29 jul 2024 15:21

Finalmente terminaron la Eurocopa y la Copa América.
Ya tenemos campeones y espacio para noticias aciagas:
genocidio en Gaza, guerra civil en Yemen, corrupción
en todos lados, aunque por cotidiana ya no es novedad.

La gente del mundo entero aplaude a los atletas ¿No?
¿A esos que cruzan el Atlántico o el Caribe en chalupa?
No. ¿A esos que se aventuran en el Mediterráneo a nado?
No. Nada de eso: se festeja que la bala dio en el cráneo.

Los belicosos sabios de hace tres mil años suspendían
todas las matanzas, para repartir coronas de acebuche
entre atletas sin más drogas que el vino y una bacanal,
que inspiraba a los también efímeros bardos y escultores.

La gente del mundo entero aplaude a los atletas ¿No?
¡Sí! Los de tiro al blanco, al niño, y a la prole entera,
Millones de ojos miran a unos pocos crédulos enviados
a matar por la patria y morir olímpicos por una medalla.
Luego, si hay victoria, aparece el inefable dignatario
en su vano intento de perpetuarse en el triunfo fugaz,
del deportista y su breve vida, efímero como el imperio
de mil años aplastado por Jesse Owen en 10,3 segundos.

La gente del mundo entero aplaude a los atletas ¿No?
¡No! Se aclama el calentamiento del clíma bélico global,
para caer en la Trampa de Tucídides y no seguir a Balotelli:
jugar fraternos, sin xenófobos desentonando en las gradas.

Alabados serán aquellos que lanzan jabalinas, misiles,
y flechas para ultimar una vida. Loados sean los jinetes,
los uniformados, que cabalgan corceles sin preguntarles
si quieren saltar, correr o machacar al vegano indefenso.

La gente del mundo entero aplaude a los atletas ¿No?
¡Sí! Aclama a los niños que juegan fútbol entre ruinas
en Siria, Congo y Palestina. Ovaciona a las niñas
que alegran las aldeas con el premio de su risa inocente.

Ramón Haniotis

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