Transnistria El Salto 54 2
Parque de atracciones en el recinto del Catherin Park. Emma Zafón

Guerra en Ucrania
Transnistria en un domingo de verano

Una conversación entre Irene Zugasti y Javier Gutiérrez Espinosa, doctor en Ciencias Políticas y miembro del grupo de investigación Estudios Rusos Complutenses, sobre el pasado, presente y futuro de Transnistria, un territorio no reconocido como Estado ni siquiera por Rusia que se presenta como un posible objetivo en la estrategia de Putin.

Llegué a Tiraspol, la capital de Transnistria, un domingo de verano de 2013. Habían pasado dos décadas desde que la guerra del 92 dejara a la región incrustada entre Moldavia y Ucrania, y para entonces era un destino kitsch, una curiosidad mochilera, un lugar para amantes del dark tourism y para quienes buscábamos el rastro de tiempos pasados pensando —ay, ilusas— que viajando en coche viajaríamos también en el tiempo y encontraríamos lo que solo existe ya en el recuerdo.

Recordemos que Moldavia, otra vecina desconocida al este de nuestras verdades, comparte frontera con Rumanía y con Ucrania, es el país más pobre de Europa y el que más refugiadas ha recibido como consecuencia de la guerra en relación con su población, algo más de tres millones y medio de personas. Casi la mitad de sus habitantes vive y trabaja fuera del país, y esas remesas le salvan la vida. Es, junto con Ucrania, uno de los escenarios mundiales más oscuros para la esclavitud sexual y la trata de mujeres menores de edad. Moldavia colabora estrechamente con la OTAN, pero no es miembro de esta, y aunque tiene sus esperanzas puestas en integrarse en la UE, se encuentra lejos de los estándares de acceso en casi todos los indicadores. Al este de su país, un territorio de unas 460.000 personas se rebela contra ese destino y mira a Moscú para encontrar sentido y significado. ¿Nos suena?

Subrayo lo de que era un domingo de verano porque para querer a una ciudad hay que conocerla en sus lunes y también en sus festivos, sobre todo en esos días en los que parece que no pasa nada. En Tiraspol pasaban muchas cosas a lo largo de su infinita avenida del 25 de Octubre, fecha de la Revolución rusa. A orillas del río Dniéster flotaban barquitas en forma de cisne y una pareja se hacía esas estrambóticas fotos de boda delante de un tanque T-34 que tanto gustan por esa zona. Unas adolescentes se sentaban en un banco frente al parque a dejar pasar la tarde, y todos los comercios y oficinas estaban cerrados. Por las calles, enormes, impecables, subían y bajaban paseantes, algún soldado de uniforme, coches viejos y otros que no tanto. En la tienda de souvenirs del Sheriff, el equipo de fútbol local, compramos unas bufandas para un par de amigos, sin saber que en 2021 ganaría al Madrid en un partido de Champions. Ciertamente, entre lo de Zozulya y esto, la geopolítica nos estaba mandando avisos a balonazos.

De vuelta en Madrid tiempo después tuve la suerte de toparme, en la Facultad de Ciencias Políticas de Somosaguas, con Javier Gutiérrez Espinosa. Doctor en Ciencias Políticas y miembro del grupo de investigación Estudios Rusos Complutenses, él es uno de los investigadores españoles que más ha estudiado la región, e igualmente importante, es de los que mejor la explica. Con Javier se podía compartir esa atracción fatal por conocer más sobre el otro lado del telón, una especialidad poco común en nuestras universidades, donde tristemente, nuestras vecinas del Este solo se enseñan a golpe de guerras y gas, cuando nos une un continente, miles de kilómetros fronterizos y un destino común, a pesar de los pesares, inevitable.

Hoy resuenan de nuevo los tambores de guerra en Transnistria, y a sabiendas del advenimiento de un nuevo bombardeo de artículos apresurados sobre la región cocinados al microondas de Wikipedia y aliñados con propaganda, escribí a Javier con la esperanza de que pudiera explicarme un poco mejor qué había pasado con Transnistria desde ese domingo de verano. Y esto es lo que me ha contado, con mucha paciencia y pedagogía. Agárrense porque hay Sheriffs, hoces, martillos, gas —por supuesto—, vecindades, idiomas y, por supuesto, la maldita guerra.  

¿Cómo dirías que ha evolucionado políticamente el territorio desde la guerra, y especialmente, en los últimos años?
Creo que es conveniente comenzar con una aclaración: Transnistria es el nombre que recibe una región de la República de Moldavia, situada en la orilla izquierda del río Dniéster, del que recibe su nombre. No obstante, la mayoría de este territorio no está controlado por Chisináu, sino por un “Estado con reconocimiento limitado” que se autodenomina “República Moldava Pridnestroviana” (RPM) y que se considera la auténtica heredera de la extinta República Socialista Soviética de Moldavia (RSSM). Esta entidad funciona, en todos los aspectos imaginables, como un auténtico país independiente, pese a que no es reconocido por ningún Estado miembro de la ONU, ni siquiera por Rusia, su principal valedor.

