La okupación del número 83 de la calle Amparo, en el barrio de Lavapiés, duró apenas diez días en noviembre de 1985, pero su memoria sigue vigente por lo que supuso. Fue la primera en Madrid, tras las experiencias de Cataluña y País Vasco, que propuso la idea de un centro social crítico y autogestionado que denunciase la especulación inmobiliaria mediante la acción directa: apropiarse de un edificio abandonado con la intención de abrirlo al vecindario. La primera okupación con k.

Minuesa, David Castilla, La Guindalera, La Eskalera Karakola, La Nevera o las distintas encarnaciones del Laboratorio son algunos de los proyectos posteriores que consiguieron dar cuerpo a esa semilla y otorgar valor de uso a lo que permanecía intencionadamente vacío para adquirir valor de cambio.

Treinta años después de Amparo 83, la historia de los centros sociales okupados madrileños se sigue escribiendo desde los márgenes en una ciudad asolada por la influencia política de las constructoras y un modelo urbanístico más definido por el clientelismo y la búsqueda del pelotazo que por satisfacer las necesidades de quienes la habitan. El Patio Maravillas, que opera en Malasaña desde 2007, ha anunciado que tomará un espacio municipal antes de las elecciones del 24 de mayo como respuesta a la orden de desalojo cautelar que pesa desde febrero y la nula respuesta del consistorio.

Ana Sánchez, que formó parte del Laboratorio, señala que la okupación, aunque ella prefiere utilizar el plural okupaciones por las distintas lógicas por las que se rigen, se define por su contexto y que la valoración ha de surgir de ahí. Y el de Madrid no podría ser más hostil, "una ciudad mercantilizada, endeudada, con altas tasas de desigualdad y contaminación, y con un modelo urbanístico de extracción de máximo beneficio monetario mediante una alianza público-privada que deja poco espacio para el bienestar". Por ello su evaluación es dual: "La okupación de espacios responde a una necesidad social por una situación de carestía urgente –de vivienda, de espacio público y vital– pero, además, el estatus de esa acción no ha cobrado en Madrid, en el transcurso de los años, experiencias y propuestas, una entidad propia como elemento en la planeación urbana o en las políticas municipales: no hay okupaciones reconocidas como bien social, no hay viviendas ocupadas regularizadas en base a su función social". Por otro lado, Sánchez señala que "la acumulación de experiencia que se produce en torno al fenómeno de la okupación, y especialmente en centros sociales, o la experiencia más o menos efímera o duradera de una u otra iniciativa, condensa una riqueza social que puede servir para valorar positivamente la situación actual: una realidad activa que hace un poco más habitable la ciudad, que abre preguntas sobre el sentido de lo público y lo privado, que permite nuevos modos de cooperación social... Así que, aun en forma de resistencia, la okupación es un pulmón en una ciudad asfixiada por la especulación. En este sentido la lectura es otra: desde la experiencia propia, desde la autoorganización, un proceso que no ha parado de producirse –de múltiples formas– en estos años –aunque sí con altibajos–, las okupaciones, digamos, como laboratorio social para generar cultura crítica y por tanto riqueza social".

Coincide en esa interpretación Gonzalo Gárate Prieto, del Patio Maravillas, aunque precisa que "otra cuestión sería el análisis más cualitativo, en ese sentido conviene no caer en lo celebratorio, pues es mucho el trabajo que queda por hacer para que la okupación deje de ser vista como una cuestión que atañe a grupos reducidos de jóvenes de planteamientos antisistémicos. Es decir, queda mucho recorrido para llegar a un punto en el que la okupación sea vista como una herramienta política al alcance de cualquiera".

Para el periodista Jacobo Rivero, la okupación en Madrid vive un momento positivo. "Hay muchos centros sociales, muy diversos y también muchas experiencias que se reclaman en la tradición del movimiento de okupaciones que surgió en la década de los ochenta. Además, el impulso producido por las luchas por el derecho a la vivienda, contra la especulación y contra los desahucios de los últimos años favorece a un movimiento que hace años fue visto como algo alejado de los ciudadanos y que hoy, en el contexto de la 'crisis de régimen', parece mucho más asumido socialmente. Y eso es bueno porque la okupación pasa a ser un actor político y cultural reconocido en muchos territorios de la Comunidad de Madrid". 

