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La semana política
Imprudencia temeraria
Dicen los expertos en armas nucleares, tanto los científicos que se ocupan de poner en hora el llamado “reloj del fin del mundo”, como las activistas de la campaña internacional para la abolición de las armas nucleares (ICAN), que la amenaza atómica que transformó la segunda mitad del siglo XX sigue latente en forma no menor por la posibilidad de que se produzca un error en los sistemas de control sobre las 14.000 ojivas nucleares que hay en el mundo. Es posible imaginar a un operador nuclear diciendo para sí, o para un pequeño grupo de espectadores accidentales, “la he liao parda”, antes de que se precipite el fin de la civilización tal y como la conocemos
A lo largo de la historia, el instante cero de la guerra atómica se ha rozado en una decena de ocasiones. En 1983, Stanislav Petrov decidió hacer caso a su instinto y no creer lo que le decían los algoritmos del Centro de Detección de Ataques Nucleares de la URSS. Evitó con su prudencia la respuesta establecida —la destrucción mutua asegurada—, un ataque a escala masiva con consecuencias en vidas y devastación superiores a las de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Entre las “anécdotas” que desde la invención de la bomba H pudieron desencadenar un holocausto nuclear se incluyen el dulce transitar de unos gansos confundido con el vuelo de misiles, la presencia de un oso gris en torno a una instalación del ejército o la caída de una bomba en el patio trasero de una familia, a la que no le pasó nada (sí a las gallinas que vivían allí, que fueron volatilizadas). Otros accidentes son más previsibles: aviones que entran por accidente en espacios aéreos no autorizados, aviones que se estrellan contra silos de lanzamisiles, radares que anuncian que un misil se dirige a la placa euroasiática pero al final qué va, era otra cosa. Lo típico.
Los investigadores del Centre Delàs, Teresa de Fortuny y Xavier Bohigas se hacían eco en un artículo de 2014 de una investigación de la Universidad de Texas en la que se refería que entre 1950 y 2009, “hubo un promedio de casi un percance grave relacionado con armas nucleares cada siete meses”. La única garantía de riesgo cero con el armamento nuclear, concluye Lloyd J. Dumas, el investigador al frente de ese estudio, es que no haya armamento nuclear. Pero eso ya lo sabíamos. Lo que era más difícil de imaginar es que comenzara una campaña mediática y entre las opiniones públicas europeas que omitiera que Rusia es la segunda potencia nuclear del planeta e instase al débil gobierno de Ucrania a tensar la cuerda en un conflicto que nadie —salvo algunos halcones del Pentágono— desea. Un conflicto en el que ningún Estado, a estas alturas de siglo, puede involucrar a sus sociedades de referencia, exhaustas por la pandemia, amenazadas por la crisis climática y desquiciadas por la concurrencia de diversas patologías sociales.
La guerra empieza en la televisión
El lunes 24 de enero, Estados Unidos y su socio para todo, Reino Unido, ordenaron la salida de su personal diplomático de Ucrania. El movimiento pilló desprevenido al Gobierno ucraniano de Volodímir Zelenski, que consideró prematura, lo que parece la acción cautelar ante lo que se avecina. El mismo jueves, Washington tuvo que salir a desmentir la información dada por oficiales ucranianos a CNN de que Biden había asegurado a Zelenski, de que la invasión tendrá lugar cuando se “congele” el terreno y que Rusia no parará hasta llegar a la capital.
La interpretación más plausible de los dos episodios de decepción y desmentido por parte de Kiev es que Zelenski comienza a ser consciente de que su papel de víctima puede convertir al país en una víctima en un sentido mucho más cruento de lo que parece hoy. Los faroles de Estados Unidos y, en menor medida, de Rusia, pueden tener consecuencias reales inesperadas. El problema fundamental, tras una semana que termina con la reafirmación de que no habrá guerra, es que llegados alcanzado cierto punto de ebullición, un error puede cambiar el destino de Ucrania, Rusia, la Unión Europea y el mundo. “La diferencia entre un error trivial y un error catastrófico estriba no en el error mismo, sino en la situación circundante”, escribió Dumas en las conclusiones de trabajo sobre el factor humano en la custodia del armamento nuclear.
Lo mejor que se le puede pedir al Gobierno de un país sin un papel destacado en esta historia como el español es que favorezca un contexto en el que los posibles errores no tengan finales catastróficos. Lo mínimo, que no compre la mercancía en mal estado que está poniendo en circulación un sector muy determinado del establishment estadounidense y deje hablar a sus mayores, en este caso Alemania y Francia, que tienen una posición también interesada pero bastante más fundamentada que la que el ministro de Exteriores José Manuel Albares acertó a defender el pasado martes en el Congreso de los Diputados.
Si, como repitió Albares, “no estamos en un escenario de guerra”, el Gobierno y los medios de comunicación tienen la obligación moral de actuar bajo esa premisa. No tiene sentido que añada presión con la ufana proclama de que se han enviado armas y tropas a la zona de conflicto cuando no hay razones para situarse en el grupo de los países que se sienten amenazados por Rusia. Es más, es el momento de cumplir uno de los puntos más olvidados de la firma del acuerdo de Gobierno de coalición y España firme el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.
Opinión
El Gobierno del 'sí' a la Guerra
Como recordaba esta semana el presidente de la Campaña por la Paz, el Desarme y la Seguridad Común en un artículo traducido por El Salto, la I Guerra Mundial tuvo en su inicio un momento de involuntaria torpeza: el káiser Guillermo II envió una contraorden destinada a detener la invasión de Luxemburgo por parte de Alemania, pero el mensaje llegó 30 minutos tarde. La guerra no se avecina, a fecha de 29 de enero no es una posibilidad real, pero especular alegremente con ella es uno de los factores que la podrían provocar. Y entonces no tendrá ninguna gracia que alguien se dé cuenta de que la ha liado parda mezclando intereses geoestratégicos, demagogia de consumo interno y la inconsciencia provocada por el culto por lo militar predominante en estas sociedades exhaustas, amenazadas y desquiciadas.
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...Es que, aunque sea ridículo (como otros rasgos del ser humano), la amenaza contiene la guerra. No es absurdo pensar que mandar tropas sea una buena estrategia para mantener la paz. Repito que, racionalmente, sabemos que no debiera ser así, pero el "si vis pacem para bellum" sigue siendo un proverbio más cierto que falso. La postura del gobierno español es muy fácil para ser justamente criticada, pero también es justamente defendible desde el gobierno.
Es algo paradójico... pero es así. ¿No?