Aunque a algunos nostálgicos les gustaría ver a la RMP como el último reducto vivo de la URSS o, incluso, como la última “aldea gala” de resistencia socialista, lo cierto es que rápidamente abandonó tal intento —excepto en lo que a simbología se refiere— y comenzó a funcionar como un auténtico Estado mafioso controlado por el conglomerado empresarial Sheriff, hoy principalmente conocido en España por su equipo de fútbol. Desde la fundación de esta empresa en 1993 por Víktor Gushan e Ilya Kazmaly, la vida política de la RMP ha estado vinculada a los intereses y caprichos de este emporio empresarial.

La RMP rápidamente comenzó a funcionar como un auténtico Estado mafioso controlado por el conglomerado empresarial Sheriff, hoy principalmente conocido en España por su equipo de fútbol

Durante el “reinado” de Ígor Smirnov, quien presidió la república secesionista desde 1991 hasta 2011, la RMP transitó por su etapa más oscura. A un sistema político de tipo autoritario, con una “oposición de bolsillo” y claras limitaciones a las libertades civiles y políticas, habría que sumarle una economía basada en el tráfico ilegal de carne, alcohol, tabaco, petróleo e, incluso, de armas y seres humanos, favorecido por unas autoridades políticas que encontraron también, en estas actividades, una importante fuente de financiación personal y pública.

Europa del Este
Transnistria Pridnestrovie, decenas de estatuas de Lenin pero un solo Sheriff
Tras 31 años aspirando a ser sujeto de derecho internacional, la república Transnistria, que hoy cuenta con cerca de 500.000 habitantes, serpentea entre la rusofilia, el desencanto y las dificultades derivadas de su situación.

El control de Sheriff sobre la política de la RMP es tal que contribuyó de manera decisiva a la caída en desgracia de Smirnov y al éxito de Renovación, un partido de oposición al oficialista República, que a partir de las elecciones parlamentarias de 2005 se ha convertido en el partido hegemónico. En 2011, Yevgeny Shevchuk, antiguo miembro de Renovación y con importantes vínculos con Sheriff, aunque presentado como candidato independiente, ganó las elecciones presidenciales. Podría decirse que Shevchuk ha sido lo más parecido a un intento de liberalización y democratización del Estado que ha experimentado la RMP desde su creación, pero le tocó lidiar con una importante crisis económica vinculada a una reducción significativa de las ayudas procedentes de Rusia debido a las sanciones occidentales por la Guerra de Ucrania en 2014, la inyección de fondos en Crimea y en el Donbass —territorios mucho más importantes estratégicamente para el Kremlin— y la considerable disminución del precio de las materias primas. No obstante, la razón de su fracaso probablemente está relacionada con su empeño en abolir los privilegios de los que disfrutaba Sheriff y su apuesta por una economía de libre mercado, que llevaron a que, en 2016, y de nuevo en 2021, ganara las elecciones el candidato apoyado por el conglomerado, Vadim Krasnoselsky, quien habría enfatizado los rasgos autoritarios del régimen y abortado todo conato de reforma o apertura.

¿Cuál es la cultura política de la población de Transnistria?, ¿qué valores o referentes operan allí? y ¿cómo lo percibe la sociedad en Moldavia? ¿Es una cuestión recurrente en la política nacional?
Debido a que no existen razones “objetivas” para justificar su estatalidad e independencia de la República de Moldavia, la RMP se ha apropiado de la simbología, las tradiciones y la historia de la RSSM para construir una nueva identidad nacional. Así, mientras que la mayoría de las referencias soviéticas en la República de Moldavia han sido sustituidas por símbolos nacionales pro-rumanos que enfatizan gestas de siglos pasados, en la RMP siguen predominando los referentes soviéticos y, muy particularmente, de la “Gran Guerra Patriótica”, nombre que recibe la Segunda Guerra Mundial en el “Mundo Ruso”. Asimismo, mantienen el “idioma moldavo”, que no es otra cosa que el rumano escrito con grafía cirílica que el gobierno soviético creó por decreto y que prácticamente ya no existe en la República de Moldavia, aunque en ciudades como Tiraspol, capital de la RMP, predomina el uso del ruso.

El último de los hitos fundacionales de la “identidad nacional transnistria” es la guerra de 1992, en la que salieron victoriosos y que interpretan como una “invasión”, pues fue Chisináu quien comenzó la ofensiva militar para retomar el control del territorio, que se había declarado independiente en 1990. Los ciudadanos de la RMP que participaron en la defensa sienten gran orgullo y no es difícil encontrar referencias a esta guerra en las calles, así como en las biografías de los servidores públicos.

