sus orígenes en la pradera hípica de Chapín en 2013. Allí se daban cita cada fin de semana decenas de jóvenes africanos para jugar al fútbol: “Bueno, en realidad pasaban la mayor parte del tiempo discutiendo”. Una pequeña Torre de Babel a la que quiso poner orden Quini Rodríguez, cofundador de Alma de África, que ofreció a aquel grupo descontrolado un poco de orden. Lo primero que se propuso fue conseguirles un árbitro.

Quienes vivieron aquel primer partido reglado, con el hijo de Benítez como trencilla, recuerdan cómo el grupo de africanos aguardó con impaciencia la llegada del colegiado, al que respetaron desde el pitido inicial. Así empezó el engranaje de una iniciativa que culminó con un equipo federado. Benítez les propuso traducir el ejercicio físico en un club. Todos dijeron que sí, pero como quien afirma ante un loco. Cuando meses después vieron su cara estampada en una ficha no dieron crédito.

La plantilla se hace y deshace como el destino de sus jugadores, que a final del curso cambian de país o encuentran un trabajo fuera de Jerez que les impide seguir en el equipo

El Alma de África afronta su cuarta temporada. Para la mayoría de los equipos, estos primeros compases del campeonato no revisten importancia. Para el conjunto jerezano son una carrera exprés para cimentarse. La plantilla se hace y deshace como el destino de sus jugadores, que a final del curso cambian de país o encuentran un trabajo fuera de Jerez que les impide seguir en el equipo.  Aunque nunca falta personal que quiera unirse a la batalla. Alberto Galafate, actual entrenador del equipo, tiene que revisar la lista día a día.

Aquí sí existe el ‘efecto llamada’ y en cada sesión aparece algún nuevo africano que quiere integrarse en el equipo. Algunos nunca han jugado al fútbol. Otros ni siquiera conocen el idioma. Y los hay que vienen con magulladuras derivadas de su viaje a Europa. A esto cabe unir la falta de material deportivo. Se ven jugadores con bañador a modo de pantalón y con alpargatas que hacen de botas de fútbol. Con todo, a ninguno se le impide ejercitarse. Durante el campeonato regular, Kelme sirve las camisetas del Alma. No tienen que pagar nada. Tampoco las fichas. “Cada una nos cuesta 100 euros. A eso añádele los costes de los árbitros… Solo para empezar la temporada necesitamos 2.500 euros”, relata Benítez, quien se lamenta de que la atracción mediática que generan no se corresponda con más ayudas, tanto particulares como privadas. El equipo tiene 200 socios en la actualidad que aportan 20 euros y en 2016 recibió el Premio Ciudad de Jerez a la igualdad e integración.

El presidente revisa los papeles que traen los nuevos para ver si podrían tener plaza en el equipo. Alguno trae el pasaporte pero otros presentan directamente una orden de expulsión. “Lo siento, pero así no podemos hacer nada”, les dice. “Es triste, como lo es que esta carta sea el primer paso para ser legales. A partir de que reciben esta expulsión deben estar dos años residiendo en España para obtener los papeles. Así de rocambolesco es el asunto”. Cierra su libreta y comunica la convocatoria para el partido del día siguiente, en la que también hay jugadores españoles. Procuran que sean una minoría, pero en el club creen que esta convivencia facilita aún más la integración de los africanos.

El capitán nómada

Los más veteranos son menos puntuales, porque ya se saben el truco de que los entrenamientos se ponen un poco antes para que la gente llegue a tiempo. Entre ellos, Issa, al que todos llaman Karim, capitán del equipo y uno de los pocos que resiste desde el inicio. Llegó a España hace ya 12 años desde Camerún. Lo hizo saltando la valla de Melilla. No hace falta que cuente su periplo cuando asoma la cicatriz que tiene en la pierna. “Y mira que me puse 20 pantalones para intentarlo, pero no veas cómo corta aquello…”. Él, como la mayoría, no lo consiguió a la primera. “Después de cada intento fallido tienes que resetear. Te buscas un trabajo y empiezas a ahorrar”, relata alguien que se puso en marcha hacia España para vivir del fútbol al ver el éxito de compatriotas como Samuel Eto’o.
La familia de Karim es nómada. Se dedican a la ganadería. Quizás de ahí la naturalidad con la que se marchó. El capitán del Alma trabaja ahora de peón en un centro ecuestre y acaba de casarse con una española. “No me puedo quejar”, indica alguien que durmió varias semanas en la calle en Sevilla y Madrid antes de asentarse en Jerez. Interrumpe la conversación varias veces para dar órdenes a sus compañeros desde la banda: “Es que ser capitán es una gran responsabilidad”.

