La utopía en actos
Gerrard Winstanley y los cavadores

En 1649, un grupo de campesinos sin tierras inició el primer proyecto comunitario moderno.

Traducción: Gladys Martínez
25 feb 2018 07:16

En 1649, el segundo episodio de la guerra civil inglesa entre las tropas parlamentarias y las monárquicas acababa de finalizar. En enero, el rey Carlos I había sido capturado, juzgado por sus enemigos y rápidamente decapitado por órdenes del Parlamento Rabadilla, así llamado porque acababa de ser purgado de sus diputados moderados, dejando vía libre a la dictadura militar republicana de Oliver Cromwell.

Los monárquicos habían sido vencidos por los puritanos más consecuentes y ambiciosos en la primera revolución burguesa victoriosa de los tiempos modernos. Debía su éxito al apoyo del pueblo bajo y de las sectas protestantes no conformistas, cuyos adeptos se habían enrolado en masa en el “Nuevo Ejército Modelo” a sueldo del Parlamento. Esta sacudida política y religiosa había levantado muchas esperanzas entre los pobres y los espíritus libres.

Pero el partido de Cromwell, triunfal, estaba decidido a callar y reprimir a los revolucionarios exaltados que habían creído en el advenimiento de una nueva Jerusalén igualitaria a orillas del Támesis. El Nuevo Ejército Modelo había sido purgado de sus “niveladores”, que formaban, desde sus victorias de 1646 contra las tropas monárquicas, un grupo muy influyente e inclinado a los motines, incluso si su programa progresista era tímido en comparación con las aspiraciones de las sectas protestantes más sinceramente igualitaristas.

No se sabe más sobre el movimiento de los cavadores, salvo por los escritos de Winstanley. Entre 1648 y 1652 publicó una serie de panfletos que, juntos, componen una especie de programa comunista

El 1 de abril de 1649, un pequeño grupo de trabajadores agrícolas en paro y de campesinos sin tierras se reunió en St. George’s Hill, en Surrey. Portando picos y palas, se lanzaron a desbrozar una tierra comunal para cultivar legumbres. Sus líderes se llamaban William Everard y Gerrard Winstanley, y se les dio el nombre de “cavadores” (diggers). Al principio, sus esfuerzos hortelanos suscitaron una vaga simpatía en los alrededores, pero la nobleza local no tardó en azuzar contra ellos al populacho, que los encerró en la iglesia de Walton hasta la intervención de un juez de paz.

El 16 de abril se interpuso una denuncia ante el Consejo de Estado, que envió oficiales a investigar sobre esos defensores del reparto tan poco apreciados por el vecindario. Constataron que el incidente era menor y se llevaron a Everard y Winstanley a Londres para que comparecieran ante el general en jefe Thomas Fairfax. Tras haber declarado que dios iba a aliviar a los pobres de su miseria y restituirles la tierra, le explicaron que solo deseaban cultivar los numerosos terrenos baldíos de Inglaterra y vivir juntos teniendo todas las cosas en común. Añadieron que su ejemplo sería seguido por los pobres de todo el país y que todos los hombres acabarían por vivir en ese tipo de comunidades. Fairfax los juzgó inofensivos y el caso se quedó ahí.

En junio, cuando los cavadores anunciaron que tenían la intención de talar los bosques comunales, los terratenientes de la vecindad, para quienes se trataba de sus terrenos de caza, los llevaron ante los tribunales, que los condenaron a pagar 10 libras por daños e intereses y ordenó la requisa de las vacas que Winstantley hacía pastar en el prado comunal. Los cavadores, una cincuentena, se instalaron en otoño en los terrenos comunales que rodeaban la mansión de Cobham, construyeron cuatro viviendas y sembraron trigo. En la primavera siguiente ocuparon 11 arpendes de tierra arable y media docena de casas, mientras que se intentaban experiencias parecidas en Northamptonshire y Buckinghamshire. El propietario de la mansión, el reverendo John Platt, encabezó a una multitud para destruir las casas y echar a los cavadores. El 1 de abril de 1650, Winstanley y 14 acompañantes fueron inculpados por disturbios contra el orden público y no parece que fueran condenados a penas severas. Pero este último contratiempo marcó el fin de la pequeña comunidad.

