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Gordofobia
Ni rellenita ni grande, gorda
“Recuerdo el acoso escolar que viví cuando era pequeña por no tener una talla acorde con mi edad. Casi siempre iba en chándal y todos se metían conmigo. Entonces, me propuse adelgazar. Se supone que la talla no te define, pero era lo que me definía cuando era pequeña”, explica Itziar Campos, que tiene 30 años y vive en Bilbao. Ella es educadora y habla con un nombre falso porque quiere compartir una experiencia gordofóbica que tuvo en el entorno laboral y le preocupa que se sepa la identidad de los menores. Ocurrió en un colegio de Barakaldo durante unas colonias de verano. Las personas que protagonizaron el incidente tenían entre 10 y 12 años. El grupo de los chicos empezó a insultar al de las chicas. Coordinación intervino y pidieron disculpas. Sin embargo, uno de ellos empezó con acciones violentas y la situación empeoró para una de las niñas. “No era delgada como las otras y eso fue suficiente. El grupo de chicas excluyó a la niña porque tenían miedo de que les pasara lo mismo. Una, incluso, pasó dos noches sin dormir de puro terror, ya que el acoso llegó a las pantallas de los móviles. Al acosador se le expulsó, pero eso no es reeducar. Lo que hacía falta era enseñarle que todos los cuerpos son bonitos y no motivo de burla”, asegura Campos.
Este no es el único caso de bullying gordofóbico. De hecho, es uno de los grandes motivos por lo que los niños y niñas son víctimas de acoso escolar. Neith Pérez, que es de Bilbao y tiene 25 años, rememora con tristeza su infancia: “Desde la preadolescencia hasta los 16 años sufrí acoso, sobre todo cuando estábamos en las clases de Educación Física. Es más, me tuve que cambiar de colegio por este tipo de situaciones. Y no solo recibía insultos, sino agresiones físicas por estar gorda”.
El origen de la palabra gordofobia se remonta a 1934 en Minnesota, según Susana Guerrero en Léxico e ideología sobre la gordofobia en la comunicación digital, pero hay registros que indican que en español fue utilizado en 1991. Magdalena Piñeyro, activista uruguaya que reside en Canarias, es la cofundadora de Stop Gordofobia y la escritora de Stop gordofobia y las panzas subversas, donde muestra el significado de esta palabra: “Es la discriminación a la que nos vemos sometidas las personas gordas por serlo. Hablamos de humillación, invisibilización, maltrato, inferiorización, ridiculización, patologización, marginación, exclusión y hasta de ejercicio de violencia física”.
“En la preadolescencia sufrí bullying. Me tuve que cambiar de colegio. Recibía insultos y agresiones físicas por estar gorda”, Neith Pérez
En Euskadi, según los datos de la última Encuesta de Salud del Gobierno Vasco realizada entre 2017 y 2018, un 11,1% de la juventud de 15 a 24 años tiene sobrepeso y el 1,9 % obesidad. No obstante, el 33,5 % de las personas que superan esa edad tiene sobrepeso y el 12,5 % obesidad. Además, desde Ikuspegi (Observatorio Vasco de Inmigración), en 2020 se realizó una encuesta sobre percepciones y actitudes en torno a la discriminación en Euskadi y el 32,5 % de las personas sentía que había sido discriminada por su peso muy frecuentemente. Por eso, y para crear un activismo gordo que estudie las políticas que atraviesan a estos cuerpos, entre el 9 y 11 de septiembre se celebraron en Gernika las primeras jornadas contra la gordofobia en Euskadi, que llevaron por nombre “Ezin kabitu” y al que acudieron alrededor de 150 personas. Durante estos días hubo talleres, mesas redondas y charlas de activistas de todo el país, entre ellas, Magdalena Piñeyro.
Invisibilización cultural
Las personas gordas no tienen referentes ni en los medios de comunicación ni en las producciones audiovisuales y esto provoca que las niñas y niños con cuerpos gordos crezcan pensando que su cuerpo está mal. “Al hacer esa asociación y ver nuestro cuerpo desde la negatividad, nos convencemos de que hay que modificarlo, pero lo hacemos desde el odio y el maltrato”, señala Piñeyro. Y es que, como explica, desde los medios no se lanza el mensaje de cuidar la salud sin importar el cuerpo y el peso que una tenga, sino todo lo contrario: “El mensaje es que hay que estar delgado, cueste lo que cueste, incluso a costa de nuestra salud”.
