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Pensamiento
La sonrisa de Jacobo Muñoz
Obituario del filósofo Jacobo Muñoz, fallecido en Madrid el pasado 23 de febrero.
Nunca fue del todo descifrable. Casi siempre contenía algo de ironía, toneladas de erudición y cierto escepticismo ante las cosas. Una combinación que nunca estuvo reñida con la generosidad y el gesto epicúreo en el semblante y la actitud. Tampoco con la radicalidad filósofica y política de quien considera que, a fin de cuentas, la vida —en toda su exuberancia y amplitud— es el único trascendental verdadero. Y que el buen vivir y el capitalismo son tremendamente antitéticos; esto es: una sociedad justa no puede admitir ninguna forma de explotación o desigualdad.
Jacobo Muñoz Veiga nació en Valencia, en el año 1940. Su trayectoria como filósofo y editor fue singular y dilatada, discurrió a través de casi todas las escuelas o lugares más importantes del pensamiento contemporáneo: el marxismo, la filosofía analítica, el pragmatismo, la epistemología, la filosofía de la historia, la french theory, la teoría crítica de corte frankfurtiano e incluso la hermenéutica filosófica. Todo ello sin descuidar la poesía: La Caña Gris (1960-62), su primer proyecto editorial, da buena cuenta de ello. Allí publicaron, entre otros, Francisco Brines, Gil de Biedma, José Ángel Valente, Vicente Aleixandre o María Zambrano.
No obstante, el marxismo —un marxismo todavía por descubrir— quizá sea la tradición que abre y cierra el arco de su carrera como filósofo. Un marxismo heredero de su mentor, Manuel Sacristán, pero con una vocación crítica y cultural que lo impulsó a adentrarse hacia otros paisajes intelectuales.
Ya desde su trabajo en la editorial Grijalbo (1974), la intención de Muñoz fue la de dar solidez intelectual a un marxismo autóctono que precisaba de referencias teóricas y, sobre todo, de una renovación de las discusiones. Rosa Luxemburgo, Lenin, Georg Lukács y nuevas interpretaciones de Gramsci —como Actualidad del pensamiento político de Gramsci, firmada por otro gran filósofo, Francisco Fernández Buey— se darán cita en las colecciones Teoría y Realidad e Instrumentos.
Con Lecturas de filosofía contemporánea (1978) —primera obra de Muñoz— y la edición de la revista Materiales (1977-78) el filósofo entró de lleno en los debates más candentes del marxismo filosófico del momento. Sería muy difícil resumir aquí la riqueza de una obra original que supo cartografiar las tendencias marxistas del período —un verdadero mapa del “marxismo occidental”—, adelantando hipótesis que planteaban nuevos problemas en el contexto de la Transición y en medio de la crisis económica de un modelo de acumulación. Modelo que abandonaría sus ropajes keynesianos y que pronto conoceríamos por el nombre de neoliberalismo. Hoy, por desgracia, norma del mundo.
Pues bien, en medio de este contexto, y siempre con una mirada inquisitiva, Muñoz intentaba destilar lo mejor de Marx y la epistemología contemporánea apuntando hacia un marxismo centrado en el análisis empírico y cultural del presente —un diagnóstico sobre la evolución y las contradicciones del capitalismo—. Un marxismo “praxeológico” en el que el conocimiento de la realidad social estaba subordinado a un proyecto de emancipación y libertad. Dos palabras que siempre adjetivaron su concepción de la filosofía.
Ocaso y Resistencia
Si bien la transición y sus efectos alejaron a Muñoz del marxismo (sólo hay que leer el epílogo con el que acompañó en 1984 la reedición de su primera obra) durante sus últimos años retornó —y de manera bastante decidida— a la senda de Marx. Dos de sus últimas obras, Filosofía y Resistencia (2013) y El ocaso de la mirada burguesa (2015), enmarcan bien las tensiones de su último proyecto filosófico y político. Dos libros que merecen ser leídos a la luz de las convulsiones del presente.La noción de resistencia se convirtió en el lugar desde el que pensar la lucha de clases en el mundo globalizado, una lucha de clases pulverizada por el neoliberalismo y la posmodernidad que, de algún modo, había que reconstruir. Reconstrucción que requiere de cimientos teóricos y prácticos. Frente a la atomización individualista contemporánea y la homogeneización de la cultura de masas, Muñoz promovía la construcción de cartografías complejas de la realidad a partir de un filosofar mestizo —sociológico, político, reflexivo y experimental— que permitiese dotarnos de un nuevo sentido común.
