Elecciones del 26 de mayo
Carmena, págame la Gestalt
Tras muchos años en mi torre de marfil sin colas y sin esperas, plagada de razones y argumentos; todas ciertas, todos válidos, os tengo que confesar que he votado. He traicionado mi anarco-zona-de-confort. Pero con Manuela Carmena ya no creo que pueda.

Desde la infancia he padecido las penurias que conlleva un desarrollo exacerbado del pensar crítico. Empecé a cuestionar las órdenes absurdas de la maestra, a no hacer pis si no tenía ganas y a escapar de la fila mientras suspendía preescolar. Siempre me han sublevado las filas porque, con los años, las filas se convierten en colas. Hileras ansiosas por pagar en el perpetuo Carrefour, ringleras parpadeantes en las pantallas de las Urgencias, recuas preocupadas que esperan su turno en el banco… Las filas de la infancia devienen, con el tiempo y el orden público, en ristras de personas dispuestas a ejercer su derecho al voto. El ponernos en línea para salir al patio no dejaba de ser otra treta para acostumbrarnos a la cola demócrata, supuestamente indispensable, para cualquier pueblo libre.
Tras muchos años en mi torre de marfil sin colas y sin esperas, plagada de razones y argumentos; todas ciertas, todos válidos, os tengo que confesar que he votado. He traicionado mi anarco-zona-de-confort. Me he puesto a la fila en las últimas elecciones presidenciales para abogar por las endebles promesas de un macho alpha con coleta. Sé que no me irá bien, pero me ira mejor con este “mal menor”, que con un gobierno utrafascista, presto a pisotear mi identidad y luego escupir en ella. Mi voto fue una espera antifa y llena de miedo, una esperanza más en la sarta demócrata del colegio electoral. No me arrepiento. Estoy tranquila con mi conciencia y con mi incursión en la zona-del-no- confort. El resultado de mi tropelía, me permite, cuanto menos, conciliar el sueño.
Ahora bien, en las elecciones municipales me aturde otro cantar. Ya he votado, puedo hacerlo otra vez y esgrimirle al pensar crítico los mismos argumentos, pues ya no hay diatriba moral que me impida ponerme a la cola. El maldito problema que me tiene intranquila, y perturba mis cañas y mis grupos de Telegram tiene nombre propio: Manuela Carmena.
Cada vez que Manuela habla, sube el pan en la izquierda y la derecha se frota las manos. Esta señora, que es jueza y afirma gobernar para el pueblo, ha resultado ser una déspota ilustrada que quiere pan para el pueblo, pero sin el pueblo. Precios hipster para un pan bio en una almendra central libre de humos. Un modelo rojo-amable que seduce y molesta poco a la estructura del capital. El tándem del beso hippie con Errejón, la reforma de la reforma, pretende convencernos de que son, a nivel local, el mal menor.
Me molesta infinitamente estar en la tesitura de defender su modelo, pero es incierto decir “que no han hecho nada”. Han llevado la cultura a los barrios, que no es cosa de poco, y nos han recibido, en sus despachos de marfil llenos de colas y burocracia, para fomentar el fantasma de la participación y lavarse la cara. Estos pequeños logros resultarían más que suficiente para hacer la fila si no fuera porque Carmena y su lengua innecesaria desestabilizan mi salud emocional: que si las personas refugiadas no son personas, que si lo bancos no son responsables de desahuciar, que si Guaidó arriba, que si Venezuela abajo… Cuando me resigno a votarla, una nueva perla neoliberal me ahoga en dudas. Mi conciencia tiembla y me saca de la fila. Y yo, venga a esforzarme para no salirme. Me reconstruyo y me informo, me formo y reformo con cada aparición de Manuela y me culpo de resignación para quedarme en la fila. Carmena, responsable de mis cuitas y mis dudas, de mi inestabilidad mental, de mi corazón partido, en vez de sufragar mi terapia, me regala una banderola serigrafiada en las Vistillas. Gracias Manuela, porque ya puedo hacer el pic-nic de San Isidro sin sentarme en el suelo… ¿Se puede, acaso, ser más pueblo sin pueblo?
Sin embargo, una pequeña parte del equipo que ha hecho posible los pequeños logros del gobierno de Carmena se ha rebelado para ofrecer una alternativa al bienestar de mi conciencia y a mi salud emocional. Personas que no han olvidado su deber, responder a Madrid desde la simpleza de la necesidad, han constituido un partido que atenúa mis cuitas y mis ansias de terapia. Madrid en Pie, escarmentadas de Manuela y de sus secuaces neoliberales, son un partido creado para incidir, sin ínfulas de ganar, pero sí de molestar. Y mucho. Son mi opción antifascista, esta vez de verdad, para ponerme a la cola de la democracia. Me creo su calle y comparto su discurso y estoy dispuesta a arriesgar mi voto porque es necesario hacer sonar el rap del pueblo frente al pop hípster. Es posible que no obtengan representación y que el voto de la izquierda de pensar crítico se pierda, como suele perderse el pensar, pero también es posible que el Madrid institucional más sublevado tenga la llave del Ayuntamiento si lo intentamos. Mi razón entiende de sondeos y de encuestas, pero está vez, voy a desligarme de Kant y hacer posible la Fe. Haré cola convencida y seguiré en pie, más en pie que nunca, sea cual sea el resultado.
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