Literatura
¿Quién conoce a Mercedes Soriano?

A finales de los años 80, Mercedes Soriano era una escritora de éxito, pero con una concepción muy distinta del éxito y coraje para apartarse de lo que no le gustaba: se largó al Cabo de Gata y desapareció literariamente. Murió en 2002. Con la publicación a dúo de su libro ‘Contra vosotros’ y el ensayo-novela ‘Aposento’, de Miguel Ángel Muñoz, La Navaja Suiza recupera la figura y la literatura de Mercedes Soriano.
Mercedes Soriano
La escritora Mercedes Soriano. Foto: Jeanne Chevalier.

El autor se lo pregunta literalmente: “¿Por qué una escritora como tú, que habías alcanzado el ansiado —y vano, ya sé— prestigio literario, que publicabas en la editorial más poderosa del momento y que además estaba vinculada al partido que tenía casi todo el poder, que eras considerada una voz distinta, peculiar dentro de la ‘nueva narrativa española’, diste ese volantazo y decidiste perderte en un lugar solitario (...) donde solo podían esperarte el olvido y la desaparición?”.

Y la respuesta fue tan larga que a Miguel Ángel Muñoz le salió un libro, Aposento (La Navaja Suiza, 2021), donde da cuenta de las lecturas de la obra de Mercedes Soriano y sus resonancias; donde la trata personalmente y la incorpora a su día a día; donde la escribe, donde la busca en los lugares que habitó y junto a algunas de las personas que la trataron. La convierte, además, en una “interlocutora desde el lugar en el que ella aparecía ante mí: olvidada, referencia breve en algunas historias de la literatura española y con sus libros descatalogados”. ¿Sus razones? “Me atraía enormemente ese enigmático apartamiento, porque en cierto modo ella encontró lo que parecía buscar con ese alejamiento del centro y de su generación. Y al lograr ese olvido, las pistas fueron siendo borradas”.

El ‘mundillo’ no es para raros

Pasado el desajuste inicial, la desaparición voluntaria de Soriano debió de sentar bien en su antiguo medio —los círculos literarios y de poder de la época— donde su figura, a través de su apocalíptica escritura de denuncia, había empezado a resultar extraña como poco. Muñoz lo explica así: “Mi opinión personal es que en su peripecia biográfica encontró una cristalización de una incomodidad generacional. Desde su primera novela, Soriano detectó las inconsistencias de la España que su generación estaba construyendo, las analizó, las señaló, las denunció y decidió no seguir formando parte de ese sistema cultural, al tiempo que encontró en el cabo de Gata cierto ideal de pureza. En todo caso, más allá de especulaciones, parece evidente que el sistema editorial español no admite a los raros ni a los que se ocultan, salvo que pueda exponerlos como trofeo anecdótico. Parece que Mercedes Soriano, al apartarse, se convirtió en una rara”.

“No fue escuchada, y cuando lo fue solía haber cierta condescendencia, parecía que lo importante era ella, su figura, su conocimiento del mundo de la movida, también de la movida literaria, ella y no sus textos”, opina Belén Gopegui

O quizá ya lo era y por eso se apartó. O se tuvo que apartar. O la apartaron y seguramente lo que pasó fue que se juntaron esa hambre con las ganas de comer y todo el mundo quedó satisfecho con la distancia moral que a menudo otorga la distancia física. La escritora Belén Gopegui, que la trató y ha sido una de las pocas personas que —en los que años que median desde que Soriano falleció prematuramente en 2002 hasta hoy— la ha recordado, lo explica así: “Se abrió camino en el tiempo del pelotazo y la literatura de pseudogénero y la nueva narrativa autosatisfecha de aquellos años, contando lo que estaba pasando, y no solo lo que se quería creer que estaba pasando. No fue escuchada, y cuando lo fue solía haber cierta condescendencia, parecía que lo importante era ella, su figura, su conocimiento del mundo de la movida, también de la movida literaria, ella y no sus textos. Tal vez haya quien hoy encuentre en ellos un grito excesivo, desmandado, pero hay que recordar que fueron escritos en ese ambiente de autocomplacencia ligada a la larga transición. Años después Muñoz Molina entonaría un mea culpa quizá no muy creíble sobre aquellas actitudes en Todo lo que era sólido, pero entre tanto, Soriano —a quien por cierto trató mucho— estaba ya diciendo que algo iba a mal y apuntando rectificaciones que, estimo, fueron bastante leídas —a menudo para extraer y usar, sacado de contexto, lo que a cada cual le convenía sin citarlo—, pero no fueron atendidas”.

