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LGTBIAQ+
Orgullo LGBTIQ+ en Bolivia: una mirada desde lo indio y marica
“Para nosotras lo marica es una enunciación política que tiene que ver con la resignificación del insulto, es una enunciación política en el sentido de que lo marica, el maricón, el maraco, todos estos insultos que en algún momento son peyorativos, son hirientes, te desplazan, te asesinan, hay que revertirle el significado, hay que resemantizarlo y hay que asumirlo políticamente”, dice Edgar Soliz Guzmán, activista e integrante del Movimiento Maricas Bolivia.
Lo gay se instaló en Bolivia en los 90, llegó con el neoliberalismo y lo trajeron las ONG. “¿Qué había antes de lo gay?”, se pregunta Soliz. Estaba lo “maricón, marica, mariposon, marulo, chisu, mujercito, trava, una serie de insultos peyorativos del ardor popular”. Pero también está el entender lo marica desde lo indio, lo cholo, otros adjetivos despectivos con los que se denigran los cuerpos que portan las identidades aymaras y quechuas, culturas ancestrales presentes en la región andina.
“En algún momento de mi vida, ese indio que odiaba en mi cara, en mi persona, en mi vida, en algún momento empiezo a politizar esa racialidad y también de ello, de lo indio, un ejercicio de resistencia”, relata.
Cada 28 de junio se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+, que conmemora la llamada revuelta de Stonewall de 1969 en Estados Unidos, una serie de manifestaciones contra la violencia policial que se ejercía con frecuencia contra la población LGBTIQ+, mayoritariamente racializada. Esta revuelta es quizás más conocida como la impulsora que forjó el movimiento por los derechos de las diversidades sexogenéricas en el país del norte y también se constituyó un hito en todo el mundo.
Sin embargo, mientras este día o durante todo el mes de junio se organizan diferentes actividades para reafirmar y visibilizar el sentimiento de orgullo por las identidades y orientaciones sexuales y de género —históricamente excluidas y violentadas por un sistema heteronormativo y patriarcal— en otras partes del mundo, como Bolivia, por el contrario las críticas se tejen en torno a la mirada eurocéntrica y occidental con la que se narran las experiencias de estas poblaciones, específicamente las del sur global, en las que de alguna manera se impone un conocimiento hegemónico que anula otras formas de entender las subjetividades y la propia sexualidad, por ejemplo de los aymaras y quechuas. Una forma neocolonial dirían algunos académicos y activistas que abogan por una propuesta desde lo indio, lo indígena y lo decolonial.
En la visión andina prevalece la idea esencialista de un modelo dualista que reduce la comprensión de las relaciones a las de complementariedad (femenino-masculino), dejando fuera otras formas de relacionarse más allá de la binaridad
Si bien no se trata de desvalorizar las luchas del norte, que son igual de imprescindibles, es importante reconocer, según Soliz, que así como se impusieron una serie de imaginarios a través de la colonización y se construyó un tipo de “verdad universal y absoluta” en las sociedades colonizadas, las normas en torno al deseo y los sentimientos también fueron impuestas y dictadas a través de un modelo heterosexual dominante.
Por lo tanto, si la lógica que impera sobre los cuerpos de las personas sexogenéricas es intrínseca al pensamiento occidental, cómo se están pensando entonces estas identidades en contextos como la ruralidad, sabiendo que han naturalizado la norma heterosexual. Pero, además, cómo se están visibilizando estas realidades, que más allá de pertenecer a las diversidades, también están luchando por la dignificación de sus identidades indias e indígenas.
A su vez, tampoco encajan en un movimiento urbano LGBTIQ+ que, como dicen, suele acabar reproduciendo lógicas globalizadas, racistas y clasistas.
El entorno rural y los cuerpos que transgreden la “norma”
En la visión andina prevalece la idea esencialista de un modelo cosmogónico dualista representado en el concepto chachawarmi, que reduce la comprensión de las relaciones a las de complementariedad (femenino-masculino), dejando fuera otras formas de relacionarse más allá de la binaridad.
Esto, según los expertos, responde a un legado dejado por el discurso evangelizador colonial, que contradice la amplia literatura y registros que muestran la existencia de las identidades sexogenéricas en la ancestralidad del mundo andino.
“La invasión (española) usó el pretexto de la civilización para borrar y negar el hecho civilizatorio también de los indios y los indígenas. Y por supuesto esto iba de la mano del adoctrinamiento religioso, la instalación de la fe católica, y en ese ejercicio, por supuesto, se borró la heterogeneidad en las culturas prehispánicas”, dice Soliz, también productor y conductor del programa radial Nación Marica, una especie de utopía como él lo llama, que sirve de punto de encuentro para reflexionar sobre temas relacionados con el colonialismo, el racismo y el clasismo con personas que también están “resistiendo desde su rostro indio, desde su racialidad, desde su enunciación política como indígenas, pero también como maricones, como machorras o como travas”.
“Si entramos a la actualidad del mundo andino aymara-quechua, por supuesto que hay una fuerte presencia de esa heterosexualidad obligatoria que hasta el día hoy ha sido asumida como un orden casi natural”, comenta, lo que desencadena una serie de sanciones sociales y mecanismos de control y disciplinamiento, incluyendo experiencias de exilio.
