Green European Journal
A las puertas de la sexta extinción masiva: ¿cómo podemos evitarla?

El cambio climático constituye la amenaza existencial más grave de todas. Muchos expertos creen que la extinción global es igual de peligrosa. ¿Y si dejásemos que la naturaleza volviese a adueñarse de la mitad del planeta?
Doñana Abril 2023 - 4
Una Cigüeñuela busca alimento en el Charco de la Boca, en el Parque Nacional de Doñana. David F. Sabadell
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11 dic 2023 06:00

Es habitual referirse a la crisis climática como la principal amenaza vital a la que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. De hecho, es un tema cada vez más evidente, no solo a través de los medios de comunicación, sino debido también a su impacto directo en la vida de las personas. Hoy en día, la única manera de no ver los efectos de la crisis climática es ignorándolos deliberadamente. Sin embargo, el término “crisis climática” no logra abarcar del todo la relación patológica y autodestructiva que la civilización industrial moderna impone al resto de las formas de vida de nuestro planeta.

El calentamiento global del planeta es la consecuencia más evidente de esta relación con la naturaleza, que la considera un mero recurso para la industrialización. Lo que no resulta tan evidente a nivel mundial es lo que los científicos denominan la “sexta extinción masiva” o la “crisis de la biodiversidad”. De hecho, muchas especies desaparecen sin que nadie lo perciba.

Según la definición actual, una extinción masiva es la pérdida de al menos tres cuartas partes de todas las especies biológicas en un periodo de tiempo inferior a tres millones de años (un periodo de tiempo geológico corto). Si bien las cinco extinciones masivas anteriores se debieron a causas naturales, la que estamos viviendo en estos momentos es consecuencia de una actividad humana insostenible. Por esta razón, hay quien prefiere llamarla “exterminio masivo” de especies perpetrado por la humanidad.

La densidad de la vida biológica está disminuyendo de forma drástica. Más de 500 especies de vertebrados terrestres están al borde de la extinción y probablemente desaparecerán en los próximos 10 años. Además, una de cada cinco especies de reptiles y una de cada ocho especies de aves están en peligro de extinción, así como el 40 % de las especies vegetales. La fauna salvaje mundial ha disminuido un 69 % en los últimos 50 años.

La extinción podría llegarnos a todos

Los grupos ecologistas y activistas por la protección del medio ambiente no son los únicos que deberían preocuparse por la diversidad. La extinción masiva puede tener un impacto devastador para todas las personas del planeta.

Según las estimaciones de la organización Swiss Re, más de la mitad del PIB mundial depende de una biodiversidad y unos servicios ambientales eficientes. De forma paralela, muchas regiones del mundo dependen de ecosistemas que filtran el agua como humedales y bosques, muy vulnerables a la pérdida de biodiversidad. Otra de las amenazas que conlleva la extinción masiva es una mayor frecuencia de pandemias.

Asimismo, los sistemas alimentarios dependen en gran medida de la biodiversidad, lo que significa que la seguridad alimentaria pende de un hilo cuando los ecosistemas desaparecen. Por ejemplo, el colapso de las poblaciones de insectos y de los ecosistemas que dependen de ellos podría desencadenar una crisis alimentaria. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) alertó de la grave amenaza que el declive de la población de abejas supone para la seguridad alimentaria de todo el mundo. Los insectos polinizan más de tres cuartas partes de los cultivos de nuestra agricultura y más del 80 % de las plantas silvestres. Según los datos de la ONU, el 95 % de nuestros alimentos procede de la tierra, pero cerca del 40 % del suelo del planeta se encuentra en un estado de extrema degradación a causa de prácticas agrícolas insostenibles. La crisis alimentaria podría agravarse a medida que desaparezcan microorganismos del suelo que son esenciales para las cosechas. Aunque la agricultura depende de la biodiversidad, está acelerando su deterioro.

