La escuela extremeña en tiempos de confinamiento
Seguir educando en tiempos de pandemia. Segunda parte

Desenlace de nuestro reportaje sobre la escuela pública en tiempos de confinamiento. Nuevas tecnologías, brecha digital y brecha social: ¿qué escuela ser?

Diario Ramón Besonías 2parte
Diario del confinamiento de Ramón Besonías, profesor de secundaria.

Para entender, de un modo más didáctico y desenfadado, la convulsión supuesta por la irrupción del confinamiento en la vida de las escuelas, merece la pena echar una ojeada al diario gráfico de Ramón Besonías al respecto. Una cascada repentina de novedades, un ejercicio permanente de improvisación, exigencias desconocidas, inesperadas para docentes, alumnado, familias... Envío y recepción de materiales por correo electrónico, videoconferencias, visitas a sitios web, vídeos on line, transferencia de materiales y recursos con diferentes herramientas y en distintos soportes telemáticos... Han pasado a ser la norma en pocas semanas, las mismas en las que se ha puesto en evidencia la imposibilidad, por parte de un tanto por ciento del alumnado nada desdeñable, de seguir el ritmo por razones tecnológicas, materiales. 

TICs, brecha digital y brecha social

Las cifras son claras en ese sentido: cuatro de cada diez familias con ingresos bajos no disponen de ordenador. En Extremadura, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística volcados en su Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los hogares de 2019, el número de hogares sin computadora, tablet o similar está alrededor del 25%, levemente por debajo de Castilla-La Mancha y Galicia.
“En España las familias más aventajadas tienen tres o más ordenadores en casa, el 44% tienen solo uno, el 14% ninguno

Como precisa Tomás Rodríguez: “en España las familias más aventajadas tienen tres o más ordenadores en casa, el 44% tienen solo uno, el 14% ninguno. A partir de la realidad que muestra un sencillo dato estadístico, creemos que mientras dure esta crisis sanitaria debe ponerse el foco en las medidas que garanticen la continuidad educativa de todo el alumnado, que ni la brecha digital ni la falta de recursos se conviertan en nuevos actores de exclusión y desigualdad y que nadie se quede atrás”. Hasta qué punto en este momento sea posible revertir la situación en lo que queda de curso genera no pocas dudas, como las que manifiesta Maribel López: “no todas las familias tienen la capacidad o la formación necesaria para ayudar a sus hijos, y esto se hace más evidente cuando hablamos de las etapas de Secundaria o Bachillerato. Muchos de estos alumnos los hemos perdido por el camino y no soy optimista en que podamos recuperarlos”.

No estaríamos hablando solamente de falta competencia digital (y no solo entre el alumnado y las familias, también entre parte del cuerpo docente), sino de la evidencia de que ni todos los hogares disponen de equipamiento informático adecuado, ni de banda ancha, ni de los dispositivos adecuados para seguir una enseñanza on line, aun tan improvisada y poco exigente como la que se ha implementado en tiempo récord. ¿Cómo hacer el comentario de un vídeo colgado en la red si no hay WI-FI en tu casa, si tu equipo no soporta el formato adecuado, si en tu pueblo la conectividad “universal”, directamente no existe porque difícilmente opera la telefonía móvil? “La brecha digital se ha mostrado muy dura y palpable, debemos ser realistas: nuestras familias y alumnado tienen muy poca conexión a Internet, nos dicen que les gustaría contestarnos a las tareas, pero que no tienen datos, no tienen terminales, ordenadores, tablets o cualquier otro dispositivo”, nos relata María Isabel Rodríguez.

Es un error pensar que el problema educativo tiene que ver con la brecha digital, lo hace con otra brecha, con el capital cultural de las familias

