Opinión
De Luigi Mangione al neonazismo de la Orden de los Nueve Ángulos: síntomas mórbidos en el interregno
Vivimos tiempos oscuros y extraños. La tan citada frase del ‘interregno’ de Gramsci —con sus fenómenos mórbidos— parece haberse convertido para muchos de quienes echan mano de ella más bien en una forma de autoconsuelo. Como se interrogaba Branko Milanovic recientemente, en el descontextualizado uso generalizado de esta cita —recordemos: “La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas mórbidos”—, ¿de cuántos síntomas mórbidos hablamos? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuándo nacerá “lo nuevo”?
Incluso en aquellos tiempos oscuros en los que escribía Gramsci —y eran en verdad tiempos oscuros— parece que había una luz al final del túnel: Ex oriente lux. Siempre habrá quien diga que hoy esa luz es un tren que venía de frente, pero lo cierto es que parece como si el túnel mismo fuese hoy a desplomarse encima nuestro antes de que podamos averiguar nada.
“Hay alguien ahí fuera que lee los periódicos”
Estos días he tratado de leer La sociedad industrial y su futuro, de Ted Kaczynski, con motivo del trigésimo aniversario de su publicación en las páginas de The Washington Post. He de confesar que acabé desistiendo bastante rápido. El estilo de Kaczynski es farragoso, su confusión ideológica, evidente.
Aunque el libro se conoce hoy sobre todo como un texto anarcoprimitivista, la mayor parte de sus comentarios generales sobre la izquierda no desentonarían en el artículo de un paleoconservador o de un representante de la alt-right de hace tres o una década atrás, respectivamente. Este tipo de sesgos y prejuicios se extiende a lo largo del manifiesto, y su estructura poco clara no contribuye a que sea una lectura amena, lo que hace que La sociedad industrial y su futuro sea probablemente un texto más conocido que leído, y que la fascinación que éste y, sobre todo, su autor siguen ejerciendo treinta años después tenga precisamente algo que ver en ello.
Está, por supuesto, su ecologismo radical, que ha ido cobrando importancia con el paso del tiempo. Pero está también su condición de underdog, que, movido por sus fuertes convicciones ideológicas, decide emprender una lucha desigual y contra todo pronóstico de éxito a medio plazo. El propio Unabomber no fue inmune a la mitología del individualismo que impregna la cultura estadounidense, como revela una lectura superficial de su manifiesto, y lo que es más, le convirtió, por así decir, en la primera víctima de su campaña de atentados antes de cobrarse la primera vida, puesto que su patrón de conducta lo conducía inevitablemente, antes o después, a su propia detención, como acabó ocurriendo en abril de 1996.
El otrora celebrado brazo ejecutor de Thompson aguarda sentencia en una celda de una cárcel de Brooklyn, semiolvidado
El propio Unambomber alimentó con su caso ese mito, que, paradójicamente, las nuevas tecnologías que tanto odiaba —la industria audiovisual, las redes sociales— han ayudado a difundir. Luigi Mangione, el asesino de Brian Thompson, el director ejecutivo de United Healthcare, dejó una reseña en GoodReads de La sociedad industrial y su futuro.
Ha pasado casi un año desde el asesinato de Thompson y la indignación hacia las aseguradoras privadas ha sido desplazada por otros asuntos en la agenda mediática. El aura de héroe popular de Mangione ha perdido brillo. Aunque, ¿puede haberla cuando el merchandising en torno a su figura no tardó ni una semana en aparecer a la venta en Internet? El otrora celebrado brazo ejecutor de Thompson aguarda sentencia en una celda de una cárcel de Brooklyn, semiolvidado.
Ni el fenómeno ni lo que acarrea son nuevos. Desde el marxismo, uno de los mayores críticos de la “propaganda por los hechos” fue Lev Trotsky, quien ya en 1909 señaló la incongruencia entre su discurso y su acción: “Engendrado por la ausencia de una clase revolucionaria, regenerado posteriormente por la falta de confianza en las masas revolucionarias, el terrorismo no puede sostenerse más que explotando la debilidad y desorganización de las masas, minimizando sus conquistas y exagerando sus derrotas”. Dos años después volvería a abordar el tema en ‘Por qué los marxistas se oponen al terrorismo individual’: “Si basta armarse con un revólver para lograr el objetivo, ¿para qué los efectos de la lucha de clases?”, se preguntaba Trotsky. “Si un dedal de pólvora y un poco de plomo bastan para atravesarle el cuello al enemigo y matarle, ¿para qué hace falta una organización de clase? Si tiene sentido aterrorizar a los más altos personajes mediante el estampido de las bombas, ¿es necesario un partido?”.
