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La gota que colmó el vaso es una gota de agua marina. De ese mar dibujado en los coloridos carteles con los que el Área de Equidad, Derechos Sociales y Empleo del Ayuntamiento, en alianza con asociaciones empresariales y de consumidores, pretendía dirigirse a la ciudadanía. “Si compras falsificaciones, la aventura siempre acaba mal”, alerta. Y en la mitad inferior del cartel: el mar. Uno es azul, de él sale un pulpo negro aferrándose a un bolso. Otro es amarillo, de él asoma un monstruo marino acechando a una zapatilla. Hace tiempo que el mar es una frontera mortal para quienes acabarán vendiendo bolsos y zapatillas en la manta. Hemos visto muchas veces cuerpos negros peleándole a las aguas, pero no eran pulpos. Eran personas que se jugaban la vida y la perdían.
¿No se dan cuenta de las dobles lecturas que habilitaba la campaña? ¿O acaso buscaban sugerir lo que sugerían esos carteles? Ambas hipótesis desasosiegan. Si bien la segunda es la más atroz, la primera implica que perdieron de vista a los sujetos cuyos derechos deberían proteger. El cartel no habla de por qué la Ley de Extranjería condena a tantas personas a vivir sin derecho a trabajar en otra cosa que no sea la manta.
“Se advierte a la ciudadanía de que la compra de falsificaciones y la adquisición de productos en la venta ambulante ilegal entraña riesgos y peligros”, alerta la nota de prensa del Ayuntamiento de Madrid que presentaba la campaña. En ella, una sonriente Marta Higueras señala la palabra ‘mal’, que es como acaba la aventura de comprar falsificaciones. Nada dice de que venderlas puede acabar peor: hasta en penas de cárcel. La nota también valora el impacto positivo de las marcas, habla de derechos (los de los consumidores), defiende a las pequeñas y medianas empresas (como El Corte Inglés o Gucci), y reivindica el consumo responsable (en una nueva acepción que incluye comprar Nikes manufacturadas en las maquilas correctas). Todo esto sin reírse por lo bajo.
Si de asociaciones de ideas se trata, al pensar en riesgos, peligros y derechos se nos ocurren otros más urgentes a los que el Ayuntamiento no está dando respuesta. Los peligros de que familias enteras duerman en la calle en noviembre porque el Ayuntamiento no da soluciones contra los desahucios ni techo a las personas refugiadas. Les está costando encontrar la protección que el Área de Equidad, Servicios Sociales y Empleo sí presta al “desamparado” empresariado.
El Sindicato de Manteros mostró su repulsa a los carteles, no han aguantado en silencio que se les criminalice ahora desde carteles de estética pop. El Ayuntamiento dijo escuchar las demandas de la ciudadanía y retiró los carteles dos días después de presentarlos. Retiró los carteles, pero mantiene la campaña que criminaliza la manta. Por otro lado, quienes sufren otras intemperies, las miles de personas que se enfrentan al invierno sin techo, o que viven la arbitrariedad de un Ministerio de Interior que reparte citas para pedir asilo como si de un juego de lotería se tratase, cuentan con las redes de solidaridad y acogida.
Quizás el ciclo político nos ha guiado hacia la tristeza y el desencanto. Pero hay afuera un tejido de sujetos organizados, una red solidaria, que sigue fértil lejos del páramo institucional. Así, mientras las disputas palaciegas madrileñas ocupan los titulares y se barajan falsificaciones del Ahora Madrid de 2015, es ahí donde se pueden ver posibilidades que el Ayuntamiento no ha querido abrir.