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Guerra en Ucrania
“Quiero volver a casa”: el camino de vuelta de las refugiadas ucranianas
“Tengo miedo, pero tenemos que volver”, explica con decisión Swietkana, una mujer de 65 años de Kiev que ha estado en un centro habilitado para refugiados en Polonia, durante un mes, junto a su hija y su nieto: “Nos han tratado muy bien, no nos ha faltado de nada, pero mi hija tiene que volver a su trabajo y encontrarse con su marido”. Swietkana está de pie junto a un abultado equipaje al que no le quita ojo de encima, visiblemente nerviosa, en la estación de trenes de Przemysl. Mientras, su hija compra los billetes del tren que las llevará a Lviv (Leópolis) y ahí tendrán que coger otro tren que recorrerá más de 550 kilómetros hasta llegar a Kiyv, donde está su casa.
El mismo día que el mundo despierta horrorizado con las dramáticas imágenes de civiles asesinados en las calles de Bucha, situada a escasos 30 kilómetros en línea recta de Kiyv, esta mujer aparentemente frágil desea con todas sus fuerzas volver a la normalidad. Quizás sea este un ejemplo claro de la resiliencia del ser humano, esa capacidad de la que hablan los psicólogos de seguir hacia adelante después de haber vivido una experiencia traumática. Porque, además, nada indica que la paz vaya a llegar en un corto espacio de tiempo.
La bellísima estación de trenes de Przemysl, construida en la segunda mitad del siglo XIX, situada al sur de Polonia, a cuatro kilómetros del paso fronterizo de Medika, se convirtió en el punto de llegada masiva de refugiadas desde el comienzo de la guerra. Ahora es también el lugar elegido para volver.
“La gente necesita trabajar y mantener a sus familias. Vivir en Ucrania, aunque sea en otra región, es más cómodo que vivir fuera del país”, dice Oksana Kushnir
Desde aquí, sale un tren diario a las siete de la tarde a Lviv, una ciudad ucraniana situada a 80 kilómetros de la frontera con Polonia. El mismo al que se subirá Inna, una mujer alta y corpulenta de 37 años de etnia gitana que viaja con su madre y su hijo de nueve años. Han elegido un lugar apartado de la estación donde pasar las cinco horas de espera hasta que salga el tren soportando un viento gélido. Tendrán que hacer dos transbordos más hasta su ciudad, Dnipropetrovsk, situada al norte de Zaporiyia a orillas del río Dniéper, en la mismísima línea del frente. Esta localidad ha sido bombardeada por el ejército ruso pero Inna quiere volver porque su hijo de 18 años le ha pedido que regrese, no quiere estar solo. Su marido está luchando en otra parte del país. La ley marcial obliga a los hombres entre 18 y 60 años a permanecer en territorio ucraniano. A pesar de los horrores de la guerra, la primavera ha llegado y hay que limpiar los jardines. Es cuando ella encuentra trabajo para llevar algo de dinero a casa. También trabaja en el servicio doméstico.
Razones para volver
A Zoya Kugmenko la encontramos en el hall de la estación. Acaba de llegar desde Kiev. Ha venido a visitar a su familia para asegurarse de que están bien y tiene que volver a su trabajo en Italia donde lleva varios años viviendo. Durante su estancia en Ucrania han regresado muchos familiares y vecinas. Ella explica así las razones de la vuelta a casa de las mujeres refugiadas: “En primer lugar, los ucranianos que abandonaron la parte occidental del país, saben que no hay hostilidades activas y, por tanto, ya han comprobado que hay menos peligro. La segunda razón es que esas personas que huyeron se han quedado sin sus trabajos, se están gastando sus ahorros y saben que en Europa, a pesar de las facilidades que han tenido como refugiados, no va a ser fácil encontrar trabajo. Y en tercer lugar, quieren estar en su país y no en otra parte. La gente espera que esté tranquila la parte de Kiyv y Chernihiv, de donde se han retirado las tropas rusas. Pero la gente procedente de Járkiv, Jersón, Donetsk y del este de Chernihiv no regresan porque esa zona está muy mal”. Y esas mismas son las razones que expresan todas las refugiadas a las que preguntamos: “Quiero volver a casa, quiero volver al trabajo”. Quieren volver a una normalidad imposible.
Desde España, Oksana Kushnir profesora de español de la Facultad de Filología Hispánica de Lviv explica que la vida fuera del país no es nada fácil. Ella y su hijo de siete años viven en España desde que comenzó la guerra: “Si no fuera porque mi marido es español, yo también volvería. La gente necesita trabajar y mantener a sus familias. Y aunque de momento no vuelvan a sus casas, porque todavía no es seguro, vivir en Ucrania, aunque sea en otra región, es más cómodo que vivir fuera del país”.