Un portazo meditado

A la búsqueda de las razones de su apartamiento, Gopegui pone el acento en el contexto, en la ética más que en la estética: “A mi modo de ver, quizá la palabra autoexilio no sea la más adecuada. Creo que Mercedes Soriano se largó, como quien da un portazo no adolescente, sino muy meditado. Entiendo que su decisión está muy lejos de cualquier pretensión metaliteraria en la estela de Bartleby y compañía. Por lo que pude conocerla, no creo que se hubiera sentido cómoda tampoco en grandes lecturas metafísicas tipo Chandos-Hofmannsthal y el deseo de callar porque lo vivido no podría ser replicado por el lenguaje”.

Desde luego que el deseo de callar no iba con ella. El monólogo final de Contra vosotros es un chaparrón enfurecido disfrazado de poca ficción contra todos los que comulgan; los que se adaptan; los que adoran y adulan con el objetivo de ser adorados y adulados de vuelta; los que establecen transacciones intangibles, pero ciertas; los que trafican con favores debidos y concedidos; los que tienen contactos en vez de amigos… “Bichos sociales”, los llama Soriano.

“Sois duchos en distinguir por dónde sopla el aire, listos para olfatear dónde se distribuyen las prebendas, hábiles para haceros pasar por respetables”. ¿Más pistas? “Trabajáis rápido, la industria cultural así lo exige”. Y más adelante: “Que la agitación prosiga…”.

Es el monólogo final de alguien llamado Nadie y que cierra un libro hecho a base de monólogos de igual extensión y titulados Memoria, Relevo, Control, Completa, Hallazgo, Pasión y Desertor. Contra vosotros es el título elegido por La Navaja Suiza para acompañar Aposento, la obra de Miguel Ángel Muñoz, en un puzle literario y editorial fascinante incluso desde el primer golpe de vista: las cubiertas de ambos títulos forman una sola ilustración, que firma Pablo Monforte.

“No sé hasta qué punto ella quiso seguir escribiendo y no fue publicada o, simplemente, se dio por vencida y abandonó la literatura. Lo que parece claro es que no se la echó de menos y su obra no tardó en verse oscurecida y desaparecer”, explica Miguel Ángel Muñoz

“El tipo de novela que ella escribía resultaba incómoda —explica Muñoz— y sigue resultándolo hoy. Esos escritores que señalan las miserias que no queremos ver pueden llegar a caer mal, en un momento dado, sobre todo a sus compañeros generacionales, lo que no deja de ser lógico. En aquellos momentos en que triunfaban novelas puramente narrativas, la suya era una propuesta excéntrica. Solo en el éxito posterior de las novelas de Chirbes encuentro libros con una búsqueda paralela a la suya. Además, por cuestiones personales tal vez, por puro cansancio, o porque la lejanía del centro hace que se pierda la noción de dónde queda ya el centro, Soriano dejó de publicar novelas durante casi una década, antes de morir a los 49. No sé hasta qué punto ella quiso seguir escribiendo y no fue publicada o, simplemente, se dio por vencida y abandonó la literatura. Lo que parece claro es que no se la echó de menos y su obra no tardó en verse oscurecida y desaparecer”.

Mercedes Soriano antes de Mercedes Soriano

Ya se va dibujando el perfil de una autora que alcanzó el éxito en una época que no le gustaba, que detestaba incluso, y con la que decidió romper en la literatura y en la vida. Sabemos que se marchó de Madrid y que murió pronto, con cuatro libros publicados y sin cumplir cinco décadas de vida. Pero falta saber quién era Mercedes Soriano antes de convertirse en Mercedes Soriano. Para ello, el periodista veterano Luis Algorri es una fuente inagotable de información. La entrevistó cuando estaba a punto de publicar su primer libro, se convirtió en su amigo y colaborador y la reclamó cuando —ya desde su retiro en Almería, en Presillas Bajas— él se convirtió en director de opinión de Diario 16.

Este es su retrato: “Mercedes se hartó completamente de vivir una vida que no era la que quería vivir y de tener que hacer un montón de cosas que no le gustaban y de tener que aguantar a muchos gilipollas. Escribió un cuento, un paseo nocturno por la Gran Vía, que fascinó a Juan Cruz. Lo publicó y lo difundió: era profundamente duro y tan almado como desalmado, como toda su literatura, por otra parte, que es bastante cruel incluso formalmente”.