Aunque aquí se ha intentado, no es fácil reducir el pensamiento de Jacobo Muñoz a una “escuela” o tendencia, si bien el marxismo adquiere un fulgor particular en su quehacer intelectual
Las fronteras, la desigualdad global, la capacidad depredadora del capitalismo, las guerras, los refugiados o la volatilidad y precariedad de la vida se convirtieron en objeto de su pensar, elementos sobre los que había que profundizar para hacer inteligible la época. Y para obrar con vistas a su transformación.
Por otro lado, con el Ocaso de la mirada burguesa, un análisis de la cultura burguesa de Goethe a Beckett como límite, Muñoz desbroza la esfera cultural de la modernidad capitalista mostrando su agotamiento. Su nacimiento y decadencia. Su ausencia de respuestas en una época que ya no puede mirarse en el espejo de un Musil ni en el del Nietzsche más heroico, pero tampoco en Thomas Mann ni en la vitalidad goethiana. Autores todos hijos de la cultura burguesa, de un proyecto tan utópico en su forma cultural como progresivamente decadente, el “ocaso”nos ofrece una galería de héroes —también, en cierto sentido, de monstruos— que no dejan de señalar una trayectoria que va de la plenitud a la dispersión, del todo a la fragmentación. ¿Cómo construir un nuevo hacer cultural desde la periferia? ¿Cómo hacerlo desde los cristales rotos de una cultura mercantilizada? ¿Desde qué islas de sentido imaginar un nuevo relato cultural y colectivo? Toda una tarea.
Un legado abierto
Aunque aquí se ha intentado, no es fácil reducir el pensamiento de Jacobo Muñoz a una “escuela” o tendencia, si bien el marxismo adquiere un fulgor particular en su quehacer intelectual. Estamos ante un pensador que intentó transitarlo todo —o casi—. De ahí sus múltiples facetas, su perpetua curiosidad —teórica, vital— por aprender y seguir roturando nuevos espacios de reflexión. Por dar forma a un mundo que le parecía cada vez más informe, más árido, más difícil. Había cierta melancolía estoica en su manera de mirar, pero siempre combinada con esa pulsión spinozista —autor al que apreciaba— de no dejarse abrumar por la gravedad y cultivar la alegría. También la amistad.Últimamente Jacobo hablaba mucho del presente, del “adanismo” de la nueva política, de la incapacidad de cierta izquierda de hacerse cargo de su propio legado. Hablaba desde la nervadura de la historia de un país y no desde el folklore. Había preocupación, desasosiego. Muñoz entendía que la figura que definía el presente era la de la crisis. Una crisis que devoraba cada día una porción más de humanidad al planeta a través de la violencia y la desigualdad. Una crisis abierta —una gran herida— que había que confrontar.
Sin embargo, el que aquí escribe —que fue su amigo— sólo puede recordar ahora su sonrisa. Su enigma cotidiano. Porque, más allá de la ironía y del saber, hubo siempre en aquella boca una palabra certera y cálida. La palabra precisa. Hubo curiosidad y afecto. La extraña coyuntura de dos generaciones infinitamente alejadas que se empeñaron en lo próximo. Roto el hilo, sólo queda el adiós y la memoria. Echarte de menos para siempre.
La herida no se cierra, pero avanza
la golondrina el pasajero vuelo
y horada la virtud toda nostalgia.
Con el alma en suspenso el hombre clava
su cuerpo en el camino, frente al cielo.
Jacobo Muñoz, Meditación
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