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Literatura
Miriam Toews: “Es simplista y paternalista decir que no se debe escribir sobre el suicidio”
“Comer hay que comer”, le dice Julie a su amiga Yolandi Von Riesen para centrarla un poco ante la catarata de tragedias que están descargando sobre su espalda. Son las pequeñas desgracias sin importancia que dan título al libro de Miriam Toews (Steinbach, Canadá, 1964) que Sexto Piso ha publicado en este 2022. Hay que comer, hay que intentar hacer reír y en general ser buen compañero, padre, madre, hermano o hermana, hijo y amiga aunque el mundo se esté desmoronando y ya no se dé abasto con las metáforas sobre trenes que te arrollan, cataratas que te tiran al suelo, tejados de zinc caliente sobre los que es cada vez más insostenible andar. Antes de pensar nuevas metáforas sobre las tragedias del día a día y las que han acontecido este año, esta década o este siglo, hay tiempo para comer, hay tiempo para comer de sobra.
Toews nació en una comunidad menonita, una rama de los anabaptistas que llegó a Canadá a partir de 1873 como consecuencia de su persecución en la Rusia de Catalina II. El pueblo perseguido tenía una extraordinaria capacidad de perseguir —sutil pero no metafóricamente— a sus fieles, especialmente a las mujeres. Así fue con las hijas de la familia Toews. Marjorie, hermana de la escritora, se suicidó. También lo había hecho su padre. La novela Pequeñas desgracias sin importancia remite a esa parte de su vida. En 2023, la adaptación cinematográfica de la novela a cargo del cineasta Michael McGowan será estrenada en España.
El libro es duro e inusualmente divertido. ¿Es natural para ti introducir el humor en todo momento?
No puedo imaginarme escribir o vivir sin abordar inmediatamente lo absurdo de la vida, la comedia de la vida. El mundo es un lugar difícil, es un lugar duro, trágico. Es, más que nada, un lugar de sufrimiento, vamos a asumirlo. Pero también es divertido. No hago un intento consciente de crear comedia o de escribir un libro humorístico.
¿Disfrutas escribiendo estas escenas?
Ya te digo, ni siquiera es algo consciente. Hay humor en las conversaciones entre las dos hermanas y, de hecho, solo intento recordar cómo hablábamos mi hermana y yo. Y cómo siempre teníamos la intención de hacer reír a la otra. Es una perspectiva cómica de la vida que sale de forma natural y se absorbe en la narración, en el diálogo, en la perspectiva, en todo. No es algo que fuerce.
Sucede algo parecido con la música y la forma que tiene de entrar en la historia.
No soy música pero en el libro introduzco una reacción emocional que tengo y que la mayoría de la gente tiene ante la música. Mi hermana, el personaje en el libro de Elfrieda, necesita otra forma de expresarse y lo hace a través de la música, algo que es es casi incoherente pero al mismo tiempo no lo es. ¿Sabes? La idea de escuchar y crear música es una especie de forma de arte purista en cierto modo. Es una forma emocionalmente honesta de expresarse.
Hay personas que se van a matar a sí mismas. Eso está fuera de cuestión, así que qué tal crear un sistema en el que podamos hablar de ello y recibir atención y que tenga financiación, que se investigue
El libro habla de la imposibilidad de tener palabras para el suicidio. Y pienso que no es un empeño de encontrar esas palabras, sino de encontrar la manera de expresar esa imposibilidad.
Absolutamente. El suicidio forma parte de nuestro mundo, de nuestras vidas y nuestra cultura. El suicidio siempre ha existido y existirá siempre. Y, por supuesto, existe un enorme estigma y un silencio brutal. Eso está cambiando. Estamos hablando más y más de ello, pero sigue siendo algo abrumador, es un concepto que intimida. ¿Qué te lleva a pensar “Oh, existe la posibilidad de que me vuelva loco y entonces me suicide? ¿Puede pasarme eso a mí? ¿Es cómo cualquier otra enfermedad?”. Eso es algo aterrador. Y creo que nuestra respuesta a nuestros miedos es alejarlos y fingir que no tienen sentido. Por el hecho de que tanto mi padre como mi hermana, como una prima muy cercana y otras personas en mi vida, han cometido suicidio, esto es algo en lo que pienso todo el tiempo. No pienso en suicidarme. No soy suicida, pero pienso en la idea del suicidio y en lo que significa y lo que significó y en cómo te cambia ser, ya sabes, un superviviente de un suicidio, como dicen. Así que es solo un tema que comparto, un tema en el que pienso mientras escribo, que intento comprender.
En áreas como el periodismo se recomienda no detallar los casos y como consecuencia, el suicidio se trata relativamente poco a pesar de que es una de las principales causas de muerte en todos los países del norte global. ¿Estamos cometiendo un error?
