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Conflictos bélicos
La lucha de las mujeres afganas sigue en Estados Unidos
Tres meses después de la caída de Kabul, el gobierno de los Estados Unidos aún no ha publicado el número exacto de refugiados afganos que han llegado al país. Según un informe realizado por el New York Times con fuentes de funcionarios federales, 50.000 afganos han aterrizado en los EE UU durante el mes de octubre, sumándose a los 31.000 que ya habían llegado desde agosto. Estos se suman a los 97.000 refugiados que, según la Oficina de Población, Refugiados y Migración de los Estados Unidos, han llegado al país entre octubre del 2001 —cuando los EE UU bombardearon por primera vez Afganistán— y agosto del 2021.
Muchos de estos refugiados, concretamente 53.000, están en bases militares, a la espera de ser restablecidos. En la base de Fort McCoy, en Wisconsin, alrededor de 10.700 personas, la mitad niños, esperan noticias sobre su futuro. El Salto habla con el Departamento de Seguridad Nacional de los EE.UU y con tres activistas refugiadas que han tenido que huir de Afganistán por sus puestos de poder y visibilidad en la lucha a favor de los derechos de las mujeres. Ninguna de ellas ha querido identificar su organización por miedo a represalias y para proteger a sus compañeras que no han podido abandonar el país. Sus experiencias demuestran que la huida de Afganistán fue solo el principio de un largo periplo.
Una huida precipitada, aunque esperada
La abogada y activista de derechos humanos Humaira Rasuli, hacía meses que recibía amenazas: “temía por la vida de mis hijas”. Relata que cuando la situación empeoró a principios de agosto, “desde la organización que dirijo, quemamos documentos e información”.
Rasuli huyó y ahora está en Fort McCoy con su marido y sus dos hijas, de 9 y 15 años. Está viviendo en una barraca con otros 50 adultos y 32 niños. Dice que la llegada a los Estados Unidos fue solo el principio, porque “aquí todavía estamos viviendo eventos traumáticos”. Entre ellos, Rasuli apunta que le afecta sentir que no es útil y que no puede estar realizando el trabajo que le gustaría.
Palwasha Hasan se define como activista por los derechos de las mujeres, específicamente en el campo de la educación. Cuenta que su viaje no fue fácil, y que fue una evacuación militar, pasando por tres aeropuertos —Kabul, Kuwait y Bahrein— y varios días de viaje hasta llegar a los Estados Unidos. Pero que se considera afortunada, porque “tuve suerte de sacar a mi madre y familia cercana conmigo”.
Las personas con familiares en el país pueden ir a vivir con ellos o reasentarse cerca. De lo contrario, una agencia de reasentamiento es la encargada de asignarles una ubicación
“Llevamos más de dos meses en la base militar, en condiciones muy limitadas y esperando poder salir, pero el mayor problema es que nadie nos da información, y no tener acceso a la información es realmente frustrante”, apunta Hasan.
Por su parte, un portavoz del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos explica que “cada familia está conectada con una organización de reasentamiento que les ayuda a comenzar sus nuevas vidas”. Las personas con familiares en el país pueden ir a vivir con ellos o reasentarse cerca. De lo contrario, una agencia de reasentamiento es la encargada de asignarles una ubicación en función de sus preferencias y otros factores como el coste de vida y la disponibilidad de vivienda. Respecto a la duración de la estancia, añade que esta varía dependiendo de la situación de cada persona, pero que “en Fort McCoy se está trabajando para conseguir que la estancia sea lo más corta posible y el reasentamiento sea rápido. Esto puede llevar semanas o meses”.
Marry Akrami es defensora de las derechos humanos y directora ejecutiva de una red de mujeres con más de 4.000 miembros. “Mi salida de Kabul fue difícil, mi familia me presionó para irme, tuve que dejar a mi hijo e intentar coger un vuelo, pero tuve que ir tres veces al aeropuerto. No puedo ni dibujar una imagen de ese momento, simplemente fue muy crítico”.
Cuenta que a su llegada al campamento “no teníamos ninguna línea de tiempo, solo estábamos sentados, esperando o caminábamos 45 minutos para llegar a una zona con Wifi y poder seguir trabajando y conectando con nuestros colegas”. Afirma que “aunque con muchos desafíos, seguimos activos en nuestras luchas”.
La lucha de las mujeres
“En Afganistán se está produciendo un apartheid de género”, dice Palwasha Hasan. La activista explica que su organización sigue trabajando, aunque con las cuentas congeladas. Lo mismo dice Rasuli, que afirma que “es simplemente imposible transferir dinero a Afganistán”.