“La propia arma de fuego se convierte en un vehículo comunicativo”, ha escrito Yannick Veuilleux-Lepage
Trotsky consideraba “inadmisible” el terrorismo individual al asegurar que “devalúa el papel de las masas en su propia consciencia, les hace resignarse a su impotencia y volver la mirada hacia un héroe vengador y liberador que esperan llegará un día y cumplirá su misión”. En este sentido, continuaba, “los profetas anarquistas de la ‘propaganda de la acción’ pueden mantener todo lo que quieran a propósito de la influencia exaltadora y estimulante de los actos terroristas sobre las masas” porque “las consideraciones teóricas y la experiencia política prueban que sucede todo lo contrario: cuanto más ‘eficaces’ son los actos terroristas y mayor es su impacto, más limitan el interés de las masas por su auto-organización y auto-educación.” Al fin y al cabo, cuando “el pánico desaparece, un nuevo ministro ocupa el puesto del asesinado, la vida vuelve a su rutina y la rueda de la explotación capitalista sigue girando como antes; sólo la represión policial se hace más salvaje, segura de sí misma, impúdica, y, en consecuencia, la desilusión y la apatía reemplazan las esperanzas y la excitación que artificialmente habían despertado”. ¿No es exactamente esto lo que ha sucedido con Mangione?
Cuando Trotsky escribía todo lo anterior lo hacía pensando en los anarquistas, en la organización de combate de los eseristas y en los populistas que los precedieron. Una de las cosas que diferencian a aquéllos de los autores de los recientes y cada vez más frecuentes tiroteos en EE UU y otros países anglosajones es, incluso sin entrar en distinciones de su posición en el espectro político, su discurso, en el mejor de los casos, difuso, cuando no confuso e incoherente.
Los investigadores del FBI han propuesto el concepto “nihilismo extremo violento” (NVE), y, aunque el término ha sido justamente criticado como una etiqueta lo suficientemente elástica como para incluir a todo tipo de opositores a la administración Trump, merece atención. Un psiquiatra australiano que ha dedicado su carrera al estudio de este tipo de perfiles, Paul E. Mullen, ha afirmado que todos ellos comparten el hecho de ser “a menudo hombres sin amistades, alimentados por una mezcla de resentimiento y una sensación de debilidad” y el estar “atraídos a la promesa de infamia, publicidad y una muerte destacada, como la que disfrutaron anteriores asesinos”. “El resentimiento se acumula y se acumula”, continúa Mullen, “y se convierte en toda tu actitud hacia el mundo, que es de rabia, que está llena de una sensación de agravio, pero es mucho peor, porque no has hecho nada, y, esto, en cierto sentido, es tu respuesta final”. El autor de la masacre de Port Arthur de 1996, que acabó con la vida de 35 personas, “se detuvo en una cafetería porque su mayor queja es que nadie quería hablar con él, y allí había dos chicas, y pensó: ‘Bueno, si voy allí y les hablo, y ellas me hablan a mí, no lo haré’”.
Joe Costello: “Una cosa en común de los autores de los últimos asesinatos es que no tienen ninguna afiliación política real, ninguna asociación política real más allá del scroll infinito de las pantallas”
Escribir un manifiesto para justificar la propia acción y encontrar nuevos seguidores es ya cosa del pasado: Brenton Tarrant (2019), Luigi Mangione (2024), Robin Westman (2025) o Tyler James Robinson (2025) no compartían ideología, pero todos ellos optaron por seguir lo que Mullen llama “un guión” —informal, escrito por los medios de comunicación que informan de manera sensacionalista sobre el caso y ofrecen las pautas para el siguiente— y escribieron crudamente nombres, fechas, eslóganes o incluso frases de videojuegos, películas o memes en las balas, los cargadores y las armas usadas en los asesinatos de los que fueron autores, para que fuesen fotografiados por los agentes después de incautarlos o para fotografiarlos ellos mismos y subirlos a las redes sociales, donde se originaron y donde terminan.