“La pérdida de biodiversidad suele ser permanente e irreversible. Cuando una determinada especie desaparece, ya no se puede recuperar”

Además de la agricultura, existen otras muchas actividades antrópicas que amenazan la biodiversidad, como la sobreexplotación del medio marino, el consumo insostenible de los recursos naturales, la crisis climática, la contaminación, el tráfico, la contaminación lumínica y las especies alóctonas invasoras que irrumpen en los ecosistemas locales de forma directa como consecuencia de la actividad humana o indirecta por el cambio climático (que es causado a su vez por la especie humana). Todos estos problemas en conjunto constituyen una amenaza para más de un millón de especies salvajes que están cada vez más cerca de la extinción.

Aunque consiguiéramos evitar la extinción masiva, la naturaleza tardaría entre cinco y siete millones de años en recuperarse y alcanzar un nivel de biodiversidad similar al que tenía antes. A diferencia del clima, que puede volver a su estado original (al menos en teoría), la pérdida de biodiversidad suele ser permanente e irreversible. Cuando una determinada especie desaparece, ya no se puede recuperar. La afirmación de que la sexta extinción masiva es una auténtica tragedia que está sucediendo ante nuestros ojos es una verdad a medias porque ni siquiera somos capaces de apreciar la magnitud real de los daños.

El apocalipsis de los insectos

Hay un elemento de la extinción masiva actual que merece una atención especial: se trata del “apocalipsis de los insectos”, un descenso vertiginoso de las especies de insectos y también de las poblaciones de insectos. Los insectos conforman el grupo de organismos más diverso del planeta, pues representan las dos terceras partes de las especies zoológicas. Este grupo se enfrenta al mayor peligro de extinción, con una pérdida media del 2 % anual.

Las principales causas de este descenso radical son la deforestación, los pesticidas, el uso excesivo de fertilizantes nitrogenados, la contaminación lumínica y el cambio climático. El impacto de un clima cada vez más caluroso ha sido muy acusado en las poblaciones de insectos en los últimos tiempos. Este cambio ha sido nefasto para los insectos.

Pero el cambio climático también puede provocar la proliferación de algunas especies, como ha sucedido con las plagas de escarabajos de la corteza en República Checa. Muchos bosques locales proceden de monocultivos de abetos que han visto mermada su resistencia a las plagas de insectos, por lo que la existencia de estos insectos resulta insostenible.

Una especie que ha padecido especialmente este “apocalipsis de los insectos” es la abeja. La disminución de la población de abejas en la última década obedece a una combinación de factores, entre los que destacan la pérdida de diversidad genética y la aparición de determinados virus. Una cuarta parte de las especies de abejas están en peligro de extinción y la cifra de colonias de abejas en Norteamérica ha disminuido de 6 millones en el año 1947 a 2,7 millones (en la actualidad). La realidad de las abejas confirma una tendencia entre las especies biológicas: no solo se enfrentan a la extinción, sino que la regresión de su diversidad las hace menos resistentes y adaptables a los estresores ecológicos y antropogénicos.

El Acuerdo de París por la biodiversidad

¿Qué se puede hacer al respecto? Hay iniciativas encaminadas a resolver esta situación, al menos desde el punto de vista oficial. Una de las más importantes es la Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad, una iniciativa homóloga a las conferencias de la ONU sobre el clima. La COP15, la decimoquinta conferencia internacional de esta índole, tuvo lugar en Montreal a finales del año pasado, después de que la pandemia provocara el aplazamiento de su celebración. La mayoría de las negociaciones que se han llevado a cabo hasta la fecha han sido ostensiblemente similares a las de otras conferencias sobre el clima: se plantean unos debates complicados que culminan en acuerdos alentadores, pero no son lo bastante ambiciosos y rara vez se llegan a poner en práctica.

No obstante, los gobiernos nacionales acuerdan nuevos objetivos para la preservación de la biodiversidad cada diez años. Así ocurrió en el año 2010 en Nagoya (Japón), donde los países firmantes se comprometieron a reducir a la mitad la pérdida de hábitats naturales y a ampliar las áreas protegidas en un 17 %. A pesar de que estos objetivos eran bastante modestos, no llegaron a cumplirse. Es más, en la última década no se logró ninguno de los objetivos cuantificables establecidos. Por lo tanto, podemos afirmar que el progreso de la diplomacia medioambiental y de los compromisos compartidos ha sido eminentemente teórico.

