Opinión
La generación Z es el nuevo fantasma que recorre al mundo

Sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela
Cuando una oleada de protestas, convocada por una autodenominada Gen Z que utiliza los símbolos de un manga japonés, derrocó el 9 de septiembre al primer ministro de Nepal, Khadga Prasad Sharma Oli, pensamos que se trataba de un evento aislado, en el único país del mundo con bandera no rectangular.
Cuando nos enteramos que unas convocatorias similares se desarrollaban en Indonesia, Filipinas y otros países de Asia, los analistas pensaron que obedecía a alguna moda propia de ese continente y de su exacerbado consumo pop. Luego, cuando la oleada llegó a Perú y luego a Paraguay, descubrimos que las protestas tenían réplicas en otro continente, siempre díscolo, al que le encanta surfear cuando de conflicto se trata. Pero cuando llega a África, por medio de levantamientos en Marruecos y Madagascar —cuando además ya había ocurrido algo similar en julio en Kenia—, quedó claro que estábamos ante un fenómeno global.
Para las izquierdas, este tipo de manifestaciones siempre son difíciles de comprender y catalogar. Primero, porque no usan la simbología ni el discurso tradicional y siempre abundan las versiones conspiranoicas que meten a la CIA detrás de cualquier cosa que no tenga “banderas rojas”. La confusión es aún mayor cuando las movilizaciones son convocadas por jóvenes con estética animé. Cierta izquierda también intenta comparar estas revueltas con experiencias anteriores, definiéndolas como “nuevas revoluciones de colores”. Las derechas, igual de extraviadas, las relacionan con otras oleadas populares, como la de los indignados europeos o los estallidos latinoamericanos.
Para las izquierdas, este tipo de manifestaciones siempre son difíciles de comprender y catalogar. Primero, porque no usan la simbología ni el discurso tradicional
Lo cierto es que estas manifestaciones tienen sus propias características y comprenderlas es vital, no solo para entender el momento sino para renovar marcos conceptuales que ya no funcionan, sobre todo cuando jóvenes de todo el mundo también están detrás del crecimiento de la extrema derecha. Entonces, ¿dónde ubicar esta nueva marea de rebeldía juvenil de 2025?
Características de la rebelión
Estas manifestaciones tienen diferentes motivaciones socioeconómicas sin un causante global, la mayoría típica de los movimientos sociales tradicionales. En Marruecos, en medio de una crítica a la construcción de estadios para el Mundial de Fútbol 2030 y la Copa África 2026, la chispa se ubica en la muerte de ocho mujeres embarazadas en el mismo hospital de Agadir. En el caso de Paraguay, el detonante fueron los escándalos de corrupción. En Madagascar, se repudiaban los cortes de luz y la falta de agua. En el caso de Perú, fue una reforma de la ley de pensiones en donde los principales afectados eran los menores de 40 años. En Indonesia, se debió al atropello de un repartidor por parte de un coche policial.
En todas ellas, el tema de lo digital es preponderante tanto en la conformación identitaria como en los desenlaces. Hay que recordar que el primer ministro de Nepal fue derrocado por prohibir numerosas redes sociales y que las medidas digitalmente represivas tomadas por los distintos gobiernos para contener las protestas fueron respondidas con más acciones y protestas, como ha ocurrido también en Paraguay e Indonesia.
La organización digital y la difusión reticular es un elemento diferenciador de esta oleada, ya que es la primera generación que extirpa del imaginario la necesidad de difusión massmediática
La organización digital y la difusión reticular es un elemento diferenciador de esta oleada, ya que es la primera generación que extirpa del imaginario la necesidad de difusión massmediática y la omnipotencia de los medios de comunicación: se autogestionan al respecto. Han borrado del mapa eso de que “si no sale en los medios no existe”. Ellos mismos están utilizando Discord— una plataforma de gamers— para organizarse políticamente y luego Tik Tok para la difusión masiva de contenido.
Lo que diferencia a estas movilizaciones tampoco ha sido el tipo de acción utilizada. En todos los países afectados, las protestas de calle podrían equipararse con cualquier movimiento anterior. No hay mucha creatividad ni innovación al respecto. Lo fundamental es la postura estética, no tanto porque sean jóvenes los que están en las calles —porque así han sido todos los movimientos estudiantiles de la historias de los últimos sesenta años—, sino porque poseen una estética y una épica que ya no está atada a lo ideológico. Es allí donde muestran su mayor distinción.
Por ello el espíritu de la revuelta lo representa el animé japonés One Piece, la obra maestra de la insurrección que comenzó a editarse en 1997. Estas nuevas manifestaciones ya no enarbolan las banderas rojas del comunismo ni sus activistas llevan camisetas del Ché Guevara. Más bien, usan sombrero de paja que representa la humildad, la hidalguía, pero también la lucha y la esperanza; usan las camisetas con el dibujo de Monkey D. Luffy, protagonista de One Piece, un adolescente en sandalias y pantalones cortos que se denomina rey de los piratas. La bandera que han enarbolado en los distintos continentes es la calavérica del animé, una que invita a una utopía no abstracta, sino una con acciones concretas para enfrentar lo que denominan el “gobierno mundial”. Tampoco siguen a líderes históricos o actuales conocidos, ni se acomodan ante el conflicto geopolítico existente.
