La escritora Jacqueline Crooks
Jacqueline Crooks, autora de la novela ‘Prende fuego’. Imagen cortesía de la editorial Colectivo Bruxista.

Jacqueline Crooks novela las ideas de revolución compartidas en las ‘blues dances’ londinenses de los años 70

En ‘Prende fuego’, Jacqueline Crooks documenta una parte sustancial de la historia negra de Gran Bretaña, narra el reggae como práctica artística vital para los jamaicanos y cuenta la vida de Yamaye, una mujer muy parecida a ella.
23 dic 2025 06:00

Jacqueline Crooks es una escritora racializada, de tez mestiza —“soy mezcla, con ancestros africanos e indios; en Reino Unido soy percibida como una mujer negra”, explica—, jamaicana de origen, hija de la generación Windrush, el contingente de migrantes caribeños que desembarcaron por miles procedentes de las colonias británicas en el Caribe con destino al Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial con voluntad de satisfacer la necesidad creciente de mano de obra.

Crooks creció en el seno de la comunidad anglocaribeña, segregada, como tantas otras, en el Londres de los años 70 y 80, que en poco o nada se asemejaba a ese ilusorio melting pot integrador con el que durante años nos quisieron hacer comulgar los cronistas oficiales de la metrópolis. Recuerda que, en sus primeros 30 años de vida, apenas socializó más allá de la comunidad caribeña y que era “extremadamente cautelosa respecto a la sociedad generalista”, manteniéndose siempre vigilante respecto a la amenaza de la violencia y la discriminación. Hoy asume que ese comportamiento era en buena parte aprendido, transmitido por sus padres, quienes habían experimentado en carne propia “la severa realidad del racismo y la exclusión en Gran Bretaña. Este sentido de la precaución me había sido inculcado y condicionó el modo de moverme en el mundo, siempre en los márgenes, siempre alerta”.

“Compartir y celebrar otras culturas era una alegría y es algo de lo que me sigo beneficiando, puesto que colaboro con artistas de diversas procedencias en mi labor como escritora”, valora la autora de ‘Prende fuego’

La actitud de rechazo que ella percibía procedente de la acomodada sociedad blanca británica en absoluto se correspondía con la que ella proyectaba en su entorno inmediato, relacionándose en un plano de igualdad y confianza mutua con personas de muy diversa procedencia y trasfondo cultural. Cuenta que sus amistades en el colegio venían de África, el Caribe, India del Sur, Pakistán o Irlanda. “Esta coexistencia enriqueció mi vida, me ayudó a sentirme cómoda con comunidades diversas. Me sentí conectada a ellas debido a sus similitudes y sus diferencias. Compartir y celebrar otras culturas era una alegría y es algo de lo que me sigo beneficiando, puesto que colaboro con artistas de diversas procedencias en mi labor como escritora”, valora.

Un itinerario vital análogo al que emprende Yamaye, la protagonista de su multipremiada novela Prende fuego, publicada por la editorial Colectivo Bruxista en septiembre de 2025. “Yamaye está basada en mí. La novela es fundamentalmente autobiográfica en muchas partes. A través de Yamaye he explorado mis propias experiencias, mis emociones y mi camino”, asegura. Los otros personajes de Prende fuego, su debut como escritora, amalgaman a varias personas: “Quería comprender por qué actuaban, cómo lo hacían, con voluntad de examinar su comportamiento con objetividad y sin amargura. El proceso trataba de sondear una comprensión y aceptación, tanto de los otros como de mí misma”.

