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Idiomas
Todo el mundo ama el euskara
En teoría, todos estamos a favor del euskara en un sentido humanista. En lo general, la ciudadanía navarra está más o menos de acuerdo. En lo concreto, saltan chispas
“Queremos al euskara. Lo practicamos en nuestras casas y fuera de ellas. Creemos en su porvenir y entendemos que representa una parte fundamental de la cultura de esta Comunidad Foral. Defendemos y defenderemos siempre su promoción, pero nunca su imposición. La sociedad navarra es y ha sido siempre plural, y la lengua vasca no debería servir para dividirla ni enfrentarla”. ¿Quién no firmaría esta declaración? Pequeños matices aparte (eso de “practicar” euskara, como si fuera un ejercicio, no queda muy natural; algo parecido ocurre cuando alguien habla de “practicar sexo”), este es el tipo de declaraciones que pueden conducirnos a que el euskara en Navarra sea algún día reconocido por todo el mundo como lo que es: un bien común —como el agua, el aire, las Bardenas o Urbasa— que cualquiera puede utilizar y sentir como propio. Con una ventaja sobre el agua o Urbasa: por mucho que se use, no se gasta. Al contrario, cuanto más se usa, más calidad y más utilidad le encontramos. Y al igual que Urbasa o las Bardenas, cuanto más conocemos el euskara, más navarro nos parece y más navarros nos sentimos: estamos rodeados de toponimia y apellidos vascos, por poner dos ejemplos. E incluso para quienes nunca han estado en Urbasa o las Bardenas, su condición de bienes comunes está fuera de toda duda.
A la declaración inicial le seguía una frase con dos partes bien diferenciadas. La primera: “El euskara no pertenece a los nacionalistas”, se entiende que ni vascos ni españoles —ni de ningún tipo—. Nada que objetar, pese al lastre social que todavía arrastra Navarra: la comunidad euskaldun (vascoparlante) ha sido hasta hace bien poco un subconjunto dentro del universo político abertzale. La segunda parte de esta frase enseña ‘la patita’ sobre la identidad de quienes firman la declaración que abre este reportaje: “Creemos que el intento de monopolizar el euskara por parte de estos [los nacionalistas] le ha causado un desprestigio enorme”. Efectivamente, en una rompedora aplicación de la guerra de guerrillas, tras una incursión tras las líneas enemigas, esta última frase supone el regreso a la propia trinchera, a la calidez y seguridad de la zona de confort. Es decir, el euskara lo monopolizan y manipulan los otros. Y lo desprestigian solo ellos, “los nacionalistas”. El “ellos” está claro, pero ¿el nosotros? Es decir, ¿quién firma esta misteriosa declaración? Nada menos que 21 cargos políticos de UPN, que en dicha carta (Diario de Noticias, 6-IV-2017) se reivindican vascoparlantes (“como miles de votantes de UPN”, añaden).
Un bien común
Desde otras coordenadas políticas, esta carta ha sido calificada de hipócrita o cínica, teniendo en cuenta la política lingüística que durante décadas ha mantenido UPN (la mayoría de las veces apoyado por PSN y otras formaciones). Sin embargo, puestos a potenciar la visión del euskara como un bien común de toda la ciudadanía navarra (y no solo de quienes lo hablan), hay un valioso punto de partida: “Queremos al euskara”. Lo dicen cargos de UPN. ¿Mienten? No lo sabemos, pero al euskara le conviene que sea verdad. Aún más valioso puede ser el obstinado e intrépido intento de colocar el euskara como centro de la navarridad de Navarra (si algo así puede existir) en la manifestación del pasado 3 de junio en Pamplona, convocada presuntamente para defender la bandera foral. Uno de sus impulsores, Patxi Mendiburu, se arrancó al final de la manifestación con el ‘Txoria Txori’ de Mikel Laboa, y cerró su alocución interpretando a su manera unos conocidos versos de Gabriel Aresti (‘Nire aitaren etxea’). Quedó claro que nadie conocía la canción del bardo donostiarra —se quedó solo cantando—, y nadie entendió la referencia al poeta bilbaíno, lo que evidencia las galaxias de distancia que los 15.000 navarros allí reunidos mantienen respecto a la cultura vasca. Y, sin embargo, los impulsores de la manifestación se empeñaron en demostrar que “aman el euskara”.
