Hemeroteca Diagonal
Descansar vs. ser libre

Marin Ledun fue despedido de su puesto de trabajo como investigador en France Telecom. Fruto de sus años en esa compañía ha escrito Perros de porcelana. Hablamos con él del trabajo moderno y su relación con la vida.

Marin Ledun
12 dic 2012 13:37

Marin Ledun, 37 años, ha trabajado durante siete años de investigador en France Telecom (Orange). Abandonó el buque en 2007 cuando la privatización de la empresa, realizada en 1998, empezó a cambiar las técnicas internas de gestión del personal: en 2006 se está llevando a cabo el plan NExT que consiste en reducir los efectivos con un método muy agresivo ya que se trata de degradar las condiciones de trabajo para forzar psicológicamente a los trabajadores a la dimisión. Seis años después del inicio de NExT, alrededor de 60 asalariados de la empresa se han suicidado. La opinión pública francesa se apropió de esa “ola de suicidios” para denunciar las técnicas actuales de management y el sufrimiento que éste acarrea. Desde el 6 de julio de 2012, la empresa ha sido inculpada por “acoso moral”. Es la primera vez en la historia que una empresa que cotiza en Bolsa tendrá que responder ante la justicia. En cuanto a Marin Ledun, es ahora escritor de novelas negras y en una de sus obras, Perros de porcelana (Alienta, Barcelona, 2011), vuelve a esa experiencia implantando la acción en un centro de llamadas.

En tu novela Perros de porcelana, la protagonista, una doctora laboral, cura los sufrimientos de la gente pero también está en un lugar privilegiado para analizar el mundo de la empresa ya que lo ve en su conjunto.
Los personajes que pueden hablar de la empresa hoy no son muchos. Para entender un poco los mecanismos del sufrimiento en el trabajo, ligados a las nuevas organizaciones del trabajo, los nuevos métodos de management, hay que tener competencias en medicina, psicología, psicodinámica del trabajo, sociología de las organizaciones, etc. Y muy raramente instruyen a los médicos laborales en las herramientas de esas asignaturas. He intentado construir el personaje que más conocimientos tenía sobre ello. Tal vez la “sobreinvierto” en su comprensión de la cuestión, pero es para que pueda testimoniar sobre cómo funciona, la relación entre los cuerpos, lo que pasa en la cabeza de la gente y sobre el funcionamiento de la máquina empresa.

Informes médicos dan ritmo al relato. Permiten al lector recobrar la respiración y caracterizan, desde mi punto de vista, una cierta forma de deshumanización porque se trata de informes muy fríos y distanciados.
La idea de esos informes era recordar que la empresa no es lo que vive la protagonista, esta especie de empatía que tiene con la gente, esas relaciones humanas que existen a pesar de todo. Lo que predomina es la manera muy clínica, muy fría, de tomar a hombres y mujeres como números, cifras, como una suma de “síntomas”. Y más allá de un cierto número de síntomas demasiado graves, se va a considerar que no es rentable. Todo tiene que entrar en tablas Excel. Mi voluntad era recordar que la empresa es este tipo de discurso, muy frío, muy mecánico. La idea inicial de Perros de porcelana puede resumirse así: existe la ficción caracterizada por la doctora, y existe lo real, los informes. Y cada vez que entramos en un informe, entramos en lo real.

¿Por qué este proceso de deshumanización de las personas en la empresa?
Eso se debe a los mecanismos de deshumanización establecidos ya en los individuos en la sociedad en general. La empresa es el producto de cierto número de procesos; los procesos de calidad, por ejemplo, que aparecen en los años ‘80 y ‘90, sobre todo, y de algo en lo cual pongo mucho énfasis porque es muy simbólico: la entrevista individual de evaluación, o de desarrollo. Es el mecanismo por excelencia de cosificación de los individuos, formado por tres elementos muy importantes a los que el individuo va a ser reducido: el saber (la formación que hemos recibido), el “saber hacer” (la experiencia adquirida) y la entrevista individual de desarrollo, la cual proporciona un nuevo elemento que consiste en la medida, totalmente arbitraria, de algo que no existe y que se llama el “saber estar”. Puede decir cualquier cosa y no es en absoluto medible.