Los centros sociales okupados en Madrid, hoy

Durante toda esta semana, el colectivo Oficina de Vivienda de Madrid ha organizado acciones para conmemorar los treinta años y significar la vigencia del movimiento en la actualidad. "Aunque dure unas horas, cada okupación es importante porque supone un ataque en la línea de flotación de un sistema que tiene como pilares básicos la propiedad privada y las leyes que la protegen. La okupación no cuestiona la posesión –esta vivienda es mía porque la estoy utilizando– pero sí la propiedad –esta vivienda es mía aunque tenga decenas de ellas, las use para especular o esté dejando que se caiga–, y ésta es una de las bases más importantes del sistema de dominación actual", explican los activistas.

La ruptura del estigma
El estallido de las dramáticas consecuencias sociales de las políticas neoliberales en los últimos años, con la pérdida de la vivienda de miles de familias como exponente, ha propiciado un clima en el que la consideración general de la okupación no es la misma que hace décadas. La repolitización tras el 15M también ha contribuido a ese cambio de perspectiva. "Poner al sistema frente a sus contradicciones hizo posible que la toma de espacios abandonados comenzase a ser vista como la respuesta lógica al estallido de la burbuja inmobiliaria. En este sentido, la legitimidad que tiene la okupación hoy en día dista muchísimo de la que tenía hace treinta años. La gente comienza a ver como algo cada vez más normal que se tomen edificios abandonados para realizar actividades en ellos", sostiene Gárate Prieto.

En la Oficina de Vivienda de Madrid apelan a la empatía como explicación de ese viraje. "La propia realidad de la crisis ha hecho que la gente se ponga en la piel de los que pierden su vivienda, perder la casa ya no es algo que solo le pasa al 'otro', a la gente 'marginal'. Y cuando perder la vivienda es una posibilidad cercana, es más fácil pensar que prefieres pegarle una patada a una puerta que quedarte en la calle. Que si te ves en la calle tú también lo harías. Se rompe el discurso del 'esto no me puede pasar a mí' y surge el de 'yo también lo haría', y ahí hay un potencial transformador muy grande". "La generalización de esas situaciones amplía los márgenes de relación de la ocupación de vivienda en la sociedad. Es decir, más gente afectada se ve más cerca de esta realidad. Amplía también la perspectiva que se tiene respecto al parque de vivienda vacía y la inacción pública al respecto –sea en uno u otro sentido– y amplía también seguramente, en contraste, la alarma del poder ante esta práctica, prueba de ello es el endurecimiento en las penas", opina la que fuera integrante del Laboratorio.

Por su parte, Rivero apunta a la realidad generada por los medios de comunicación y su desborde por parte de la sociedad. La cadena emisor-mensaje-receptor se ha visto alterada y el mensaje que difunden sobre la okupación, cuestionado: "Los medios de comunicación en un principio hablaban de unas experiencias desconocidas por la sociedad y extremadamente estereotipadas como una cuestión de 'punkies antisociales'. Ahora esa visión no resulta creíble, con independencia de otras críticas más o menos razonables desde aquellas personas que no conocen directamente las experiencias que se construyen en los centros sociales. El sentido lo tienen que dar los propios protagonistas, para evitar interpretaciones que no se ajusten a la realidad".

Esa estrategia de comunicación desde los movimientos y ser capaces de permear el discurso de los grandes medios han provocado un mayor conocimiento. "Ahora la gente sabe que hay diferentes tipos de okupaciones: existen familias que toman viviendas debido a que su situación de pobreza, en algunos casos tras ser desahuciadas, les empuja a ello; que se okupan centros sociales para llevar a cabo actividades políticas y culturales o que existen personas en extrema situación de exclusión/pobreza/vulnerabilidad y con problemas de adicciones que okupan para no dormir en la calle", indica Gárate Prieto. 

¿Pueden las urnas cambiar algo?

El horizonte de la okupación en Madrid estará determinado por la política que ordene la ciudad. Por eso la irrupción de Ahora Madrid para las municipales y de Podemos en las autonómicas hace que el 24 de mayo pueda ser una cita clave en la relación de la institución con los movimientos, la ordenación territorial y las políticas urbanas. ¿Qué cambios cabría esperar en esas dinámicas?

