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Historia
El triunfo del victimismo nacionalista en Italia
Obsérvese la imagen que ilustra el presente texto. Se trata de una foto que cada 10 de febrero, desde hace años, invade las redes sociales, los periódicos y las televisiones del país transalpino. Si leemos o escuchamos las descripciones que suelen acompañarla, descubriremos que se trata de un “pelotón de partisanos de Tito” que está a punto de ejecutar a “ciudadanos italianos inocentes”, cerca del pueblecito de Dane, en la Eslovenia occidental. En realidad, más allá de la localización geográfica, esta descripción es opuesta a lo que realmente se está viendo en la fotografía. Basta un rápido análisis de los uniformes para demostrar que los hombres armados son soldados del Ejército Real italiano. Por otro lado, la historiografía ha demostrado que las personas a punto de ser ejecutadas son, en realidad, cinco civiles eslovenos: Franc Žnidaršič, Janez Krajc, Franc Škerbec, Feliks Žnidaršič y Edvard Škerbec.
Este tipo de operación —que podemos tildar, objetivamente, de retorcida propaganda— provoca que el espacio de las víctimas sea ocupado por sus verdugos. No se trata de un caso aislado, tan solo de uno de los muchos ejemplos que atraviesan el imaginario dominante con el que la Italia de hoy mira hacia las primeras décadas del siglo XX.
Vencedores o víctimas, lo importancia es no perder
Si nos atenemos al plano estrictamente bélico, el español ha sido el único Estado europeo en el que el fascismo —representado por su principal expresión autóctona, el nacionalcatolicismo franquista— nunca ha sufrido una gran derrota. Uno de los efectos culturales de este hecho histórico es que, en términos generales, la retórica dominante en los grupos fascistas, parafascistas, filofascistas o criptofascistas ibéricos raramente se encuentra atravesada por narraciones victimistas (con ciertas excepciones, mediatizadas a bombo y platillo, como los fusilamientos de Paracuellos).
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Cierto es que el viejo anticomunismo que solía vertebrar los discursos de estos grupos reaccionarios ha dejado espacio a un cierto victimismo, que funciona como elemento aglutinador en el contexto de una supuesta “dictadura de lo políticamente correcto”. No obstante, la forma de mirar hacia los principales acontecimientos del siglo XX por parte de los grupos reaccionarios y nostálgicos al sur de los Pirineos es esencialmente triunfalista. Todo es honor para los victoriosos combatientes que, ayudados por la Gracia de Dios (y algún que otro avión alemán), consiguieron derrotar al terror rojo en 1939 y mantener a raya la conspiración judeomasónica durante casi cuarenta gloriosos años.
Tras décadas de propaganda, las narraciones del victimismo nacionalista han conseguido penetrar hasta el tuétano en las instituciones del Estado y la cultura dominante del país transalpino
“Victimizarse puede llegar a ser una forma poderosa de construir una comunidad”, escriben las millenials de Proyecto UNA en su libro Leia, Rihanna&Trump (Descontrol, 2020). Se trata de un aprendizaje que el neofascismo italiano incorporó prontamente. Así, tras la doble derrota sufrida por el régimen de Mussolini —contra el ejército Aliado y contra la Resistencia interna—, los veteranos fascistas impregnaron de ese barniz su visión de la historia, lo cual les permitió alejarse de discursos derrotistas y establecer una nueva base de lanzamiento para sus proyectos políticos y culturales. Sus sucesores mantuvieron esa retórica y el esfuerzo ha obtenido grandes resultados. Tras décadas de propaganda, las narraciones del victimismo nacionalista han conseguido penetrar hasta el tuétano en las instituciones del Estado y la cultura dominante del país transalpino.
La historia de las foibas
En 1943, tras el arresto de Mussolini y la firma del Armisticio con los Aliados, el Reino de Italia es invadido por el ejército nazi, el cual se anexiona parte de su territorio. En parte del extremo nororiental de la Italia de entonces (ocupado actualmente por la Región de Friuli-Venecia Julia y por parte de las actuales Eslovenia y Croacia), el vacío de poder hasta el establecimiento de la nueva administración nazi desencadena revueltas contra los representantes del anterior régimen. En la península de Istria, de mayoría étnico-cultural “eslava” (término con connotaciones racistas usado en aquella época para designar indistintamente a las poblaciones eslovenas y croatas), el descontento social acumulado tras años de italianización forzosa hace que la rabia popular se dirija contra la minoría italiana, dominante en las élites locales. Como consecuencia, parte de esa minoría emigrará rápidamente hacia lugares más seguros.
Durante las revueltas en Istria, siguiendo una práctica local, fue frecuente deshacerse de los cadáveres en foibas (foibe en italiano), cavidades naturales que aparecen cuando una parte del techo de roca se derrumba por encima de un vacío. Se trata de estructuras geológicas típicas de esas áreas geográficas, las cuales, debido a su origen calcáreo (kárstico), están atravesadas por cientos de kilómetros de grutas y ríos subterráneos, con frecuentes aperturas hacia la superficie.
