We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Guerra en Ucrania
Castillos de naipes y lejanas soluciones democráticas
La invasión de Ucrania ha desatado un tsunami belicista de grandes proporciones entre los distintos bandos enfrentados. Hasta el punto de que toda crítica pacifista y antimilitarista ha sido arrinconada y silenciada mediáticamente. De hecho, desgraciadamente, han sido muy pocas las voces que en Europa Occidental se han levantado contra las soluciones militares contempladas por los EEUU, la OTAN y las respectivas industrias armamentísticas. Los ecosistemas mediáticos y políticos nativos se han dejado llevar, cuando no han inflamado directamente, por el fervor belicista. Siendo también contados los periodistas que han tomado partido contra el militarismo y a favor de un pacifismo de una forma rigurosa y documentada.
Rafael Poch es uno de estos escasos ejemplos. Y, justamente, acaba de publicar La invasión de Ucrania (CTXT, 2022) un libro imprescindible que corona, de hecho, una tetralogía sobre la Rusia emergente tras el fin de la URSS; Tres preguntas sobre Rusia (Icaria, 2000), La gran transición: Rusia, 1985-2002 (Memoria Crítica, 2003) y Entender la Rusia de Putin (Akal, 2018). Un manojo de publicaciones que han contribuido a divulgar los cambios dramáticos sufridos por el país durante los años noventa. Como ya hacía el periodista, y profesor de relaciones internacionales, en tanto que corresponsal internacional en su “Diario de Moscú, 2000-2002” para La Vanguardia.
Como entonces, Poch destaca por un peculiar estilo, bien raro entre las sierras periodísticas y los pantanos de la comunicación política, a la hora de narrar la reconversión de la formación social rusa. No es demasiado común incluir una mirada histórica en las relaciones internacionales, aun menos en el ámbito del periodismo, pero es que además Poch subraya su carácter dinámico teniendo en cuenta las fuerzas sociales en presencia.
Todo ello ayuda a construir un análisis que no solo es pegadizo por el tono narrativo sino porque interpreta las causas profundas de la guerra actual. La invasión de Ucrania es por este motivo una magnífica síntesis que ofrece así las bases para una geopolítica de izquierdas, democrática y antiimperialista, en las antípodas de la llamada “realpolitik”.
El análisis económico, político e histórico, quedan cuadrangulados de tal manera que es posible entrever el conjunto de los conflictos de intereses de elites e imperios que nos han conducido a la presente situación. Frente a la miseria analítica dominante, Poch ofrece un ejemplo de como hacer una diagnosis, una buena diagnosis, que incluye una hipótesis estratégica. Entendiendo por esto un cálculo de lo que puede ocurrir, pero con la voluntad de intervenir: la estrategia se revela, así como lo que es; una posición ética condensada en un plano político. Este es el espíritu del cálculo de un nuevo 1905 como posibilidad democrática rusa.
Una posibilidad que, según Poch, alza el vuelo a medida que la previsión de una guerra rápida se desvanece y, por tanto, la justificación de la invasión, a base de éxitos fáciles, por parte de la autocracia rusa a su audiencia social: “Las autocracias que se ponen en evidencia se desmoronan como un castillo de naipes”, sentencia el autor. Este traspié autocrático revela una ceguera imperial que no sufre sólo Moscú.
Rusia
Rusia, claves para entender el país de la ortodoxia
El periodista Rafael Poch-de-Feliu, corresponsal de La Vanguardia durante 14 años en Rusia, desgrana el pasado y el presente de la nación de la iglesia ortodoxa y el estatismo exacerbado.
Washington, Bruselas y Berlín, han sido, y son, un ejemplo vivo de las consecuencias humanas de la miopía imperialista. De hecho, sólo en América Latina las decenas de golpes de Estado, dictaduras y crisis humanitarias desencadenadas por los Estados Unidos son una extraordinaria lección para Rusia. Un listado exhaustivo y bien documentado de estas actuaciones ejemplares se puede encontrar en el siempre imprescindible La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn (Hiru, 1997 [1980]).
Pero, ciertamente, las potencias europeas occidentales tienen una maestría anterior y de difícil superación en este aspecto. Poch cita algunos casos de una lista de crímenes coloniales que podría ser kilométrica: el caso de Francia con su millón de muertos causado a Argelia o los 350.000 a Indochina; el caso del Imperio Británico con una responsabilidad directa en el millón de muertos y en los 15 millones de refugiados a raíz de la partición de la India y del Pakistán, además de las 300.000 víctimas y el millón y medio de presos en la guerra con Kenia; Holanda que apenas acaba de reconocer los 100.000 muertos causados a Indonesia.
Y si habláramos de las víctimas de la conquista española en el conjunto de América Latina un estudio coordinado por las universidades de Leeds y Londres arroja un calculo que cifra el exterminio de la población nativa en un 90%, de los 60 millones que habitaban antes de 1492, a lo largo de los primeros cien años de colonización. No parece pero que el actual vicepresidente de la Comisión Europea, y jefe de la diplomacia, Josep Borrell se haya dado por enterado a la hora de escribir el prólogo panfletario del libro de Ramón Tamames; Hernán Cortés, gigante de la historia (Erasmus Ediciones, 2019).
Un listón tan alto como este no ha acobardado a los Estados Unidos que han gestionado su declive imperial con una guerra permanente. Según el cálculo más moderado habrá causado desde el once de setiembre de 2001 treinta y ocho millones de desplazados y 900.000 muertes con sus invasiones recientes.
“La enfermedad imperial produce ceguera. Incapacidad para comprender los procesos históricos y los movimientos sociales. Esta ceguera típica de las autocracias en crisis es particularmente peligrosa en los imperios menguantes.”