No se sabe más sobre el movimiento de los cavadores, salvo por los escritos de Winstanley. Entre 1648 y 1652 publicó una serie de panfletos que, juntos, componen una especie de programa comunista.

Comunismo (más o menos) libertario

Desde sus primeros panfletos, Winstanley, a pesar de su fraseología religiosa, aparece como un predecesor de las Luces que pronto despuntarán en el cielo europeo. Para él, el pecado original no es la lujuria, sino la avidez y el deseo de poder. El espíritu divino en la Historia se revela conscientemente en el alma humana, y Winstanley lo llama simplemente la “Razón”.

En los folletos que difundían los cavadores, Winstanley no preconiza una práctica apostólica ni profetiza el apocalipsis: el tiempo de los ímpetus místicos o milenaristas había pasado. Lo que le dicta la revelación es una forma de organización social que podríamos llamar “comunismo (más o menos) libertario” y cuyo deseo se transmitirá después de él bajo más de un avatar y en más de un país, y en España como en ningún otro lugar.
Los cavadores, que se autodenominaban “verdaderos niveladores”, tomaban prestada de los niveladores la idea de que un reparto equitativo de la tierra había prevalecido antaño en Inglaterra, antes de que los conquistadores normandos de 1066 se hicieran con grandes dominios. Desde entonces, la población, desposeída y subyugada, gemía bajo el “yugo normando”. Este acaparamiento de la tierra continuó por la extensión de los cercamientos (privatización de las tierras comunales) y por todo tipo de expolios, siendo la ley y la religión instrumentos al servicio de los ricos e insaciables terratenientes.

Para Winstanley, precursor de Proudhon y de Marx, la propiedad privada, pero sobre todo la propiedad de la tierra como fuente de toda riqueza, “es la causa de todas las guerras, de la sangre derramada, del robo y las leyes opresoras”

Pero el derrocamiento del rey, heredero criptopapista del poder feudal, apenas trajo mejoras al pueblo. Las antiguas leyes seguían en vigor, con pocas diferencias. Se creó una nueva Iglesia oficial, cuyas censuras y abusos de poder se parecían mucho a las de la antigua. Los dignatarios del nuevo régimen se enriquecían con la misma avidez que antaño la aristocracia “normanda”, mientras que los pobres se hundían cada vez más en la miseria. Todo había cambiado para que nada cambiara.

Para Winstanley, precursor de Proudhon y de Marx, la propiedad privada, pero sobre todo la propiedad de la tierra como fuente de toda riqueza, “es la causa de todas las guerras, de la sangre derramada, del robo y las leyes opresoras que mantienen al pueblo en la miseria”. La propiedad privada separa a los seres humanos, provocando un estado permanente de conflicto y de competitividad que justifica el poder del Estado y su cortejo de abusos.

También comprendió que la guerra no sirve en la mayoría de los casos más que para reforzar el despotismo del Estado. Los cavadores, tan poco beligerantes como poco numerosos, no opusieron ninguna resistencia a las violencias que padecieron. Esperaban que los muchos miserables que moraban los campos se apresurarían a imitarlos y que su modelo social acabaría por propagarse pacíficamente a todo el país y por toda Europa. Su inocencia los llevaría a creer que los poderosos acabarían por adherirse a su ideal de razón y reparto. Esas ilusiones se disiparon cuando sus comunidades fueron dispersadas por la fuerza.

En la utopía de Winstanley, las tierras confiscadas a los nobles y al clero debían colectivizarse y autogestionarse bajo la supervisión de las comunidades locales y para el bien de todos

Pero en 1652, Winstanley no se había desmotivado en su concepción de un mundo mejor. Sacando lecciones de las desgracias, publicó su obra maestra, La ley de libertad o la verdadera magistratura restaurada, en la que proponía a Cromwell, no sin ingenuidad, adoptar un programa gubernamental que aboliera el trabajo asalariado, el comercio y la propiedad privada. Lo ponía en guardia contra la transformación de toda la sociedad en una especie de prisión infernal bajo la férula de los ricos, como ocurrió en efecto en Inglaterra durante la Revolución industrial.

