Literatura
Samuel Beckett y la conciencia artística del fracaso

Una idea de digestión lenta para una sociedad voraz de pensamientos desechables.
Samuel Beckett 2
@mentdivergent
11 jun 2021 10:20

Fail better. Pocos escritores son tan fácilmente identificables en un espacio tan conciso como Samuel Beckett —al nivel del retador Don’t try que reza la tumba de Charles Bukowski—.

La frase en cuestión aparece en una de sus últimos —y menos conocidos— libros y se ha convertido en un concepto manoseado por emprendedores y atletas de élite. Richard Branson y Elon Musk citan a menudo a Beckett en sus conferencias e incluso el tenista Stan Wawrinka tiene la frase tatuada en su antebrazo. Y como suele suceder en estos tiempos —de citas profundas con filtro de Instagram nostálgico— pocos analizan si Beckett quería lanzar un mensaje de optimismo al mundo o quizás una idea de digestión lenta para una sociedad voraz de pensamientos desechables.

“Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better.”Samuel Beckett

En la cultura popular, se da por hecho que su exhortación expresa que el fracaso es un riesgo en la búsqueda del éxito, o dicho de otra forma, quien está dispuesto a asumir las adversidades es capaz de ganar. Pero en el universo de Samuel Beckett el fracaso adopta un significado diferente. No se trata del fracaso personal —que debe soportarse— sino que habla de un fracaso sistemático —que debe aceptarse y promulgarse—. Y esta fue una filosofía —una hoja de ruta vital si se prefiere— que Beckett refinó durante más de cincuenta años de oficio.

“Fracasa mejor”, del libro Rumbo a peor (1983), es el destilado de una paradoja que se presenta en innumerables personajes e historias de Beckett. Se trata de una articulación escueta que parte del imperativo que dominó algunas de sus últimas obras.

Beckett no tuvo un rumbo definido durante la década de los veinte y comienzos de los años treinta. Abandonó una cátedra en el Trinity College de Dublín. Se marchó a París. Se mudó a Londres. Escribió Murphy. Se sometió al psicoanálisis kleiniano. Recorrió Alemania. Y se volvió a instalar en París.

En 1937, teniendo solo un ensayo sobre Proust y un libro de historias pobremente recibido, Beckett asumió la responsabilidad de comenzar a desacreditar su propia lengua. En una carta al librero Axel Kaun, escrita en alemán, lamentó que el idioma inglés fuese “un velo que uno debe hacer trizas para llegar a las cosas que aguardan detrás”. Tras su terrible experiencia en la Segunda Guerra Mundial, el autor escribe sobre algunos pintores de su gusto y formula su primera alabanza al fracaso como elemento nuclear del arte. Sobre el pintor holandés Bram van Velde dijo que “fue el primero en admitir que ser artista es fracasar. Fallar es parte de su mundo y el abandono, la deserción y la artesanía que subyace son su día a día”.

Adoptada esta postura, el autor estaba listo para una de las transformaciones más asombrosas vistas en la literatura del siglo XX. Beckett abandonó el inglés para escribir en francés grandes obras como Molloy (1951), Muere Malone (1951), El Innombrable (1953) o Esperando a Godot (1953). En palabras del ganador del Premio Nobel de Literatura en francés era “más fácil escribir sin estilo”. Parte de su búsqueda constante de certificar su desacreditación.

¿Por qué alguien cuya lengua materna es el inglés decidió escribir gran parte de sus obras en un idioma con el que se expresa con mayor dificultad? Esta es una cuestión que múltiples estudiosos de la obra de Beckett han querido desentrañar. Supongo que el escritor buscaba toparse la adversidad misma: los medios austeros para expresarse le llevaron a un callejón sin salida buscado. También nos recuerda que incluso el lenguaje, como sistema comunicativo creado por el hombre, es un fracaso al tratarse tan solo de una aproximación de las ideas que nos componen.

Lo que Beckett buscó en sus obras —y durante el resto de su existencia— fue fraguar un fracaso palpable. Hacerlo visible al revelar las fallas del lenguaje y los límites de la obra literaria.

“Lo que se dice está tan lejos de la experiencia misma que si realmente se llega al desastre, la mínima elocuencia se vuelve insoportable”Samuel Beckett

A principios de los años sesenta, el irlandés describió su escritura como un proceso de “bajar a la superficie” hacia la “auténtica debilidad del ser”. Sus obras en esta época conducen a un estrechamiento casi claustrofóbico. Comienza con la novela How it is (1961) contada por un hombre sin nombre que yace en la oscuridad y el barro, continuado con All Strange Away (1964), Imagination dead imagine (1965) y Ping (1966), donde se representa la conciencia de una persona confinada en una habitación pequeña, desnuda, blanca, bajo coacción extrema y ​​probablemente en el último suspiro de la vida.

Samuel Beckett era un hombre extremadamente delicado en discurso y forma, por eso reducir su edificación acerca del fracaso a un eslogan publicitario es insultante.

En nuestra sociedad la aceptación del fracaso pasa por que esta sea dúctil. Permitimos el fracaso, siempre y cuando no sea demasiado desagradable, porque convenimos que no todo puede ser éxito en la vida. Esta visión descafeinada poco se parece a la idea que subyace en Samuel Beckett.

Beckett sabía que hay un fracaso palpable en el lenguaje y, sin embargo, existe un idioma. Del mismo modo existe una limitación en la existencia y, sin embargo, aún hay seres humanos. Y reconozcamos que como fallo del sistema somos bastante persistentes.

Arquivado en: Literatura
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#92296
11/6/2021 17:17

Señorxs el amarillo no se ve bien sobre fondo blanco, he tenido que sombrear el nombre de la autora para leerlo. Por lo demás buen texto

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contacte.fractal
11/6/2021 12:44

El artículo está incompleto, supongo. ¿Podríais completralo? Un saludo.

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#92321
11/6/2021 20:00

¡De ninguna manera! No, no creo que el artículo esté incompleto. Desde el principio Cristina García habla de nosotros, de nuestro fracaso, del fracaso del lenguaje –¿porqué no también del fracaso de la comprensión lectora?–, y con gran habilidad y enorme elegancia termina con esa frase lapidaria: "(...) reconozcamos que como fallo del sistema somos bastante persistentes."

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