Palestina
La importancia de la geografía en cuestiones de genocidio
“Nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo”, afirma la relatora especial de NNUU Francesca Albanese. La pregunta es qué significa “estar a salvo” para un pueblo, el palestino, que nunca ha vivido fuera de peligro porque, entre otras cosas, nunca ha renunciado a vivir en Palestina. Cuando un pueblo originario pierde su tierra, cuando es expulsado, ocupado, expropiado o asimilado, pierde su casa y su vida a la vez.
No es lo mismo ser emigrante que ser refugiado. No es lo mismo una víctima que un mártir. Tampoco ser árabe o palestino. Una tierra prometida por Dios no es lo mismo que la tierra de mis abuelos palestinos. No es lo mismo una colonia que un estado, como no es lo mismo una guerra que un genocidio.
Ninguna de esas equivalencias existe en lo real del mundo. Por eso debemos preguntarnos en qué momento se encuentra el proyecto colonial occidental sobre Oriente próximo. Por qué esa cochambre imperialista que gobierna (destruyendo) las Naciones Unidas vuelve a sacar de su chistera el reconocimiento de un estado palestino ya reconocido en 1947, la propia ONU decidió la partición de la Palestina histórica obviando el principio de autodeterminación y violando el derecho internacional al regalar más de la mitad del territorio a las organizaciones terroristas que operaban en la zona (autores de masacres como Deir Yassin, Tantura, Iqrit o Lydda): Irgún, Lehi… Haganá, hoy ejército de un estado ocupante y genocida.
La diferencia radica en que esta vez nadie explica qué parte de la geografía le correspondería a ese presunto estado. ¿El 44% del territorio que en su día asignó la partición? ¿El que quedó en 1967? ¿El que queda ahora? ¿El que desaparece del mapa proyectado por los “pacificadores” y su cartografía criminal? Otro interrogante no incluido (por lo que sea) en la escaleta mediática es en qué momento decidieron los países del jardín reconocer al estado palestino; por qué con tanta prisa; por qué justo cuando el Estado sionista aceleraba su maquinaria aniquiladora; por qué justo cuando las movilizaciones por Palestina se expandían por todo el planeta; por qué justo cuando EEUU, valedor principal del estado genocida, daba un golpe de timón para centrarse en su patio trasero y recuperar la doctrina Monroe de 1823 para América Latina, empezando por Venezuela.
Anclados en la arquitectura westfaliana de 1648, los estados europeos siguen simulando que el orden internacional resulta de los acuerdos entre ellos. Juegan a las declaraciones performativas, pero el genocidio en curso ha desenmascarado un orden que siempre estuvo al servicio de los mercados y nunca de la democracia o la autodeterminación. El reconocimiento de un estado palestino sin marco geográfico definido encaja en la lógica del contrato: se necesita un interlocutor con el que negociar, un representante jurídico que legitime el orden surgido de la barbarie de los hechos consumados. Parece que la Autoridad Palestina sigue dispuesta a asumir ese papel.
La profesora Nithya Nagarajan nos explica en qué ha consistido ese seudoproyecto de estado palestino formado y alimentado desde el exterior para doblegar a los palestinos mediante la violencia de la economía –léase de las políticas neoliberales en Cisjordania desde 2008, conocidas como “proyecto Fayyad”. En ese proyecto neoliberal trazado en los acuerdos de Oslo (1993), que apostó por la rendición de la resistencia palestina –con ayuda de fuerzas políticas externas e internas y la inestimable colaboración de organismos internacionales como la UNRWA-, estaba implícita la supervivencia de un mundo que perpetúa las lógicas racistas y coloniales, el mundo libre, libre de cualquier obstáculo que frene la acumulación económica, ya sea religioso, cultural, histórico, político o social.