Siguiendo con las preguntas: ¿Quién enseña a mandar un simple correo electrónico con asunto a un alumnado acostumbrado a Instagram? ¿Cómo leer los pdf, o crearlos, con tu smartphone? ¿Qué índice de abandonos cabe esperar en centros donde ya la educación presencial es una permanente carrera de obstáculos para que alumnos y alumnas en condiciones sociales límite no dejen el curso? ¿Dónde están las prioridades de los menores y sus familias en emergencia social? Raúl Gijón nos recuerda: “el problema de esta situación está en aquel alumnado que no tiene acceso a los recursos más básicos, aquellos más vulnerables, esos “niños nadie” que tienen nombre de pobreza. Es un error pensar que el problema educativo tiene que ver con la brecha digital, lo hace con otra brecha, con el capital cultural de las familias. Es necesario replantear la educación, convertirla en un bien común que sea capaz de transformar la vida de los más vulnerables y de mejorar la de todos y todas”. Tomás Rodríguez remarca que “nos debe preocupar, especialmente, la continuidad educativa de todo el alumnado que vive en una situación de riesgo de pobreza y vulnerabilidad. En esta circunstancia la llamada brecha digital supone un lastre importante, pero no podemos permitir que ésta excluya al alumnado. La brecha digital está asociada a la situación económica y social de las familias, que condiciona el acceso y uso intensivo de Internet”.

Y es que la brecha tecnológica se ha manifestado, a la primera de cambio, como una brecha social, de riqueza y de pobreza, de clase. No hablaríamos solo de hogares con más o menos computadoras o mejor y más rápida conectividad, hablaríamos, estamos hablando, de hogares ricos y hogares pobres. De hogares con unas expectativas de promoción social determinadas por un estatus económico y de hogares en los que la prioridad es la supervivencia, cuando no directamente la salida de la exclusión y hasta de la marginalidad. Añadiendo al cóctel la particularidad específica de un territorio como el extremeño: el factor rural, la distancia geográfica y su expresión digital, la imposibilidad física del acceso a una teleformación fruto del desequilibrio territorial en una región de las dimensiones de Extremadura. Lo pone de manifiesto Francisco Molina cuando recuerda que “la diversidad es importante cuando trabajas en un centro con alumnado de zonas rurales, y yo mismo vivo en una zona rural. La conectividad no es universal y no funciona igual en todas partes. Ha sido un maratón de aprendizaje para alumnado y profesorado y un “baño” de realidad cuando ves que no puedes mandar ver un documental “libre” al alumnado porque no tienen suficientes recursos de internet”.

“Las desigualdades sociales se convierten en desigualdades educativas y se agudizan si la educación se reduce a contacto digital

Se preguntan, también, no pocos profesionales, si está inscrito en lo digital un aspecto potenciador de la desigualdad o simplemente ha operado como detector de la misma, a la vez que se interrogan acerca de quién se va a quedar, en este proceso, fuera del marco de oportunidad que está obligado a construir la enseñanza pública. Como destaca Julia Rípodas, “las desigualdades sociales se convierten en desigualdades educativas y se agudizan si la educación se reduce a contacto digital. Además, el sistema tiene mucho de “tradicional” en lo estructural (currículum, contenidos, formato de actividades) y esto, aunque con muchas fallas, funciona más o menos en la enseñanza presencial porque el acompañamiento del profesorado y el contacto social genera situaciones educativas más allá de lo académico continuamente. Pero mantener un formato tradicional a través de plataformas digitales solo agranda la brecha. ¿Quiénes pueden seguir ahora mismo avanzando?”

Diario Ramón Besonías 2parte2
Autor: Ramón Besonías, profesor de secundaria.

Queda pendiente, por tanto, el análisis sereno de la construcción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como instrumentos capaces de dotar de oportunidades desde la equidad y la igualdad. Dudas y retos de un futuro que se representa, en cierta medida, como inevitable: “nos han obligado, de golpe a abandonar la seguridad del libro de texto y ese empujón, creo, va a suponer un impulso al uso de las TIC tanto para el profesorado, como para el alumnado, como para las familias. Sería importante que los docentes lográramos integrar las TIC en nuestro acervo cultural y, de esa manera, aprovecharnos del potencial de estas herramientas”, señala Raúl Gijón. Ya hay, de hecho, propuestas concretas en ese sentido, como las que adelanta María Isabel Rodríguez: “esperamos que desde la Consejería de Educación y Empleo se priorice en los centros de Atención Educativa Preferente para el próximo curso escolar 2020/21, con la continuación del profesorado de forma automática, sin tener que esperar a baremos, pues ya estamos programando y elaborando materiales en formato papel y digital para compensar desde que dejamos el colegio el día 13 de marzo. Y también el dotar de más docentes, para ejercer la compensación educativa con una enseñanza más individualizada, grupos pequeños, para que podamos compensar desigualdades y atender a la diversidad en aspectos tan necesarios cómo es la competencia digital. Apoyando nuestra dinámica de trabajo en Aprendizaje Basado en Proyectos y Grupos Interactivos...”

