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15M
“Occupy loves 15-M” y las raíces internacionales del 99%
Jeffrey Lawrence participó en la Asamblea General de Nueva York (AGNY) que planeó la acampada del 17 de septiembre que se convirtió en Occupy Wall Street. Licenciado en estudios hispánicos, investiga el papel de los movimientos sociales y el pensamiento político en la producción cultural en EE. UU. a partir de 1945. Actualmente trabaja como docente en Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, CUNY Staten Island, y el Cabrini Immigration Center en Nueva York.
El 19 de septiembre de 2011, dos días después del comienzo de la ocupación de Zucotti Park en Nueva York, dos de los españoles del 15-M que participaron en la organización de Occupy Wall Street estaban preocupados. Como los demás simpatizantes del 15-M que asistían a las reuniones preparatorias, Begonia Santa Cecilia y Luis Moreno-Caballud habían imaginado que el campamento en el corazón de Wall Street sería algo parecido a las acampadas que habían visto en España ese mismo año: espacios hospitalarios y abiertos en plazas públicas donde se congregaban grupos diversos de gente. Sin embargo, las cosas no eran así. El parque estaba rodeado de furgonetas de policía y los escasos y homogéneos manifestantes gritaban a los agentes y a los curiosos que pasaban por allí. Además, las propias asambleas se habían vuelto rápidamente conflictivas. Moreno-Caballud y Santa Cecilia decidieron proponer un cambio de táctica, enviando un email al grupo de trabajo de Extensión, que se ocupaba de comunicar el mensaje de Occupy al exterior.
El propósito de ese email era simple. Occupy tenía que enfatizar que no era una protesta más “contra el sistema”, sino un movimiento que estaba creando un espacio físico y conceptual en el que la gente podía encontrarse para hablar, escuchar y formular soluciones alternativas a la crisis económica y política global. Releyendo los emails organizativos y pensando retroactivamente sobre los debates de las asambleas preparatorias, los dos españoles decidieron revitalizar un slogan que había sido formulado a través de un proceso colectivo en los días previos a la ocupación: “Somos el 99 %”. Enviaron un email con el asunto “#Occupy Wall Street sobrevive transformándose en #Somos el 99 %”:
«Parece que #Occupy Wall Street necesita urgentemente una operación masiva de ampliación para sobrevivir. La clave para el éxito del movimiento es que sea inclusivo. Ahora mismo el movimiento es demasiado homogéneo, debido al imaginario y al lenguaje “activista” con que se identifica… Propongo que empecemos hoy una rápida y masiva campaña de extensión con esta idea: #SomosEl99%. Este es el plan: ponemos toda nuestra energía y recursos en anunciar el día de #SomosEl99%, que tendrá lugar el próximo sábado 23, en nuestro espacio en Zuccotti/Liberty Park.”
Dos días después, Justin Molito, otro miembro del grupo de Extensión, empezó a imprimir flyers. Para el fin de semana, la campaña del 99 % estaba en marcha y #WeAreThe99% (“SomosEl99%”) era “trending topic” en Twitter. En dos semanas, aparecieron acampadas en más de cincuenta ciudades norteamericanas. Se coreaba “Somos el 99 %” en todo el país, y después en todo el mundo. El movimiento del 99 % se había hecho global.
Resulta útil pararse un momento a recordar lo profundamente que caló el slogan “Somos el 99%” en la conciencia nacional americana, a partir de los meses de octubre y noviembre de 2011. Quizás estamos todavía demasiado cerca de esos meses de Occupy para entender completamente cómo, en un país que se enorgullece de hablar en nombre de la clase media, la retórica del 99 % y del 1 % ha reconfigurado el vocabulario político. De hecho, parece probable que dentro de unos diez años esos meses sean vistos como el momento clave para las elecciones presidenciales de 2012: el momento en que un Obama muy tocado por los desastrosos resultados de las elecciones legislativas y por su fracaso en el conflicto del “techo de deuda” con los republicanos pudo por fin apuntarse un tanto populista, gracias al vocabulario introducido por Occupy. Pero, ¿cómo llegó a suceder todo esto?
Hay muchas percepciones falsas sobre la historia del movimiento Occupy en EE.UU. Desde los primeros días de Occupy Wall Street, cuando la periodista del New York Times Gina Belafonte se refirió al campamento de Zucotti Park como “la protesta política convertida en espectáculo”, los medios masivos norteamericanos presentaron a Occupy como un hatajo de individuos insatisfechos y con dificultades para encontrar un propósito en sus vidas. Al mismo tiempo, los simpatizantes del movimiento a menudo han dado una versión sobre sus orígenes que gira en torno a las actividades de un grupo de organizadores americanos que consiguieron de alguna manera capturar la imaginación pública. Este autor propone una narrativa diferente: la historia de cómo un grupo de extranjeros que trajeron tácticas y experiencias de movimientos sociales recientes en otros países articularon algunas de las ideas más persuasivas y de las prácticas más duraderas que iban a surgir del movimiento Occupy.
Los participantes internacionales de Occupy Wall Street
Desde el 13 de agosto al 10 de septiembre de 2011, asistí a los encuentros de la Asamblea General de Nueva York (AGNY) en el parque de Tompkins Square, en Manhattan. En estas “asambleas generales” semanales, un grupo de unas cincuenta o sesenta personas abierto a cualquiera que quisiera participar, planeó la acampada y la ocupación de Wall Street para el 17 de septiembre. Fui, por tanto, testigo de la prehistoria de Occupy Wall Street, aunque reconozco que fue más por curiosidad que por convicción. Hasta ese momento yo me hubiera calificado como miembro de la izquierda “distraída” −había dedicado tiempo y esfuerzo a varias iniciativas políticas y sociales sin sentirme totalmente responsable de esas causas (y sin que nadie me lo exigiera). Las asambleas previas a Occupy Wall Street me abrieron los ojos, pero como aún me resistía a intervenir en los debates y las deliberaciones tácticas, me limitaba a intercambiar opiniones con otros participantes antes y después de las asambleas. Gracias a mi tendencia a mantenerme al margen del reducido núcleo de estas reuniones, pude observar la dinámica asamblearia desde una perspectiva que la mayoría de los integrantes más activos no pudieron permitirse. Aunque he seguido participando en asambleas, grupos de trabajo y convocatorias de Occupy a lo largo de un año y medio, me he mantenido mayormente en la periferia del movimiento. Desde esa posición de participante a la vez que observador, he podido constatar lo poco que se sabe aún de los inicios de Occupy Wall Street.
La historia estándar de Occupy Wall Street en los Estados Unidos es que la izquierda americana fue capaz finalmente de promover un movimiento colectivo para combatir los abusos de las élites político-financieras, en la estela de la crisis económica de 2008. Incluso los artículos que han reconocido las conexiones internacionales de Occupy normalmente las han caracterizado en términos de inspiración indirecta de los movimientos sociales de 2011 en Egipto, Grecia, España y otros lugares.