Según el Gobierno ucraniano, más de 500.000 personas refugiadas han vuelto ya a sus hogares, principalmente a la parte occidental del país en relativa calma. Además del tren, cada 15 minutos sale un microbús de la estación de autobuses de Przemysl, situada junto a las vías de la estación de trenes, con dirección al paso fronterizo de Medika, donde pasan la frontera a pie. Una vez allí, les esperan sus familiares o buscan transporte con dirección a Lviv, lugar estratégico para viajar a otros lugares de Ucrania.
Guerra en Ucrania
La retaguardia de Ucrania La guerra que se respira en Lviv
El trasiego de gente que viaja a Medika es incesante. El personal voluntario de las organizaciones humanitarias se reparte para atender a las refugiadas que siguen llegando de Ucrania, aunque en un número bastante inferior que hace unos días. También a las que vuelven. Ayudan a las madres con el equipaje, con los niños y niñas, les informan del horario de autobuses y trenes, reparten chocolatinas, caramelos, botellas de agua, traducen a las periodistas y alimentan a las mascotas.
Entre ellas está Eva Ciszewica, de 37 años de edad, una mujer polaca que vivió siete años entre Cartaya, Lepe e Isla Antilla (Huelva) trabajando en el campo y la hostelería. Actualmente vive en Islandia y no ha dudado en abandonar su trabajo para venir a Polonia. “Me siento con el deber moral de ayudar, no me puedo quedar al margen de este drama”, explica Eva de camino al autobús mientras lleva la maleta de una mujer. La estación se convierte en un micromundo donde se mezclan voluntarios, policías, curas, monjas, testigos de Jehová y medios de comunicación.
La encrucijada de las abuelas
Entre las mujeres refugiadas, son las abuelas a las que más les cuesta decidir qué hacer. Si salen del país, dejan a sus hijos en el frente. Si se quedan, se separan de sus nietas y nietos que marchan al exterior. Entre ellas está Sofia, una mujer menuda y de pequeña estatura que derrocha una vitalidad incomprensible. No para de hablar con Eva, la voluntaria que nos traduce. Lleva un mes en Varsovia con su hija y sus nietos pero tiene un hijo en el frente. “Cuando me llama, me devuelve la vida, cuando no me llama siento que me muero”, explica. Ella espera en la cola del autobús que la llevará a Medika. Estará tres semanas en Ucrania para estar cerca de su hijo y luego volverá otra vez a Varsovia: “Echo de menos a mis nietos”. Sofía ha comprado algunos artículos en Polonia difícil conseguir en su pueblo, cerca de Lviv, y va cargada de bolsas.
Olga tiene un nieto que cumplió dieciocho años justo antes de comenzar la guerra y no pudo salir de Ucrania. Tampoco pudo salir su madre. Demasiado mayor y discapacitada debido a su avanzada edad. El resto de sus nietos están en Cracovia con su hija. Ella decidió quedarse en Ucrania pero vino hace dos semanas a ver a sus nietos. Ahora vuelve otra vez a su pueblo situado al norte de Lviv, muy cerca de la frontera con Polonia. Las tropas rusas bombardearon un cuartel militar situado a 60 kilómetros de Polonia, muy cerca del pueblo, en lo que ha sido el bombardeo más cercano a la frontera polaca.
La cola de refugiadas que regresan no cesa, los autobuses no dan abasto. Mujeres jóvenes, embarazadas, abuelas, niñas y niños vuelven a dar volumen a la fila de espera. Allí está Antonina Tosia: “Los que han hecho estas cosas en Bucha son enfermos. No entiendo como un hombre puede hacer sufrir tanto a otros hombres. En gran parte de Ucrania se habla ruso, están matando a sus hermanos”. Así habla en un perfecto polaco esta mujer de 69 años, tal como nos cuenta la traductora. Antonina aprendió el idioma en Polonia donde estuvo trabajando durante diez años cuidando a personas mayores. Hace un mes que llegó a Cracovia con su hija y sus nietos. Ahora vuelve a Lviv donde ha dejado a su hijo que trabaja en la Universidad de traductor. Antonina tiene la completa seguridad que la guerra será larga en la parte este del país.
Pero también hay abuelos entre los refugiados, como Ivan, un hombre con aire de vencido. Tiene 66 años pero parece mucho mayor. “Tengo que volver a trabajar y ganar dinero”, explica Ivan. Ha dejado a su familia refugiada en Cracovia y vuelve a Lviv, su ciudad natal, aunque muy preocupado por la situación. Afirma no tener ninguna confianza en que la guerra termine a corto plazo.