“En el mundo andino aymara-quechua, por supuesto que hay una fuerte presencia de esa heterosexualidad obligatoria que hasta el día hoy ha sido asumida como un orden casi natural”, comenta un integrante de Nación Marica
Entre 2019 y 2020, Nación Marica realizó un proyecto en algunas regiones rurales en la ciudad de La Paz, la capital, para conocer si había personas LGBTIQ+ en estos territorios, que además tienen una alta presencia de iglesias evangélicas y cristianas. La sorpresa fue descubrir un alto nivel de negación, invisibilización y con ello mucha violencia, homofobia y transfobia, lo que puede explicar el devenir de la migración como vía de escape.
Parte de esta realidad, según el integrante de Nación Marica, tiene que ver con la constante invisibilización e incluso nulidad de las personas LGBTIQ+ en los espacios rurales. Una situación que se refuerza también en los medios de comunicación. “Hay una negación absoluta en la parte rural”, dice Soliz sobre el olvido y la poca atención a estas poblaciones, en regiones que también están totalmente desconectadas de celebraciones como el 28 de junio u otras dinámicas que se dan casi exclusivamente en los espacios urbanos.
“Nosotros conocemos algunos testimonios de personas que han tenido que salir de su pueblo, porque había un hostigamiento de pedir cuentas. Por qué eres afeminado, por qué no juegas fútbol, por qué no has ido al cuartel, por qué, por qué (...) Entonces en el tema indígena no solamente es la familia, en la comunidad uno tiene que rendir cuentas, incluso de su sexualidad, a las autoridades indígenas, a las autoridades políticas, a la familia”, sostiene.
Una realidad diferente a la de la ciudad, donde, por ejemplo, procesos como la de “salir del closet [armario]” se desarrollan en un entorno más íntimo, individual o familiar, y no implican necesariamente una cuestión comunitaria o colectiva.
“La gente hoy también está migrando de su comunidad por el tema de su sexualidad, porque uno sabe que no va a poder ser o reconocerse como homosexual, como lesbiana o como trans en su comunidad, que tarde o temprano va a ser objeto de discriminación”
“Hoy la gente migra de su comunidad indígena por negocios, oportunidades de estudio, dinero, etc. Pero también hoy la gente está migrando por el tema de su sexualidad, porque uno sabe que no va a poder ser o reconocerse como homosexual, como lesbiana o como trans en su comunidad, que tarde o temprano va a ser objeto de discriminación”.
Soliz aprovecha y comparte su experiencia personal en la que, a raíz de la violencia psicológica y el constante cuestionamiento de su familia sobre su homosexualidad, se vio obligado a migrar a la ciudad. “Lo que me quedó fue por supuesto el exilio, fue la migración”, dice, refiriéndose a las luchas que sobrellevan los disidentes aymaras y quechuas frente a un sistema dominante que abraza convenientemente cada 28 de junio la causa LGBTIQ+ y al mismo tiempo es excluyente con aquellos cuerpos que portan identidades que se alejan de lo establecido como los indios e indígenas.
“Para nosotros un elemento de resistencia es nombrarnos indios, aymaras, quechuas, además de maricones en la ciudad, en la urbanidad, porque quieras o no eso también abre la reflexión en el espacio rural, en el espacio de la comunidad”, afirma acerca de la importancia de enunciarse desde el lugar del indio, porque frente a toda opresión “como indios nos sometieron, como indios nos liberaremos”, dice en alusión a la famosa frase de uno de los más importantes intelectuales del pensamiento indianista boliviano, Fausto Reinaga.
“Creemos que si nos nombramos (primeramente) como mestizos, si nos nombramos como indígenas o como cholos, de algún modo estamos borrando o negando o desplazando lo indio. Entonces para nosotros lo indio está por delante”, añade.
Las ciudades, diversidades y la nulidad de lo indio
“Esta figura de desarraigo de su identidad india, indígena, aymara, quechua y en ese ejercicio de migración este sujeto o sujeta tiene que enfrentar al racismo de las ciudades, no solo de las ciudades sino también de un ambiente LGBTIQ+ urbano que se construyen precisamente para el sujeto blanco y para el sujeto urbano y ahí el cuerpo indio por supuesto es señalado, es discriminado y es objeto de racismo”, dice el activista.
Si bien la dureza que caracteriza los vínculos en las ciudades ha hecho que las discusiones alrededor de las diversidades sexogenéricas no hayan podido trascender las fronteras rurales, modelos como el neoliberalismo también han forjado un tipo de lucha urbana LGBTIQ+ que está más conectada con los intereses globales que con los locales y que se presta a las ambiciones de un mercado capitalista.
“Siento que esta cooptación capitalista del mercado y la banalización de esta lucha es producto del neoliberalismo y del capitalismo, que no ve al sujeto político que reclama sus derechos o que lucha contra el patriarcado y la homofobia, sino que ve a un cliente potencial”, resalta.