En la utopía de Winstanley, las tierras confiscadas a los nobles y al clero debían colectivizarse y autogestionarse bajo la supervisión de las comunidades locales y para el bien de todos. La producción artesanal debía realizarse en el domicilio (como era costumbre), pero también en pequeños talleres públicos. Administradores elegidos por su integridad se encargarían del reparto y la distribución de los bienes y productos.

En la comunidad, cada uno aprende un oficio que ejerce a tiempo parcial para consagrarse todo lo posible a su propia educación permanente y a una variedad de actividades útiles o agradables. Los clérigos, sabios y letrados ya no forman una casta separada y deben producir también bienes materiales (Marx se hará eco, dos siglos más tarde, de esta abolición de la separación “degradante” entre trabajo manual y trabajo intelectual). La edad de jubilación se fijó en 40 años.

En la comunidad, cada uno aprende un oficio que ejerce a tiempo parcial para consagrarse todo lo posible a su propia educación permanente y a una variedad de actividades útiles o agradables

Juristas y sacerdotes pueden ser condenados a la pena de muerte si intentan convertir sus magisterios en fuente de ingresos. El domingo la gente se reúne para escuchar conferencias y la lectura de noticias. El matrimonio y el divorcio son civiles y se deciden únicamente por consentimiento mutuo, con una simple declaración ante la comunidad. Sin embargo, Winstanley no llegó a preconizar la libertad sexual y la igualdad de género que otros grupos más exaltados, como los ranters, defendían y practicaban en aquella época, para escándalo de la burguesía puritana. No se puede ser precursor en todo.

Cromwell, por supuesto, no prestó ninguna atención a sus propuestas de “volver a poner el mundo al derecho”. Y este volvió al anonimato antes de morir en 1676, mientras triunfaba la reacción monárquica. Sin embargo, el Estado inglés evolucionó desde entonces, precavidamente y no sin sobresaltos, hacia una forma de poder cada vez menos arbitraria, aunque siempre igual de favorable a los ricos y cada vez más dura con los pobres. Sin embargo, gracias a Winstanley y a sus camaradas, un proyecto social “proletario”, a la vez fraternal y racional, apareció en el mismo momento en el que la burguesía inglesa estaba confrontada a la mezquina puesta en práctica de su propio programa, y a la puesta a prueba de su propia racionalidad. 


Máximas de winstanley
Es esa propiedad particular de lo mío y de lo tuyo lo que trajo toda la miseria al pueblo. Primero, obligó a las gentes a robarse las unos a las otras. Segundo, creó las leyes para colgar a los que han robado. Incita a la gente a cometer una mala acción y la mata por haberla hecho. (La nueva ley de justicia)

Al principio de los tiempos, la gran creadora Razón hizo la Tierra para que fuese un tesoro común. Ninguna palabra dijo, en los orígenes, de que una rama de la humanidad debía reinar sobre otra. (El estandarte desplegado de los verdaderos niveladores)

El poder de cercar la tierra y poseerla fue traído por medio de la espada en la Creación por nuestros ancestros, que asesinaron primero a sus compañeros humanos y después saquearon y hurtaron su tierra. (Una declaración de los pobres oprimidos de Inglaterra)

Una vez propietarios, se elevan al rango de jueces, de soberanos y de gobernadores de Estado, como muestra la experiencia. (El estandarte desplegado de los verdaderos niveladores)

El poder de la espada asesina y ladrona, igual antaño que desde hace pocos años, creó un gobierno y mantiene a ese gobierno. ¿De qué sirven las prisiones y las penas de muerte sino al poder que tiene la espada para someter al pueblo a ese gobierno, que ha sido obtenido por la conquista y la espada y no puede mantenerse por sí mismo sino ahora y siempre por el mismo poder asesino? (Una declaración de los pobres oprimidos de Inglaterra)

Pues aunque digan que la Ley castiga, en realidad no es más que la fuerza, la vida y la médula del poder real preservando siempre la Conquista, protegiendo a algunos en las tierras, excluyendo a otros. Dar la tierra a algunos a la vez que se le niega a los otros es contrario a la ley de Justicia que hizo la Tierra al principio, tan libre para los unos como para los otros. En verdad, la mayoría de las leyes no sirven más que para someter los pobres a los ricos. (Un regalo de año nuevo para el Parlamento y el Ejército)
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