Green European Journal
Trabajar menos y no de forma más inteligente

Los argumentos a favor de políticas como la reducción de la jornada laboral y la renta básica universal suelen basarse en su capacidad de aumentar la productividad. Sin embargo, maximizar la producción no es lo que el planeta y sus habitantes necesitan. ¿Cómo podemos cambiar este discurso?

Miembro del Partido Verde en la Cámara de los Lores del Reino Unido.

21 mar 2025 07:41

La idea de normalizar la semana laboral de cuatro días sin reducción salarial (y sin jornadas más largas) está adquiriendo popularidad y se está empezando a implementar en Europa y otros lugares. Los estudios están constatando (como cabía esperar) que la semana laboral de cuatro días mejora la salud y el bienestar de la plantilla, facilita la conciliación de la vida laboral y familiar, permite disfrutar de una vida social y participar en actividades comunitarias, y aumenta la tasa de retención de empleados. Estos resultados quedaron confirmados por el mayor proyecto piloto sobre la semana laboral de cuatro días realizado en el mundo hasta la fecha, un ensayo que se llevó a cabo en el Reino Unido en el año 2022.

​En cierto sentido, una de las señales del fracaso de la política y la economía de finales del siglo XX ha sido la interrupción del prolongado esfuerzo por redistribuir el tiempo, cuyo propósito no era otro que alejarse de las interminables y agotadoras jornadas laborales del siglo XIX para acercarse a la propuesta de John Maynard Keynes de una semana laboral de 15 horas (o de 21 horas, planteada hace más de una década por la New Economics Foundation). Esta suspensión fue en detrimento de las personas y el planeta, beneficiando únicamente a unos pocos. De hecho, la «Gran Ecualización» de la riqueza que tuvo lugar a finales del siglo XX, en la era de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, también supuso un considerable aumento del tiempo familiar que se dedicaba al trabajo remunerado, ya que muchas mujeres se incorporaron al mercado laboral. Hoy en día, es imprescindible que las familias cuenten con dos ingresos para poder vivir con cierta calidad de vida en muchas partes del mundo.

​No es a lo que me refería

​Aunque las ventajas de la reducción de la jornada laboral saltan a la vista, hay una cuestión que debería hacernos reflexionar concienzudamente sobre qué es exactamente lo que pretendemos lograr. Un artículo del Foro Económico Mundial proclama que la semana de cuatro días en realidad aumenta la productividad. Y añade: “Trabajar de forma más inteligente y no más ha sido el mantra de los asesores de gestión durante décadas”.

Llevo mucho tiempo diciendo que esta es una compensación que los políticos tenemos que ofrecer en un mundo poscrecentista: vivir con menos cosas, pero con más vida.

Esta visión asocia la reducción de la jornada laboral al modelo donde la mente siempre está conectada al trabajo, en lugar de relacionarla con un entorno de amistades y apoyo social más agradable, relajado y distendido. Es más, la campaña global por la semana laboral de cuatro días, que ha impulsado varios proyectos piloto por todo el mundo, ha registrado el modelo «100:80:100» (100 % de salario, 80 % de tiempo, 100 % de productividad). Según ellos, “para implementar con éxito la semana laboral de cuatro días es imprescindible mantener el rendimiento”¹.

Seguimos arrastrando el problema cultural que la antropóloga ambiental Marie-Monique Franssen identificó: “Glorificamos a quienes son ultraproductivos y ultraactivos”. Y, tal como ella señala, esto no solo es perjudicial para nuestra salud, sino que también contribuye a destruir el planeta.

