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Ilustración
Nochemala de Reyes
Carmen Sánchez Carmona (salvo las iniciales, el nombre es ficticio, pero la vida es real) nació en 1934, en un pueblo de Badajoz. Hija de gente pobre, soñadora de libertades, que acostumbraba a reunirse en la casa del pueblo a escuchar los mítines que daban quienes traían un mundo nuevo en sus corazones, se refugió en un chozo de los campos cercanos, con su padre, madre, hermanos y hermanas, cuando vieron avanzar el humo negro de la guerra que llegaba desde Sevilla, en agosto de 1936, al paso alegre de la paz de moros y falangistas.
Con los vencedores llegó el hambre para los vencidos. Carmen recuerda que creció en aquel chozo, entre retamas y jaramagos, en una tierra árida que no daba nada porque nada tenía, con el miedo en el cuerpo cada vez que aparecía una pareja de la Guardia Civil en busca de furtivos que cazaban algún que otro conejo, cuando no lagarto, para comer algo de carne.
Carmen y los suyos sobrevivieron en aquellas décadas tras la guerra comiendo hierbas e hirviendo cardos. En ocasiones, al caer la tarde, a la luz del candil, les llegaba desde lo más oscuro de la noche un lamento prolongado desde los chozos cercanos. Era el hambre, y la necesidad, que se llevaba a los hijos e hijas de aquellos vencidos.
Todavía hay quien recuerda, de aquellos años, la amanecida en algunas calles de Badajoz o Cáceres con cadáveres de pobres que mostraban el abdomen hinchado. Todo quedó en la memoria de quienes lo vivieron. Los papeles, las estadísticas, callaron las causas. La guerra no había terminado para los derrotados.
Carmen no ha olvidado las nochebuenas escasas, con apenas un caldo de berzas, y aquellas noches de reyes en las que siempre recibía un único regalo: una naranja. Mientras, las niñas de buena familia encontraban junto a su cama, desde 1940, su Mariquita Pérez, rubia, morena o castaña, que costaba 85 pesetas, de folklórica o vestida de azul, con su camisita y su canesú.
Como tantas mujeres que vivieron con el silencio a cuestas, sufrió una época que aún no ha saldado sus deudas. Hoy día, con sus noventa años, aún siente, entre la abundancia de las cenas festivas y palabras que casi nadie escucha, las punzadas que da el hambre.
Amech Zeravla.