Sin embargo, lo que yo vi en estos encuentros y lo que he sido capaz de reconstruir estudiando los primeros documentos de la Asamblea General de NYC, es que cerca de un 40 o 50% de los participantes en las asambleas de agosto y septiembre de 2011 provenían de lugares que no eran Estados Unidos: España, Brasil, Irán, Grecia, Armenia, Japón, India, Palestina, Argentina, Rusia e Italia, además de la nación Choctaw y Puerto Rico. Solamente un artículo aparecido en los medios durante el primer mes de Occupy Wall Street se enfocaba parcialmente en las raíces internacionales del movimiento, “Cómo empezó realmente Occupy Wall Street”, publicado por Andy Kroll en la revista Mother Jones el día 17 de octubre. Bajo mi punto de vista, su provocadora pero legítima afirmación de que los participantes extranjeros eran al menos tan importantes como los americanos en la organización de Occupy Wall Street, no fue tomada en serio en ningún otro lugar.
Lo más sorprendente, quizá, sea el modo en el que destacados intelectuales de la izquierda, y muchos del movimiento mismo, comenzaron a ensayar ese relato de la inspiración indirecta, y no la participación directa, una vez que Occupy se extendió por el mundo. Al contrario de lo que uno esperaría, los principales teóricos académicos de Occupy se han basado en gran medida en la versión mediática de los orígenes del movimiento, aunque hayan dado más relevancia al impulso internacional del movimiento, frente al nacional, e idealizado lo que la prensa ha tendido a demonizar. Me inquietó que el académico y teórico político norteamericano Michael Hardt hablase de las “continuidades invisibles” de los nuevos movimientos sociales durante una charla sobre “El derecho a los comunes” en la Universidad de Princeton en noviembre de 2012, como si Occupy solo se pudiera conectar con Madrid y Atenas mediante una analogía. En su ahora famosa “Declaración” de mayo del 2012, Hardt y Antonio Negri emplean un lenguaje metafórico casi idéntico al de los medios de comunicación masivos para describir los movimientos sociales de 2011: las acampadas “se inspiraron en” las revueltas, los ocupadores de Wall Street “tomaron el relevo” de los indignados europeos, y los manifestantes de todo el mundo “reconocieron la resonancia”. En su empeño por atribuir los movimientos alrededor del mundo a una “multitud” horizontal, sin rostro ni nombre, Hardt y Negri no parecen contemplar la posibilidad de que alguno de esos manifestantes hubieran tomado un avión. ¿Los historiadores materialistas no dan ninguna importancia al hecho de que la participación de extranjeros en estos movimientos no fue sólo virtual sino también presencial?
Pero mi objetivo aquí, en cualquier caso, no es simplemente recuperar la importancia de los participantes internacionales. Desde los primeros días de la Asamblea General de NYC y de la organización de Occupy Wall Street, existieron visiones distintas sobre los propósitos del movimiento. Paradójicamente, aunque la mayoría de las interpretaciones de Occupy han tendido a marginalizar a las voces extranjeras del movimiento, fueron éstas las que resonaron más profundamente tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Al relatar la historia de los participantes internacionales, espero ofrecer algunas posibilidades futuras para la actual ola de movimientos sociales que están latentes en estos personajes olvidados de la historia de Occupy. Me centro concretamente en los españoles que contribuyeron a Occupy Wall Street porque creo que sus ideas y sus prácticas fueron absolutamente cruciales en las fases emergentes del movimiento ─el contingente español solía constituir entre el diez y el veinte por ciento de los asistentes a las pequeñas asambleas organizativas─ y porque presencié esas prácticas de cerca. Al igual que Moreno Caballud y Santa Cecilia, otros españoles acababan de retornar de España, donde habían participado en el movimiento 15-M, conocido también como el movimiento de los indignados, que estalló el 15 de mayo de 2011 con una manifestación a escala nacional contra la corrupción de las élites políticas y financieras del país y que desembocó en el levantamiento de numerosas acampadas en las principales plazas de ciudades de todo el Estado. Para julio de 2011, el 15-M había conseguido el apoyo del 80 % de los ciudadanos españoles y se estima que el movimiento llegó a atraer a entre seis y ocho millones de personas a las acampadas de Madrid, Barcelona y muchas otras ciudades. Además del entusiasmo y la convicción nacidos de haber sido testigos de ese movimiento verdaderamente popular, el contingente español de Occupy trajo también un principio que se había gestado en las acampadas españolas.
Este principio era lo que estos españoles comenzaron a llamar “la política de cualquiera”: la creencia en que los movimientos sociales deberían estar compuestos por cualquiera que quiera participar en ellos. Aunque “horizontalidad” se había convertido en un palabra clave en los movimientos autónomos y anti-globalización de los ochenta y los noventa para referirse al proceso de creación de consenso en las asambleas populares, la concepción de Occupy que tenían los españoles estaba menos orientada hacia esas actividades internas de las asambleas –grupos “autónomos” que practican la “acción directa”- que hacia la participación de la gente en general, estuvieran o no en las asambleas. Es decir, les preocupaba más la inclusividad que la horizontalidad del movimiento. Para ellos un movimiento “sin líderes” era importante no sólo porque estableciera un protocolo para asambleas no-jerárquicas, sino sobre todo porque desdibujaba los límites entre el “dentro” y el “fuera” del movimiento.
El contingente español a menudo repetía la frase: “Nos importa menos el propio Occupy que lo que Occupy genera”. Les había impresionado la manera en que, durante el 15-M, los activistas habían cedido autoridad y agencia a cualquiera que llegaba para participar en las acampadas, y exigían que el lenguaje del movimiento fuera accesible para quienes no eran activistas ni académicos. Por todo ello, consideraban que la acampada en Wall Street no debía ser sólo un lugar para protestar contra los excesos de las instituciones financieras americanas, sino también, más fundamentalmente, un espacio para la construcción de una sociedad alternativa en la que la cooperación y la ayuda mutua sustituyera a la competición económica. En cierto sentido, esta idea concordaba con los principios anarquistas de autogestión que su compañero de asambleas, el antropólogo David Graeber, expuso en su ahora ya icónico artículo “Las raíces anarquistas de Occupy Wall Street”. Graeber, una de las caras más visibles del movimiento en la escena internacional, ha reconocido por lo demás en numerosas ocasiones la importancia de la contribución de los “indignados” españoles a la creación de Occupy Wall Street (por ejemplo, aquí). Pero a la mayoría de los españoles de Occupy les preocupaba que un énfasis exagerado en los procesos asamblearios pudiera crear un aislamiento de la comunidad “radical” en lugar de un movimiento inclusivo. El éxito de Occupy Wall Street, pensaban, no consistiría en “traer a gente al movimiento” para que escuchara su retórica, sino en expandir el movimiento –sus propósitos, su vocabulario y sus prácticas- para que cualquiera pudiera contribuir a su construcción.