​Desde una perspectiva poscrecentista, podemos responder a esta versión productivista de la semana laboral de cuatro días con las palabras de J. Alfred Prufrock de T. S. Eliot: “Eso no es en absoluto a lo que me refería”. Jason Hickel, uno de los principales exponentes del movimiento decrecentista, explica en Menos es más: Cómo el decrecimiento salvará al mundo (Capitán Swing, 2023) que “en lo que respecta al capital, el motivo de aumentar la producción no estriba principalmente en satisfacer unas necesidades humanas concretas o en mejorar los indicadores sociales. Consiste más bien en extraer y acumular un volumen de beneficios cada vez mayor. Ese es el máximo objetivo... Todas las industrias, todos los sectores, todas las economías del mundo deben crecer, constantemente, sin un horizonte final definido”. La intensidad de emisiones de carbono (y otros daños medioambientales) del crecimiento puede reducirse, pero no es posible desvincular ambos factores, como demostró Tim Jackson en Prosperidad sin crecimiento (Icaria, 2011). Por lo tanto, se puede decir que el aumento de la productividad es algo que el planeta no puede soportar. O, citando de nuevo a Hickel: “El “crecimiento verde” es una quimera”.

​Llegó la hora de la RBU

​Sin embargo, ¿significa eso que el poscrecimiento y la semana laboral de cuatro o tres días no pueden ir de la mano? Claro que no. La semana de 40 horas ya es cosa del pasado, como ha quedado patente en el Reino Unido, donde las largas jornadas laborales (y los tiempos de desplazamiento) están relacionadas con una salud y un bienestar públicos deficientes.  

​La reducción de la jornada laboral es un objetivo público, por ende, político. Nadie yace en su lecho de muerte y se lamenta: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina”. De hecho, llevo mucho tiempo diciendo que esta es una compensación que los políticos tenemos que ofrecer en un mundo poscrecentista: vivir con menos cosas, pero con más vida. ¿Por qué no plantearnos una reducción de la jornada laboral en lugar de luchar por el crecimiento del PIB?

​Quizás debamos abordar esta cuestión desde el otro lado, analizando dónde reside el poder, quién decide en qué consiste el trabajo remunerado, quién participa en él y durante cuánto tiempo. La población de los países del Norte Global está envejeciendo, lo que se traduce en una reducción del número de personas en edad de trabajar. Es el horizonte hacia el que nos encaminamos o que ya estamos contemplando, al margen de cuánto tardemos en alcanzarlo.

¿Y si hubiera una alternativa? ¿Y si existiera una renta básica universal (RBU), un pago, un derecho garantizado al ser aceptado como miembro de la sociedad, que sea suficiente para satisfacer las necesidades básicas? Nadie podría entonces decirte “consigue un trabajo, cualquier trabajo”, sin pena de caer en la miseria si te niegas a acatar.

Cuando me preguntan sobre los inconvenientes de una sociedad con RBU, mi respuesta es que se escribiría un montón de poesía mala.

​Esto no significa, y aquí viene la clásica réplica automática de la derecha, que mucha gente preferirá quedarse sentada en el sofá. Ese no fue el resultado que se obtuvo en la primera gran prueba experimental de RBU, en Manitoba (Canadá), en la década de 1970, donde la tasa de empleo se mantuvo a pesar de que hubo más jóvenes que prolongaron su etapa de formación. Por poner un ejemplo más reciente, el estudio finlandés sobre la RBU ha aportado nuevos datos que confirman que las personas que ahora han quedado excluidas del mercado laboral por motivos de pobreza o enfermedad tienen más posibilidades de encontrar empleo o trabajar más horas si se les da la oportunidad de invertir dinero, energía y tiempo en “prepararse para trabajar”.

​Poetas mediocres, ciudadanos libres

​De nuevo, cabe preguntarse cómo encaja esto con el concepto de poscrecimiento.

Los beneficios de la RBU se están evaluando actualmente en el mundo de la semana de cinco días, un mundo donde los ensayos de renta básica tienen un límite temporal (su principal inconveniente a la hora de comprender todos los posibles beneficios) y donde se ensalza el “trabajo a tiempo completo”. Eso no quiere decir que quepa alguna duda en cuanto al efecto positivo del trabajo remunerado más allá del aspecto económico. Ahora bien, tampoco hace falta que el trabajo remunerado sea excesivo. Un estudio tan fascinante como relevante descubrió que la “dosis” mínima de trabajo necesaria para obtener los máximos beneficios en materia de salud y bienestar era de ocho horas semanales².