El proyecto del Gran Israel es el que hace inviable un Estado palestino porque la autoproclamación del Estado israelí es el resultado combinado de mito bíblico, nacionalismo moderno y colonialismo de asentamiento, como dice Xavier Villar, y “hablar del Gran Israel no significa reducir la política israelí a una conspiración sino rastrear la persistencia de su matriz teológico-política. En ella, la tierra no es sólo espacio estratégico sino también espacio sagrado. El otro –palestino o árabe- no es sólo adversario militar, sino obstáculo existencial. Lo que surge no es un desacuerdo coyuntural sino una colisión de proyectos ontológicos: ¿puede existir Palestina dentro de un marco que concibe la tierra como promesa exclusiva e incompleta?”. De ahí que el penúltimo punto del “alto el fuego”, que algunos llaman “tregua” y otros “plan de paz”, ése que habla de reconocer un estado palestino, sea una mera formalidad para los sionistas, un tapabocas para los jardineros europeos y un “gran paso” para las audiencias occidentales.
Sin embargo, el nacional-sionismo israelí sabe seguro, porque así deben de habérselo asegurado los businessmen de Trump, que no ha de preocuparse por ese punto del acuerdo. En la guerra, los negocios y el juego, todo depende de quién tiene “las mejores cartas” –Trump dixit- o, en su defecto, quién es más hábil engañando al contrincante.
La teología política israelí hunde sus raíces en una superioridad de la “civilización europea”: sus principales componentes son raciales y religiosos y sus valores morales coinciden con los del mercado. Craig Mokhiber, director de la oficina de nueva York del Alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, dimitió el 31 de octubre de 2023 con una carta en la que denunciaba la complicidad de la ONU y Occidente con “un genocidio de libro”.
En las condiciones en las que se está planteando un estado palestino, el poder de un estado cualesquiera sobre el archipiélago de parcelas en el que vive la población palestina ni siquiera sería un conjunto de instituciones que monopolizarían la violencia –como hasta ahora- para dar continuidad al estado colonial, sino que ampliaría sus funciones de orden y disciplinamiento a todas las actividades vitales de los palestinos.
El actual alto el fuego decretado por el poder imperial es, en realidad, una tregua en la guerra civil total en la que está sumida la humanidad. Esta guerra es jurídica –contra toda norma, principio o derecho que no sirva al libre mercado del más fuerte-,política –contra todo principio democrático que promueva la igualdad frente a la libertad del individuo consumidor y de las élites-, cultural –contra todo relato que se fundamente en la memoria de las luchas y sus conquistas- y psicológica –contra toda pulsión de empatía que contravenga el discurso del otro como enemigo. Desde ese enfoque sólo cabe seguir alimentando la indignación frente a la impunidad y mantener-escalar las movilizaciones, no para detener un genocidio ya consumado, sino para desmantelar la estructura social que lo ha permitido.
La única y verdadera salida para Palestina exige que consigamos privar a Israel de lo que le permite hacer lo que hace: armas, legitimidad, apoyo internacional, difusión de sus mitos, connivencia con su ideología racista... nada de eso se logrará pidiéndolo por favor si el 80% de su población se manifiesta convencida de ser el pueblo elegido cuya existencia pasa por hacer desaparecer a los palestinos. No es una cuestión del Likud, de Netanyahu ni los ultraortodoxos. Es el problema de una civilización, la occidental, que permite un nuevo holocausto. Nada nuevo. Otra vez. ¿Nunca más? Otra más. La monstruosidad se esconde en la pasiva normalización del horror operada por un sistema que funciona cual maquinaria automática, difuminando la violencia bajo la lógica económica.
Parecería ilógico, incluso inhumano, que nos opusiéramos a un alto el fuego o al reconocimiento de un estado palestino. Sin embargo, aceptar que el (nunca completo) cese de las bombas significa per se el inicio de un proceso de paz o que “reconocer el estado palestino” tiene algo que ver con la solución es aceptar que no existe la historia, ni existe la memoria, ni podemos esperar un futuro distinto al presente de los palestinos. Como señala Ariell Aïsha Azoulay, Necesitamos una ‘Historia potencial’ que oponer a la disciplina de la historia que considera lo que fue perpetrado por la violencia como un hecho consumado sobre el cual no podemos volver.
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La Red Universitaria por Palestina (RUxP), presente en las 50 universidades públicas del Estado español, organiza los próximos 28/29 de noviembre de 2025 el Tribunal de los Pueblos sobre la Complicidad con el Genocidio Palestino en el Estado español (Madrid, UCM, Campus de Somosaguas, Facultad de CC.PP. y Sociología).
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