En cualquier caso, las esperanzas depositadas en la COP15 eran muy elevadas. Había quien esperaba que se convirtiera en un acontecimiento revolucionario que pudiera dar pie al “Acuerdo de París para la biodiversidad”, es decir, un documento de referencia que confirmara que los gobiernos son plenamente conscientes de los riesgos que entraña la pérdida de biodiversidad. Ahora bien, el documento resultante, titulado Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), no es más que un vago compromiso. Apela a la adopción de medidas urgentes para detener e invertir la pérdida de biodiversidad. La tasa y el riesgo de extinción de todas las especies deben reducirse en un 20 % para el año 2030 y multiplicarse por diez para el año 2050 (en comparación con la situación actual), pero no existe ningún compromiso claro que pueda conducir a un aumento de las poblaciones de especies amenazadas para el año 2030. Por si fuera poco, el documento carece de criterios específicos y cuantificables que puedan traducir estos objetivos generales en unos planes concretos.

Cada año se emplean más de 1.800 millones de dólares en todo el mundo para subvencionar actividades que destruyen el medio ambiente

Una gran parte de las personas que participaron y asistieron a la conferencia consideraron que la prioridad principal es el objetivo de 30x30, que consiste en proteger el 30% de la superficie terrestre y acuática del planeta, especialmente las zonas más vitales para la biodiversidad mundial, como son la Amazonia, la cuenca del Congo e Indonesia. Esto pone de manifiesto que algunos países tienen una mayor responsabilidad en la protección de la biodiversidad que otros. Sin embargo, muchos de estos países suelen estar en vías de desarrollo y basar su PIB en la expansión de la producción agrícola. Si se pretende que redefinan su posición en la economía mundial, es poco probable que puedan hacerlo por sí solos, y es aquí donde entra en juego la cuestión del apoyo financiero por parte del Norte Global, quién a menudo se aprovecha de la importación de alimentos baratos, pero suele negarse a apoyar económicamente la transformación de una producción agrícola insostenible. Es imprescindible reformar el sistema de subvenciones para solucionar la crisis de la biodiversidad. Cada año se emplean más de 1.800 millones de dólares en todo el mundo para subvencionar actividades que destruyen el medio ambiente: la agricultura de altas emisiones, la ganadería industrial, la tala masiva de bosques y el uso de fertilizantes industriales contaminantes.

Otro de los puntos más importantes es la consolidación de los derechos de los pueblos indígenas, legitimando su ubicación en dichas zonas y reconociendo su papel de “guardianes” ante la transgresión de las normas de protección de los ecosistemas. También es relevante la demanda de reducción en el uso de pesticidas a la mitad de aquí al año 2030.

Por otro lado, en el acuerdo no existe mención alguna acerca de la necesidad de cambiar nuestros hábitos alimentarios, y eso que será prácticamente imposible lograr un gran avance en la protección de la biodiversidad sin una reducción considerable de la industria cárnica y, por ende, del consumo de carne. Según algunos estudios, deberíamos reducir el consumo mundial de carne en un 90 % aproximadamente, pero hoy por hoy estas medidas no parecen viables a corto plazo. En el mejor de los casos podemos albergar la esperanza de conseguir una reducción parcial y que la hoja de ruta para el cambio de los hábitos alimentarios se apruebe en la COP16, que tendrá lugar en Turquía a finales de 2024.

La mitad del planeta de vuelta al estado salvaje...

Hasta la fecha, la diplomacia medioambiental ha cosechado poco éxito y algunos logros parciales, pero no por ello puede decirse que los esfuerzos no hayan dado fruto, sino más bien todo lo contrario. Nuestra experiencia actual acredita que la protección de la biodiversidad funciona. Los últimos estudios demuestran que, sin la implementación de medidas para la protección de la biodiversidad, el avance de la extinción masiva sería entre tres y cuatro veces peor. Por consiguiente, las medidas pueden ser eficaces. El problema es que son muy pocas y su puesta en práctica es lenta.

