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Juventud
Botellón, juventud y espacio público: una controversia recurrente
“La Policía de Madrid avisa a los padres de pérdidas de tutela si dejan a sus hijos hacer botellón de noche”. “Puedes perder la tutela si dejas a tu hijo menor hacer botellón: la policía avisa”. Así eran los titulares de dos noticias publicadas el viernes 15 de octubre. Presumiblemente su lectura supuso una forma un tanto estresante de comenzar el fin de semana para las madres y padres de adolescentes, un grupo humano diverso y heterogéneo, pero entre el que puede ser práctica común quedar con amigos en el espacio público con alcohol de por medio. Titulares como los citados pueden llevar a imaginarse a miles de progenitores convertidos en policías y detectives de sus hijos so pena de perder la tutela en caso de que la policía les pille bebiéndose un roncola en un parque.
Al dejar atrás los titulares clickbait, la cosa se matiza: las noticias toman las declaraciones del comisario principal de la Policía Municipal de Madrid, José Luis Morcillo, que en todo caso habla de repercusiones para las familias de menores con comas etílicos. En otros artículos publicados durante el fin de semana se alude a que, además de esta situación, han de coadyuvar contextos de abandono o de maltrato. Matices (importantes) aparte, la idea de que la participación de menores en un botellón sea razón suficiente para retirar la patria potestad a sus padres refleja la alarma social que ha provocado este fenómeno en los últimos meses. Mientras las vacaciones, la relajación de las restricciones, la vacunación o el buen tiempo han llevado a miles de personas a las calles, el tema de la reunión y el consumo de alcohol en el espacio público, ha sido abordado recurrentemente en los medios.
Un fantasma recorre el Estado español: los botellones descontrolados y las olas de reacciones que generan. Un mix de reprobación social y utilización política
Y es que un fantasma recorre el Estado español: los botellones descontrolados y las olas de reacciones que generan. Un mix de reprobación social y utilización política. Desde los denominados por determinados medios como “botellones de la kale borroka” que durante el verano se dieron en varias festividades en Euskadi y concluyeron con la violencia de pequeños grupos contra la ertzaintza, deviniendo un elemento de tensión entre las formaciones, pasando por el macrobotellón de la Universidad Complutense que reunió a 25.000 personas el 17 de septiembre en el campus, hasta los botellones masivos en Barcelona pocos días después, durante las fiestas de la Mercé, el botellón se ha ganado su espacio en el debate público una vez más, como viene sucediendo cada tanto en las últimas tres décadas.
Todos estos acontecimientos han poblado los telediarios, convirtiéndose en un problema tal para los ayuntamientos y en la opinión pública que el despliegue de medios policiales para evitarlos ha sido, en muchas partes, masivo. Pocos días antes de las declaraciones de Morcillo se celebraban las fiestas del barrio del Pilar en Madrid. Cientos de efectivos se desplegaban por las inmediaciones del recinto para impedir lo que es práctica común desde hace décadas: que la gente bebiera en el parque y las áreas aledañas. La misma batalla policial al botellón se ha ido articulando en el resto de la península.
Pero los botellones no son nuevos, y hace ya tiempo que se estudian desde las ciencias sociales. En el 2009 el científico social Marcos Crespo abordaba el tema en un artículo en el que valoraba los efectos de la ley antibotellona en Andalucía como expropiación del espacio público, que en aquel momento aparecía en efecto liberado de gente. Para Crespo, la botellona en realidad no existe en sí. Lo que existe “es gente que se reúne en la calle, en los espacios públicos y que son percibidos, representados, tratados, como un problema. Y que han servido, como la juventud, para condensar multitud de problemáticas: que si cambio generacional, que si crisis de valores o incivismo”.
Juventud y problema
De un tiempo a esta parte las personas jóvenes vienen enfrentando el interés —y atento escrutinio— de los medios de comunicación, con una mirada que, lejos de asumir la heterogeneidad y diversidad dentro de este grupo etario, destaca facetas bien concretas y en cierto modo las amplifica. Así es como la juventud ha devenido causa de pánicos morales —como se llama a la reacción de un grupo de personas cimentada en una percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o de grupo, a menudo minoritario, como peligroso, representando una amenaza para la sociedad— desde el principio de la pandemia. En los últimos meses ha tocado desmentir que son irresponsables y peligrosos.
Con la culpabilización de la juventud, se pide “más presencia policial, y que a nivel familiar se active también una forma de represión interna, esto se logra mediante una estigmatización”
A las noticias sobre los botellones vienen acompañando recuentos policiales de robos, vandalismo o ataques a los propios agentes, una asociación de ideas bastante jugosa —que sirve a la extrema derecha para señalar a los jóvenes de origen marroquí (que tienen el doble estigma de ser jóvenes y migrantes), en Euskadi para relacionar estos enfrentamientos con la kale borroka, o en general para calificar a los y las jóvenes que acuden a los botellones no solo como incívicos sino también como violentos.
“No podemos vincular la necesidad de socialización, en esta ocasión en masa con grupos de 35.000 o 40.000, y acciones muy concretas de violencia que no están conectadas al hecho de la propia masa”, para Mansilla no se trata de que la evolución de esa masa deba degenerar en el vandalismo, sino de que alguna gente ha aprovechado la ocasión para “liarla parda. Pero liarla parda, la pueden liar ahí o en otro momento, lo que pasa es que poniendo las dos cosas juntas lo que tenemos es un mecanismo muy fuerte de estigmatización de los chavales, y sobre todo, de lo que se puede hacer en la calle”. ¿El fin de esta estigmatización? En su opinión, “dotar de legitimidad a las instituciones para utilizar medidas coercitivas”.