Raúl Gijón abunda en parecido sentido cuando aprecia que “la experiencia de crisis nos invita a repensar los tiempos, espacios y recursos de que disponemos, y la función de apoyo que podrían desarrollar la TV, la radio, las redes sociales y TIC, sin perder el contacto con el medio natural y social”.

Balance en mitad de la excepcionalidad. Una mirada al futuro

Resulta complejo y arriesgado extraer proyecciones de futuro de una tormenta cuando aún se está en mitad de la misma, pero ya se apuntan tendencias y certezas de las que derivar conclusiones. Julia Rípodas es clara en ese sentido cuando enfatiza que “el confinamiento ha puesto al descubierto importantes necesidades de cambio que el sistema educativo pide a gritos desde hace tiempo”. Y, trascendiendo del aspecto normativo, Ramon Besonías añade que “este trimestre y toda esta crisis importa a nivel humano y reflexivo, que también es formativo, porque la pérdida a nivel educativo es irrelevante”.

En una situación como la que se está viviendo, de proyección histórica, la educación aparece también, en el propósito de muchos educadores y educadoras, en mitad de una convulsión que pudiera servir para repensarla: “todo nos sitúa ante retos futuros que nos exigen abrir una reflexión profunda sobre la profesión docente, que nos permita repensar el modelo profesional actual” (Tomás Rodríguez). En la tragedia, “primar lo humano, la educación como convivencia (y no competición ni esfuerzo porque sí), la coeducación en sentido amplio como colaboración y cuidado de los demás y en sentido específico como educación con perspectiva de género, como educación para la equidad”, según Raúl Gijón.

Hay mucho que aprender de esta crisis y nuestro alumnado está esperando a que nos movamos”

Aparcadas quedarían, entonces, para debates más formalmente técnicos, polémicas con no poca carga de profundidad como las calificaciones concretas del tercer trimestre, la dificultad (o no) de la próxima EBAU y las materias precisas que comprendería, los temas “no dados” o la interpretación, más o menos amplia o restrictiva, de las instrucciones de la Consejería. Parecería poco a poco irse diluyendo el foco fijado en esas cuestiones, ese terreno que, por otra parte, está requiriendo no pocos esfuerzos entre el profesorado y el alumnado y alimentando unas más que comprensibles dudas e inquietud en las familias. Apunta Raúl Gijón que “la evaluación, y por ende, la Educación debe conjugar aspectos cognitivos, emocionales y éticos. Y ahí es donde tenemos que centrar nuestros esfuerzos. Hay mucho que aprender de esta crisis y nuestro alumnado está esperando a que nos movamos”.

Es el futuro, el modelo, la escuela que queremos, la formación que queremos y para quiénes, con qué recursos (hablar de personal, de presupuestos, no solo de propósitos), con qué adaptaciones a unos tiempos de incertidumbre social y colectiva donde la exclusión llama a las puertas de las casas y se introduce, subrepticiamente, para sentarse frente a la pizarra de cada aula ahora infelizmente vacía. Es retornar a la pedagogía también dentro de la profesión, y no solo en atención a las destrezas digitales o tecnológicas. Raúl Gijón asume esa necesidad de “replantear la Educación, convertirla en un bien común que sea capaz de transformar la vida de los más vulnerables y de mejorar la de todos y todas, abriendo las escuelas a armonizar la educación formal e informal a través de los espacios virtuales”.

“No sé si la vida volverá a ser igual… lo que sí sé es que yo NUNCA volveré a enseñar igual. Y todo, gracias a lo que me está enseñando mi alumnado estas semanas, desde agobiarnos juntos porque no llega bien un archivo y unos pueden acceder al audio y otros no, hasta saltársenos las lágrimas virtualmente por algún corto o canción muy apropiado”, cuenta Francisco Molina. Al final, toda esta inmensa convulsión está haciendo aflorar, desde la tensión y la incertidumbre, desde experiencias personales ni siquiera imaginadas hace tan solo unas semanas, otro aprendizaje, el que aparece cuando la historia difumina la frontera entre Escuela y Vida, ese que se experimenta a ambos lados de la cadena de transmisión del saber cuando la urgencia social es la que determina tiempos y necesidades.

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