Es algo fácil de decir pero que no tiene ningún sentido: “No vamos a escribir sobre ello, no vamos a hablar de ello, no vamos a anunciar que esta persona, ya sabes, en realidad se suicidó. Vamos a mantener esos hechos alejados del público para que no tengamos un efecto imitación”. La respuesta es... Ok, pero, ¿qué hay de crear un sistema de salud con atención a las personas que tienen tendencias suicidas? Porque es un hecho que hay personas que las tienen. Hay personas que se van a matar a sí mismas. Eso está fuera de cuestión, así que qué tal crear un sistema en el que podamos hablar de ello y recibir atención y que tenga financiación, que se investigue. Es simplemente absurdo. Es tan simplista y tan paternalista decir que no debemos escribir sobre esto para que así la idea de matarse no se le meta a nadie en la cabeza. Estoy segura de que no funciona así como: “Anda, ¿así es cómo se hace? Venga, voy a hacerlo”. Para mí es como como si no hablásemos de terrorismo o de cualquier otro tipo de delito para que no salgan imitadores. Y no estoy comparando el suicidio con un crimen: el suicidio no es un delito, pero la imitación no funciona así. Esa idea es muy simplista y no aborda el problema real.
El libro refleja una parte del problema de la salud mental y es la incapacidad que tienen las personas sanas para entender de qué trata realmente la enfermedad.
Si nunca has experimentado, o si no conoces a nadie que haya tenido experiencia con ese tipo de enfermedad, es normal que dé miedo. Reaccionas con ese impuso de “¿por qué no puedes levantarte de la cama y funcionar? ¿Por qué estás tan triste? ¡venga, venga, venga!”. Y no es algo sencillo, porque para la mayoría de nosotros ese tipo de dolor psíquico es invisible, está en el interior de la persona que sufre una enfermedad mental. Sabemos que está ahí, podemos verlo manifestarse de ciertas maneras, pero así y todo se entiende mal. Creo que es porque no hay suficiente educación acerca de ello. De forma que, para muchas personas, es una especie de elección que hace la gente. Lo cual no es cierto en absoluto, ningún enfermo mental ha elegido eso. Es un problema que debe entenderse realmente, tomarse en serio. Es algo malinterpretado y temido, pero en los últimos tiempos estamos hablando de ello más a nivel social, en las escuelas, con la infancia.
Ver a un psiquiatra en el lugar de donde vengo es duro. Todo el campo de la psiquiatría a menudo se descarta como si fuera un juego de humo y espejos. Como si fueran patrañas, básicamente
Quizá sea una cuestión generacional. Parece que los adolescentes necesitan hablar sobre sus problemas mentales, las generaciones anteriores no suelen saber hacerlo. ¿No saben/sabemos cómo hacerlo?
Es ese estigma. Sucede igual en la generación de mis padres. Especialmente en la comunidad de la que procedo. En el caso de mi padre, él fue a la ciudad con regularidad a visitar al psiquiatra y le diagnosticaron un trastorno bipolar cuando era un adolescente, y estuvo tomando medicamentos toda su vida. Pero la propia comunidad en la que vivíamos simplemente no creía en eso. Lo consideraba todo debilidad y fragilidad. No era varonil y lo consideraban también fruto de la falta de fe. De ese modo, él no pensó nunca en abrirse. Ese odio hacia sí mismo —pensamientos como “¿por qué soy así? ¿qué me pasa? ¿por qué estoy tan triste?”— no encuentra respuesta. No hay vías de acceso a personas que eventualmente le pudieran proporcionar la atención que necesitaba, que averiguara qué es lo que realmente le pasaba en un nivel químico, entenderlo como una enfermedad, buscar ayuda, buscar el tratamiento farmacéutico, terapéutico o ambos o ninguno, o setas mágicas o LSD, no sé. Quiero decir, es necesario que alguien te dé a entender que sucede algo ahí que no pasa por tu culpa. Pero ver a un psiquiatra en el lugar de donde vengo es duro. Todo el campo de la psiquiatría a menudo se descarta como si fuera un juego de humo y espejos. Como si fueran patrañas, básicamente.
En el libro también achacas los problemas de comprensión a la falta de empatía que se recibe del sistema psiquiátrico.
Sí, totalmente. La atención psiquiátrica institucional es, en su mayor parte y en casi todo el mundo, simplemente pésima. Está basada en las drogas, a menudo en la represión, y raras veces se pasa realmente tiempo con el personal médico. En cierto modo eres un cautivo para que estés “a salvo”. Esa es la idea de los pabellones psiquiátricos: “aquí estás a salvo”. La mayoría asumimos que ahí es adonde vas a ir para que te arreglen y a menudo hay buena atención, tenemos que reconocer que hay buenas psiquiatras, enfermeras, verdaderamente empáticas. De hecho, el sistema funciona para algunas personas, pero para la mayoría es un sistema terriblemente deficiente y bárbaro en muchos sentidos. Sigue siendo muy cruel.