El contingente español a menudo repetía la frase: “Nos importa menos el propio Occupy que lo que Occupy genera”. Les había impresionado la manera en que, durante el 15-M, los activistas habían cedido autoridad y agencia a cualquiera que llegaba para participar en las acampadas, y exigían que el lenguaje del movimiento fuera accesible para quienes no eran activistas ni académicos. [...] El éxito de Occupy Wall Street, pensaban, no consistiría en “traer a gente al movimiento” para que escuchara su retórica, sino en expandir el movimiento –sus propósitos, su vocabulario y sus prácticas- para que cualquiera pudiera contribuir a su construcción.
Me resulta difícil explicar tales principios por escrito ya que la eficacia del contingente español de Occupy residía sobre todo en cómo decían lo que decían y cómo hacían lo que hacían. Recuerdo a un americano que hablaba en términos casi religiosos de la “fe inquebrantable” de los españoles, y a otro (algo menos entusiasta) que señaló que él era uno de los pocos asistentes a la AGNY que no hablaba español (estadounidenses incluídos). Sin duda, anécdotas personales como estas suelen dar una impresión distorsionada de los múltiples significados, fuentes e interpretaciones de un acontecimiento político. Estos puntos de vista tienen tanto de interpretación como de observación, como diría seguramente el antropólogo Clifford Geertz. Sin embargo, también soy consciente de que el tipo de teorización global sobre Occupy ofrecida por Hardt y Negri tiende a simplificar las complejas trayectorias y contingencias de los movimientos sociales. Cuando hablé con Hardt tras su ponencia en Princeton, me comentó que sabía de la presencia internacional en la prehistoria de Occupy pero tan sólo de manera “anecdótica”, una respuesta que me dejó un tanto insatisfecho. Una de las preocupaciones más acuciantes para cualquiera que desee comprender el movimiento Occupy es precisamente cómo relacionar la enorme escala de los nuevos movimientos sociales con la creciente sensación de que expresan las crisis que nos afectan en nuestro día a día. Es por eso, creo yo, que debemos estar abiertos a explorar alternativas tanto a la teorización abstracta como a las típicas reconstrucciones periodísticas del movimiento que tienden a elevar lo anecdótico al fijarse en el detalle pintoresco, la entrevista al “tío más siniestro de la acampada”, o el dramático tira y afloja de los debates entre militantes. Combinaré, por tanto, las observaciones personales con el análisis, reflejando así no sólo los conceptos centrales del movimiento sino también cómo y cuándo se pusieron en práctica (o no) estas ideas.
Occupy ama al 15M
El tránsito de estas gentes, prácticas e ideas entre España y Estados Unidos en el verano de 2011 generó mucha de la energía que iba a impulsar los esfuerzos organizativos de Occupy en agosto y septiembre del mismo año. Por supuesto muchos tipos de protesta y tendencias políticas diferentes convergieron en la formación de Occupy Wall Street. El movimiento debe mucho a las campañas antiglobalización de Seattle y Argentina en el cambio de milenio, a las protestas pro-democracia de la primavera árabe cuya onda expansiva circulaba ya por Occidente y a la llamada a la propagación de acampadas de protesta americanas realizada por la revista canadiense Adbusters durante los calurosos días del verano de 2011. En julio, la coalición New Yorkers Against Budget Cuts (“Neoyorquinos contra los recortes de presupuesto”) probó la idea erigiendo unas pocas tiendas de campaña junto al City Hall: el campamento que llamaron “Bloombergville” (en referencia al alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg).
Pero incluso antes de estas iniciativas norteamericanas, el impulso para lo que se convertiría en el movimiento Occupy empezó en Nueva York con una manifestación en solidaridad con el movimiento 15-M en Washington Square, el día 21 de Mayo de 2011. Durante las seis semanas siguientes, un grupo de españoles reunidos bajo el nombre “Democracia Real Ya – NYC”, entre ellos algunos que llevaban bastante tiempo viviendo en Nueva York, se dieron cita semanalmente en el salón de actos de un bar español para solidarizarse con el 15-M y comentar la posibilidad de que un movimiento similar pudiera suceder en Estados Unidos. César Arenas-Mena y Moreno-Caballud comenzaron a asistir a las reuniones de New Yorkers Against Budget Cuts hacia mitad de julio, y el día 27 del mismo mes, tuvo lugar una charla informativa sobre el 15-M en la librería feminista de Manhattan Bluestockings. El momento clave de esta fase previa, sin embargo, lo constituyó un encuentro organizativo en el espacio de arte y activismo situado en el corazón de Wall Street 16Beaver, el día 31 de julio. El encuentro, llamado “For General Assemblies in Every Part of the World” (“Por asambleas generales en todas partes del mundo”) y organizado por Ayreen Anastas, Rene Gabri, Xavi Acarin y Moreno-Caballlud, entre otros, reunió a participantes en acampadas españolas con griegos que protestaban en la plaza Syntagma, además de activistas japoneses, palestinos y americanos (algunos organizadores de Bloombergville entre ellos). En esta reunión se anunció la primera asamblea de la Asamblea General de Nueva York (en aquel momento conocida como la Asamblea General Popular sobre los Recortes), que iba a tener lugar el 2 de agosto.
Durante los días siguientes, la frase más icónica y duradera de Occupy, “Somos el 99 %”, fue acuñada por una serie de participantes de la Asamblea General de NY. El contingente español fue absolutamente crucial en esta articulación. El 4 de agosto, se inició un hilo de emails titulado “Una única demanda”, en la recién creada lista de correo “Septiembre 17”. Uno de los aspectos más fascinantes de esta serie de correos es que desmonta la teoría de la ingenuidad del movimiento por rehuir la formulación de una “demanda oficial” porque deja constancia de la intensidad y la perceptividad con la que los integrantes del movimiento debatían la necesidad de presentar demandas en la fase inicial de Occupy Wall Street. También demuestra que la idea de Occupy Wall Street como movimiento del 99% no fue “inventada” por un solo manifestante sino que, de hecho, fue desarrollada pacientemente por varias voces a lo largo del tiempo. Así pues, al contar la historia de los orígenes de la frase, resisto la tentación de tratar de identificar a un “pionero” pero sí quisiera documentar las contribuciones concretas de un amplio conjunto de personas al concepto de un movimiento del 99%.
