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Neoliberalismo
Sin espacios. Totalitarismos en la sociedad de la “libertad”
“Un mundo donde quepan muchos mundos” es una de las máximas de los zapatistas. Es un sueño de crear un lugar donde entren todas las personas, donde no se discrimine ni se odie por la raza, el género, la clase, la orientación sexual, la identidad de género o cualquier otro aspecto. Es creer que el ser humano puede vivir y convivir consigo mismo y con la naturaleza sin oprimir ni destruir. Es hacer valer los derechos de todas y no dejarlos como un mero papel mojado. Es soñar con lo que podemos ser y hacer si superamos este sistema de mierda, este monstruo que sólo beneficia a unxs pocxs.
Un mundo para todas las personas es lo más opuesto al sistema neoliberal, racista, machista, clasista, capacitista, que marca una normativa donde sólo caben lxs privilegiadxs y a veces ni ellxs. En este sistema no cabe casi nadie, no cabe Samuel, que encontró su muerte por ser diferente; ni los miles de inmigrantes que malviven trabajando para mantenerlo, ni los que mueren en el Mediterráneo, aquellos que son maltratados en las fronteras y en los CIES; no cabe las mujeres asesinadas por su parejas o por otros varones, violadas y violentadas; no caben los menores inmigrantes tratados ya de ante mano como delincuentes. Tampoco caben los que quieren resistir, los que luchan en la defensa de sus territorios, mientras el Banco mundial o el FMI dictan a quien pertenecen y a quien no; ni los que resisten en Centros autogestionados, tratando de abrir una brecha por la que respirar, por la que encontrar al Otrx como un ser humano y no alguien con el que competir, luchar y aplastar. No caben los animales ni las plantas, que destruimos a marchas forzadas sin importarnos que con ellos acabamos con nuestras propias posibilidades de seguir viviendo.
Importa la norma marcada por el sistema neoliberal patriarcal y aquella persona que quede fuera no cuenta, aquella que se salga, es arrastrada o, mejor dicho, aplastada, ya sea en Occidente o en el Sur global
No importa nada de esto. A nadie parece importarle, mientras puedan salir a tomarse una copa e ir de compras, mientras puedan viajar y ver sitios exóticos. Importa la libertad de los bancos y de las empresas por encima de los derechos de las personas. Importa más poder comprar un móvil cada año, para no quedar obsoleto, que la explotación en las minas de coltán y la contaminación que acarrea. Importa mucho más el beneficio de las cosechas que el ser capaz de llevar agua potable para lxs temporerxs. Importa la norma marcada por el sistema neoliberal patriarcal y aquella persona que quede fuera no cuenta, aquella que se salga, es arrastrada o, mejor dicho, aplastada, ya sea en Occidente o en el Sur global. Nada puede escapar de ella. De ahí su totalitarismo. Cualquier alternativa tiene que ser arrancada de raíz. No se puede permitir que las personas sueñen, piensen y creen mundos diferentes a éste, ni siquiera que se les pueda ocurrir que este mundo no es el único posible ni el mejor, más bien al contrario. Tal cosa podría suponer su final. De ahí el ahínco con el que se atacan las resistencias, como se acaba con los movimientos, se asesina a las personas que forman parte de luchas por la defensa de los territorios o se cierran los Centros sociales autogestionados, como estamos viendo en Madrid y otras ciudades de España.
Hace poco una compañera del trabajo se enfadó conmigo, mientras discutíamos sobre ecologismo. Me dijo que era radical y que le estaba imponiendo mi forma de pensar. Pero es justo al revés, yo quiero un mundo donde entremos todos los seres, lo que parece chocar con la lógica de este mundo, con la lógica del mercado, que restringe cada vez más quien cuenta, hasta el punto de no dejar nada que escape de su control. Su libertad, tan cacareada, es una falsa ilusión, una mentira tejida para encandilar a las personas y que no se paren a pensar que las cosas no funcionan, ni en los países llamados subdesarrollados ni en los que presumimos de privilegio. La libertad de la que habla Ayuso es sólo para esos a los que no les importa que ya no haya espacio para nadie, que unxs mueran, que sean asesinadxs, explotadxs, machacadxs por este sistema, esta rueda que parece incapaz de detenerse, barriendo todo a su paso.
El imperialismo, decía Rosa Luxemburgo, es un paso más del capitalismo. Y con él la destrucción de cualquier lucha, de cualquier alternativa. Todo bajo las ordenes del Banco Mundial, bajo el poder de las empresas. Todo reducido a la producción, al beneficio y la eficiencia. Por ello todas luchas se acaban entrelazando, desde Chiapas hasta el movimiento kurdo; desde nuestros centros sociales, huertas urbanas y espacios autogestionados hasta las luchas por los territorios; desde las manifestaciones contra el asesinato de mujeres o personas con orientaciones e identidades diferentes a las marcadas por heteropatriarcado hasta por los derechos de las personas migrantes. Todas unidas contra un sistema que ahoga a sus miembras, que no les deja más libertad que la de consumir y eso sólo si perteneces al grupo de lxs privilegiadxs, en el caso contrario, olvídate de tus derechos y libertades.