Lo fundamental es la postura estética, no tanto porque sean jóvenes los que están en las calles, sino porque poseen una estética y una épica que ya no está atada a lo ideológico
Es muy probable que detrás de alguna de ellas haya ONG, cierto tipo de activismo o algún servicio secreto. Sin embargo, vemos que muchos de los lugares donde emergen hay gobiernos claramente de derecha. En otros, sus adversarios han sido comunistas, como en Nepal, que han perdido la línea transformadora y se han plegado convenientemente al status quo.
Hay que entender las motivaciones, los sufrimientos y lo que está sucediendo con los nacidos entre 1997 y 2010, quienes han sido los principales convocantes. No son solamente una generación de estudiantes, sino que se han sumado ingentes masas de jóvenes trabajadores, informales y desempleados, precarios, con una erosión agónica de la idea de futuro. No reconocen la idea de “éxito” de la ideología neoliberal. No participan en entes mediadores como sindicatos o partidos, tampoco están adheridos a movimientos políticos o activismos conocidos, ni tienen como fundamento último el convertirse en alcaldes o diputados. Tampoco se quieren ubicar de un lado u otro de la diatriba geopolítica.
Y si la izquierda y la derecha no saben qué decir aún, y están esperando trazos ideológicos para definir su apoyo o rechazo a esta oleada, parece muy claro que la generación Z no ve la diferencia entre las izquierdas y las derechas. Ve a la izquierda como “más de lo mismo”, como parte del establishment político y no como una ruptura con éste. Se distancian de la generación anterior, que rápidamente acomodó su rebeldía a los cargos burocráticos y a los plató de TV con un pulido discurso ideológico. Esta Gen Z, vista todavía al calor de las protestas, es mucho más épica, no busca el poder político, sino más bien aventuras, como las que plantea cada guion de One Piece. Es una generación utópica, pero no plenamente soñadora. Busca obstáculos que vencer constantemente y, por ende, triunfos concretos.
Y muy rápidamente los ha logrado. Septiembre de 2025 fue el mes de irrupción de estas protestas que siguen en pleno desarrollo y no solo derrocaron al premier de Nepal, al presidente del senado y otros funcionarios de alto nivel de Indonesia, también hicieron que la entonces presidenta Dina Boluarte —acostumbrada a la represión y a no ceder— tuviera que retractarse de la reforma de las pensiones y a perder su puesto semanas después. Han obligado al reino de Marruecos a reconocer los problemas de salud pública, y han puesto en vilo la organización de sendas copas de fútbol. En todos los países donde emergen han generado sismos sociales y simpatía de los excluidos, así como represión en las calles y en el campo digital. Y es que el establishment mundial los está viendo como un peligro, tanto si eres del Partido Comunista de Nepal como de las nuevas derechas latinoamericanas.
A la Gen Z la vimos durante años, equivocadamente, como un apacible sujeto apolítico, siempre en comparación con la rebeldía boomer y sus estelas; muy apegada al teléfono y a los scroll infinitos
A la Gen Z la vimos durante años, equivocadamente, como un apacible sujeto apolítico, siempre en comparación con la rebeldía boomer y sus estelas; muy apegada al teléfono y a los scroll infinitos. Una generación sin demandas, que podía sufrir los peores embates de la economía neoliberal o la arbitrariedad política y sin embargo siempre iba a permanecer sumisa, sin alteraciones colectivas, en su burbuja de cristal. Hasta ahora no tenía visos de sufrir de sensibilidad social. Pero a partir de ahora habrá que tenerle más cuidado: esta generación quiere ir a la lucha, tiene momentos de radicalización, posee demandas que emanan de la solidaridad por el prójimo, se harta, denuncia las injusticias, la arbitrariedad y la desigualdad, y se ha echado a la calle en momentos en los que parecía que no había opciones de protesta en países donde la “estabilidad” ya era parte de la naturaleza social. Como en el animé, la terquedad por lo imposible estalla por sobre su estética casi infantil, que pasa desapercibida ante cualquier scanner ideológico.
Esta generación que apenas irrumpe en la política es la que va a marcar los próximos años y también a las generaciones que están por venir. Será imprescindible aprender a comprenderla fuera de los marcos ideológicos que apresan las miradas de las generaciones anteriores.
La Gen Z es el nuevo fantasma que recorre al mundo y viene a plantearnos el gran reto a las izquierdas que nos enfrentamos a una situación inédita de estar perdiendo la batalla cultural en el campo juvenil con las extremas derechas. Nos plantea un órdago más que definitivo: o cambiamos la forma de entender la realidad o seremos atropellados por las nuevas oleadas que vendrán de cualquier otra parte, menos de la nuestra. Ya los tozudos no podremos ser nosotros, ahora hay nuevos protagonistas.
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