Cuando me preguntan sobre los inconvenientes de una sociedad con RBU, mi respuesta es que se escribiría un montón de poesía mala. Esto nos lleva a otra cuestión que habría que abordar, incluso en una sociedad que haya implementado la RBU y una semana laboral de tres días: la creencia profundamente arraigada de que hay que utilizar el tiempo de forma productiva, incluso cuando no exista dinero de por medio. Aprende un idioma, lee un libro que te ayude a mejorar o busca un segundo trabajo (cuando hablo con la gente sobre la semana de tres días, a menudo mencionan este tema y es que tener varios trabajos es tan importante para su subsistencia hoy en día que es difícil imaginar una vida sin ellos). En un mundo donde se considera necesario competir día y noche para salir adelante, muchos niños crecen con esta mentalidad desde su más tierna infancia. El individuo es un producto que debe mejorarse constantemente para, en última instancia, trabajar a cambio de un salario (con suerte, un salario decente).

Todo esto es un artefacto de la ética laboral posindustrial del siglo XXI, en palabras de James A. Chamberlain. Sin embargo, ya en 1930, Keynes pensaba que uno de los problemas de la semana laboral de 15 horas sería que la gente no sabría qué hacer con todo ese tiempo “libre”. Sin embargo, ¿cabe sorprenderse cuando la crianza «eficaz» de los hijos, la escolarización, la atención médica, los sistemas de bienestar y los sistemas de justicia penal se juzgan en función de si sus productos están “listos para trabajar”, tal y como señala Kathi Weeks en El problema del trabajo: Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo (Traficantes de Sueños, 2020), el trabajo remunerado “no solo es el principal mecanismo de distribución de ingresos, sino también el instrumento básico de asignación de estatus y a menudo es la forma más importante, si no la única, de sociabilidad para millones de personas”.

Sin embargo, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la realidad de la vida ha sido muy diferente. Al parecer, las sociedades de cazadores y recolectores trabajaban una media de tres horas al día y los campesinos europeos medievales disfrutaban de cuatro o cinco meses de vacaciones al año, lo que compensaba con creces las semanas de seis días (cuyas jornadas que no eran más largas que las actuales). Fue el capitalismo, sumado a la ética protestante del trabajo, lo que despojó a la mujer y al hombre trabajadores de su tiempo, su energía y otras manifestaciones de su identidad.

Así que, si contemplamos el tiempo y el poscrecimiento de forma conjunta, resulta vital liberar nuestros cuerpos de las exigencias de quienes detentan el poder y nuestras mentes de la ética laboral desaforada.

¹: El que fuera mi primer jefe, el encantador Barry Clarke, ya fallecido, del periódico Cootamundra Herald de Australia, solía insistir en que toda la plantilla dejara lo que estuviera haciendo para tomar un té todos juntos por la mañana y que no se hablara de trabajo en ese momento. Esta costumbre contribuyó a que el lugar de trabajo se convirtiera en una comunidad para un grupo heterogéneo de personal que incluía a oficinistas, impresores y periodistas. Si esto todavía se hiciera hoy en día, ¿cumpliría con el modelo 100:80:100?
²: Cuando hablamos de poscrecimiento, obviamente nos referimos al Norte Global, donde los países consumen colectivamente entre cinco (EE. UU.) y tres veces (Reino Unido y Europa) su parte de los recursos del planeta cada año. En el Sur Global, beneficios de la RBU tales como el aumento de la productividad (constatado en un amplio estudio en Kenia) pueden contribuir positivamente a satisfacer las necesidades de la sociedad.

Green European Journal
Artículo publicado originalmente en inglés en el Green European Journal, publicado en El Salto de la mano de EcoPolítica con traducción de Guerrilla Translation.
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