El americano Willie Osterweil, recién llegado de las acampadas en Barcelona, comenzó la discusión señalando que esta “única demanda” del movimiento debería ser lo suficientemente amplia para incluir a todo el mundo: “No queremos observadores, queremos participantes”. Lorenzo Serna, un miembro latino e hispanohablante del grupo de Extensión respondió diciendo que tal vez lo que necesitaba no era una única demanda sino un mensaje único, algo que pudiera ser “fácilmente transferible de mi a cualquiera”. Isham Christie entonces enfatizó la diferencia entre una “demanda”, “que se dirige al estado o a las élites económicas” y un “mensaje”, “que se dirige a la gente que intentamos traer al movimiento”. En definitiva, el consenso “online” al que se llegó fue que Occupy Wall Street debía definirse menos por el qué de su posición política que por el quién de sus participantes. Moreno-Caballud sugirió entonces que la identidad del movimiento se definiría según su capacidad de generar un mensaje que fuera fácil de entender y que combinara lo político con lo económico, como había hecho el 15-M con su “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”. Amin Husain añadió un eco populista de la constitución americana ofreciendo el slogan: “Nosotros, la gente, estamos tomando las calles porque el gobierno no nos escucha”. Finalmente, David Graeber, inspirado por un artículo del economista Joseph Stiglitz sobre “la política del 1%”, propuso la expresión que se convertiría en sinónimo de Occupy:
“¿Qué os parece “el movimiento del 99%”?”. Graeber continuó: “Los dos partidos políticos gobiernan en nombre del 1% de americanos que han recibido casi todos los beneficios del crecimiento económico, que son los únicos completamente recuperados de la recesión de 2008, que controlan el sistema político y la casi totalidad de la riqueza económica. Así que si los dos partidos representan al 1%, nosotros representamos a ese 99% cuyas vidas han quedado esencialmente fuera de la ecuación”.
Al día siguiente Santa-Cecilia y Moreno-Caballud imprimieron un flyer, añadiendo el pronombre “nosotros” al 99%, creando así una “identidad colectiva” para el “todos” y el “cualquiera” que formaría parte del movimiento: “Nosotros, el 99% llamamos a una asamblea general el 9 de agosto a las 7:30 en el Potato Famine Memorial”. El concepto del 99% empezó a circular por las calles de Nueva York. Más tarde, el activista y bloggero Chris lo transformó en su forma final: “Somos el 99%”, que dio nombre a una página de Tumblr. Estas fueron las palabras y el concepto que Santa-Cecilia y Moreno-Caballud recuperaron en su email de septiembre, durante la primera semana de la acampada.
Aunque el “mensaje” único del 99% fue una de las constantes que unió a los participantes de la AGNY desde dicho email del 4 de agosto hasta la ocupación del 17 de septiembre, los distintos contingentes de la asamblea variaban en su manera de ponerla en práctica. No es casualidad que la presencia española fuera la más fuerte en el grupo de trabajo de difusión Occupy Outreach, encargado de desarrollar el mensaje de la asamblea para llevarlo a otras comunidades fuera del movimiento. De los aproximadamente diez integrantes del grupo de Difusión en agosto y principios de septiembre, tres eran españoles. Además de Moreno Caballud y Santa Cecilia, Lauren Dapena Frais también participó activamente en el grupo. He de reconocer que cuando Moreno Caballud y Santa Cecilia, que no son ciudadanos estadounidenses, me hablaron en agosto de su plan de distribuir folletos en las salidas del metro de Brooklyn, me preocupé por su seguridad. ¿Cómo iban a reaccionar los neoyorquinos ante dos personas con acento marcadamente español instándolos a asistir a reuniones para la ocupación de Wall Street? No obstante, el contingente español persistió en sus esfuerzos más que nada porque, fieles al espíritu del 15-M, creían que el movimiento debería identificarse no sólo con los asamblearios, los manifestantes o los acampados sino, ante todo, con el conjunto de la población que es sometida a la manipulación de la élite político-financiera. Durante las asambleas de Tompkins Square Park, mientras gran parte del debate se centraba en cuestiones tácticas y logísticas de la ocupación, a Santa Cecilia se le veía, a menudo, repartiendo folletos a transeúntes curiosos que pasaban por el parque, hablándoles de las razones de Occupy. La idea era que la asamblea debía mantenerse abierta al 99% de la población, considerada la protagonista del movimiento. De hecho, aunque Moreno Caballud y Santa Cecilia acabaron uniéndose a las manifestaciones y la acampada del 17 de septiembre, albergaban serias dudas sobre las connotaciones imperialistas del nombre “Occupy” así como sobre la idea de levantar la acampada en “territorio enemigo”. Como habían pasado gran parte de su tiempo en España asistiendo a las asambleas más pequeñas que se extendieron en distintas localidades tras el desalojo de las acampadas masivas de Barcelona y Madrid, Santa Cecilia y Moreno Caballud siguieron propugnando el lema del 99% y propusieron esfuerzos por crear y apoyar asambleas locales más allá del distrito financiero de Nueva York.
No me parece del todo casual que el grupo que más se preocupó de la inclusividad del movimiento, y más se esforzó por ella, haya sido excluido, en efecto, de los principales relatos sobre los orígenes de Occupy. ¿Por qué es así? En primer lugar, el 15-M fue más drástico que otros movimientos de 2011 en su creencia en un movimiento sin líderes hasta el nivel orgánico; al ser entrevistados, los acampados españoles solían negarse a dar sus apellidos, una práctica que fue replicada inicialmente por el contingente español de Occupy. Especialmente en los primeros días del campamento de Zuccoti, esta táctica de despersonalización fue habitualmente recibida con confusión, hostilidad y, sobre todo, indiferencia por una sociedad americana fuertemente afectada por el culto a la celebridad. La falta de auto-promoción por parte del contingente español de Occupy supuso la progresiva disminución de su visibilidad y su influencia en el movimiento. Para el momento en que Occupy Wall Street había capturado la imaginación popular, en los últimos días de septiembre, los españoles ya no tenían una presencia decisiva en los principales órganos del movimiento, ni en Zucotti Park ni fuera del parque. Este giro confirmó, en parte, la efectividad de su concepto de un movimiento del 99%. Pero, por otro lado, el hecho de que fueran menos visibles que otros participante hizo que los medios globales –y en consecuencia, los activistas y académicos que, a pesar de toda nuestra retórica, continuamos estando fuertemente atados a esos canales estrechos de información- básicamente ignoraran las continuidades entre el 15-M y Occupy.
En el primero de mayo de 2012, durante una marcha a través de las calles de Manhattan, un grupo de participantes de Occupy intentaron reconstruir los puentes entre los dos movimientos. Preocupados por el hecho de que la gente tanto en Estados Unidos como en España siguieran viendo a Occupy como un movimiento local enfocado en el sistema político americano, llevaron una pancarta que decía: “Occupy Loves 15-M (Spain)”. Tengo fotos del contingente español llevando esa pancarta desde Union Square por todo Broadway hasta Zucotti, pero no creo que mucha otra gente reparara en ellos. La pancarta era una especie de testimonio de cierta derrota. Siendo cierto que muchos en Occupy “amaban” al 15-M, se había vuelto ya casi imposible afirmar una verdad mucho más profunda: que el 15-M era, o al menos era una parte fundamental, de Occupy Wall Street.