En la actualidad, solo el 17 % de las zonas terrestres y el 10 % de las marinas están protegidas de alguna forma, pero esto no es suficiente. El hecho de que apenas nos quede un pequeño porcentaje de espacios naturales protegidos es un claro indicador de cuánto hemos transformado la biosfera en los últimos siglos. La forma en que hemos tratado al planeta hasta ahora, y considerarlo como algo “normal” es lo verdaderamente extremo, y no las propuestas para fijar unos límites sostenibles a la actividad humana.

Si no somos capaces de establecer límites sostenibles a la actividad humana por voluntad propia y consenso, la naturaleza acabará estableciéndolos en nuestro lugar

Si no somos capaces de establecer esos límites por voluntad propia y consenso, la naturaleza acabará estableciéndolos en nuestro lugar y quizás lo haga de una forma bastante cruel. Entregar parte del planeta a la naturaleza salvaje no es un simple alegato moral de quienes protegen y aman la naturaleza, sino una mera medida de autoconservación por nuestro propio bien. Este tipo de medidas serían beneficiosas no solo para frenar la extinción masiva, sino también para hacer frente a las emisiones de carbono, que serán un elemento clave a la hora de estabilizar el clima y mantener el planeta habitable. Ser consciente de la verdadera situación climática y medioambiental es como despertar de un sueño o de una hipnosis inducida por la sociedad consumista, que nos hace creer, en nuestra falsa comodidad, que todo va bien. Y nada más lejos de la realidad.

… y la otra mitad hacia un socialismo verde

Teniendo en cuenta todo lo anterior, deberíamos tomarnos muy en serio la propuesta de devolver la mitad de nuestro planeta a la naturaleza. Esto es lo que hacen también los autores de Socialismo de medio planeta, pues desarrollan la idea del sociobiólogo E. O. Wilson a través de la perspectiva de la teoría socialista. Su planteamiento es claro: la mitad del planeta para la naturaleza y la otra mitad para el socialismo. Su interpretación del desarrollo de una “utopía científica” parece prometer un gran futuro para algunas personas, mientras que para otras puede resultar una pesadilla distópica. Echemos un vistazo a sus conclusiones sobre la construcción de un mundo sostenible: en primer lugar, el veganismo generalizado y, por consiguiente, la reducción de las tierras dedicadas a la agricultura (como requisito para la resalvajización de la mitad de la Tierra); en segundo lugar, la imposición de cuotas energéticas; en tercer lugar, la planificación no mercantil como estrategia de transformación ecológica; y en cuarto lugar, la democracia socialista como piedra angular de la vida política.

En esta época de soluciones parciales e insuficientes, los autores tratan de mantenerse en contacto con la realidad de la crisis climática y medioambiental, en lugar de obedecer al “realismo” capitalista que nos conduce por los caminos del libre mercado, la competencia y el crecimiento ilimitado, presentándolos como la forma suprema de la vida económica.

La devastación que está sufriendo la vida de nuestro planeta es una denuncia contundente contra el capitalismo que ha llevado a la biosfera al borde del colapso y la extinción durante siglos. El mero hecho de encontrarnos en esta situación nos lleva a exigir lo “imposible”. La idea de que podemos seguir avanzando en la misma dirección sin ninguna interrupción resulta peligrosamente utópica e insostenible. La propuesta del Socialismo de medio planeta es de una racionalidad inconmensurable en lo que respecta a la continuidad de nuestra vida en la Tierra. Si no es posible alcanzar una sociedad sostenible y un planeta habitable a través de la economía de mercado, entonces no podemos empeñarnos en mantener este modelo económico. Dejar la mitad del planeta a la naturaleza salvaje y la otra al veganismo socialista no es una idea tan descabellada como podría parecer.


Este artículo se publicó por primera vez en checo en A2larm.

 


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