Hay un montón de cosas que no se pueden medir, cuantificar, pero que lo están, precisamente porque eso permite someter a los individuos y producir una es­pecie de doble mecanismo: el control de la gente —el control directo que permite “apretar los tornillos” a la gente: si las pagas extras dependen de la entrevista, la gente estará obligada a agachar las orejas— y el autocontrol —el individuo interioriza todos esos mecanismos para anticiparlos mejor—. Son mecanismos destructores.

¿El trabajo sigue siendo un instrumento de socialización?
A partir del momento en que el trabajo ya no es percibido como algo colectivo, sino que se convierte en algo puramente individual, con trayectorias y mecanismos individuales, necesariamente, no cumple en absoluto su función de socialización. Pero si se considera que el trabajo no se limita a la empresa, que es también, precisamente, un mecanismo de socialización y de vida, se puede decir que los parados trabajan, y mucho además: cuando alguien “no trabaja”, en el sentido asalariado del término, a pesar de todo está trabajando. Alguien que decide romper con el mundo del trabajo y vivir solamente de su huerta y en autogestión, está trabajando. No está trabajando en el sentido del tripalium, instrumento de tortura, en el sentido asalariado, explotación, etc., del término, pero está trabajando. Y en este sentido, el trabajo sigue siendo un instrumento de socialización. Hay gente que milita en contra de la noción misma de trabajo, pero al final, está trabajando. Sólo es que no tienen trabajo asalariado. Han rechazado por elección (o a veces porque no han tenido otra opción) esta sumisión.

¿Quid de la sumisión?
La cuestión de la sumisión se plantea en la novela y me la planteaba desde el principio. Cuando fui contratado en France Telecom en 2004, la condición era, a título individual, observar y empezar a investigar los mecanismos de la sumisión en el ámbito del trabajo. Al final me han pillado y me fui obligado, y no en muy buen estado, pero una vez digerida la cosa, he recordado que sin embargo era parte de mi objetivo inicial.

El objetivo que me había planteado era trabajar sobre el doble mandato que forman la sumisión en el trabajo y la sumisión en el consumo. Parto del principio de que los dos están totalmente ligados. Es porque ­contratamos créditos, porque consumimos, que estamos sumisos en la empresa. Es porque estamos sumisos a la imposición del consumo por lo que vamos a estar sumisos en el trabajo. Es una evidencia decir eso, pero generalmente se analizan los mecanismos de la producción por un lado y los mecanismos del consumo por otro. Mi idea, con Bernard Floris, era de trabajar sobre la articulación entre la sumisión en el consumo y la sumisión en la mecánica de producción. Hoy, cuando ejercemos de trabajadores, somos trabajadores en el trabajo, en la oficina o en cadena, pero también somos trabajadores permanentemente en la vida cotidiana: en nuestra cocina empotrada, con nuestro lavavajillas, nuestro robot, todas las cosas que hemos comprado porque se supone que nos simplifican la vida para que pudiéramos trabajar más tiempo.

Al final de la novela, tenemos la sensación de asistir al triunfo del fordismo.
Es exactamente eso. De hecho, en los textos de origen, preveían, al mismo tiempo que la organización científica del trabajo, la organización científica del consumo. Históricamente, no se ha podido hacer en la ­época, porque las sociedades occidentales no estaban todavía preparadas para consumir tanto como lo han hecho a partir de los años ‘60. Así que se han atrasado en cuanto al planning, pero han recuperado el tiempo desde entonces. Los diseñadores un poco cínicos de estos métodos –o a veces sinceros, lo que es peor todavía– habían previsto estos mecanismos. Mientras tanto, se han agregado otras cosas, como el paro, que también ha sido organizado científicamente, y que es parte integrante de estas dos entidades.