“La propia arma de fuego se convierte en un vehículo comunicativo”, ha escrito Yannick Veuilleux-Lepage, “un artefacto simbólico que guioniza el acontecimiento antes de que se efectúe el primer disparo y que circula mucho tiempo después del mismo”. Para este investigador canadiense, las armas ya no son únicamente instrumentos de violencia, sino “artefactos comunicativos que indican intención, afiliación y futuras trayectorias de amenaza”, auténticas “enciclopedias de agravios y pertenencia, comunicando simultáneamente al público extremista online, a los medios de comunicación y a los futuros atacantes”. La bala como hipervínculo.
Tarrant —cuya acción motivó al menos una docena de crímenes de imitación— llegó a hacer un live streaming en Facebook de su atentado contra la mezquita de Christchurch con una cámara GoPro que instaló para tal efecto en un casco y usaba un altavoz conectado por Bluetooth para emitir música mientras disparaba. Como ha observado Joe Costello, “una cosa en común de los autores de los últimos asesinatos es que no tienen ninguna afiliación política real, ninguna asociación política real más allá del scroll infinito de las pantallas”. Lo que hemos visto, continuaba, “ha sido a individuos que reaccionan a la pantalla apartándose por un momento de ella y usan el acto más antidemocrático posible, el fin de una vida humana con un acto de violencia”. “Quizá lo más desconcertante es que este acto por un instante más allá de la pantalla entonces vuelve a la pantalla, definiendo de manera breve y abrumadora la interacción a través de la pantalla”, apostillaba.
La mayor planificación no ha sido el asesinato, sino su escenificación. “Hemos visto unos cuantos asesinatos en cine y televisión”, escribía Yasha Levine a propósito del asesinato de Kirk, “siempre me ha sorprendido la precisión con la que estos asesinatos han sido presentados en la ficción... y éste parecía uno como el que hemos visto en las pantallas tantas veces”. El espectáculo y la realidad, continuaba, “son ya una y la misma cosa”, en la que “todos nos hemos convertido en expertos forenses”.
Don De Lillo lo vio venir antes en Libra (1988): “Después de Oswald, los hombres en EE UU ya no tienen por qué vivir vidas de silenciosa desesperación. Solicitas una tarjeta de crédito, compras una pistola, viajas a través de ciudades, suburbios y centros comerciales, anónimamente, buscando una oportunidad para pegarle un tiro a la primera cara famosa, hinchada y vacía, sólo para hacer saber a la gente que hay alguien ahí fuera que lee los periódicos”. Más difícil de encajar políticamente es que Tyler James Robinson, el principal acusado del asesinato de Kirk, inscribiese en uno de los casquillos de las balas encontradas la frase: “Notices bulge OwO what’s this?”.
‘Satori’ y pornografía
Cuando Angela Nagle publicó Muerte a los normies (2017) en internet se habían dado encuentro poco antes varias subculturas digitales —la manosfera, gamers, usuarios de 4Chan— y una nueva derecha radical que ideólogos como Steve Bannon supieron conjugar con habilidad para crear la plataforma electoral del primer trumpismo. Casi diez años después de la primera victoria de Donald Trump en unas elecciones presidenciales, esas subculturas se han vuelto más radicales, más mórbidas y más oscuras.
A finales de octubre, un reportaje de Daniel Kolitz para la revista Harper’stuvo una considerable repercusión en las redes sociales. En él, el reportero se adentraba en una fenómeno del que los medios ya habían informado en los márgenes: el de los ‘gooners’, una subcultura digital centrada en la masturbación compulsiva, durante varias horas, asistida no ya con los zettabytes de pornografía existente en Internet, sino con un tipo de subgénero ad hoc.
En efecto, “nadie, aparte quizá de Neil Postman, podría haber predicho la formación de un culto internacional a la pornografía”
“El gooning es un nuevo tipo de masturbación”, escribe Kolitz, “más precisamente un nuevo tipo de masturbación en el corazón de una subcultura dominada por la generación Z, basada en Internet, obsesionada con la pornografía”. “El acto mismo”, proseguía Kolitz, “se asemeja al ‘edging’ —conducirse a sí mismo al punto del clímax sin llegar a él—, pero el gooning está más orientado a un objetivo y es más comunal: el gooner hace gooning para alcanzar el goonstate, una supuesta zona de muerte del ego o éxtasis que algunos comparan a la meditación, la obtención del cual les empuja a masturbarse durante horas, o incluso días, en una sola sesión”. En efecto, “nadie, aparte quizá de Neil Postman, podría haber predicho la formación de un culto internacional a la pornografía”.