Activistas, académicos, y cualquiera
Una de las principales características que distinguen al contingente español de los demás participantes de la AGNY es que la mayoría de los españoles del movimiento nunca habían sido activistas antes de los acontecimientos de 2011. Como muchos otros españoles en casa y en el extranjero, el 15-M les atrajo precisamente porque el lenguaje de las acampadas se había despojado del tradicional discurso de la izquierda. Casi todos los miembros españoles de la AGNY tenían estudios de posgrado —Santa-Cecilia, Moreno-Caballud, Lauren Dapena Fraiz, Ángel Luis Lara, Maleni Romero, Lucia Rey, Vicente Rubio, Manuel Levin, Xavi Acarrín, y Nikki Schiller— y sin embargo, todos se sentían cautivados por los lemas e ideas que salieron de las acampadas del 15-M. Al igual que los demás participantes de la AGNY, los españoles estaban imbuidos de la tradición de la política radical, habiendo leído desde Marx hasta Franz Fanon, Gilles Deleuze y Felix Guattari, desde Gayatri Spivak y Jacques Rancières hasta Hardt y Negri. La diferencia fundamental, a mi modo de ver, era la forma en la cual los participantes se identificaban con esos teóricos políticos. Mientras que la mayoría de los activistas empleaban una retórica anti-capitalista en prácticamente cada frase que pronunciaban, había otro grupo, representado en el email de la “Demanda Única” por Lorenzo Serna, Isham Christie y Moreno Caballud, al cual le preocupaba más cómo se podrían modificar, reformular y traducir dichas ideas en lemas “fácilmente comprensibles”. Dentro del contingente español, este deseo de hablar un lenguaje cotidiano solía manifestarse en un rechazo deliberado a identificarse como intelectuales, activistas o académicos, a pesar de que varios de los españoles desempeñaban profesiones académica.
Aunque sería fácil calificar ese rechazo de hipócrita y engañoso, la precariedad de su situación era muy real en esos momentos. En los primeros días del movimiento Occupy existía el temor legítimo de una represión del gobierno, en especial hacia quienes no poseyeran la ciudadanía estadounidense. Y lo que es aún más importante quizá, el 15-M ya se hallaba en vías de reconfigurar la relación entre académicos, activistas y el resto de la población. Los debates acerca del papel del intelectual en los movimientos sociales se remontan a La Nueva Izquierda británica y norteamericana, pasando por Gramsci, Lenin y más allá, pero han adquirido una urgencia mayor en el mundo de habla hispana a raíz de las guerrillas de los años 60 y 70, la insurrección Zapatista de los 90 y los recientes movimientos populistas en Latinoamérica. Grupos como el Colectivo Situaciones de Buenos Aires, que empezó a combinar los esfuerzos organizativos y la militancia política con iniciativas de investigación tras la crisis financiera argentina de 2001, han atacado tanto a la izquierda ortodoxa como al establishment académico debido a su desinterés por interactuar con las personas sobre las que escriben. Siguiendo la pauta de estos movimientos en el mundo hispanoparlante, el 15-M fue notable por el papel secundario que asumieron los activistas y académicos del movimiento al ceder el paso a los indignados que llegaban a las acampadas y rechazando intencionadamente el tradicional concepto izquierdista de una vanguardia revolucionaria.
Esta nueva forma de pensar y actuar de los españoles respecto a los movimientos sociales ha tenido, no obstante, sus teóricos. El más importante, con diferencia, para el contingente español de Occupy era Amador Fernández-Savater, un escritor y editor independiente de Madrid que publicó una serie de apuntes en su blog en mayo y junio de 2011 titulados “Apuntes de Acampada Sol”. Aunque Fernández-Savater cuenta con una larga trayectoria como activista, su modo de pensar, escribir y participar en acciones políticas cambió radicalmente tras varios años de colaboración con las víctimas del atentado de la estación ferroviaria de Atocha, Madrid, en 2004. Los apuntes de Fernández-Savater consistían a menudo en breves frases que había oído al pasear por las acampadas (“Sin vivienda, no hay viviendo” o “Somos personas”) seguidas de una explicación sobre cómo estos pronunciamientos en lenguaje cotidiano expresaban un sentido común alternativo en el movimiento. Solía autodenominarse “recogedor de citas”, un oyente que recopilaba y glosaba lo que otros expresaban en las plazas. En la primera anotación de su blog, Fernández-Savater reflexionaba sobre el significado de recoger estas palabras y expresiones encontradas:
«Discusión con un amigo militante. Me dice que le chirría el lenguaje que se emplea. Lo encuentra muy pobre: “democracia”, “ciudadanía”, etc. Se lo discuto: desde el “no a la guerra” son precisamente ese tipo de enunciados “planos” los que abren espacios donde todos cabemos y que mueven las cosas. Es verdad que me parece más potente “no vas a tener casa en la puta vida” que “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Pero me parece que hoy está claro que las palabras tienen fuerza no tanto por lo que dicen, sino por quién las dice y desde dónde las dice.»
Este intento de encontrar un lenguaje en el que “cabe todo el mundo” fue un distintivo del contingente español de Occupy. Se podría decir que el énfasis del contingente español sobre el lenguaje cotidiano y la gente común no era nada nuevo ya que las corrientes teóricas más significativas de los últimos veinte años han luchado por el poder colectivo de los grupos marginados que no hablan el idioma de la élite culta y que a menudo son excluidos de las historias de los “grandes hombres”. El énfasis sobre el anonimato y la marginación, fortalecido por el renovado interés por el marxismo tras la crisis financiera mundial de finales de 2007, puede verse en el concepto de Hardt y Negri sobre la “multitud”, los estudios poscoloniales sobre lo “subalterno” y en las teorías de Henry Lefevre y Michael de Certeau sobre las prácticas de la vida cotidiana. Todos los españoles conocían estas corrientes, y sus palabras y escritos reflejaban el lenguaje de esos autores. De hecho, se podría decir que el proyecto de Fernández-Savater en “Apuntes de Acampada Sol” fue articulado en constante diálogo con la creencia de Jacques Rancières en la “igualdad intelectual” de todas las personas y la insistencia de Michael de Certeau en “llevar las prácticas y el lenguaje científicos de vuelta a su tierra natal, la vida cotidiana”. Sin embargo, sería un error interpretar el discurso español como una simple aplicación de esos principios teóricos, porque el logro del 15-M fue, de hecho, invertir lo que Rancière y de Certeau se propusieron hacer. En lugar de formular una teoría sobre la vida cotidiana y el lenguaje común, llevaron dichas teorías académicas a la práctica en el mundo real. Además de traducir los sentimientos populares de las acampadas en España, el contingente español de Occupy fue también capaz de traducir las contribuciones intelectuales de una generación de teóricos ─muchos de los cuales respondían a los movimientos sociales de 1968─ al idioma cotidiano de los movimientos de 2011.