En la prensa española, han destacado una frase tuya: “O descansar o ser libre”.
De hecho se trata de una citación de Cornelius Castoriadis. Es la idea de la definición un poco personal que daba del trabajo antes: reflexionar y formularse preguntas sobre nuestro modo de vida, nuestra manera de trabajar, de consumir, todo eso, ya es trabajar. E incluso es más que un trabajo: es imprescindible. Voy a tomar un ejemplo a partir de un caso que me han relatado (igual las cifras no son correctas): un estudio que habían realizado dos psiquiatras sobre trabajadores de un matadero y que tenían tres minutos para descuartizar un animal. Técnicos llegaron y consideraron que técnicamente el animal podía ser descuartizado en dos minutos. Los trabajadores lo intentaron y vieron que sí, era posible. Entonces empezaron a hacerlo en dos minutos. Y poco a poco aparecieron depresiones, problemas físicos... Técnicamente y físicamente, podían hacerlo en dos minutos, pero les faltaba un minuto no cuantificable que correspondía a un minuto de humanidad, de respeto al animal que acababan de matar, de digestión de la muerte. Y, o descansar o ser libre, es eso: necesitaban, en un momento dado, ese trabajo personal que no era cuantificable y que era implícito en el cálculo inicial.

“O descansar o ser libre” es también preferir no ver las cosas, no intervenir para no tener problemas.
Descansar es cerrar los ojos, por comodidad generalmente, por cobardía a veces. En el trabajo, todos hemos vivido un día u otro escenas donde hemos visto a alguien que no te apoya cuando sufres una agresión y que podría apoyarte, pero que no lo hace porque no es de su interés. Descansar es eso. Es la antítesis de la libertad, de los mecanismos de liberación, de aspiración a la autonomía individual y colectiva, como dice Castoriadis. Descansar es dejar las cosas correr por sí mismas. No me implico, no me revuelvo, no me sindico. Después de todo, no sirve para nada, después tendré problemas, no cobraré pagas extras. No voy a votar porque de todas maneras no sirve para nada, pero tampoco busco alternativas y no quiero complicarme la vida militando, reflexionando sobre otras maneras de luchar. Las maneras de luchar tradicionales, sindicales, políticas, los partidos tradicionales, etc., todo eso es obsoleto, está muriendo (y es la verdad). Además, sólo son extremistas de izquierda, radicales, anarquistas, libertarios, fulanos, chismes... Entonces descanso, no hago nada.

Cuando dices que el mundo político debería adueñarse del tema del mundo de la empresa, ¿qué quieres decir?
Los políticos no lo harán. La extrema izquierda misma no se ha adueñado del tema del sufrimiento en el trabajo que es, para mí, una palanca formidable para hablar de todas las temáticas: capitalismo, mundialización, “daños colaterales”, como dicen. Es una pena. A partir del momento en que haya un solo muerto por suicidio a causa de las condiciones de trabajo en empresas como Renault o France Telecom, ya es demasiado, no es sólo una cuestión privada, no concierne sólo a la empresa, debe convertirse en política. Todos tenemos algo que decir. Para empezar, los mismos asalariados que no tienen ese derecho dentro de su instrumento de trabajo. Debe­rían poder reemplazar a los accionistas, al capital, a los directores generales que son pagados a golpes de millones para poner en marcha el marketing estratégico que se satisface porque “sólo” hay un muerto y porque eso entra en los costes y las cuotas... En el momento de la crisis en France Telecom, el director general, Didier Lombard, sólo se compadecía por la imagen deteriorada de la empresa. Es realmente escandaloso.
Lo que es fundamental, es que los asalariados se apropien de nuevo de su instrumento de trabajo, sea mediante el sindicalismo o por otra vía (la manera de ponerlo en marcha es algo que debe decidirse colectivamente). Y en esas empresas, los asalariados no están en condiciones de hacerlo, psicológicamente. En France Telecom, hay un cierto número de muertos por suicidio cada año y no hay ninguna movilización aunque debería ser la revolución en la empresa, ¡tie­nen colegas que mueren!