Los participantes de estas sesiones maratonianas de onanismo, en ocasiones sincronizadas mediante foros y videollamadas, construyen ‘cuevas’ (gooncaves) digitales –que Kolitz describe como ‘santuarios de la pornografía’– con varios monitores, “en ocasiones tres o cuatro, en ocasiones hasta una docena”, retransmitiendo pornografía de manera simultánea. El autor del reportaje atribuye este fenómeno singular sobre todo a la pornificación de las sociedades occidentales: “Parecía cada vez más admisible que, enfrentados a esta embestida, un porcentaje de hombres psicológicamente indefensos simplemente diese el brazo a torcer, siguiese la lógica de las plataformas y comenzase a ver porno a jornada completa”. Kolitz propone contemplar a los gooners —que se definen a sí mismos como ‘pornosexuales’— “como una especie de célibes voluntarios, o ‘volcel’.” Como un volcel, prosigue, “el pornosexual escoge no tener sexo”, pero “a diferencia del volcel, el pornosexual lo hace porque sus necesidades sexuales están enteramente satisfechas por la pornografía, que no pocos de ellos conciben como una suerte de ‘entidad’ o ‘diosa’ que requiere una entrega absoluta y diaria”.
La pornografía que estos gooners emplean en sus maratones, apunta Kolwitz, “se asemeja muy poco a la forma en que convencionalmente la entendemos: criados en los portales web de vídeos pornográficos, donde un usuario puede ver diez o más clips en una sola sesión, se han acostumbrado a un grado de estimulación que la mayoría del porno no es capaz de satisfacer, de ahí su adopción de una nueva forma, que consagra este modo rápido de consumo de porno como principio compositivo: el ‘vídeo musical porno’ o PMV”.
El autor define el PMV como “la pasta base de la pornografía”: “una pornografía purificada de cualquier cosa que pueda interrumpir su rápido paso al cerebro”. Se trata de “mosaicos pornográficos esquizofrénicos de una densidad a menudo asombrosa: cientos de clips extraídos de la pornografía existente en línea y empalmados en producciones de solo unos minutos de duración, con una banda sonora del tipo de techno ridículo y trepidante que se asocia más a menudo con las tiendas de marihuana sin licencia”. Algunos de ellos “contienen advertencias sobre convulsiones”, “otros contienen indicaciones para inhalar poppers y durante cuánto tiempo”, las parafilias contenidas en la mayoría hacen que las descritas por Krafft-Ebing parezcan vainilla en comparación: “Un montaje hipercinético de descomunales penes embistiendo a heroínas de dibujos animados japoneses, mujeres-caballo creadas crudamente por ordenador, y actrices porno reales”. Muchos de estos montajes contienen rótulos o audios humillando a sus espectadores: “Arruina tu mente” (“Run your mind”), “húndete más” (“go deeper”), “ríndete” (“give up on life”).
Aparantemente, existe todo un nicho comercial dedicado a la producción de PMV. Un productor de este tipo de vídeos declaraba lo siguiente en el reportaje:
Hay un montón de tíos que vuelven a casa del trabajo cada noche, se ponen este tipo de vídeos y se pajean durante horas, y eso se ha convertido en su vida sexual. En mis vídeos, los humillamos por el hecho de que masturbarse viendo vídeos de dominación femenina (femdom) sea ahora su vida sexual. Les animamos a no volver a tener sexo y a pasar el resto de su vida gastando dinero en vídeos de dominación femenina. Ya sabes, es un poco jodido, lo admito. Es casi como una droga, y nosotros estamos, en cierto modo, vendiendo esa droga a los adictos. Y, sinceramente, a veces me cuestiono la ética de todo esto. [Risas.] Estamos empujando a personas que están renunciando a las relaciones personales porque están tan perdidas en su adicción al gooning. Y animarlas solo las empuja más profundamente. Entonces, ¿alguna vez me surgen dudas morales al respecto? Sí, las tengo. ¿Pero me han detenido? [Risas.] No. Disfruto de mi trabajo. Me gusta lo que hago.