Dando por bueno que el euskara es un bien común y dado que, en teoría, todo el mundo lo ama, la siguiente estación de este viaje no puede ser otra que defender el derecho a vivir (aprender, hablar, ver películas, leer libros...) en euskara para toda la ciudadanía navarra: el mismo derecho para quienes lo conocen y para los que no. Ahora bien, el derecho a ser atendido en euskara en la Administración, por ejemplo, genera unos deberes simétricos: hay que proveer de trabajadores públicos que conozcan la lengua. Y así con todo. Ahí empieza el problema, los temores, el discurso de “saber euskara es un privilegio”... Se supone que el de unos pocos (el 12,9% de los mayores de 16 años, según la última encuesta sociolingüística oficial: unas 69.000 personas). Convertirlo en derecho —de todos y todas, como cualquier derecho— es el reto, sin duda.
Llegados a este punto, igual que Lenin allá por 1902, una pregunta se impone: ¿qué hacer? “Estamos acostumbrados —decía el escritor Ángel Erro en 2013— a luchar contra la política lingüística. Quizá nos haya llegado a las personas euskaldunes el momento de pasar de un sentimiento de culpa y resistencia a una dinámica positiva”.
Desde mediados de 2015 existe la oportunidad de aplicar otra política lingüística en Navarra. Bien pronto se pudo comprobar que hacer algo, cualquier cosa, iba a ser una pesadilla. La prueba es que se ha llevado por delante a un consejero de Educación del Gobierno de Navarra. El pesimismo y la frustración pueden ser paralizantes, pero tomar distancia del barullo y enumerar los hechos ofrece buenos resultados. Hoy todos los padres y madres navarras pueden inscribir a sus hijos e hijas en el modelo D público, sin verse penalizados por habitar en la zona no vascófona. En la Cuenca de Pamplona hay cuatro escuelas infantiles en euskara más que hace un par de años, y un tímido decreto foral va a suponer cierto avance en la relación de la ciudadanía bilingüe con sus Administraciones... entre otras cosas. Y lo más importante. Prácticamente todos los principales cargos políticos de Navarra son hoy bilingües. Como ya advertía la sociolingüista Paula Kasares, “las lenguas mayoritarias protegen tu anonimato”. Es decir, en Navarra, la elección de hablar en castellano no revela ninguna información sobre el hablante. Pero “expresarte en euskara te señala, revela mucha información sobre tu persona, es casi una marca étnica, y liberarse de esa carga le va a costar mucho”. Y, sin embargo, ese lastre se está aligerando en Navarra más rápido de lo imaginable.
No existe un choque entre comunidades lingüísticas, porque dicha división no es real, sino construida por intereses políticos. Quizá con esa mentalidad monolingüe que considera que un idioma le quita sitio a otro.
En 2017, el euskara ya no es la lengua de los márgenes de la política, sino la lengua de los que mandan. ¿Hay que continuar con el argumentario victimista y sufridor de idioma oprimido? ¿Cuántas personas monolingües se van a sumar al euskara con esa promesa de padecimientos y discriminaciones? Y aún más grave, ¿para qué matricular a mis hijos/as en el modelo D y sufrir el calvario asociado a la educación en euskara, si otras opciones son universales, festivas y útiles para imponerse en la selva del mundo laboral? ¿Acaso el euskara, el castellano y otros idiomas —como el inglés— son incompatibles o crean comunidades enfrentadas per se?
