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Gordofobia
Gordes sufrientes, cuerpos abyectos y el cine que no necesitamos
Sabemos que lo que vemos en pantalla no es inocente. Refleja realidades, sí. Pero como cualquier ejercicio performativo, también instituye ideas, prácticas, formas de relacionalidad. Desde y hacia donde coloquemos los cuerpos representados es vital para generar trazos de identificación que no nos cercenen la existencia.
The whale es una película que va sobre un gordo siendo gordo. Ojalá. Es una película que no va de un gordo siendo gordo pero lo único que puedes ver todo el tiempo es un gordo siendo gordo. ¿Por qué esta cursiva? Porque Aronofsky (persona delgada que me atrevo a intuir que algo le pasa con la comida) dibuja todos y cada uno de los tópicos de los cuerpos gordos y te los tira a la cara como si de un montón de mierda se tratase. Durante dos horas. Pornografía del sufrimiento, de lo sórdido y de lo abyecto, protagonizadas por un cuerpo gordo de 200 kilos. Gracias, Darren, a nadie se le habría ocurrido.
No sé si The Whale es una buena o mala película. La vi hace una semana y aún estoy conmocionada. Aún tengo una respuesta corporal cuando la pienso. Quizás tiene que ver con que la gordura y el TCA han marcado mi vida de manera inevitable, por lo que asumo que esta película me atraviesa de manera profunda. O quizás es porque está toda ella impregnada de un sensacionalismo yankee apabullante (igual que todas y cada una de sus películas que le he visto) con un colofón final construido en torno a la redención y la transcendencia, y una banda sonora con la que no echar una lágrima es misión imposible.
Lo que sí me atrevo a decir es que nuestra sociedad, violentamente gordófoba, NO necesitaba esta película. Entiendo que es cuestionable que los trabajos creativos se consideren necesarios o no y que es tremendamente impopular cuestionar la manida libertad artística. Pero como diría Bretch, no hay arte sin consecuencias.
Porque no necesitamos más historias que se recreen en el cuerpo gordo como enfermo, desagradable, feo, abyecto, amorfo, difícil de vivir, de ver, de gestionar. Eso ya lo sabemos. Eso nos tiene en una lucha permanente para abandonar la infelicidad y el desequilibrio mental.
Porque no necesitamos más relatos que vinculen los cuerpos gordos con pulsiones de muerte, de autodestrucción o de autodesprecio, que se plasman en nosotras comiendo tres kilos de grasientas alitas de pollo para cenar. Mediocre ejercicio de psicoanálisis fílmico donde expone la gordura como una suerte de búsqueda semiinsconsciente de la destrucción propia, haciendo una apología de un pensamiento neoliberal donde la gente gorda “se lo busca ella misma”. No es una interpretación, hay un momento en que el personaje de Fraser lo dice, reforzando lo que el imaginario mainstream dicta sobre la gordura. Si nosotras nos lo buscamos, “merecemos” lo que nos pase.
Porque no necesitamos imágenes de cuerpos gordos que comen desesperadamente pringándose de grasa, como si llevaran una semana vagando por el desierto, haciendo patente la paradójica “innecesidad” de ese ansia. Ya es un tránsito comer en público para muchas de nosotras, no digamos ya ingerir comida con alto contenido calórico. Ya puedes rezar para no mancharte y encarnar lo que creemos que todo el mundo espera y ningune gorde quiere.
Porque no necesitamos ver más cuerpos gordos encarnando el patetismo como leit motiv: sexual, oral y cinéticamente. Lo hemos visto tresmiltrescientosnoveintaisiete millones de veces, hasta el punto de tener que trabajar para percibirnos a nosotres mismes de cualquier otra manera.
Decía mi amiga Lula el otro día que para contar la historia que cuenta The Whale no hacía falta un cuerpo gordo (en realidad fatsuit). De hecho, la historia no cuenta nada relevante, novedoso, interesante, profundo, complejo a cerca de ser gorde: (alerta spoiler) el sufrimiento de un padre abandónico (por amor) y gay que solventa su falta con dinero para el futuro de una hija infeliz por su culpa, y que prefiere morise de gordo con tal de darle lo mejor, económicamente hablando. Ni para decir (algo)washing da.
Eso sí, gracias Darren por recordarnos que moriremos de un infarto o una explosión de arterias, que se nos había olvidado por un segundo para intentar vivir felices. Pero claro, era una oportunidad única poder cebarte con la cámara ante semejante esperpento. Retratar la miseria completa, sin fisuras, en la que colocas a tu supuesto cuerpo gordo. Era innecesario, a la par que desgarrador y violento. Porque lo que ha dibujado Aronofsky es el infierno que toda gorda sufriente teme. El que nos predicen las autoridades médicas, las familias o las conocidas-opinadoras (no puedo llamarle amigues) mientras enarbolando la bandera de la salud.
Creo que soy incapaz de consumir un relato más sobre el sufrimiento gordo despolitizado, con final cortavenas. No puedo más. De eso ya tengo bastante, y me ha hecho muy difícil la existencia, a veces. Quiero (y pienso que como sociedad necesitamos) otras historias donde ser gorde sea compatible con ser protagonista de una vida con sus más y sus menos, con sus amistades y sus enemistades, con sus amoríos y polvos (buenos y malos)⁷, con sus frustraciones y sus deseos, con sus pulsiones de vida y de muerte, con sus pasiones tristes y alegres, con sus depresiones y euforias, con sus idas de olla, con sus ideas brillantes, con ensaladas, hamburguesas, muesli, kebaps de seitán, barbacoas, fruta desecada, pizzas baratas y caras, cervezas, copazos, agüitas de limón y jengibre, MDMA, setas, speed, con bailes pros y mamarrachos en lugares públicos y privados, con casas y vidas llenas de la gente con la que las comparten, con ropa más o menos tripeosa, más apretada y más suelta, con libros que se devoran y sin ellos, con más y menos binariedad sexogenérica, con fútbol, aikido o patinaje, con casas bonitas y feas. Con lo que viene siendo una vida: compleja, fragmentaria, múltiple, común. Como suelen ser.
Cuando tengamos mil relatos así y hayamos desbordado los imaginarios sobre la gordura, cuando no usemos fatsuits (igual que no hacemos blackface, porque hay actores y actrices con cuerpos gordos reales) que Aronofsky haga la película que quiera. Quizá entonces nos importe menos.