Hoy sufre estas consecuencias, remarcadas arriba por Poch, la población ucraniana al encontrarse en un radio de acción que considera Ucrania su patio trasero. Pero los Estados Unidos han llevado a cabo exactamente el mismo papel de guardia civil, y a nivel mundial, sin ningún tipo de complejo y sin encontrar ningún tipo de dique pacifista en la Unión Europa, más bien al contrario, puesto que la UE le ha servido como lucrativo nicho para la inversión militar, así como de escudero en las peores aventuras coloniales en Afganistán, Iraq o Libia.
Tan sólo una ojeada a la base de datos del Banco Mundial, poco sospechoso de izquierdista, nos pinta un gasto militar para el año 2020 de casi 62.000 millones de dólares por parte de Rusia. Mientras que los Estados Unidos, solos, destinan 778.232 millones de dólares, doce veces y media más, si añadimos los tres principales componentes de la OTAN; Alemania, Francia y Reino Unido, a la desproporción hay que añadir un gasto militar de 163.000 millones de dólares por parte de estos tres países aliados. El mapa mismo de las bases de la OTAN es diáfanamente claro.
En el caso de Ucrania, los Estados Unidos no han dejado perder la ocasión de meter cizaña gastándose más de 5.000 millones de dólares para instrumentalizar la protesta del Maidán. Una protesta que si tenía alguna verdad profunda era la denuncia de la política exterior rusa basada únicamente en la interacción con grupos oligárquicos para congeniar con los países de su órbita. Ahora bien, el nacionalismo de extrema derecha resultante de una parte importante del Maidán, así como el centralismo autoritario desplegado por Kiev desde 2014, han tenido sus respuestas. Las protestas de Novorossia, la parte oriental del país, indicaban en consecuencia un disgusto popular contra lo que se estaba cociendo en Kiev:
La anulación por parte del Parlamento ucraniano de la ley de cooficialidad de la lengua rusa, vigente en la mitad oriental de Ucrania, cuando según el último censo oficial el 26’6% (casi doce millones) de los 45 millones de ucranianos y ucranianas tiene el ruso por lengua materna; esta orientación fue seguida de la prohibición de los canales en lengua rusa, de la ilegalización del Partido Comunista de Ucrania y la expulsión de sus diputados del Parlamento o de la matanza de Odessa con la quema de la Casa de los Sindicatos; de hecho, el gobierno de Kiyv resultante de Maidán envió enseguida al ejército en “misión antiterrorista” a las regiones rusófilas, creando un ambiente de guerra civil con 14.000 muertos y centenares de miles de refugiados, sin que en Europa occidental nadie rechistara. Y eso antes de que Zelensky anunciara la prohibición de once partidos con la ley marcial como pretexto.
Todas las intervenciones exteriores sobre Ucrania han sido negativas, concluye Poch, y cabe decir que especialmente la intransigencia europea ha tenido un papel capital. Puesto que uno de los causantes de la revuelta del Maidán radicó en el rechazo del gobierno prorruso de Yanukovich del pacto de libre comercio ofrecido por la UE. Un pacto de libre comercio más pensado contra Rusia que con Ucrania ya que el presidente de la Unión Europea de aquel momento, José Manuel Durão Barroso, situó la integración en el mercado europeo, frente a la unión aduanera con Rusia, como una dicotomía antagónica a pesar de que Moscú y Kiev pedían una negociación a tres bandas.
La invasión y la guerra han hecho mucho más trágicas estas disyuntivas, la pertenencia comercial y aduanera ahora se discute con tanques rusos y armas europeas de por medio. Pero, como señala Poch en su breve libro, el problema de fondo es mucho más grave. En todo caso, vale la pena hacer notar la doble solución que sugiere Poch.
Por un lado, a nivel interno, Poch sitúa la democratización social y política de los regímenes ruso y ucraniano. Teniendo presente que este último; “jamás será un país cohesionado ni próspero sin unas estrechas relaciones con Rusia, con un estatuto de neutralidad y con gobierno federal en el que las distintas identidades, narrativas e intereses, puedan actuar y expresarse de forma democrática”. Una revolución democrática que haga posible, en el fondo, una vía no oligárquica al desarrollo. Esta sería la significación social, y niveladora, de 1905 para el caso ruso, cosa que, de hecho, perfectamente podría extrapolarse al conjunto de Europa.
Pero, por otro lado, como una perspectiva de este calibre será muy difícil sin un entorno internacional equiparable, Poch recupera la bandera de las izquierdas latinoamericanas de principios de este siglo para el conjunto de Europa: esto es, la aspiración de un mundo más multipolar y nivelado en sus diferentes centros de poder. De hecho, es lo que anunciaba la Carta de París de 1990 en promover el desarme y una seguridad para el conjunto de Europa. En cambio, un modelo de seguridad diseñado contra Rusia será la fuente de más, y mayores, conflictos como el actual, además de un poderoso incentivo a la carrera armamentística que tantos beneficios genera entre el complejo industrial militar.
La trabajada hipótesis de Poch sobre un 1905 parece pues que, necesariamente, necesitará de un 1848. Como consideraba el mismo Lenin durante la revolución de 1905 en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (Akal, 1975) al extraer de las revoluciones de 1848 la lección según la cual si los demócratas rusos querían tumbar la autocracia zarista entonces tenían que hacerlo “de una manera jacobina, es decir, plebeya”. Una manera, por cierto, de evitar que tanto Rusia como la Unión Europea dejen de hacer de madrinas de las extremas derechas europeas por medio de un degenerado internacionalismo de los ricos y de los reaccionarios. Frente al cual es posible, y necesario, una “Santa Alianza de los pueblos opuesta a la Santa Alianza de los reyes”, como pretendía Mazzini en 1850 con su internacionalismo republicano férreamente anclado en la autodeterminación de los pueblos.