Rivero: "No creo que los centros sociales, o el movimiento de okupación, como tal, tengan que tener relación directa con la gobernabilidad. Otra cosa son personas que vengan de esos movimientos, lo cual me parece estupendo y no es novedoso, ya ocurrió en Alemania o Italia. Debe haber leyes que eviten que los pisos y los edificios sean destinados a la especulación, y en ese sentido sería positivo que se penalizara el abandono de inmuebles para no darles ningún uso más que su propia revalorización en el mercado. Debe haber medidas que conserven y protejan edificios por su valor histórico, que quizás puedan ser usados como centros sociales. Pero no creo que se deba pedir una ley específica para las okupaciones. No hay que esperar nada, hay que construir y afianzar procesos. Los centros sociales pueden ser también instituciones, pero desde abajo, desde los territorios, y son los propios centros sociales los que tienen que ganarse la validación de la sociedad o su propio espacio. Es evidente que estamos en un momento en el que pueden producirse muchos cambios, yo espero que así sea, y que los centros sociales desde sus lugares acompañen el empoderamiento social que se ha generado en los últimos años más allá de las identidades fuertes o híper ideologizadas. Los centros sociales, los huertos comunitarios, los grupos de consumo, etcétera son herramientas de construcción de una autonomía social que tienen su propio terreno de juego. Lo que pase por arriba, si favorece esos procesos y respeta esa autonomía, será bienvenido".

Gárate Prieto: "Lo fundamental es que los movimientos mantengan su propia agenda, que no esperen ser salvados por lo institucional, sino que presionen a éste para que cumpla su programa. No parece una buena idea el que desde los movimientos se genere una dependencia de los recursos que puedan provenir de lo institucional, en mi opinión lo importante es que desde la institución se deje hacer, que no se pongan piedras en el camino y que no se intente fagocitar las iniciativas de base. Diferentes ciudades europeas, quizás Amsterdam y Berlín sean los casos más paradigmáticos, han tenido un recorrido en este sentido muy amplio del que podemos aprender de sus aciertos y errores. Ciudades como éstas han puesto en valor el capital cultural que se genera desde los espacios autogestionados, en ocasiones se ha fagocitado en otras se les ha reprimido, pero también se han dado casos en los que se ha reconocido como sujeto político a los movimientos autónomos permitiendo la completa autogestión de los centros, cumpliendo ciertas medidas de carácter securitario tales como salidas de emergencia que permitiesen el desarrollo de las actividades sin peligro para quienes asisten".

Ana Sánchez: "Me temo que no soy tan optimista como para pensar que los resultados del 24M generen un vuelco tal en la representación que permita abordar la cuestión de los espacios okupados como asunto propio de la agenda municipal. Pero cualquier resultado que rompa con la hegemonía de la infamia política abre posibilidades para pensar nuevas formas de afrontar las problemáticas urbanas. Eso es, como poco, lo que podemos esperar de Ahora Madrid en la ciudad y Podemos en la Comunidad, pero no solo esperar, sino exigir, que de eso se trata: un cambio que nos permita exigir a quienes desempeñan cargos públicos aquellos asuntos sobre los que la ciudadanía aplique mayor urgencia, necesidad pero también deseo. Mayor es el reto, a mi modo de ver, de transformar en Madrid (y diría en el país entero) la relación subjetiva que se tiene con la vivienda, el espacio urbano y la propiedad en general: mientras no asumamos el bien común como principio básico de la existencia colectiva (y por tanto generemos políticas que así lo fomenten) será difícil introducir la regularización de prácticas que se oponen a la tan extensa visión de las casas como bien para la acumulación y obtención de beneficio y del espacio urbano en general como bien privatizado de negocio".

Oficina de Vivienda de Madrid: "Creemos que los resultados pueden afectar bastante. Si se siguen sucediendo en el gobierno los mismos partidos que hasta ahora, no habrá grandes cambios. La estrategia va a seguir siendo la represión y la persecución de todo aquel que cuestione que la ciudad no le pertenece a los que mueven los engranajes de la dominación, sino a quien la habita. Puede incluso que la represión aumente y se endurezcan las penas por okupar, todo depende de las necesidades del capital, de que considere que le puede venir bien aumentar un poco más de nuevo la tasa de beneficio que obtiene de la vivienda. Si suben al poder otros partidos con propuestas distintas, seguramente nos enfrentaremos a escenarios nuevos. Uno de ellos puede ser que simplemente dejen estar a la okupación, que hagan un poco la vista gorda y no empleen mucho la fuerza si llega el momento del desalojo. Otro puede ser un intento de asimilación del movimiento, de integración dentro del sistema".

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