Responder a esta pregunta exige, de nuevo, tomar distancia ideológica. La sencilla conclusión es que en Navarra hay personas monolingües (solo conocen el castellano), bilingües (castellano y euskara) y plurilingües (generalmente inmigrantes extranjeros). Es decir, la línea no separa a euskaldunes y castellanoparlantes, por la indiscutible razón de que todos y todas nos incluimos en este último grupo. Y dentro de este conjunto, casi 70.000 personas, además, son euskaldunes. Es decir, bilingües. Por tanto, no existe un choque entre comunidades lingüísticas, porque dicha división no es real, sino construida por intereses políticos. Quizá con esa mentalidad monolingüe que considera que, en la mente de un hablante, un idioma le quita sitio a otro.
los derechos son universales
Pero, por definición, un derecho lingüístico es para toda la ciudadanía, no se disfruta por pertenecer a un grupo lingüístico o a otro. Como es sabido, los derechos son universales, no particulares. Y luego los ejerce quien quiere (y este ejercicio es lo que hay que garantizar). Eso es precisamente lo que ha ocurrido en junio de 2017, cuando 44 municipios navarros han solicitado (tras aprobarlo la mayoría de sus respectivos concejales) su pase de la zona no vascófona a la zona mixta, según la modificación de la Ley del Vascuence (que de ahora en adelante se denominará oficialmente Ley del Euskera) que recibió el apoyo de la mayoría del Parlamento de Navarra. El mismo tránsito, pero en sentido contrario, solicitó el Ayuntamiento de Cizur (la mayoría municipal de UPN así lo aprobó), pero la Cámara foral cerró el paso a una vía peligrosa: la de recortar derechos lingüísticos si así lo pide una mayoría local.
Son los riesgos de la autonomía municipal, tal y como determinó el Defensor del Pueblo, y ello ha evidenciado dos cosas. Por un lado, el reglamento de la zona mixta habilita a los municipios, pero no les obliga prácticamente a ninguna medida de fomento del euskara. Por otro, más importante y cuyas consecuencias se irán viendo: tras décadas de asociar el fomento del euskara a tensión social y conflicto, este episodio ha dado la vuelta a la tortilla. La convivencia de la Cendea de Cizur se ha tensionado por lo contrario, mientras los restantes 44 vecindarios que han solicitado más euskara han recorrido el proceso con armonía.
El lingüista francés Claude Hagège (No a la muerte de las lenguas. Paidós, 2002) advierte de que cada año mueren 25 lenguas en el mundo. Si a principios de este siglo quedaban unos 5.000 idiomas vivos en el planeta, en cien años habrán desaparecido la mitad. ¿Será el euskara uno de ellos? Una más entre las 2.500 lenguas desaparecidas no parece un drama excesivo para el conjunto de la humanidad. Y, sin embargo, “defender nuestras lenguas y su diversidad, sobre todo contra la dominación de una sola de ellas, es algo más que defender nuestras culturas. Es defender nuestra vida”. En ese camino, el euskara en Navarra necesita sumar a más gente. La euskaltzain —académica de la lengua vasca— Sagrario Alemán insiste siempre en que “no basta con presentarlo como algo ‘bonito’; tengo que llegar a verlo como necesario. Eso es lo que tenemos que hacer sentir a las personas de nuestro alrededor”. Puede haber múltiples razones para aprender el idioma, pero casi nadie discute ya dónde se librará el combate argumental clave para la política lingüística. El futuro del euskara dependerá de cómo responda la mayoría social de Navarra a esta pregunta. “¿Qué es el euskara para ti? ¿Una amenaza o una oportunidad?”.
Hala ere, egun, egiten ez ditugun galderak airean dabiltza: aldarrikapen hori handitzen doa ala eten da? Benetan lehen baino askoz gehiago gara euskaraz egiten dugunok (ez bakarrik hizkuntza ezagutu)? Nola berritu dezakegu 70eko eta 80ko hamarkadetako militantziaren kemena (ikastolak, AEK, IKA, Euskalerria Irratia, D eredua...)? Euskararen mundura nafar gehiago erakarriko al ditugu betiko irudi kexati horrekin edo beti pankartaren atzean segitzen badugu, beti kontra, beti...? Ideologia edo estetika batekin al dago lotuta euskara Nafarroan? Abertzalea izan behar da benetako elebitasuna (euskara-gaztelania) defendatzeko?
Euskara txoria balitz, ez genuke kaiola batean giltzapetu beharko, gurea (euskaldunona bakarrik) balitz bezala. Agian, “Jalgi hadi plazara” edo “Nik txoria nuen maite” idatzi zutenek horrelako zerbait esan nahi ziguten. Behintzat, ez gaitezen gu euskarari hegalak mozten dizkiotenak...