La libertad del neoliberalismo es sólo un espejismo para la mayoría de las personas. Un espejismo con el que tentar a los migrantes para que vengan a dejar su vida en los campos; con el apagar la conciencia crítica y mantener dóciles a las miembras más desfavorecidas, no sea que se den cuentan de que ganan siempre lxs mismxs, de que el progreso, otro espejismo de la modernidad, es sólo para algunxs. Por ello, mientras unxs disfrutamos de esta supuesta libertad, reducida a mera libertad de consumo y mercado, otrxs son sacrificiadxs para mantener la rueda girando y, además, son criminalizadxs cuando alzan la voz, cuando tratan de alcanzar ese fantasma. De ahí que se tache de delincuentes a las personas migrantes, incluso a los menores, cuando son los que mantienen el nivel de vida que llevamos en Occidente. También que se criminalice a los movimientos disidentes, a los que protestan, a los que no se conforman con la normatividad neoliberal, heteropatriarcal, capacitista. Como muestra de ello se puede ver la lucha de tantos pueblos por su soberanía, por la defensa de sus territorios, las luchas también en Occidente por mantener los derechos, como el de la sanidad o el de la educación, la resistencias de los Centro autogestionados. También la batalla contra la degradación del planeta, contra la contaminación globalizada, exportada en muchas ocasiones al Sur global.
Silvia Federici expone que en la primera etapa del capitalismo en Occidente se eliminan las tierras comunales, haciendo imposible que las personas tengan acceso a sus alimentos y posibilitando así la aparición del asalariado. Sin embargo, las clases desfavorecidas se revolvieron contra el nuevo sistema, considerando que el trabajo asalariado era una forma de esclavitud y prefiriendo ser vagabundos que entrar en él. De ahí que los Estados criminalizaran a las personas, que habían perdido sus tierras y no tenían nada, cuando se negaban a formar parte del nuevo orden que les reducía a mera fuerza de trabajo. No sólo se imponían penas de cárcel o, incluso, de muerte, sino que se comienza a disciplinar al cuerpo para que acepte la lógica del capitalismo. Se puede ver en ello el inicio no sólo del capitalismo, sino de la biopolítica, tal y como la expone el filósofo Foucault. Se trata de domesticar a las personas, de hacerlas que acepten el yugo de buen grado, que la ética del trabajo acabe siendo la norma, como también se impone como norma la relegación de la mujer al ámbito doméstico. Federici muestra que este proceso pasó por la criminalización de aquellos que se negaban a engrosar las filas de los trabajadores asalariados, por la demonización de las mujeres, con la caza y quema de brujas, y con la implantación de un sujeto dócil a la lógica capitalista.
El FMI, el Banco Mundial y la multinacionales continúan exportando la lógica del mercado por todo el globo, expoliando nuevos territorios sin importarles quienes viven ahí desde siempre
Algo similar encontramos hoy en día, donde el FMI, el Banco Mundial y la multinacionales continúan exportando la lógica del mercado por todo el globo, expoliando nuevos territorios sin importarles quienes viven ahí desde siempre. Mientras los Estados, títeres de las corporaciones, criminalizan cualquier movimiento de protesta, cualquier atisbo de una verdadera libertad. Todo lo que vaya contra este sistema debe ser destruido o asimilado. No hay que olvidar la capacidad de resiliencia que tiene este sistema, que le hace capaz de adaptarse a todo. Un ejemplo de ello es como toma discursos, como el feminista y el ecologista, para sus propios fines. No hay capitalismo verde, el ecologismo no es compatible con un sistema de crecimiento constante. Tampoco hay feminismo que entre dentro de un sistema que se apoya en el trabajo invisibilizado de las mujeres y en sus subordinación al orden patriarcal.
Las luchas se vertebran, pero su causa de fondo es la misma, el totalitarismo del sistema que alardea de libertad; el imperialismo y la imposición de la lógica de mercado por parte de Occidente hacia el resto del mundo; la normatividad impuesta e interiorizada que acaba con los derechos, las libertades, las alternativas y con las personas. La libertad mal entendida por los discursos neoliberales es la excusa de fondo para la destrucción de todo a su paso. Y así este sistema está ahogando todo espacio para construir un mundo donde realmente entremos todas, un mundo donde entren muchos mundos. Pero, como también se puede ver en la obra de Federici, las resistencias siempre han estado ahí, las luchas continúan y crean lazos de solidaridad, tejido social y lugares, espacios, donde resistir, donde poder construir desde otra mirada, desde donde romper el cerco que nos asfixia.