Fuiste excomulgada de la comunidad menonita.
Sí, me echaron de la iglesia.
¿Y eso no fue un alivio para ti o sientes que has perdido algo?
Dejé mi comunidad tan pronto como me gradué del instituto. Me fui y no regresé. No tuve relación con la iglesia durante años. Así que ha sido algo raro: no sé si me he ido yo o si me han echado. Es como si ya me hubiera ido. Ser excomulgada no ha sido una cosa muy oficial, aunque ha sido decisión de mi tío, de hecho.
Porque tienes muchos, muchos tíos.
Pero que muchos tíos. Tengo un millón de parientes y algunos de ellos son conservadores y otros no lo son. Pero este tío en particular contactó con mi madre, su hermana, y le dijo: ”Ok, vamos a tener que sacar oficialmente a Miriam de la iglesia“. Como si se tratase de una formalidad. Eso a mi madre le entristeció. Para mí en ese momento fue como “vaya, no me importa. ¿A quién le importa?”. Sabes, ya me había ido. Pero en este momento, cuando soy más vieja y pienso en ese acto, en ese señor anciano, mi tío, nada menos, decidiendo “vale, esto es lo que tenemos que hacer para que ella sepa que ya no es bienvenida aquí y que ya no tiene acceso a esto”, pienso que ha sido una especie de castigo deliberado. Solo décadas después he pensado en ese proceso y en lo que dice de esa cultura.
En mi caso, que he crecido en una comunidad religiosa; que soy una mujer, una mujer menonita de una generación determinada, la culpa era básicamente la emoción predominante
El libro trata de eso, también. ¿Cómo afecta la religión menonita a sus fieles, especialmente a las niñas y los niños?
En mi caso, mis padres nos protegieron a mi hermana y a mí de los aspectos más duros de esa forma de pensar. Pero sí, ciertamente, para las niñas, para las mujeres se ofrece el papel de sirvienta silente, basado en la obediencia y la sumisión y todas esas cosas que existen en tantas culturas de todo el mundo en mayor o menor medida. Fue muy difícil. Y te das cuenta de eso solo mucho más tarde en la vida. Empleas palabras como opresión y todo eso, pero me llevó un tiempo darme cuenta del grado de misoginia que ejercían. El odio y el miedo, la misoginia hacia las mujeres que hay en una cultura que afirma ser amorosa, compasiva, pacifista, decente y sagrada, es algo que constituye un duro golpe cuando, como mujer, te pones a pensar en ello.
¿Cómo pueden las mujeres salir de ello?
Particularmente en las comunidades ultraortodoxas menonitas sobre las que escribo se da que los animales reciben más atención que las mujeres. Y queda claro que las mujeres tienen un valor porque pueden tener bebés y hacer el trabajo doméstico. Pero en cierto momento se convierten en irrelevantes incluso en ese sentido, y me resulta realmente alucinante cómo se asumen esos papeles. Una absorbe eso. Contraatacar, defenderse de algo así requiere una fuerza y un estímulo enormes porque han sido aplastadas desde el primer día.
¿Puede ser el sentimiento de culpa una fuerza impulsora para escribir?
La culpa es algo muy complicado. En primer lugar, en mi caso, que he crecido en una comunidad religiosa; que soy una mujer, una mujer menonita de una generación determinada, la culpa era básicamente la emoción predominante. Es lo que se supone que debemos sentir todo el tiempo: culpa, culpa de estar viva: eres simplemente culpable de existir en este mundo. Al final del día se debe orar para ser perdonadas, para ir al cielo: esa es la meta. Obviamente, eso me sobrepasaba. Mi propia madre me dijo: tienes que destruir la culpa. Tienes que superar eso. Es algo que se impone a muchas mujeres. Como madre y ahora como abuela simplemente sientes “no lo hago bien”, respecto a mi madre, siento “oh, debería haberlo hecho mejor”. Siento que debería haber desempeñado mejor mi papel de mujer en el mundo. Sé que los hombres obviamente también experimentan la culpa, pero siento que en nuestro caso es enorme. Creo que esa culpa se transfiere a mis escritos, probablemente de alguna forma, pero no del todo. En este libro, por ejemplo aparece la culpa que siento por no haber ayudado a mi hermana a través de una muerte asistida. Pero lo que quiero decir es que no sirve de nada, ese es el tipo de cosas en las que realmente tienes que trabajar. Realmente tienes que trabajar en eso y deshacerte de ese sentimiento, de la forma en la que puedas, por medio de la terapia, o hablando de ello, o escribiendo, porque es una emoción muy negativa y destructiva.