Como no podía ser de otro modo, Karim es uno de los titulares en el amistoso que juegan en La Barca de la Florida (Jerez) contra el juvenil local. Acompañamos al equipo en este lance de pretemporada. Incluso hacemos de transportistas, porque cualquier ayuda es bien recibida. Sobre todo los nuevos ven con ilusión el verde del campo y desean mostrar su valía para hacerse merecedores de un puesto. Galafate, el técnico, les advierte, sin embargo, de que racionalicen sus fuerzas: “Son juveniles, hemos venido a aprender y a ir cogiendo ritmo”. Antes de la charla se produce el reparto de equipaciones, que llevan inscrito en la parte delantera el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país”. A alguno le vale cualquier dorsal con tal de jugar. Otros tienen sus fetiches, como el ‘10’, que al final se llevará el jugador al que le quede mejor la talla de la camiseta.

Saltan al campo. En el banquillo espera Modou, jugador senegalés de 34 años, uno de los de más edad del Alma. Llegó hace cuatro años en cayuco, un viaje para el que su madre tuvo que empeñar sus bienes. Este verano ha trabajado como portero de una discoteca. Recién llegado, sin contrato, se metió en una obra: “Pero fue mal… Como no entendía el idioma me puse a poner una fila de ladrillos pero no paré dónde me dijeron. Me echaron el primer día”.

“Nunca he recibido una ayuda institucional”, defiende mientras enumera a todos los que a título individual le han echado un cable

Antes de Jerez estuvo en Sevilla, donde hacía todos los deportes que podía para tener la cabeza ocupada. Hasta compitió en varios torneos de lucha canaria: “Me quitaba los pensamientos negativos y mantenía la forma”. Reconoce que ha tenido buenos aliados en su aventura. Consiguió los papeles en la ciudad hispalense gracias a la intervención de Rosario Pérez, presidente del club de voleibol Palestra. Los perdió tras estar un tiempo son cotizar y sin contratos legales. Un trabajo en el Rincón del Pirata de Jerez, un establecimiento hostelero, le devolvió el permiso. “Nunca he recibido una ayuda institucional”, defiende mientras enumera a todos los que a título individual le han echado un cable. “Esta inestabilidad se ve reflejada en el desarrollo del equipo. A algunos les sale un trabajo y se van. Otros simplemente abandonan la ciudad. Es una pena”.

La agresión a Pedro

Precisamente, por motivos laborales, uno de los que no ha podido acudir al partido es Amed. Aunque su nombre tenga una melodía árabe, es boliviano. “Mi padre estaba viendo una película en la que su protagonista era Mohamed, lo acortaron, y de ahí viene. O eso es lo que me han contado”. En su biografía está otra historia de emigración por lo que encaja en el múltiple relato del Alma. “Yo no vine en cayuco, hubiera sido algo difícil desde Bolivia...”, ironiza un jugador de 25 años que ha conseguido un trabajo en un puesto comercial.

Llegó a Jerez con su hermana, que apenas tenía unos meses, fruto de la reagrupación familiar y tras morir su abuela, quien se encarga de su cuidado en Bolivia. Sus padres habían partido unos años antes desde Santa Cruz, su ciudad natal. Amed ha solicitado la doble nacionalidad: “Me han dicho que tardaría entre dos años y dos años y medio… Ya debería llegar pronto la carta del Ministerio de Justicia”. Es de los primigenios del club, de los que jugaban en la pradera de Chapín. Llegó a ser internacional en las categorías inferiores de la selección boliviana después de formarse en la Academia Tahuichi Aguilera, una de las más importantes del país y de cuyos campos han salido jugadores como Marco Etcheverry, uno de los jugadores más importantes de su país, y al que señala como uno de sus referentes.

“El peor momento que he vivido en el equipo fue cuando a un compañero le insultaron y pegaron. A veces nos llaman ‘monos’, pero si hasta los jugadores de Primera reciben este tipo de lindezas, ¡cómo no las vamos a escuchar nosotros!

Amed defiende que ni las diferencias culturales ni sociales ni las dificultades en el idioma fueron un impedimento para que el Alma de África consiguiera dos ascensos: “Nadie nace aprendido. Elaboramos nuestros propios códigos para que nadie se quede descolgado”. Las verdaderas dificultades surgen cuando se da algún tipo de incidente en el campo, aunque a lo largo de la historia del equipo han sido escasos. “El peor momento que he vivido en el equipo fue cuando a un compañero le insultaron y pegaron. A veces nos llaman ‘monos’, pero si hasta los jugadores de Primera reciben este tipo de lindezas, ¡cómo no las vamos a escuchar nosotros! Pero lo que es injustificable es cualquier tipo de agresión”. El incidente que comenta Amed ocurrió el pasado curso ante Los Cortijillos. Pedro Semedo, futbolista de Guinea-Bisau que tuvo que huir por la guerra en su país en 1998, recibió un golpe en el labio. En el lado contrario, el jugador boliviano tiene claro cuál ha sido el mejor momento: “Cuando mis padres por fin pudieron verme jugar. Por fin tuvieron un día libre… Y se notó el apoyo incondicional”.

