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La semana política
Que se ponga Tamames
La semana que el diario catalán La Directa publicó que un agente de la policía se había infiltrado en los movimientos sociales y que el Ministerio de Interior calificó la operación de “legítima y oportuna”, esa semana, el exdiputado Ramón Tamames recibió el encargo que iba a poner el corolario a su vida.
Mientras se debatía sobre la Ley de garantía integral de la libertad sexual —y debatir es una palabra que cae en la frase como una pila de botón en una sopa de ajo—, el excomunista Ramón Tamames se dejaba querer por el partido de extrema derecha Vox para encabezar una moción de censura contra el Gobierno de Pedro Sánchez. Porque él debe pensar que lo vale.
Esta semana se ponía en marcha una próxima función, con un protagonista inopinado, salido del guardapolvo de la historia, jubilado cinco años antes de que se popularizara el servicio de mensajería Whatsapp. Echaba a rodar la segunda moción de censura de la legislatura, en el tiempo de descuento, con un protagonista infectado —hace ya años, toda su carrera, vaya— de un afán de protagonismo excesivo. Tamames, de quien se recordará su lucha contra el franquismo y se recordará menos que era el menos militante y el más profesional de aquellos cargos del Partido Comunista de España que florecieron y se hundieron con Santiago Carrillo. Tamames, al que el propio Carrillo tachaba de frívolo, a punto de cometer la gran y última frivolidad de su carrera.
La casualidad de encontrar a alguien dispuesto al numerito —los golpes de efecto en política suelen acontecer cuando dos ambiciones se encuentran a la misma hora en el mismo bulevar— permitirá a Tamames desarrollar durante dos horas, o el tiempo que necesite porque así lo determina el reglamento del Congreso, su plan para salvarnos de la catástrofe. Ya no hay que elegir entre tragedia y farsa, aparecen juntas, como en una de esas ensaladas vale todo.
Así que Tamames tendrá su momento, después de tantos años. Y volverá a sonar la melodía de la transición pacífica, del consenso y del aparcar las diferencias
Y la sociedad lo tendrá que aceptar e incluso poner una mueca seria. Porque la exposición de Tamames vendrá con la habitual reprimenda de quienes “hicieron la transición” a sus hijos (en masculino, claro) y nada como el tono de reconvención para provocar discursos sentidos sobre la polarización. Y el candidato presidencial por un día o dos, el presidenciable más random de la restauración democrática, recibirá todas las credenciales del tecnócrata que abandonó sus viajes ideales para remar hacia el pragmatismo, el viejo hombre de Estado —aunque nunca lo fue estrictamente— que se sacrifica para salvarnos de algo y echarnos en brazos de la derecha de toda la vida. Y lo tendremos que aguantar sin reírnos.
Porque la cosa es muy seria, y porque hay una añoranza entre cierto sector de la opinión pública por esos políticos profesionales italianos que se pretenden incoloros, y a eso —otra vez al “Gobierno de salvación”— jugará el viejo profesional del PCE, y eso le concederá Pedro Sánchez, que tendrá que contener su respuesta porque en este país no está permitido decirle a los viejos políticos que su tiempo ha caducado, como pasó la época del discman y el de betamax.
Así que Tamames tendrá su momento, después de tantos años. Y volverá a sonar la melodía de la transición pacífica, del consenso y del aparcar las diferencias. Y volverá a aparecer como un sacrificio colectivo lo que, en este caso pero en muchos otros también, fue fruto del cálculo de una carrera personal. Y volverá a parecer que España se rompe pero que siempre hay un camino a la derecha que endereza las costumbres y los valores. Y se producirá un pacto extraño entre uno de los protagonistas de la revuelta universitaria de 1956 y los herederos de la victoria franquista.
Mientras Tamames, la vieja estrella emergente del comunismo, desarrolle su bronca de señor de 89 años que no entiende el mundo que él dejó en tan buen estado, en la bancada de Vox aplaudirá Iván Espinosa de los Monteros, de los Espinosa de los Monteros que ganaron la guerra. Unidos en una encendida defensa de las políticas de recortes de derechos a personas migrantes, unidos en el miedo “al invierno demográfico” de los hombres blancos que tuvieron algún poder.
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Pero es que, después de todo, Tamames no tendrá ninguna importancia. No será otra cosa que lo que los cinéfilos llaman un Mcguffin, un señuelo puesto en el atril del Congreso para provocar un sentimiento de nostalgia. Por el mundo que nos prometieron que fue, que nos recuerdan como si de verdad hubiera existido: en el que no había conflictos de clase ni se tenía que pelear con la patronal cualquier subida de salarios, ni Interior necesitaba infiltrar a nadie y los violadores no salían de la cárcel. Durante un par de jornadas, si no se lo piensa mejor, ese señor llegado del pasado dará el penoso espectáculo que suelen dar quienes se empeñan en recordar un mundo que no fue. Y los demás tendremos que poner cara de serios.