Los ciudadanos de la RMP se sienten como los “verdaderos moldavos”, que no han abandonado la tradición e influencia eslavas y, más particularmente, rusas

En líneas generales, en el nivel de las actitudes y los valores políticos podría decirse que los ciudadanos de la RMP se sienten como los “verdaderos moldavos”, que no han abandonado la tradición e influencia eslavas y, más particularmente, rusas. La República de Moldavia, sin embargo, habría olvidado ese entendimiento y armonía existente en tiempos soviéticos entre rusos, ucranianos y rumanos, para enfatizar sus conexiones con Rumanía y, de manera indirecta, con la Unión Europea y la OTAN, algo que la población transnistria rechaza.

La RMP influye de manera constante en la política de la República de Moldavia, aunque el impacto de este conflicto deberíamos interpretarlo como parte de otro más grande y a mi juicio más importante: la división general de la población moldava entre aquellos que prefieren enfatizar sus vínculos con Rumanía y aquellos que prefieren acercarse a Rusia. Curiosamente, estos últimos son los que defenderían de manera más clara la República de Moldavia como Estado, pues muchos favorables al acercamiento a Rumanía serían, en puridad, partidarios de la integración en ésta.

¿Qué relación tienen los transnistrios y transnistrias de a pie con su vecindad ucraniana en la vida cotidiana, en el día a día?
Casi un cuarto de la población de la RMP es étnicamente ucraniana, por lo que su relación con Ucrania es muy estrecha. Muchos trabajan allí o tienen vínculos familiares, especialmente en el Óblast de Odessa. Es precisamente esta ciudad la que ha sido clave para la viabilidad de la economía de la RMP y, muy particularmente, para el éxito económico del conglomerado Sheriff, pues ha sido el puerto preferente para la salida y la entrada de mercancías. También ha sido muy importante en el tráfico ilegal de bienes, especialmente por la connivencia de las autoridades ucranianas que habrían recibido importantes mordidas. Hasta la guerra de 2014, Chisináu y algunos analistas advertían que Ucrania se beneficiaba de la existencia del conflicto, por lo que no tenían interés real en que se solucionara, al igual que Rusia. No obstante, tras el conflicto ruso-ucraniano provocado por las revueltas del Maidán, las cosas cambiaron y el territorio fue sometido a un bloqueo. Los acuerdos económicos alcanzados por la República de Moldavia con la UE, que incluían también a la RMP, aliviaron la situación económica que estaba cercana a la catástrofe.

Como investigador y conocedor de toda la región de Europa Central y Oriental, ¿crees que hay alguna analogía entre Transinstria y otros territorios? ¿Qué le hace diferente?
Considero que existe una analogía clara entre este conflicto y otros conflictos postsoviéticos, aunque también importantes diferencias. Me refiero particularmente a Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, pero también a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk en Ucrania. Al final, aunque haya otros factores, todos son el resultado de una estrategia clara de injerencia por parte de Rusia para mantener su papel de potencia regional y evitar un potencial acercamiento de estas exrepúblicas soviéticas a Occidente. En todos ellos se esgrime la defensa de unas minorías rusas o rusificadas, amenazadas por un nacionalismo dominante, ya sea el rumano, el ucraniano o el georgiano, con mayor o menor base real. En el caso de la RMP, probablemente, las justificaciones étnicas y/o lingüísticas son las que menos peso tienen en el conflicto, pues, aunque las élites políticas transnistrias esgrimieron dichos argumentos en los años 90, lo cierto es que su verdadera preocupación residía en ser sustituidos por otras élites, probablemente pro-rumanas, en una Moldavia independiente del poder soviético. Por lo tanto, el conflicto se explicaría mucho mejor poniendo el foco sobre los intereses de esa élite dominante soviética que vio peligrar su estatus privilegiado y que, por su poder político y económico, logró extender el miedo entre el ciudadano común abrumado por la desintegración de la URSS.

Desde el fin de la guerra, que fue además la menos cruenta de las acaecidas en el espacio post-soviético, no se han reportado bajas y ninguna de las dos partes tiene interés real en despertar el conflicto

Otra cosa que convierte a este conflicto en diferente al resto es que, desde el fin de la guerra, que fue además la menos cruenta de las acaecidas en el espacio post-soviético, no se han reportado bajas y ninguna de las dos partes tiene interés real en despertar el conflicto, por lo que se ha hablado en muchas ocasiones de que este conflicto es el “más congelado de entre los conflictos congelados”. Pese a ello, y en base a mi experiencia en el terreno, puedo afirmar que existe cierto odio y rencor especialmente del lado de la RMP, y que es constantemente azuzado por algunos medios de comunicación. En la República de Moldavia, por su parte, existiría una cierta antipatía, pero claramente domina una sensación de hartazgo, al identificar que muchos de los problemas del país proceden de un territorio que, a la mayoría, no les interesa en absoluto y que solo ven como un “vecino friki” —por mantener la simbología soviética, el idioma moldavo escrito en cirílico, etc.— generador de inestabilidad y que pone trabas a una completa democratización del país y al desarrollo económico.