Además, hay que tener en cuenta otro error que cometen los productos culturales cuando aparece un personaje gordo. Andrea Trenco, que estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la UPV/EHU, es consciente de que tienen que cambiar sus guiones: “Vivimos en una sociedad gordófoba y se ve en los productos que consumimos. La publicidad se enfoca en mostrar a personas delgadas, en las películas lo mismo y cuando aparece una persona gorda solo hace de gorda, no aporta nada más”. Y continúa: “Además, creo que se hace excesivo humor a costa de los cuerpos gordos y no es el momento. Primero, hay que luchar contra la gordofobia y cuando la sociedad cambie su mirada, hacer humor, porque ahora solo hace daño”.
“Al ver nuestro cuerpo gordo desde la negatividad, nos convencemos de que hay que modificarlo, pero lo hacemos desde el odio”, dice la activista y escritora Magdalena Piñeyro
Magdalena Piñeyro, agente de igualdad experta en gordofobia, corrobora estas palabras: “La gente gorda es casi invisible en las producciones culturales y las pocas veces que aparecemos lo hacemos de la mano de la risa y la humillación. El gordo es un chiste de sí mismo. La gorda no es quien actúa. La protagonista en todo momento es la gordura, presentada como una masa informe que habla por sí misma y desde sí misma con la única y exclusiva meta de hacer reír desde la ridiculización de su cuerpo marcado como el diferente. Y cuando no queda espacio para la risa, ocupa su lugar la lástima”.
Discriminación estructural
Es importante entender que la gordofobia afecta a las personas gordas en todos los aspectos de su vida. Es, como dice Piñeyro, una discriminación estructural, porque son discriminadas en los centros médicos, los centros educativos, en la calle o buscando empleo. Todo un mundo diseñado para excluir esos cuerpos. “No hay un solo lugar al que vaya y no reciba gordofobia. Hasta cuando cojo el transporte público hay asientos en los que no quepo y eso es gordofobia también, el mobiliario en el que no cabemos”, concluye.
En lo que respecta al trabajo, en su libro Stop Gordofobia y las panzas subversas se explica cómo todas las personas gordas han tenido que enfrentarse a algún anuncio de empleo que terminara con un “se requiere buena presencia” y cómo pensaron un “¡mierda!”, porque, como explica la activista Piñeyro, la gordura no se enmarca dentro de la “buena presencia” porque eso no significa solo vestirse bien, estar limpia, perfumada o incluso ser educada… No. La buena presencia implica también ser una persona delgada.
Lo mismo pasa en el sector médico donde a menudo se asocia el estar gordo con enfermedad y la delgadez con salud cuando no tiene por qué ser así, afirma Raquel Lobatón, nutrióloga incluyente, de Ciudad de México. “Muchas médicas y médicos trabajan bajo un enfoque pesocentrista, porque fueron educados en una cultura gordofóbica”, dice. Una forma de trabajar totalmente distinta a la de Lobatón cuyo enfoque es el de salud en todas las tallas, de ahí lo de nutrición incluyente. “Estamos muy cegados en que la única manera de ganar salud es perdiendo peso y no es cierto”, acaba.
El remedio que utiliza el personal médico para hacer que sus pacientes pierdan peso siempre es el mismo: dieta o algún tipo de intervención quirúrgica. Cuando, según Lobatón, las dietas hipocalóricas para perder peso, lejos de funcionar, hacen daño. Es más, no solo no funcionan en el sentido de que no permiten la pérdida de peso permanente —porque está demostrado que el 95% de las personas que pierde peso con cualquier tipo de intervención o dieta lo recupera en un periodo de entre dos y cinco años y dos terceras partes suben más de lo que habían bajado—. Además, hacer dieta, continúa la nutrióloga, incrementa los riesgos de padecer un trastorno de la conducta alimentaria, deteriora la relación con la comida y con el cuerpo y tiene impactos negativos en la salud metabólica, por los ciclos de subida y bajada de peso constantes.
“Se hace excesivo humor a costa de los cuerpos gordos y no es el momento. La sociedad tiene que cambiar su mirada, porque ahora solo hace daño”, dice Andrea Trenco
Itziar Elizalde, pamplonica de 23 años, y Peio Goienoetxea, getxotarra de 37, saben lo que es sentirse heridos en un centro de salud por comentarios gordofóbicos o miradas que transmitían lo mismo. “Fui a una revisión de ginecología porque tuve un retraso. Directamente me dijeron que podía estar relacionado con subidas y bajadas de peso. Entonces, me pesaron. Cuando dije que iba a empezar a acudir a la dietista, me dijeron que en cuanto adelgazase un par de kilos se me regularía la regla y me citaron cinco meses después. No me hicieron ninguna prueba más, ninguna exploración. Podía haber diferentes motivos por el cual yo tenía un retraso, pero solo pensaron que el problema estaba en mis kilos”, recuerda con impotencia Elizalde. “Para la siguiente consulta había bajado diez kilos y tenía la menstruación más regulada. Fue cuando la ginecóloga me dijo que había cambiado de rango: había pasado de ser obesa a tener sobrepeso, cuando nunca he tenido obesidad porque me lo dijeron así los médicos especialistas. Sin embargo, lo peor fueron las formas, el tono, lo dijo como si no importaran mis sentimientos. Ella ni siquiera tenía que evaluar mi peso, no había ido por eso. Se me quedó un mal cuerpo...”.