Llegados a este punto —si el lector ha tenido el estómago suficiente para ello—, Kolitz propone no juzgar duramente a los gooners. Teniendo en cuenta la existencia de una mayoría social cada vez más enganchada a las redes y transformada por ellas, equivale a algo así como el espectáculo de ver a un alcohólico tratar con condescencia a un adicto al fentanilo. Al fin y al cabo, “desde la perspectiva de las grandes compañías digitales, el consumidor ideal no haría literalmente otra cosa que masturbarse, perder dinero en apuestas digitales y quizá ver cómo otras personas juegan a videojuegos”.
Para Kolitz, puede lucharse contra este estado de cosas, por supuesto, pero por ahora las grandes empresas del sector “han ganado” y “se han salido con la suya, como normalmente hacen, y en el debido tiempo todos seremos gooners, en cierto modo.” De los efectos que la pornografía está teniendo en la vida sexual —o en la ausencia de ella— de una parte cada vez mayor de la población, de la mercantilización y despersonalización de las relaciones sociales, parece que esté a estas alturas prácticamente todo dicho, pero como al mismo tiempo todo indica que no se ha tocado fondo, por desgracia habrá más material sobre el que indagar. “¿Existe un plazo, un entorno regulado”, se pregunta Kolitz, “en el que Internet no se convierta en un fabricante altamente eficiente de cultos suicidas minoritarios?”
Hablando de los cuales.
O9A: neonazismo, satanismo y colonización espacial
Semanas atrás el periodista Peter Korotaev publicó varias entregas sobre las ramificaciones de las redes de la extrema derecha de y en Ucrania, un tema que genera una visible incomodidad entre los políticos y la plana mayor de los comentaristas europeos, incluyendo a una parte nada desdeñable de los investigadores del fenómeno. Pocas de estas ramificaciones más extravagantes que la Orden de los Nueve Ángulos (O9A), parte del entramado de organizaciones aceleracionistas neonazis que han ido apareciendo en los últimos años a lo largo y ancho del hemisferio norte y cuyo seguimiento y análisis es cualquier cosa menos fácil debido a la frecuencia con la que se solapan entre ellas.
Estas organizaciones defienden, como es sabido, la realización de una campaña gradual de acciones terroristas como el método más rápido para alcanzar sus objetivos, provocando una escalada de tensión y un colapso civilizatorio que terminaría, siguiendo el lugar común de la literatura fascista de una lucha que acaba inevitablemente en una batalla apocalíptica en la que “la resistencia nacional” se impone a sus enemigos, con una “guerra racial sagrada” ('racial holy war' en inglés, que da pie a su acrónimo, rahowa).
Estas redes se organizan con un considerable secretismo para evitar la vigilancia policial a través de foros en el darknet, la red social Vkontakte y un conjunto de canales de Telegram conocido como 'Terrorgram' —su logotipo, inspirado en el de Atomwaffen Division, es una mezcla del logotipo de este servicio de mensajería y el escudo negro de las Waffen-SS—, a través de los cuales no sólo llevan a cabo su propaganda, sino que interactúan con los usuarios y reclutan a nuevos miembros. A estos les animan a llevar a cabo acciones violentas contra comunidades religiosas, minorías étnicas o la comunidad LGTBIQ+, desde la intimidación hasta el asesinato pasando por la extorsión económica y las palizas. Todo ello preferentemente grabado en vídeo como prueba de la militancia del autor y como material de propaganda para reclutar a futuros miembros, aliñado con una estética que mezcla iconos del cine de terror —la máscara de Jason, de la serie Viernes 13, es un motivo recurrente—y la estética dark metal. Su comunicación interna, de acuerdo con las investigaciones que se han llevado a cabo estos últimos años, se lleva a cabo con bastante secretismo y empleando aplicaciones con tecnología de encriptación.
Fundada en Reino Unido, lo que distingue a la O9A del resto de organizaciones es su antigüedad —su revista, Fenrir, comenzó a publicarse en 1988— y su ideología, una mezcla explosiva neonazismo y satanismo (sic). Sus objetivos son combatir la influencia judeocristiana en las sociedades occidentales, la eliminación de los enemigos raciales y establecer un orden social militarizado que permitirá a largo plazo la colonización espacial (sic). Para lograrlo, la O9A recomienda a sus miembros una suerte de programa nietzscheano consistente en aislarse de la sociedad y cometer delitos, crímenes y asesinatos para desembarazarse de la moral judeocristiana.