Todos los que han jugado en el Alma de África procuran seguir al equipo después de su desvinculación. En el caso de Eric Josué, con más motivo, porque fue el capitán de los dos cursos inaugurales del club. Después fichó por el Marchena de Segunda Andaluza, pero no descarta volver a jugar “con su familia”. Llegó a España en 2013 desde Camerún en patera tras un peregrinaje de seis meses. “La gente se piensa que es un viaje único. Pero muchas veces te toca intentarlo varias veces. Por no hablar de lo que has recorrido hasta llegar a la valla o el mar. Yo atravesé lugares como el desierto de Níger… Tuve que hacer paradas para ir haciendo acopio de dinero”.

El equipo más limpio de la categoría

Ahora está totalmente asentado. Acaba de casarse con una cordobesa y tiene un puesto en las ferias de la zona. La pasada temporada vivió en el Marchena una de las múltiples caras b del fútbol. El club tuvo problemas económicos a mitad de temporada y los jugadores pusieron de su bolsillo para seguir compitiendo. “Por eso los muchachos que están en el Alma de África tienen que valorar lo que hacen Alejandro y otras personas. Ellos pagan sus fichas. Tienen un autobús para hacer los desplazamientos. ¡Hay equipos de categorías superiores que no pueden disfrutar de esto! Incluso cuando ha habido algún beneficio los jugadores han cobrado 80 euros, aunque eso no era lo que nos movía, porque amábamos profundamente este deporte”.
¿Cómo un equipo de inmigrantes, de los que la mayoría no habían jugado a fútbol, consigue dos ascensos nada más crearse?

¿Cómo un equipo de inmigrantes, de los que la mayoría no habían jugado a fútbol, consigue dos ascensos nada más crearse? Él lo tiene claro: “Nosotros éramos una familia. No había futbolistas, había ‘hombres’ y amor. Muchos dijeron al principio que íbamos a ser un equipo sucio, que íbamos a dar muchas patadas… ¡Pues fuimos el equipo más limpio! Y eso que algunas se empeñaban en robarnos los partidos… Los chicos nuevos deben continuar con ello, es lo único que importa”.
Entre los que han llegado más recientemente está Camara, quien ya se entrenó con el Alma el año pasado. Nacido en Guinea, anotó en el estreno liguero ante el Federico Mayo. Lava coches en la calle, como lo hizo Eric Josue en sus inicios y otros jugadores. Quini, fundador del Alma, incluso se planteó la idea de hacer un lavadero para dar trabajo a algunos jugadores, pero debido a la situación irregular de la mayoría el proyecto quedó en saco roto. Aunque a él le gustaría ser cocinero.

Lleva el fútbol en las venas. Jugó en la segunda división de su país y se le quedan escasas las tres sesiones de entrenamiento a la semana que plantea el equipo: “Ahora tengo más tiempo libre. Si por mi fuera entrenaría todos los días para tener la cabeza adecuada. Mi idea es jugar en el Cádiz o en Segunda B ¿Por qué no? [dice cuando escucha una risotada ante su ambición] ¡Yo tengo condiciones para jugar en cualquier categoría!”. Acto seguido a su proclama, se dirige a Javier Galatafe, el entrenador del Alma, para pedirle minutos en la segunda mitad, aunque ya ha sido cambiado para que puedan tener rodaje todos los jugadores. Ama el fútbol y sigue a equipos como el Olympique de Lyon o el Real Madrid, pero no por ello niega ciertas “aberraciones” del fútbol moderno: “La gente está loca cuando se gasta 100 euros en una camiseta. Imagínate lo que tenemos que hacer nosotros los pobres para ganar ese dinero…”.

Llegó a España en patera pero tiene en el punto de mira Francia, donde reside su familia. Aunque la mayoría hablan de Jerez como una ciudad integradora, Camara no niega que en España haya racismo: “Como en todos los lados. Alguno parece que no ha visto ‘un moreno’ en su vida”. Tardó tres años en llegar a Marruecos desde Guinea. Para conseguirlo hizo de todo: “Trabajé para una empresa española descargando pescado y saqué unos ahorros. Pero pagaban muy mal. Por trabajar desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde te daban 10 euros al día”, dice alguien a quien le gustaría estudiar derecho, porque cree que así sería más fácil “resolver los problemas de los papeles”. Una identidad que pierden entre las fronteras y que, como concluye Alejandro Benítez, ven recuperada, en primera instancia, con sus fichas deportivas. “Para la mayoría es su primer documento oficial en España. Los sitúa en el mundo. Deshace la condición de fantasmas que tienen, inaceptable para cualquier ser
humano”.

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