Además de traducir los sentimientos populares de las acampadas en España, el contingente español de Occupy fue también capaz de traducir las contribuciones intelectuales de una generación de teóricos ─muchos de los cuales respondían a los movimientos sociales de 1968─ al idioma cotidiano de los movimientos de 2011.
Quizá la mayor lección que Fernández-Savater aprendió a su paso por las acampadas fue que el anonimato y la despersonalización no eran los únicos medios para combatir el culto a la individualidad de la sociedad contemporánea. En su introducción al libro Las voces del 15-M, publicado en su blog el 6 de junio de 2011, Fernández-Savater ofreció una alternativa a lo que denominó la práctica del “anonimato radical”. Refiriéndose a la larga serie de experimentos literarios y académicos con “la disolución del yo en procesos y tramas colectivas”, Fernández-Savater escribe:
«Conozco, comparto, he practicado y practico esa modalidad de anonimato. Pero hoy también me pregunto si es la única vía posible para escapar de la maldición del “autor individual y propietario”, si es la única articulación interesante y liberadora entre yo y nosotros, lo común y la singularidad. Veo que en las redes sociales y los blogs hay un uso de la primera persona, con la potencia que tiene ese tipo de enunciación muy encarnada, pero como un nombre propio más, como uno cualquiera; y además conectado a un flujo de conversación colectivo, aportando a un gran relato coral (blogosfera, hashtags, etc.). Quizá podamos pensar hoy también lo colectivo como un sistema de resonancias entre puntos singulares y no sólo como un mural dibujado a muchas manos.”
Según Fernández-Savater, las nuevas tecnologías sociales ofrecen un buen modelo para comprender la relación entre lo individual y lo colectivo en los recientes movimientos. Estas tecnologías le permiten a uno situarse junto a otros, convertirse en un nombre propio más “como cualquier otro” más que perseguir una especie de fusión definitiva de la energía humana en la que nadie puede determinar quién es quién. Su referencia a los hashtags es reveladora; el retuit de Twitter funciona simultáneamente como afirmación del nombre propio y expresión de una opinión común.
Aunque se podría argumentar que el “sistema de resonancias” del que habla Fernández-Savater no es más que un nuevo envoltorio para la industria de la cultura denunciada por Max Horkheimer y Theodor Adorno, el análisis de los medios masivos como engaño masivo que realizaron estos autores se desmorona cuando nos fijamos en los casos concretos del 15-M y Occupy. De hecho, el “sistema de resonancias” no tardó en materializarse en Zuccotti Park mediante el llamado “micrófono popular”, una creación improvisada de las primeras horas de la ocupación para sortear la prohibición oficial de altavoces en espacios públicos. Los participantes se levantaban y expresaban sus opiniones y propuestas, haciendo una pausa tras cada pocas palabras para que la muchedumbre o la asamblea las repitiera, transmitiendo así el mensaje a un círculo de personas cada vez más amplio a modo de eco. Aunque el “micrófono popular” estaba sujeto a diversas formas de manipulación, fuera por el temperamento de la asamblea, la elocuencia de la persona que hablaba o una simple interferencia de sonido, su característica más innovadora, quizá, fue que apartó a los medios casi por completo de la mediación entre lo personal y lo colectivo. Moreno Caballud escribió posteriormente que fue esa misma modulación de la voluntad de la asamblea la que actuaba de conducto para el mensaje del movimiento: “Lo interesante del micrófono popular es que funciona como el movimiento: no se trata simplemente de unos individuos moldeados a un grupo claramente identificado e identificable, sino que articula una composición colectiva variable que crece en proporción directa a cuántas personas suscriben lo que se propone —en voz más alta, mayor acuerdo— o por el contrario, disminuye cuando una propuesta es inviable u objetable —en voz más baja, menos acuerdo—.” Yo añadiría que este mecanismo de “comprobación” que suponía el micro popular es precisamente lo que media entre la voluntad individual y la colectiva, un pensamiento expresado por un individuo que, a continuación, se incorpora (o no se incorpora) al discurso de la asamblea.
El acento sobre el lenguaje de la calle, la idea de que las formulaciones del movimiento tendrían que ser lo suficientemente amplias como para que “todos quepamos” y la política de lo que Fernández-Savater denominaría “el anonimato en primera persona” eran los principios de funcionamiento del contingente español de Occupy Wall Street. Todos estos principios eran congruentes con la creencia de que el mensaje del movimiento sería determinado no sólo por lo que se decía sino también por quién lo decía. La tremenda importancia que el comité de Difusión confirió a la cuestión de convertir el lema del 99% en un 99% real demuestra el compromiso de los españoles por ir más allá de la acampada para expandir la geografía del movimiento al vecindario, la ciudad y el país entero. En su email del 19 de septiembre, cuando el lema del 99 % no se había popularizado aún, Moreno Caballud advirtió del riesgo de excluir al 99 % si se seguía empleando una retórica primordialmente académica y activista. El siguiente correo me sigue pareciendo la expresión más emotiva de las ideas centrales de Occupy, una afirmación que sintetiza tanto los peligros como el dinamismo del movimiento y un reconocimiento de su necesaria temporalidad: “Hemos atraído mucha atención en internet e incluso en los principales medios de comunicación. ¡Aprovechemos esto ahora, antes de que pase! Construyamos un movimiento masivo y realmente inclusivo.”
¿Qué habría sucedido si Moreno Caballud no hubiera enviado ese email? Quizá no habría cambiado nada. Como hemos visto una y otra vez durante los últimos años, en pleno fervor de la agitación social, los acontecimientos e historias más improbables pueden surtir los efectos globales más profundos. La contingencia, sin embargo, no es lo mismo que la casualidad. La recuperación por parte de Moreno Caballud del lema del 99 % en aquel momento pone de manifiesto su creencia de que deshacerse de la identidad cismática del “ocupador” como activista y académico no se podía anunciar sin más; había que repetirlo en voz alta y ponerlo en práctica en el entorno del movimiento mismo. El éxito de dicho email se puede atribuir no solo al “acontecimiento” de la formulación del lema, sino también a la pura tenacidad de repetir el lema del 99% por encima de la retórica activista que se había instalado inicialmente en la acampada. Se pueden decir muchas cosas acerca del legado de Occupy, pero lo que es innegable es que en esa semana de septiembre se hizo un llamamiento a un movimiento “masivo”. Otra cuestión distinta es si la transformación de las “identidades tradicionales” del activista y el académico sucederá o no. Eso, aún está por verse.