“Para nosotros un elemento de resistencia es nombrarnos indios, aymaras, quechuas, además de maricones en la ciudad, en la urbanidad, porque quieras o no eso también abre la reflexión en el espacio rural, en el espacio de la comunidad”
“En España, en México, hay zonas exclusivas para gays, entre comillas, pero en realidad son zonas exclusivas para gays blancos, de clase media alta, con poder adquisitivo y jóvenes. Y todos los que no entran en esa categoría están excluidos de esas zonas”, comenta Soliz refiriéndose a la dinámica de una modernidad capitalista donde no solo se comercializan productos sino también deseos, sentimientos, luchas e identidades. Un ejemplo es el conveniente marketing que aplican las empresas para proyectar una imagen más inclusiva y pro derechos de las personas LGBTIQ+, conocido como el pinkwashing, que aflora precisamente en fechas como el 28 de junio.
Además de esto, en Bolivia y en América Latina en general, existe un tipo de habitus que gravita en torno al sujeto gay y blanco en el que se centra todo el interés del mercado, invisibilizando la pluralidad de orientaciones e identidades sexogenéricas. Esto ha llevado a plantear, desde una perspectiva contrahegemónica, la idea de pluralidad como pauta fundamental para dignificar las realidades de estas personas como cuerpos diversos sin la imposición jerárquica de ningún tipo, ni la mirada clasista y racista que denuncian prevalece dentro del entorno urbano LGBTIQ+.
“Creo que hay muchas capas de discriminación en el cuerpo indio en el cuerpo aymara, en el cuerpo quechua, sobre todo en los cuerpos racializados, en esos cuerpos marrones de rasgos étnicos indios, que incluso tienen dificultades con el lenguaje, porque hay un habla muy característica de la gente que migra del campo a la ciudad, porque su idioma de origen es el aymara o es el quechua, entonces el castellano, por supuesto, como no es la lengua materna, va a ser un castellano a medias. Y ese sujeto es el racializado y es objeto de discriminación”, subraya.
“Hay muchas capas de discriminación en el cuerpo indio, en el cuerpo aymara, en el cuerpo quechua, sobre todo en los cuerpos racializados cuyo idioma de origen es el aymara o es el quechua”
A pesar de que hoy en día en Bolivia existe una mayor apertura en las ciudades para reflexionar en torno a lo indio, esgrimiendo en algunos casos el discurso de que toda familia tiene o ha tenido en su seno una madre o abuela de origen quechua o aymara, el racismo en el país sudamericano sigue siendo uno de los principales problemas, esto a pesar de ser uno de los países con mayor densidad de población indígena de la región.
“No podemos subirnos al ghetto gay blanco, urbano, de ciudad, cuando los de abajo la están pasando mal. Entonces es muy importante la conciencia de clase, la identidad india, indígena y chola para construir una suerte de lucha y de resistencia local (...) Para nosotros lo secundario es la orientación sexual, lo primero es lo indio, la lucha indígena y el racismo en consecuencia”, dice Soliz.
El movimiento urbano LGBTIQ+ y el mes del Orgullo
“Acá en Bolivia se denomina el mes largo de las diversidades sexuales y de género. Nosotras tenemos una posición muy crítica al respecto, que tiene que ver con nuestra propuesta india, decolonial, respecto a la mirada del norte global”, dice Soliz en cuanto a la discrepancia con las representaciones que se construyen sobre las diversidades en los espacios urbanos.
Uno de los cuestionamientos de las resistencias contrahegemónicas al activismo urbano LGBTIQ+ ha sido, sin duda, la de homogeneizar y naturalizar las demandas de esta población desde las ciudades, que se ha sido visto como un intento de blanquear las identidades y reproducir las lógicas racistas y clasistas que han servido para marginar a otras subjetividades y corporalidades como los indios, maricas, los cholos o las travas.
“El punto de partida es cuestionar por qué una historia del Norte global, como la revuelta de Stonewall, debe leer una realidad tan ajena como la boliviana. “¿Acaso no tenemos una propia historia, un propio origen?”
A su vez, el punto de partida es cuestionar por qué una historia del Norte global, como la revuelta de Stonewall, debe leer una realidad tan ajena como la boliviana. “¿Acaso no tenemos una propia historia, un propio origen, y ahí claro, mucho tiene que ver esto con una suerte de neocolonialismo en torno a lo LGBTIQ+?”, dice Soliz.
En ese sentido, las ciudades, ya de por sí entornos privilegiados en los que se ha concentrado el activismo LGBTIQ+, con la atención de los medios de comunicación y las redes sociales, han sido también territorios de alto riesgo para los cuerpos disidentes, especialmente para aquellos a través de los cuales el pinkwashing no se beneficia.
“Por qué celebramos el 28 de junio si en esta parte del mundo que hoy es Latinoamérica, el origen de las sexualidades no hegemónicas antecede a la invasión española. Y lo mismo ocurre en Estados Unidos, ahí están los indios berdaches, los indios doble espíritu de las comunidades indias”, señala Soliz al referirse a otras narrativas que desafían el relato oficial y universal que hoy se ha centrado en Stonewall.