Goienoetxea sintió esa discriminación en el podólogo, pues tiene fascitis plantar en uno de los pies. “Directamente me dijo que tenía esa dolencia por mi peso. Entiendo que estar gordo no ayuda, pero otros motivos han podido causarla y no se han tenido en cuenta por mi peso. Sé que, si hubiera sido una persona delgada, habrían investigado por otras vías”, asegura. Y eso es gordofobia médica; asociar cualquier dolencia de una persona gorda a su peso. Lo que tiene, como se explica en el libro de Magdalena Piñeyro, una terrible consecuencia: “El peligro de estas prácticas de acoso de los médicos hacia las personas gordas, es que muchas de nosotras nos negamos a volver salvo que ya no podamos más del dolor y esto supone un riesgo para nuestras vidas”. Y esa es la realidad de las personas gordas. Sienten, como remarca Piñeyro, pánico de ir al médico, porque saben que, aunque vayan por un pelo enconado se las recordará que son gordas y tienen que adelgazar, aunque el peso no tenga nada que ver con la consulta y quizás estén sanísimas. “Y esta presión, sumada a la social, a la familiar, nos ahoga, deprime y asfixia. Y en ocasiones nos quita las ganas de vivir, porque lo que hacen es enviarnos un mensaje sumamente cruel: que este cuerpo que tenemos no merece ser vivido”, comparte.
Además, por si ese sufrimiento fuera poco, las personas gordas dejan de hacer cosas que les gustan por las miradas y juicios ajenos. Esas miradas que se posan sobre su cuerpo desde la superioridad y les hace creer que los suyos ni son atractivos ni deseables. Entre las personas entrevistadas las cosas que más se repiten son vestir libremente, ir a la playa y comer en un sitio público. “Sí que he dejado de hacer cosas. A la playa no voy desde hace años y no porque no me guste, sino porque me siento observado por ser una persona gorda y no me gusta esa sensación. Y habrá muchas cosas más que no haga, pero lo tengo tan interiorizado de toda una vida, que la playa es la única que sé reconocer”, confiesa Goienoetxea. Neith Pérez, además de compartir los mismos problemas con la playa, reconoce que hasta hace poco tenía problemas con la vestimenta, con llevar tops o pantalones de tiro alto o bajo. Antes siempre vestía sudaderas anchas, para que no se apreciara su cuerpo, solo por no sufrir esa ansiedad del qué dirán. Ahora, sin embargo, se está poniendo tops, porque se siente mejor consigo misma.
Mitos gordófobos
Alrededor de los cuerpos gordos hay mucha desinformación y, además de ser estigmatizados y odiados por la sociedad, protagonizan numerosos mitos. Uno es que la gordura es una enfermedad, pero la OMS aclara que no es cierto, ya que es un factor de riesgo, es decir, una circunstancia que aumenta la posibilidad de contraer una determinada enfermedad o lesión, como lo son la edad, el tabaco o el alcohol. La nutrióloga Raquel Lobatón añade a la lista otro mito: los cuerpos gordos son defectuosos e imperfectos. “Vivimos con la creencia de que todas las personas deben ser delgadas, es como un imperativo moral. Y no es cierto. La diversidad corporal existe, pero sigue la creencia de que la delgadez es una virtud, que otorga superioridad”.
Magdalena Piñeyro en Stop Gordofobia y las panzas subversas identifica tres mitos más. Por un lado, está el mito de descontrol y la falta de fuerza de voluntad, que señala que las personas gordas son indisciplinadas y se pasan el día sentadas atiborrándose a comida basura. Por otro, el de la opulencia y el egoísmo, que muestra que las gordas son gente egoísta incapaces de compartir la comida y, por último, el mito de la amenaza medioambiental, que indica que quien es gordo es responsable del cambio climático, porque es un vago que no camina y siempre va en coche o transporte público.
Sin embargo, esta filósofa activista está convencida de que para acabar con estas ideas falsas hay que señalar la heterogeneidad del estereotipo, es decir, cuando se dice que todas las personas gordas comen mucho, no hacen deporte y son perezosas, lo que se hace es homogeneizar a un grupo que es heterogéneo. Invisibiliza la diversidad de comportamientos y de costumbres. “Hay muchas realidades diferentes. Al final, esos estereotipos solo sirven para estigmatizarnos y excluirnos”, termina.