Las tres mujeres se quejan del control al que están siendo sometidas sus organizaciones y de la consecuente paralización de su trabajo. “Estamos al borde del colapso porque los talibanes han congelado nuestras cuentas y mi organización ha sido registrada dos veces”, dice Hasan. Y añade: “El escenario humanitario es muy malo, porque hay personas trabajando duro para mantener a su familia pero que no están cobrando nada”.
“Para ciertos colectivos es una cuestión de vida y muerte. Pero tenemos el compromiso de mujeres que están en el centro, especialmente la generación joven, y nadie puede detenernos”, apunta Marry Akrami
“La lucha de la mujer se mantuvo incluso durante la época de gobierno talibán antes del 2001, teníamos escuelas clandestinas y organizaciones trabajando para mantener la cultura afgana. Las mujeres siempre hemos estado luchando y en el lado correcto de la historia”, dice Hasan.
“En el gobierno actual de Afganistán solo los religiosos tienen el poder, mientras todos los demás tecnócratas y personas que podrían gobernar el país no tienen cabida”, dice Palwasha Hasan.
Para Humaira, lo peor es la denigración y violencia hacia las mujeres: “Están golpeando a mujeres en las protestas y tenemos que soportar comentarios como que el papel de las mujeres es la reproducción, que no tenemos capacidad para estar en posiciones de liderazgo o que si vamos sin acompañamiento masculino somos como una chocolatina”.
El problema de discriminación, según apuntan las activistas, va más allá de las mujeres, y también afecta a las minorías y a los niños.
“Para ciertos colectivos es una cuestión de vida y muerte. Pero tenemos el compromiso de mujeres que están en el centro, especialmente la generación joven, y nadie puede detenernos”, apunta Marry Akrami.
Intervención internacional
“La comunidad internacional debe presionar a los talibanes para que cumplan con los derechos humanos”, dice Humaira Rasuli, que también se muestra agradecida por el apoyo financiero y moral que la comunidad internacional ha brindado durante los últimos 20 años. Le preocupa el hecho de que los logros que se han conseguido hasta el momento ya no son sostenibles.
“Todos querríamos cambiar la retirada y cómo se ha llevado a cabo y ahora mismo la comunidad internacional se da cuenta de que ha sido un gran error”, explica Palwasha Hasan, que critica la retirada internacional y apunta que una marcha responsable habría evitado dejar el país al borde del colapso.
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Rasuli admite que “necesitamos establecer un debate constructivo con los talibanes”, y aunque no está a favor de las sanciones, pide rendición de cuentas y que la comunidad internacional “no reconozca el gobierno”.
“La comunidad internacional está celebrando sus logros, y aunque es verdad que nos ayudado, también se han entregado. Lo que deberían estar haciendo es no reconocer a los talibanes y escuchar al pueblo de Afganistán y desde aquí les invito a que lo hagan”, dice Marry Akrami.
Mirada hacia el futuro
Humaira, Palwasha y Marry no tienen muy claro qué les depara el futuro, ni a corto ni a largo plazo. Las tres mujeres están convencidas de que su lucha continuará, pero la duda es cuándo y cómo. “Mi promesa y mi compromiso es que nunca me rendiré, continuaremos nuestro trabajo y apoyaremos a las jóvenes que están ahora en primera línea”, dice Marry Akrami, que también afirma que está siendo difícil porque desde el punto de vista de salud mental no está bien.
Con una visión pragmática, Palwasha Hasan declara: “Tenemos que enfocarnos a resurgir y replantearnos estrategias, encontrando alternativas para ejecutar nuestro trabajo”.
“No sabemos qué nos deparará el futuro, pero en primer lugar lo que queremos es ser reasentados fuera de la base militar, donde no tenemos privacidad, es complicado trabajar y nuestros hijos no pueden ir a la escuela”, dice Humaira Rasuli.
Rasuli admite que tiene miedo de perder todos los logros de los últimos 20 años y que para que no pase, está intentando participar en la diplomacia y la política afgana e internacional a través de su organización. “Estamos trabajando con un equipo de académicos de la Sharia, la ley islámica, para contrarrestar la interpretación de los talibanes y también estamos documentando los crímenes de guerra y la violación de los derechos humanos”.
“Desde que empecé con el activismo he pensado que la lucha por los derechos de las mujeres no es un problema de las mujeres, sino un asunto global”, concluye Marry.