En este “entrenamiento”, la O9A también anima a sus miembros a la violación de menores y su manipulación a través del chantaje sexual para que produzcan fotografías y vídeos pornográficos de ellos mismos, se autolesionen o se suiciden ante la cámara o, sobre todo, cometan actos de violencia en los centros educativos de los que son alumnos —tiroteos y asesinatos en masa—, lo que ha provocado las críticas de otros grupos de ideología similar y todo tipo de especulaciones en torno a su autoría intelectual en varios incidentes de este tipo.
Estos síntomas mórbidos han de tomarse más en serio de lo que pueda parecer a primera vista
A diferencia de otros grupos supremacistas, para O9A las víctimas —para las que utiliza en sus textos el término alemán 'opfer' (en minúsculas)— son sacrificios rituales que aumentan las energías mágicas del movimiento, lo que proporciona una pátina mística a sus actividades criminales. Los perpetradores son denominados “santos” y “mártires”. El ya citado Tarrant es uno de ellos.
Como la mayoría de las organizaciones neonazis acelaracionistas, la O9A renuncia conscientemente a toda estructura y se constituye como una red de células autónomas y clandestinas —“nexios”, en el argot propio— que actúan por su cuenta con una jerarquía propia. Estas células autónomas están unidas por los mismos fines ideológicos y aspiran a infiltrar los cuerpos y fuerzas de seguridad y los partidos políticos. La O9A está vinculada a otras redes informales de la nueva extrema derecha como son 764, CVLT, No Lives Matter (NLM), La Base —cuyo fundador, el estadounidense Rinaldo Nazzaro, quien había trabajado para el FBI y el Pentágono, se trasladó a vivir a Rusia en 2018, y de la que a comienzos de diciembre se desarticuló su primera célula en España, en Castellón—, Atomwaffen Division —y todas sus subdivisiones: Feuerkrieg Division, Sonnenkrieg Divison, Injekt Division, etc.— o Maniac Murder Cult (MMK) —especialmente activa en Rusia—. Con ellas comparte fines y formas de organización, de las que rara vez se hacen eco los medios de comunicación pero que los servicios de seguridad de algunos países, como Estados Unidos y Rusia, llevan investigando desde hace tiempo.
Si nada de esto tiene lógica es, por supuesto, porque ése es precisamente el atractivo de estas organizaciones que anidan en los rincones más oscuros de Internet, sobre todo en países donde la desintegración social y el nihilismo se han extendido como una mancha de aceite. Ex oriente tenebrae.
Como ha ocurrido otras tantas veces antes, esta organización, que fue fundada en el Reino Unido, encontró un caldo de cultivo idóneo en algunos de los países que formaban parte de la URSS tras su desintegración, en particular en Rusia y Ucrania, devueltas a su función de histórico laboratorio político de nuevos cruces ideológicos de teorías y doctrinas nacidas en Europa occidental y que retornan a ella después como especies híbridas, más agresivas que las originales.
Korotaev lo ha descrito como un “terrorismo estocástico digital”, tan difícil de rastrear, “lobos solitarios” cebados con anfetaminas y esteroides, que su atractivo para los servicios secretos no hace falta ser subrayado.
La O9A está representada en ambos bandos en la guerra en Ucrania: en el ucraniano se han registrado conexiones con Azov y sus unidades militares, así como con el Cuerpo de Voluntarios Rusos (RDK); en el ruso, con el Grupo de Reconocimiento Asalto y Sabotaje 'Rusich', una unidad paramilitar supremacista que combate junto a las tropas rusas. Kirill Kanakhin, una de las caras más visibles de RDK, ha declarado públicamente haber pertenecido en el pasado a este grupo.