En los años 70 los movimientos neofascistas recuperaron una determinada propaganda mussoliniana según la cual miles y miles de personas habrían sido enfoibadas por el mero hecho de ser italianas
El 1 de mayo de 1945, el Ejército Popular de Liberación yugoslavo —dirigido por el mariscal Josip Broz Tito y que contaba entre sus filas con combatientes internacionales, incluidos muchos italianos— se adelanta a los Aliados en el frente “oriental” y obliga a los alemanes a rendirse en Trieste, capital de la efímera provincia adriática del Tercer Reich. Tras la desbandada nazi, se celebran multitud de juicios sumarios contra “enemigos del pueblo”, esto es, condenas a muerte por motivos políticos (con la excepción de alguna que otra venganza personal). Muchos de los cadáveres de las personas ejecutadas —principalmente: funcionarios alemanes, sujetos considerados colaboracionistas e italianos de la élite política local y la cúpula policial— acabarán en las foibas diseminadas por los bosques que rodean la ciudad.
Los crímenes bajo la alfombra del fetiche nacionalista
A pesar de que la abundante historiografía existente demuestra que las foibas fueron usadas como simples fosas comunes o tumbas improvisadas —sin ningún valor político o simbólico específico—, en los años 70 los movimientos neofascistas recuperaron una determinada propaganda mussoliniana según la cual miles y miles de personas habrían sido enfoibadas —esto es, ejecutadas y posteriormente introducidas en foibas— por el mero hecho de ser italianas. En ese tipo de relatos, los crueles verdugos son prácticamente siempre, a un tiempo: partisanos, comunistas y yugoslavos.
Esta narración, huérfana de cualquier tipo de fuente histórica, nace y se nutre de dos sentimientos que perviven en los territorios cercanos a Trieste desde que fueran anexionados al Reino de Italia tras la Primera Guerra Mundial: un exacerbado nacionalismo italiano y un fuerte racismo antieslavo.
Por desgracia, no se trata únicamente de desvaríos revisionistas de unos cuantos fanáticos anticomunistas. En 2005, el gobierno de Silvio Berlusconi, bajo iniciativa del partido neofascista Alianza Nacional (predecesor del actual Hermanos de Italia de Giorgia Meloni), instituyó por ley el Día del Recuerdo, con la pretensión de “conservar y renovar la memoria de la tragedia de los italianos y de todas las víctimas de las foibas, del éxodo de los istrianos, fiumanos y dálmatas de sus tierras en la segunda posguerra, así como de la compleja cuestión de la frontera oriental”. Estas más que ambiguas palabras no solo institucionalizaron la propaganda nacionalista, sino que ayudaron a encubrir las masacres indiscriminadas de poblaciones yugoslavas perpetradas por el Ejército Real durante las sanguinarias invasiones del régimen fascista.
La ley que instauró el Día del Recuerdo incluye una financiación específica, a diferencia de otras efemérides similares, como el Día de la Memoria, que conmemora a las víctimas del Holocausto. Así, cada 10 de febrero, instituciones y asociaciones utilizan recursos públicos para organizar eventos y publicar libros; los grandes medios le dedican especiales a la cuestión y en colegios e institutos se trabajan narraciones sobre como los crueles partisanos titinos llevaron a cabo una limpieza étnica contra las poblaciones italianas.
Un consistente refuerzo anual a una cultura nacionalista, refractaria a cualquier tipo de autocrítica y generadora de sentimientos racistas contra los pueblos del Este de Europa. Cultura que se apoya en el mito del italiani, brava gente (italianos, buena gente), según el cual la brutal represión ejecutada por el Estado italiano antes y durante la Segunda Guerra Mundial en las colonias africanas o contra los pueblos “eslavos” y judío no fueron realmente una iniciativa de las élites italianas, sino un efecto del yugo alemán. Así, los únicos malos de la película son los nazis, mientras que los fascistas italianos, en el fondo, no actuaron siguiendo sentimientos de odio o crueldad.
Organizarse contra el revisionismo
Por suerte hay quienes deciden dedicar tiempo y energía a crear imaginarios para observar el pasado lejos de miradas fanáticas. Durante debates en el blog del colectivo de escritores Wu Ming nació, en 2012, Nicoletta Bourbaki. Este grupo de trabajo formado por investigadores e investigadoras de distintas disciplinas, escritores, activistas y simples apasionadas de historia ha luchado durante años para contrarrestar los efectos del revisionismo historiográfico. Sus estudios independientes han servido para demostrar que la mayoría de relatos generados en torno a las foibas exageran las cifras hasta el paroxismo (por ejemplo aumentando en miles, año tras año, las supuestas víctimas). Por otro lado, el libro titulado, con ánimo provocador, E allora le foibe? (Y las foibas, ¿qué?), escrito por el historiador Eric Gobetti, consiguió en 2021 abrir una nueva brecha en la monolítica narración nacionalista sobre el tema.
Se trata de iniciativas escasas, pero fundamentales para construir una memoria que no esconda los trapos sucios del poder, que reconozca a todas las víctimas sin falsas equidistancias y que ayude a construir una cultura basada en el pensamiento crítico.