Problemas y progreso
Aunque las iniciativas comunitarias creadas por Occupy a finales de 2011, como Occupy Sandy (para ayudar a las víctimas del huracán) o Strike Debt (Elimina la deuda), infundieron nueva energía al movimiento y obligaron tanto a los medios como a los académicos a replantearse su descripción de Occupy como un proyecto fracasado, no cabe duda de que las aspiraciones de plena inclusión que motivaron el mensaje del 99 % se han topado con serios obstáculos. Ya en el primer mes de la ocupación de Zuccotti Park, muchos participantes y comentaristas observaron el reducido porcentaje de personas de color en el movimiento, sobre todo de afroamericanos. En una columna de opinión del Washington Post titulada “Por qué los afroamericanos no se están sumando a Occupy Wall Street”, Stacy Patton señaló que, mientras que la población negra de EE.UU. constituye el 12,6%, las encuestas mostraban que representaba tan sólo el 1,6% del movimiento Occupy. Tras sugerir que muchos afroamericanos desdeñaban Occupy Wall Street por considerarlo un “movimiento blanco” que comenzó cuando los blancos empezaron a sufrir algunas de las dificultades económicas que los negros llevaban ya años padeciendo, Patton concluye que “si el movimiento Occupy no cree en la solidaridad con otros colectivos de personas explotadas y oprimidas, y si la América negra no concibe nuevas estrategias de liderazgo para abordar los problemas de hoy, la sabiduría de Frederick Douglass seguirá siendo cierta: la poderosa corriente de raza y clase subyacente en la sociedad estadounidense impedirá que tanto negros como blancos sean libres.”
Ahora los comentarios de Patton sobre la distancia entre el movimiento Occupy y la comunidad afroamericana me parecen acertados en gran parte; mis propias observaciones durante los primeros días del movimiento coinciden bastante con esa impresión. Recuerdo que en las reuniones de agosto en Tompkins Square Park hubo varias propuestas de trasladar las asambleas generales de la ciudad de Nueva York a otros barrios fuera de Manhattan basadas en un supuesto que sigo considerando correcto: los participantes variarían mucho según el lugar donde se celebrasen las asambleas. La inercia general de la AGNY respecto a estos temas confirmó algunas de las acusaciones de las que posteriormente fue objeto el movimiento. La idea de que “los afroamericanos se sumarán al movimiento cuando vean lo que estamos haciendo” siempre me pareció reductiva, y lo sucedido en los días iniciales del movimiento demostraron que esa creencia no se cumplió. De hecho, incluso me atrevería a argumentar que la presencia española en Occupy Wall Street pudo haber exacerbado el problema debido a que el discurso del 99 % —el “todos” y “cualquiera”— sonaba demasiado al lenguaje de los derechos universales que frecuentemente han sido traicionados en la práctica, aunque no por principio. Resulta significativo que la ahora extendida norma asamblearia de “step up, step back” (da un paso adelante, da un paso atrás) en el que a los participantes varones de raza blanca se les pedía que cedieran el turno para que se pudieran oír otras voces, no se implementó hasta mucho después de las asambleas de Tompkins Square Park.
Pero las apariencias engañan a veces. Cualquier persona que haya pasado tiempo en las asambleas de estudiantes reconocerá lo crucial que han sido los afroamericanos en la expansión de los grupos de educación y de deuda del movimiento y, como señala Graeber, los líderes del histórico sindicato negro Transit Workers Union of New York fueron “algunos de los primeros patrocinadores y entusiastas de la ocupación, con un ávido apoyo de sus bases”. Asimismo conviene recordar que el artista de hip hop Lupe Fiasco fue una de las pocas celebridades que ofrecieron apoyo ideológico y táctico a Occupy Wall Street antes del 17 de septiembre. Por último, un momento destacado de la infancia de la acampada de Zuccotti fue la convergencia de los manifestante de Occupy con la protesta del 20 de septiembre en Union Square contra la ejecución de Troy Davis, un afroamericano acusado de matar a tiros a un agente de policía de Georgia en 1989 y cuya inocencia defendían muchos activistas, grupos de derechos humanos y gran parte de la población negra. Muchos participantes del movimiento Occupy recuerdan la increíble energía que se desató cuando, tras recibir folletos repartidos por integrantes de Occupy, un amplio grupo de los manifestantes contra la ejecución de Troy Davis decidieron seguir su marcha hacia Zuccotti Park. Unos días más tarde, los integrantes de Occupy les correspondieron sumándose a una convocatoria a favor de Troy Davis. Dado que ese intercambio tuvo lugar en la calle, lejos del puesto de los reporteros, los medios de comunicación lo obviaron casi por completo.
Otro argumento discutible que Patton presenta en su artículo es que la relación entre Occupy y los afroamericanos ha sido un reflejo de las clásicas divisiones de la sociedad estadounidense. Su tesis de que el movimiento se originó en, y representó a, “la América blanca” fue, como ya he mencionado, inventada de forma retroactiva, en parte por algunos integrantes del movimiento y en parte por los principales medios de comunicación. Un ejemplo perfecto de la insidiosa fusión entre los relatos de Occupy y los de los medios se encuentra en el libro Occupying Wall Street: The Inside Story of an Action that Changed America (“Ocupando Wall Street: La historia desde dentro de una acción que cambió América”). Aunque el libro es “anónimo”, escrito supuestamente por los “autores del 99%”, la contraportada contiene una nota de Johathan Lethem, un abanderado de la cultura vanguardista de la América blanca, que describe el libro como “Un relato de primera mano esencial e incitante sobre cómo el oxígeno volvió a fluir repentina y milagrosamente al cerebro americano”. Los capítulos sobre los orígenes de Occupy titulados “Los comienzos” y “Ha nacido una ocupación” no sólo alimentan la extendida creencia de que los movimientos internacionales de principios de 2011 sirvieron sólo de “patrón” para AGNY, Bloombergsville y Occupy, sino que idealizan el papel de los conectores de la cultura blanca de Estados Unidos que lograron transformar las protestas extranjeras en un mensaje capaz de llegar directamente al cerebro norteamericano. Según cuenta el libro, el protagonista de la prehistoria del movimiento es el anteriormente citado Willie Osterweil, el manifestante estadounidense que había pasado varios meses en las acampadas de España. Los autores del libro citan a Osterweil: “En España resurgió mi urgencia y reconocí realmente (no intelectualmente) la naturaleza del momento histórico y las posibilidades que teníamos a nuestro alcance en EE.UU.” Aunque ya he aludido al papel crucial que desempeñó Osterweil en la formulación del lema del 99%, el libro no hace ninguna referencia a los participantes españoles y latinos que realmente (no solo intelectualmente) estaban presentes en la AGNY junto a Osterweil. La transfusión de oxígeno entre estadounidenses blancos y estadounidenses blancos se completa en el primer párrafo de “Ha nacido una ocupación”, en el que los autores hablan del “nacimiento” de la ocupación gracias a los esfuerzos de “un reducido grupo de hombre y mujeres mayoritariamente jóvenes y blancos, que hicieron planes de última hora para el sábado 17 de septiembre”. Es decir, al ocupar Wall Street, el movimiento se auto-blanquea.
