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Esto del asunto del taxi es otro de los incontables paradigmas de la liberalización por la vía de los hechos consumados. Liberalización de un servicio público que, por supuesto, llevará aparejada la consiguiente precarización del sector. De hecho, mirando un poquito la trayectoria de estas empresas de alquiler de vehículos con conductor –en cualquier otro sector se reproduce el mismo procedimiento- te das cuenta rápidamente de cómo va a acabar esta historia. Si esta lucha no alcanza a enganchar a otros sectores precarizados –creo que ya sólo se salva de esta categoría el de los Registradores de la propiedad- y consiguen proyectar que su lucha va más allá de un tema de permisos, impuestos o igualdad en la competencia, veremos otro montón de personas que se verán abocadas al desempleo.
En Silicon Valley, la cuna de las empresas tecnológicas, entraron en el mercado tirando precios, ofreciendo servicios que superaban en calidad a las compañías de taxi, pagando más a sus conductores... ¡vamos! El reino de dios en la tierra. Cuando reventaron la competencia la cosa cambió. Los precios de los servicios subieron (del mismo modo que han subido en Madrid ante la carencia de taxis que continúan en huelga), los salarios de sus conductores bajaron y los ingresos de la multinacional, que tributa en un paraíso fiscal, se dispararon.
Nos dirán que la tecnología es progreso y que ha venido para quedarse. Sin embargo, si el progreso no sirve para mejorar la vida de las personas y por el contrario, nos somete, nos precariza, incrementa la desigualdad y sirve a los intereses del capital más que a nada en este mundo, se pueden meter su progreso y sus tecnologías por el wifi.
Y si como clientes, categoría muy inferior a la de persona, sólo nos importa lo cómodo que resulta comprar haciendo un click; o utilizar una aplicación de móvil; o disponer de horarios que nos permitan comprar una camisa un domingo por la mañana o una barra de pan a las once la noche, sin mirar un poco más allá, sin tener en cuenta de las consecuencias, estaremos siendo colaboradores necesarios de nuestra propia miseria. Por el momento, no soy capaz de mostrarme optimista prescindiendo de la química.
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Es nuestro comportamiento, nuestros hábitos, los que hacen posible el desastre de mundo con el que nos dotamos. Buen artículo.