Estos síntomas mórbidos han de tomarse más en serio de lo que pueda parecer a primera vista, no sólo porque estas combinaciones entre extrema derecha y algarabía esotérica cuentan con numerosos precedentes históricos, comenzando por la fascinación por el budismo del barón Roman von Ungern-Sternberg —uno de los caudillos del Movimiento Blanco contra los bolcheviques durante la guerra civil— hasta el interés de las SS por las religiones orientales y la pseudoarqueología. Su estructura, o mejor dicho su falta de ella, hace que estas organizaciones sean, a pesar de su voluntad declarada de evitarlo, relativamente fáciles de penetrar por parte los servicios secretos con sus propias agendas políticas —ahí está el precedente nunca aclarado del todo de la red Gladio—, y destacados miembros de varias de ellas, como La Base o la O9A, han tenido contactos o incluso han sido informantes del FBI. Korotaev lo ha descrito como un “terrorismo estocástico digital”, tan difícil de rastrear —“lobos solitarios” cebados con anfetaminas y esteroides—, que su atractivo para los servicios secretos no hace falta ser subrayado.
Como ha desenterrado este autor en sus investigaciones, uno de los primeros miembros de la O9A, y considerado por muchos como su fundador, el británico David Myatt, estuvo asociado en los años setenta a Column 88, un grupo paramilitar de extrema derecha en Reino Unido —a partir de cuyas cenizas se crearía el más conocido Combat 18— al que se han atribuido varios atentados terroristas y que algunos académicos creen que estuvo conectado a la red Gladio. Korotaev ha especulado con la posibilidad de que los servicios secretos occidentales estén interesados en potenciar este supremacismo en un Estado plurinacional como Rusia —aprovechando el espacio a su derecha que deja la particular forma de ideología conservadora y reaccionaria desarrollada por el Kremlin— con el fin de desestabilizar a la sociedad rusa y causar divisiones internas, algo para la que estas organizaciones, que se mueven bien en los entornos digitales y reclutan con frecuencia a 'lobos solitarios', ofrecen un buen punto de partida. Tanto MMK —cuyo fundador, Yegor Krasnov, procede de Dnipro— como la O9A tienen cierta influencia en la escena neonazi rusa, que llegó incluso a producir una novela de ficción, El beso de Marena, en 2013, posteriormente traducida al inglés.
Que un experimento así puede descontrolarse y desbordar las fronteras nacionales lo demuestra la cantidad de casos que se han producido en varios países, entre ellos, por cierto, España, donde a pesar de que la extrema derecha sigue enraizada en el nacional-catolicismo con escasas excepciones, un joven de 23 años con problemas de salud mental y vínculos con la O9A fue detenido por la Guardia Civil el pasado mes de febrero en Valencia.
Quizá el nuevo mundo esté naciendo en otra parte y esa parte no es el hemisferio norte
Leyendo desde la izquierda sobre estas redes informales de la extrema derecha, sobre su discurso y su manera de actuar, y recordando cómo históricamente el fascismo ha envidiado las formas de organización y propaganda del movimiento obrero y ha tratado de copiarlas, viene a la mente la fascinación que entre ciertos grupos y, sobre todo, entre ciertos intelectuales de izquierda, hubo por el (post)autonomismo, las “redes rizomáticas”, La insurrección que viene (2007) o Tiqqun y sus textos, no menos cargantes en su estilo farragoso y una jerga mística sólo accesible para iniciados y con la que enmascarar —viejo truco académico, como criticaron años atrás Alan Sokal y Jean Bricmont— la vacuidad intelectual. Como muestra, un botón: “El gesto mesiánico consiste en abrir paso a estas formas-de-vida que afloran incluso en el lenguaje más insólito, en el ambiente más semiotizado, en las miradas más apagadas. Consiste en liberar de la estética el caos de las formas-de-vida”. Sin duda, el tipo de texto revolucionario accesible a las masas.
Este 2025 se celebra el centenario del nacimiento de Manuel Sacristán, quien, a propósito de los posibles escenarios resultantes de la lucha de las clases en liza de las que hablaron Marx y Engels en El manifiesto comunista, recordó que, además de la transformación revolucionaria, éstas pueden terminar con el “exterminio de ambas clases beligerantes”. Ante estas manifestaciones recientes y el más bien desolador estado de lo que antaño fue la izquierda, la pregunta es más inquietante: ¿Puede que estos síntomas mórbidos lo sean de una enfermedad terminal e incurable? Quizá el nuevo mundo esté naciendo en otra parte y esa parte no es el hemisferio norte.
Machismo
Y el meme salió rana
En su propagación, la nueva extrema derecha estadounidense forjada en internet ha empleado lenguajes, herramientas y conceptos que parecían coto privado de la izquierda. Un breve ensayo de Angela Nagle ofrece pistas para desentrañar este cambio de paradigma.
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!