Dar a luz y estudiar fuera de tu país
Entre Lubov y Anna, ambas embarazadas, hay una gran diferencia: Anna, de 27 años, es de Járkov, situado en el este del país, la zona caliente. Lubov vive en Lviv, en la parte occidental. Anna, con su hija de siete años, lleva un mes viviendo en un hostel que le paga una organización humanitaria situado cerca de la estación de trenes de Przemysl. Ahora, espera un tren que la lleve a Cracovia a casa de una amiga donde nacerá su bebé dentro de dos meses. Ni siquiera se plantea la vuelta a Ucrania. Lubov es doctora y dentro de dos semanas nacerá su hijo Daniel. Es de Lviv y ha decidido volver después de un mes en Varsovia: “No sé que pasará pero para mí es complicado tener a mi hijo fuera de mi país y quiero volver. Comparado con lo que ocurre en el este del país, mi ciudad está tranquila”.
Desde el 20 de febrero, día en el que comenzó la invasión rusa de Ucrania, han salido del país 4.250.000 personas refugiadas, según ACNUR, hacia Rumanía, Hungría, Eslovaquia, Moldavia y, principalmente, Polonia, todos países limítrofes. Es el mayor flujo de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial. Desde estos países pueden viajar a otros países de la Unión Europea porque las medidas acordadas dan protección temporal a las personas refugiadas que huyen de la guerra de Ucrania y protegen con papeles, y permiso de trabajo otorgados en 24 horas. Esta medida ha sido ampliamente criticada por algunos sectores políticos en España, no por la aplicación de la medida, sino por la discriminación que supone cuando se compara con la actitud de pasividad de la Unión Europea con la crisis de refugiados de 2015, con la huida de casi un millón de personas de la guerra de Siria.
Tampoco lo tienen tan fácil los miles de estudiantes africanos con residencia en Ucrania en el momento de la invasión rusa. A ellos no se les ha aplicado la normativa europea de acogida aunque hayan salido también de una guerra. La asociación valenciana UHURU (libertad en lengua suajili), denuncia este trato discriminatorio en una nota de prensa explicando que, en Ucrania, había 5.600 estudiantes solo de Nigeria, su embajada solo ha podido ayudar a salir a unos mil para que pudieran volver a su país.
Esta circunstancia además de casos ocurridos de discriminación hacia las personas racializadas a la hora de salir de Ucrania, animó a diversas asociaciones a organizar la primera caravana de afrodescendientes y racializadas de ayuda humanitaria y poner rumbo a la frontera de Ucrania. Como explica Lamar Bailey estudiante panameña, con residencia en España, y portavoz de UHURU, los estudiantes africanos que están saliendo a otros países de la Unión Europea pierden la visa de estudiantes, lo que supone unas pérdidas de unos 15.000 euros. “Además de un esfuerzo económico tirado por la borda, los estudiantes se quedan en situación irregular en cualquier país europeo con un futuro incierto y esta situación es muy discriminatoria respecto del trato que se da a los refugiados ucranianos”, argumenta Bayley.
Por ello, una de los objetivos de la presencia de la caravana en el paso fronterizo de Medika, además de ayudar a todas las personas refugiadas que lo necesiten, tiene por objetivo documentar, visibilizar y denunciar el trato segregacionista por parte de las autoridades a los civiles extranjeros que huyen del conflicto.
Último tren
El tren que sale de Przemysl llega a las 23.45 h a Lviv, en pleno toque de queda que se prolongará hasta las 6 de la mañana. Decenas de mujeres con sus hijos se bajan del tren, las esperan un regimiento de voluntarios para ayudarlas con el equipaje. No hay taxis ni autobuses pero sí voluntarios, con permiso especial, para trasladar a la gente a sus hogares, a las casas de sus familiares o a lugares habilitados para ellas. Uno de esos lugares se encuentra en la misma estación. Es una sala de espera convertida en un dormitorio colectivo para madres e hijos situada en el primer piso de la inmensa estación. Hay muchos colchones en el suelo. Allí duermen 50 personas entre madres y niños. Algunos, bebés de pocos meses.
Aleksandra se encuentra entre ellas con sus dos hijos uno de ocho años y un bebé de diez meses. Ha estado un mes en Polonia pero ha decidido volver a Kryvyi Rih, su pueblo, situado al oeste de Zaporiyia. Aunque haya sido bombardeado. “He vuelto porque amo a Ucrania”, contesta Aleksandra cuando se le pregunta por el motivo de la vuelta. Poco después explica que, en realidad, no le fue demasiado bien en Polonia. Estuvo en un lugar que habilitó una empresa para refugiadas, de la que no quiso dar el nombre, y al poco comenzaron a cobrarle por el pequeño y hacinado espacio que ocupaba. El tren de Aleksandra sale de madrugada hacia su pueblo.