Descansan, en un sentido...
No realmente. Es también la consecuencia física directa para ellos: están en la incapacidad psíquica de reaccionar. Están en estado de supervivencia. A lo cual hay que añadir el hecho de que la máquina empresa hace todo organizacionalmente para que no puedan hacerlo. Por eso el político debe implicarse de nuevo en la cuestión. Somos nosotros, los ciudadanos, los que debemos decir colectivamente que hay un problema que nos concierne a todos: esta empresa es parte de la sociedad en la cual vivimos, todos utilizamos telecomunicaciones. Y eso tiene que ver con todas las empresas, grandes o pequeñas: son los mismos modelos organizacionales que están empleados. Quizás France Telecom sea un laboratorio, pero concierne a todas las empresas. Las personas que están en situación de sufrimiento en el trabajo hoy, física y/o psicológicamente, son de todas las edades, al final de su carrera o al principio, pueden tener muy buenos salarios u otros a la altura del fango, pueden tener una gran experiencia o no, generalmente tienen una vida familiar más bien feliz... La condición del sufrimiento en el trabajo no es la del sindicalista, de 50 años, la del funcionario, depresivo y alcohólico. Le puede tocar a cualquiera. Los mecanismos del sufrimiento están generalizados en el trabajo. Después, son vividos de maneras muy distintas: en algunos se traduce en lo que hablo en la novela, depresiones, suicidios, homicidios, etc. Pero en general la situación puede resumirse con el título de un libro de una médica laboral francesa: No morían todos pero todos estaban afectados.

¿A modo de conclusión?
La constatación que podemos hacer hoy, es que al contrario de lo que se dice, el mundo del trabajo no va mal sólo porque la economía va mal. Va mal porque las maneras de trabajar hacen que corramos directamente hacia el fracaso. Es mi convicción. No es viable a nivel humano. Y al contrario de lo que dicen algunos, a veces un poco moralistas, que han conocido el trabajo en los ‘60 o los ‘70, para los más ancianos, que han conocido empresas un poco paternalistas, la empresa realmente ha cambiado su modo de funcionamiento, radicalmente, aunque todavía tenemos dificultades para medirlo.

Trabajar en cadena hoy, efectivamente es menos duro que trabajar en cadena en la época de Zola o en los años ‘20 o ‘30. La duración del tiempo de trabajo es más reducida, hay protecciones (que están quitando a sabiendas desde algunos años). Es “mejor” trabajar hoy que hace 100 o 150 años. Pero al revés, psicológicamente, trabajar en cadena hoy no tiene nada que ver con trabajar en cadena hace 30 o 40 años. No existen las mismas solidaridades, no existe el mismo colectivo. Antes, no había estos mandatos paradoxales que emergen hoy, no había la política del número, no había la cosificación de nuestra “agenda cerebral”, en el trabajo y en el consumo, y todo eso tiene consecuencias desastrosas. Es imperativo pensar en trabajar de otra manera. 

Horas extras sin cartilla
“Hablaba con un sindicalista de Peugeot que me explicaba que habían notado el cambio a partir del momento en que las pagas extras no habían sido pagadas de la misma manera. Antes, eran iguales para todos: era el equipo que prevalecía, el colectivo. Después, las entrevistas individuales entraron y las pagas extras fueron determinadas en función de lo que cada uno hacía individualmente. Al principio, a los obreros no les parecía mal porque: ‘Final­mente, el otro no pega sello en todo el día, yo curro mejor, no hay razones para que no cobre más que él, no es justo, ralentiza toda la cadena’ Pero después de un tiempo, se han dado cuenta de que el recelo se instalaba: las pagas extras se conver­tían en un tema tabú, se introducía una especie de competencia entre los obreros, se sospechaba de tal o tal de cobrar más pagas extras... Y es con este tipo de procedimientos muy sencillos que se introducen esos mecanismos que al fin y al cabo hacen que la empresa esté totalmente deshumanizada”. 

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