Los vínculos de poder y económicos en la región, ¿hasta qué punto consideras que dependen hoy de Rusia?
Rusia es el principal valedor de la RMP en todos los aspectos. Actualmente, mantiene un contingente de unos 1.500 soldados en el terreno, con el supuesto propósito de mantener la paz. Además, en este territorio existe uno de los arsenales de armas y munición más grandes de Europa del Este, por lo que algunos expertos estiman que Rusia podría contar, en realidad y empleando fuerzas locales, con hasta 12.000 soldados perfectamente pertrechados.

No obstante, es en el plano económico donde más se nota la ayuda rusa. La república separatista no podría sobrevivir más de dos o tres meses sin ella, ya que el Kremlin complementa las pensiones y los salarios de sus habitantes, es el principal inversor en sus empresas, uno de sus principales socios comerciales, subsidia a sus instituciones públicas, al Ejército y al Ministerio de Seguridad del Estado; prácticamente le provee gas gratuitamente; y, de forma indirecta, con las remesas de los trabajadores transnistrios en Rusia, contribuye a mantener su economía. Según algunas estimaciones, hasta el 70% del presupuesto público de la RMP procedería directamente de Moscú, aunque en los últimos años habría descendido el dinero recibido en transferencias directas por los problemas económicos del Kremlin.

Hasta el 70% del presupuesto público de la RMP procedería directamente de Moscú, aunque en los últimos años habría descendido el dinero recibido en transferencias directas por los problemas económicos del Kremlin

Escuchando y leyendo el trabajo de Javier surgen, sin embargo, muchos paralelismos con el Donbass que no tienen tanto que ver con la geografía, sino con la memoria. Todo este legado, ese pasado, de, como él cita, “el más congelado de los conflictos congelados en el espacio postsoviético”, tiene también un contexto, una historia y unas identidades confrontadas que conviene comprender antes de lanzarse al ruedo de la geopolítica de Twitter.

Como ocurriera en el este ucraniano, Transnistria recibió en los años 20 y 30 a miles de personas de origen ruso para trabajar en las granjas e industrias colectivizadas, como pasó en el Donbass, al calor de la industria y la minería. En ambas regiones, los años soviéticos fueron los más prósperos y privilegiados frente a un oeste del país agrario y más empobrecido. En el imaginario transnistrio, lo rumano, explica Javier, ha sido identificado con el fascismo, el capitalismo y la ocupación, cuestionado por su pasado “burgués”. Tras el colapso de la URSS, la tendencia del gobierno de Chisináu hacia políticas que revirtieran la rusificación vigente durante décadas —proclamando el rumano con grafía latina como la lengua oficial del país en 1989— se percibieron con temor al otro lado del Dniéster, mientras que la élite transnistria, también prorrusa, veía peligrar su estatus privilegiado en una nueva Moldavia dominada por los nacionalistas rumanos/moldavos. Y de aquellos polvos, estos lodos, que no obstante, reposaban en una calma chicha hasta que la guerra ha venido a abrir heridas, agitar banderas y recordarnos que la geografía, como decía Kaplan, vuelve siempre para vengarse.

No he querido preguntar a Javier por predicciones de futuro o ejercicios de política ficción. Quizá nunca volvamos a oír de Transnistria a no ser que el Sheriff regrese a la Champions, o quizá en unas semanas la guerra haya llegado hasta ese parque donde paseamos aquel domingo de verano. Pero si estaría bien recordar, de nuevo, que como en Donbass, o en Mariúpol, o en Kiev, o en Chisinau, además de héroes y villanos, separatistas, nazis, soldados o municiones, habitan, sobre todo, personas.

Salimos de Tiraspol atravesando una carretera llena de sembrados hasta llegar a Odessa. Allí, en las escalinatas del Potemkin, donde Einsenstein rodó aquel carrito de bebé en caída libre, también parecía domingo. La ciudad contagiaba alegría, entre turistas, algún marinero veterano, descapotables de lujo y brindis en las terrazas. Solo nueve meses después, Odessa era escenario de un horror, el de la Casa de los Sindicatos, al que le han seguido otros tras ocho largos años —Bucha, Irpin, Donetsk, Mariupol— que hoy continúan. Supongo que la paz, igual que vuelve, puede marcharse. Lo mismo que el verano.

Hemeroteca Diagonal
Pridnestrovie, suspiros soviéticos
Sin una identidad nacional construida, los transnistrios se debaten entre sentirse afines a Moldavia, cercanos a Rusia o soviéticos.
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