Prende fuego es el resultado de un largo proceso de 16 años que conjuga una labor de investigación histórica —“no era solo contar una historia, se trataba de documentar una parte sustancial de la historia negra de Gran Bretaña y explorar el reggae / dub, una práctica artística vital para los jamaicanos”—, el hecho de encontrar un equilibrio a nivel de lenguaje —“dado que la novela está escrita en una mezcla de inglés estándar y patois, me cuestionaba incluso que llegara a ser publicada; parte del proceso fue moldear un lenguaje que, siendo auténtico, también resultara accesible, capturando el espíritu y el ritmo del mundo que quería retratar”— y el reconocimiento de una generación de mujeres que ha sido invisibilizada. “Lo que más he disfrutado del proceso de escritura —afirma— ha sido retornar a ese mundo y reconocer el extraordinario talento artístico que hay en él, que rara vez ha sido reconocido y sigue sin estarlo. A través de su lectura, se me han acercado mujeres de aquella generación y sus hijos para comentarme todo lo que el libro significa para ellas. Se sienten observadas y reconocidas por su arte”.

“Las ‘blues dances’ y otros encuentros sucedidos en el plano marginal eran espacios de comunión en los que el baile se convertía en un ritual, una forma de reclamar el poder”, describe Crooks

La infancia, adolescencia y juventud de Crooks transcurrieron atendiendo a los eventos culturales y espacios de socialización que servían como elementos aglutinantes y, al tiempo, como formas autónomas de cohesión y activismo sociopolítico de los individuos que conformaban su comunidad de arraigo. “Las blues dances y otros encuentros sucedidos en el plano marginal eran espacios de comunión en los que el baile se convertía en un ritual, una forma de reclamar el poder en una sociedad que les desapoderaba tan solo porque eran negros”, describe. Estos encuentros no eran una cuestión meramente musical, eran enclaves de activismo político, resume la escritora. “Mcs y Djs anunciaban futuras protestas e instaban a la comunidad de levantarse para clamar por sus derechos. Se compartían ideas sobre revolución y cambio de manera libre, alentando un sentido de la solidaridad”.

El ambiente de las blues dances era claramente masculino, sin oportunidades para expresar la pluralidad sexoafectiva y donde la violencia latente estallaba ante el más nimio detonante, como recuerda Crooks. “En los años 70 y comienzos de los 80, las personas no se manifestaban abiertamente homosexuales, así que solo presencié relaciones entre hombres y mujeres. Había camaradería y hermanamiento, si bien también una violencia subyacente. Fuera, en la sociedad generalista, nos enfrentábamos a la discriminación, la exclusión y la brutalidad policial. Dentro del dancehall, muchos buscaban delimitar su territorio, sentirse poderosos y, en ocasiones, esto derivaba en conflictos. Podían ocasionarse peleas a partir de algo tan trivial como el hecho de que alguien se abalanzase sobre ti, ocupando tu espacio o pisando tus zapatos. Las tensiones también afloraban cuando los hombres se tornaban agresivos hacia las mujeres que habían renunciado a bailar con ellos”.

El cambio de etapa vital y su paso a la universidad supuso para la escritora jamaicana un aperturismo que, por una parte, ampliaba su rango de conocimientos y, por otra, contribuía de una manera decisiva a desprenderse de los prejuicios que le habían sido inculcados tanto por sus progenitores como por su ecosistema social más inmediato. “No fue hasta que no me introduje en la educación superior a la edad de 39 años cuando las cosas comenzaron a cambiar. Estudiar sociología me expuso a nuevas perspectivas y me proporcionó el lenguaje para explorar y debatir el racismo de manera abierta. Por primera vez, estaba aprendiendo de un sector más amplio y transversal de la sociedad, lo que me ayudó a sentirme más cómoda acoplándome más allá de los vínculos familiares”.

También fue impactante para ella emprender un retorno a los orígenes, lo que sucedió en la década de los 90. “Cuando regresé allí, esperaba ser aceptada como jamaicana, pero mi familia rápidamente señalaba lo británico de mi comportamiento. En las calles, las personas solían llamarme extranjera, no como insulto, sino con curiosidad. Querían conocer quién era, si había creado una familia aquí. Fue una suerte de recordatorio de que, como migrante, me encuentro en la frontera: sin pertenecer del todo a Reino Unido y sin hacerlo nunca del todo a Jamaica”.

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