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La semana política
Lejos de los cielos
Planteamiento: corren malos tiempos para el maximalismo pero son aun peores para los cenizos. El afán más ambicioso es resistir sin resignarse. A la espera de algo. El mínimo es aquello que queda tan lejos del máximo que parece pertenecer y de hecho pertenece a otro campo semántico. Es otra película.
El mínimo de la libertad de expresión ya no es no ser golpeado en una manifestación, sino que no se extiendan las denuncias por falso testimonio contra los golpeados. El mínimo de una Ley de Vivienda no es que se establezca un mecanismo de acceso al alquiler social democrático e igualitario, sino que el precio solo suba con el IPC. Para mantener una subida modesta de un 2% del salario —en un contexto de aumento de precios por encima del 3%— se requieren barricadas, cortes de tráfico y afrontar una campaña de demonización.
Un último ejemplo, antes de dejarlo. La base ya no es tratar de explicar en qué consiste la democracia negada en horario de máxima audiencia, la base es intentar evitar —sin éxito— que una neonazi salga en televisión para negar el holocausto. El mínimo es que el delito de odio no se aplique contra quienes denuncian el odio.
Queremos estar bien
Nudo de emoción para mucha gente el sábado pasado en Valencia. La escenografía invita a sacar del guardapolvos el significante de la ilusión. En el escenario no hay un atril, hay sofás. En el centro aparece Yolanda Díaz, ministra de Trabajo. A su lado, la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, Mónica García, líder de Más Madrid, y Fátima Hamed, portavoz del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía de Ceuta. Las “otras políticas” que dan nombre al acto generan una extensa —no unánime— corriente de simpatía. Recrean un pasado no tan anterior en el que era posible esperanzarse con este tipo de puestas en escena.
El CIS del jueves 18 aumenta los destellos de esa esperanza para lo que fue conocida como la nueva política. Díaz aparece refrendada como una líder conocida y valorada. Ha salido reforzada comunicativamente de su enfrentamiento con Nadia Calviño, la ministra de Economía. El problema es que, en todo caso, al final del viaje que le espera, Díaz podrá reivindicar, comunicativamente, un triunfo de mínimos: bueno para cientos de miles de personas en una insoportable situación de temporalidad, insuficiente para restablecer la situación previa a la reforma de Rajoy. Volverá la negociación colectiva pero los salarios de tramitación, esos no volverán.
A la espera del desenlace, la situación es propicia para cierta atmósfera de reconstrucción. No hay expectativas de tomar el cielo por asalto, hay una proposición mucho más modesta de reagrupamiento de la nueva política en torno a liderazgos feministas. La propuesta aterriza en un contexto de miedo e inseguridad, hay un temor de que las cosas vayan a peor. Díaz y sus compañeras en el mitin de Valencia ofrecen alguna seguridad y sobre todo un lenguaje, una retórica que propone ser menos fálica y bajar los decibelios, en expresiones de Mónica Oltra. La escenografía acompaña: es un acto relajado, se habla de una política “que ponga los cuidados en el centro”, se reivindica la escucha y el amor. Díaz cierra el acto reivindicando una idea de “hacer cosas pequeñas y soñar en grande”.
Consenso de mínimos tras la derrota —por lo civil y por lo criminal— del primer Podemos: la apuesta debe continuar, ajustando, eso sí, las expectativas. Tomar el cielo por asalto, sea lo que sea que significaba eso, da paso a una política de las pequeñas cosas. La propuesta merece al menos cierto tiempo de espera antes de abrir las compuertas del pesimismo. Parte de la lectura de que la sociedad está exhausta, de que no hay cuerpo que resista la exigencia de ese asalto. De que el suelo hoy parece de lava. No es una apuesta audaz pero probablemente sea vivible.
Un siglo de comunismo
14 de noviembre de 2021, el Partido Comunista de España cumple cien años. El siglo del PCE comenzó en la práctica clandestinidad, el partido se multiplicó y fue derrotado en la Guerra Civil. El PCE se conformó como una escuela de sufrimiento y endurecimiento en los 40 años del franquismo y sufrió un lento e inexorable apartamiento de la vida pública durante la restauración de la democracia a partir del 78.
El domingo, la nota de EFE hizo un inventario de la posición actual del PCE. Díaz y Alberto Garzón, dos de sus militantes, son ministros en el Gobierno de Pedro Sánchez, Enrique Santiago, su secretario general, es también secretario de Estado. Hay un guiño por parte del Gobierno esta semana: sale adelante la Ley de Memoria Democrática, otra vez de mínimos. La imagen del PCE de la resistencia antifranquista está siendo restaurada por su principal némesis política de aquel tiempo, el PSOE.
Como balance contable no está mal. Para el comunismo, sin embargo, nunca se trató de un cálculo de pérdidas y ganancias. Los momentos de esplendor del PCE fueron los tiempos del desborde, tanto durante el corto ciclo del Frente Popular como en las revueltas sociales que comenzaron en 1969 y tuvieron como epitafio el apoyo total a los Pactos de la Moncloa de 1977. La llamada a la calma obrera precedió a la diáspora de militantes y a la desafección de miles de personas identificadas con esas ideas.
El siglo XXI tiene otro planteamiento y otro nudo. “El Partido” ya no es la columna vertebral de la vida de decenas de miles de personas. Son malos tiempos para las propuestas de máximos y trata de abrirse un cierto consenso de mínimos, que consiste en asaltar los suelos, conseguir aquellas pequeñas cosas y tratar de escapar así del pesimismo. Para el futuro (nadie promete nada) quizá queden fuerzas para tratar de hacer realidad esos sueños grandes.
Ese espacio para cambios sin exaltación, pero sin tampoco histrionismo, es el que a día de hoy quiere ocupar la propuesta de Yolanda Díaz. La pregunta desde su presentación el pasado sábado es si podrá ampliarlo en los próximos meses, o si será un espacio menguante, mínimo.
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