Estas versiones de los orígenes de Occupy no las considero como indicativas de la perspectiva histórica de todos los miembros del movimiento sino más bien como el relato que a una facción del movimiento le gusta contarse. De hecho, el estallido de popularidad que Occupy experimentó entre finales de septiembre y octubre de 2011 coincidió con el creciente interés de autores como Lethem y otros exponentes de la vertiente “cool” de la cultura blanca estadounidense plasmada en ciertos medios como la revista neoyorquina N+1 o la revista McSweeney’s de San Francisco. Estas publicaciones literarias y culturales tendían a reproducir las impresiones de la “segunda ola” de ocupadores, mayoritariamente blancos, cuyo compromiso con el movimiento comenzó cuando Zuccotti Park ya estaba convirtiéndose en un circo mediático, un momento en el que a todos (me incluyo) nos resultaba difícil distinguir entre la forma y el contenido de la acampada. No quiero decir que esos participantes no estuvieran comprometidos con las causas del movimiento sino que representan a uno de los muchos sectores demográficos del movimiento y su relato es uno entre los muchos que se podrían contar sobre la trayectoria del movimiento. Los medios de comunicación que informaron sobre las primeras semanas de Occupy Wall Street padecieron, en general, de la necesidad de confirmar sus ideas preconcebidas; se dirigían a Zuccotti Park para retratar a un colectivo de manifestantes blancos, modernos, privilegiados y desinformados, y buscaban exclusivamente a personas que se ajustaran a ese perfil.
Si volvemos a fijarnos en los participantes de la AGNY que contribuyeron al hilo de emails sobre la Demanda Única, queda claro que los “ocupadores originales” distaban mucho de tipificar la América blanca. Isham Christie es un Choctaw (aborigen norteamericano) de Dakota del Norte, Amin Hussain es estadounidense de origen palestino, Lorenzo Serna es latino e indio americano, Moreno Caballud es español. Graeber y Osterweil son los únicos que se aproximan al perfil estereotipado de Occupy Wall Street. Por otra parte, la narrativa generalizada en EE.UU. ha pasado por alto los estrechos vínculos entre Occupy y la comunidad latina, creados sobre todo como consecuencia del empeño que los primeros integrantes españoles y latinoamericanos pusieron en llegar a los barrios de habla hispana por considerarlo crucial para la supervivencia del movimiento. Ya desde los comienzos, Santa Cecilia y el puertorriqueño Pablo Benson ayudaron a organizar el grupo de trabajo de Occupy en español, en el que participantes de Puerto Rico, México, Argentina, Uruguay, España y otros países (así como estadounidenses de habla hispana) celebraban asambleas, concedían entrevistas a medios hispanoparlantes y debatían sobre cómo crear redes con organizaciones y movimientos sociales latinoamericanos fuera de EE.UU.
La narrativa generalizada en EE.UU. ha pasado por alto los estrechos vínculos entre Occupy y la comunidad latina, creados sobre todo como consecuencia del empeño que los primeros integrantes españoles y latinoamericanos pusieron en llegar a los barrios de habla hispana por considerarlo crucial para la supervivencia del movimiento.
Uno de los grandes éxitos del movimiento Occupy de Nueva York ha sido su capacidad de conectar con establecidas organizaciones latinas y de inmigrantes, entre ellas, los colectivos sociales La Indignación, La Unión de Brooklyn y El Centro de Staten Island. Durante el [2013], el grupo 16 Beaver Street ha celebrado reuniones abiertas con miembros de la cooperativa de tratamiento de agua de Cochabamba, Bolivia, y del Colectivo Situaciones de Buenos Aires. La gran corriente subterránea de Occupy sigue siendo la comunidad hispana, que a partir de unos pocos españoles y latinoamericanos involucrados inicialmente en el movimiento se ha extendido a inmigrantes sin papeles, agrupaciones políticas locales y participantes de acampadas fuera de EE.UU. entre otros. Más recientemente, el contingente hispano de Occupy ha dedicado gran parte de su tiempo y esfuerzos al foro procomún Making Worlds, que ha reunido a escritores y teóricos como Silvia Federici, George Caffentzis y James Quilligan junto con vecinos, artistas, docentes, académicos. Este giro hacia los comunes, sistemas de intercambio regulados por el usuario (como por ejemplo, Wikipedia) considerados como una alternativa tanto al Estado como al mercado, refleja un intento consciente de desarrollar las ideas y las prácticas solidarias de Zuccotti Park — la cocina comunitaria, la asistencia médica, y demás servicios gratuitos— más allá de la retórica reivindicativa de Occupy.
Lo que muestran los párrafos anteriores es que muchas de las cuestiones de “relaciones públicas” a las que se ha enfrentado el movimiento Occupy no sólo tienen relación con las prácticas y creencias del movimiento mismo sino también con las historias que se han contado dentro y acerca del movimiento. Estas historias influyen en la opinión pública sobre Occupy y, de un modo mucho más encubierto, en las teorías sobre Occupy que circulan entre académicos y activistas. ¿Cuál es, entonces, el papel del académico respecto a Occupy Wall Street? Recuerdo una frase que Moreno Caballud me repitió en numerosas ocasiones durante los primeros días de la acampada: “Más que nuevas teorías, necesitamos nuevas narrativas”. Mi crónica sobre el contingente español de Occupy es, o al menos pretende ser, una de esas narrativas, pero hay otros cientos de historias que se podrían contar. No sólo historias sobre los orígenes de Occupy, sino también relatos acerca de la repercusión que los múltiples movimientos, acciones y teorías del pasado han tenido en los movimientos sociales del presente. Quizá no hablemos el mismo idioma —hay claras diferencias metodológicas y disciplinares que condicionan nuestras formas de escribir acerca de estos movimientos— pero quienes nos consideramos estudiantes y profesionales de la cultura tenemos la especial responsabilidad de trasladar estas narrativas de forma comprensible a personas ajenas a los círculos académicos y activistas. Nuestra formación y nuestra trayectoria nos permite analizar de forma seria, y crítica, los movimientos sociales que están transformando nuestro mundo. Los académicos no podemos ver todo lo que sucede sobre el terreno, claro está, pero sí podemos reconocer los límites de lo que vemos y tratar de ampliar nuestra visión en lo posible. Esto no nos hace héroes de la revolución, pero al menos nos permite ser partícipes de nuevas narrativas sobre la sociedad en la que vivimos, sea a nivel local o global, y sobre las complejidades de la transformación que está experimentando.
- Traducido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
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- Imágenes de Jeffrey Lawrence
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