La perspectiva psicológica
La gordofobia, por tanto, es una violencia que se ejerce en todos los ámbitos de la vida y que afecta a nivel psicológico a quien la sufre. La algorteña Carmina Serrano, doctora en Psicología, confiesa que no le gusta este término: “Hemos creado este neolenguaje para crear insultos. Me gustaría recuperar las palabras prejuicio y desprecio, porque la fobia es una patología, un miedo que, en este caso, no corresponde. La realidad es que la sociedad desprecia a los cuerpos gordos”.
Serrano sostiene que detrás de la gordofobia están quienes han decidido que la belleza de la mujer está relacionada con la delgadez y asegura que esas personas son hombres misóginos que han creado una imagen ideal, pero no real. “Las mujeres miramos el mundo a través de los ojos de los hombres, porque son los que tuvieron acceso a la educación y los que han descrito el mundo desde su perspectiva. Ellos dictan las características de una mujer atractiva”. El problema, continúa, aparece cuando una persona se escapa de esos cánones, que se presentan cada día en redes sociales, porque intentan copiar esos cuerpos editados con Photoshop que son seres irreales, semejantes a maniquíes. “Todos los seres humanos nos creamos una imagen de nosotros que no es factible, y, por ello, la inmensa mayoría de las mujeres vivimos en una situación permanente de conflicto entre cómo debería ser nuestro cuerpo y cómo es. Para sobrevivir hemos tenido que acomodar nuestros sentidos y emociones, lo que vivimos y deseamos a lo que ellos decidan, porque si no, no vivimos”, asegura. Y todo esto provoca que los trastornos alimenticios aparezcan, según Serrano, en la adolescencia, aunque cada vez se vean casos en personas más jóvenes.
Por eso, además de analizar el problema desde el punto de vista sociológico, es importante hablarlo desde la psicología, porque a menudo se dice que el estar gordo es cuestión de metabolismo o biología. Sin embargo, Serrano piensa que no siempre es así: “Para mí una persona que no puede controlar su alimentación tiene que ver con situaciones difíciles por las que ha pasado, en las que no ha sido bien atendida, porque la imagen que uno tiene de sí mismo, la regulación que uno tiene de lo que come, de cómo vive o cómo se siente no está determinado por la genética”. De hecho, asegura que se crea en la relación que se tiene con los padres y madres desde el nacimiento, porque, muchas veces son los familiares los que están obsesionados con la delgadez.
“Estamos muy cegados en que la única manera de ganar salud es perdiendo peso y no es cierto”, dice la nutrióloga incluyente Raquel Lobatón
Otra afirmación errónea, según la doctora, es que perder peso depende de la fuerza de voluntad y tampoco cree que la solución sea imponer dietas o medicamentos a las personas con sobrepeso, porque es un camino que no soluciona nada: “Mi experiencia es que los nutricionistas y otros médicos tienen una perspectiva gordófoba, porque no tienen nociones de psicología. No se dan cuenta de que, detrás de ese modo de comer, puede esconderse un trauma”. Piñeyro está totalmente en contra de que tras la gordura se esconde siempre un trauma, ya que considera que no tiene ninguna base científica y que está llena de prejuicios, porque ninguna gordura es unicausal.
Peio Goienoetxea, sin embargo, ha echado de menos un acompañamiento psicológico desde Osakidetza: “Quiero bajar de peso para mejorar calidad de vida, por lo que empecé un tratamiento para colocar un balón gástrico. Al final, no pudo ser, porque en periodos de mucha ansiedad como mucho, mal y engordo. Cuando te dicen que tienes que perder muchos kilos, no hay un acompañamiento psicológico que te ayude en el proceso. No analizan de dónde viene esa necesidad de comer, de dónde viene esa ansiedad y tiene poco sentido ponerme el balón gástrico para adelgazar si cuando me lo quiten, viviré otro periodo de ansiedad con el que volveré a engordar, porque no sé controlarlo”.
Sí, las personas que han dado su testimonio coinciden en que es muy difícil ser gordo en esta sociedad, pero también están de acuerdo en que hay que reapropiarse de esa palabra para que deje de doler, porque, como dice Piñeyro, es fundamental verla como un adjetivo descriptivo, quitarle las connotaciones negativas, para desestigmatizar los cuerpos gordos y romper con la gordofobia. Además, es clave trabajar la diversidad de cuerpos en los centros escolares y dejar de decir, como señala la escritora, que quererse es una cuestión de actitud, porque “es imposible quererse en un mundo que te odia”.