A una amiga de J. la multaron por beber en la calle. Si bien el joven entiende que la calle no es el lugar para beber, le choca que su amiga sea castigada cuando “no está haciendo mal a nadie”. Y aunque reconoce que los botellones pueden ser molestos y generar conflicto, el joven afirma haber acudido tanto antes de la pandemia como ahora: “Previo al confinamiento era más joven e iba a botellones porque conocías a gente de tu misma edad, no todos podíamos ir a la discoteca, en la pandemia reconozco que he ido también y es que el ocio nocturno estaba cerrado. Sigo yendo porque 25 euros por entrar en una discoteca tan a menudo no los puedes pagar”.Crespo, que destaca la dimensión de socialización de la botellona, considera que la pandemia ha servido para retomar el imaginario de la juventud como peligro, que “no sabe comportarse, no sabe mantener la distancia, se reúnen bajo estados confusionales, etílicos, y de ahí nunca sale nada bueno. Hacen que la pandemia se propague”.
Espacio público
Al tiempo que la alarma ante las reuniones de jóvenes se multiplica en los titulares, no han faltado quienes han señalado una cierta hipocresía respecto a qué cuerpos tienen derecho a ocupar el espacio público, y bajo qué condiciones. En las redes sociales se contrastan fotos de botellonas con las de otras aglomeraciones que no tienen a personas jóvenes como protagonistas: botellón vs terrazas, botellón vs procesiones, botellón vs mítines políticos, no faltan los paralelismos que cuestionan al menos esta obcecación con las personas jóvenes.
En este sentido, A., una chica de Madrid también veinteañera, afirmaba “voy de botellón porque después de tanto tiempo la forma más económica de ir de fiesta para los jóvenes es esta. Me parece un poco ilógico que no se puede beber en la calle y sí en los bares, porque es literalmemte lo mismo solo que sin retribuir al capitalismo”.
¿Es entonces el botellón una forma de disputar el espacio público, de materializar el derecho a la ciudad? Mansilla cree que esto no sucede de manera consciente, que no hay un contenido ideologizado que cuestione en sí el modelo de ciudad. Y sin embargo, la botellona no es ajena al derecho a la ciudad que “no es solo tener derecho a una casa o tener derecho a los servicios públicos, sino de derecho a la vida urbana. A la sociabilidad por la sociabilidad, sin ningún fin instrumental más que la propia relación”.
En definitiva, que detrás de eventos como el de la Mercé, que escandalizó a las audiencias durante unos cuantos días, lo que habría es voluntad de encuentro entre iguales, y todo tras una larga etapa de restricciones, con los locales nocturnos cerrados, con buen clima, y con la idea de que el mejor lugar donde estar es el aire libre, explica Mansilla. “Y luego lo del alcohol está, pero no es ninguna novedad, por un lado los botellones han existido siempre y por otro lado el alcohol forma parte de la vida cotidiana del Mediterráneo, no hay fiesta sin alcohol y no hay momentos de relax sin alcohol, el alcohol es consustancial, incluso en misa se toma vino”.
El derecho a la ciudad “no es solo tener derecho a una casa o tener derecho a los servicios públicos, si no de derecho a la vida urbana. A la sociabilidad por la sociabilidad, sin ningún fin instrumental más que la propia relación”
Para Crespo, el botellón legitima el espacio público como lugar de encuentro. Esto harían las y los jóvenes al ocupar este lugar: “nos están recordando que ciertas cosas se pueden hacer, pueden suceder que no todos los encuentros y todas interacciones tiene que estar mediadas, controladas y reguladas”. La pandemia radicaliza la problematización tanto de la botellona como de la juventud, pero no solo. El científico social detecta paralelismos en el tratamiento del covid 19 y la práctica de la botellona: un “fenómeno” nocivo y peligroso que se estaría extendiendo cuan plaga sin que nadie lo consiga detener.
Sin embargo, el “fenómeno” poco tiene de nuevo, como poco tienen de nuevo los discursos que lo cuestionan. “Los que hacen la botellona hoy son los hijos de quienes la hacían antes y desde entonces se sigue usando el mismo discurso”, concluye Crespo. Para el psicólogo social Horacio Espinosa, presidente del Observatori d' Antropología del Conflicte Urbà (OACU) al que también pertenece Mansilla, lo que hay detrás de la botellona es la sociabilidad “somos animales gregarios y tendemos a buscar a los otros y compartir espacios de alegría y de fiesta”. Es con la irrupción de la idea de la ciudad como un espacio higienizado que se rompe con la vivencia de la calle como lugar de carnaval o fiesta espontánea, pero también como espacio donde buscarse la vida, alerta.
Espinosa habla de un pánico moral que “tiene unos tentáculos muy largos”. Junto al tema del botellón en Barcelona como carne de disputa electoral, o el “malestar latente”, que observa en la juventud, el investigador apunta al miedo a las masas, un discurso que remite al siglo XIX y al temor de aquel momento hacia la acumulación de gente a partir de la idea de que las personas se diluyen en los grandes grupos, perdiendo la capacidad de razonar o animalizándose, una idea que conecta con los miedos de las clases medias a los movimientos de masas que surgían en aquellas épocas. “Cuando la gente se junta, peligro, porque puede estallar el orden social”.