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La nostalgia contra nosotros
Quienes denuncian “liquidez” son los mismos que no dejan de hacer líquido e interesado el relato del pasado reciente, inventando horizontes, señalando a los culpables equivocados, nunca apuntando con el dedo a los poderes, sino a los vulgares.

Algorri la conoció en mítica sede del Libertad 8, donde se acercó para entrevistarla. “Aquello era como la academia de Atenas en aquella época, sin exageraciones. Todo los días allí estaban Savater, Ángel González, Caballero Bonald, Eduardo Subirats, Javier Krahe… Mercedes vivía encima y me invitó a su casa para charlar. Estuvimos hablando de lo divino y lo humano durante horas… Era una persona absolutamente encantadora, amable, cariñosa, que sabía de todo y agotaba todos los temas y que aunque se daba cuenta del pedazo de atún que tenía delante no solo no lo despreciaba, sino que trataba de ayudarlo. Con sus amigos siempre fue extraordinariamente generosa mucho más allá de lo razonable. Y, sí, nos hicimos amigos y nos veíamos prácticamente todos los días en el Libertad 8”.

La entrevista que le hizo Algorri apareció en abril de 1989 en El País y es reveladora. Soriano da detalles sobre su vida anterior como negra, autora bajo seudónimo de biografías “de Lenin, de Machado, recetas de cocina, historias de la II Guerra Mundial, yo qué sé. Las cosas más asquerosas del mundo las he escrito yo”. Y de cómo todo cambió tras publicar en El País. De su primera novela, Historia de no, dice que tiene que ver con la transición política y la muerte: “Ya no solo desde el punto de vista político, sino desde el personal; se trata de mucha gente que vivió como yo, que creía en la revolución y que se dejó la piel en la revolución, que militó en partidos políticos y luego le dio la risa. Eso nos ha pasado a muchos”.

“Mercedes era muy buena dando sorpresas y un día me dijo que iba a mandar a la mierda la revista y que su despedida aparecería en el siguiente número. Yo creo que aquello, hacia el año 90-91, fue la primera ruptura de amarras”, recuerda Luis Algorri

Y cuando todo parecía irle bien, ella “tenía toda la pinta de no ser feliz”, prosigue el periodista. Soriano tenía proyectos editoriales, era la redactora jefa de la prestigiosa revista literaria El Urogallo, pero… “Mercedes era muy buena dando sorpresas y un día me dijo que iba a mandar a la mierda la revista y que su despedida aparecería en el siguiente número. Yo creo que aquello, hacia el año 90-91, fue la primera ruptura de amarras”.

La huida hacia delante

“Lo que pasó fue algo que no entendí nunca. Yo sabía que ella tenía ganas de vivir otro tipo de vida, más cerca de la naturaleza, tenía ganas de ser libre y librarse de obligaciones y de necesidades materiales y sobre todo de un montón de gente que le tocaba las narices. Era una persona con un carácter muy fuerte y entonces apareció alguien, un hombre… el suizo”. La figura, rodeada de misterio, también está presente en Aposento. Con él marchó a construir una nueva vida en “una nueva casa levantada con sus manos literalmente”, explica Algorri.

También es confusa su muerte en 2002. Unas pruebas, una intervención… Y al final todo mal. O todo bien, según se mire, porque su desaparición física completaba de alguna manera esa desaparición que había buscado con su gesto. “Ella quiso desaparecer —es Miguel Ángel Muñoz el que escribe— y solo cabe respetar esa opción, pero nosotros tenemos el derecho a poder seguir acercándonos a sus libros”.

No es que podamos, es que debemos, como piensa Belén Gopegui: “Hay que recuperar su legado, porque forma parte de una genealogía, por un sentido elemental de gratitud, construcción colectiva y reconocimiento. Si hubiera que buscar una sola razón para su marcha, diría que se fue en busca de otros ecos. A la manera de la conocida cita de Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia: ‘En España en general no se paga el trabajo, sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor’, e incluyendo en el trabajo la escritura. De alguna manera, me parece, habló ya de su partida en Historia de no: ‘No hay que creer que, más allá de la isla, solo existan arenas movedizas o caos disfrazado de seducción. Más allá de la isla existe otra percepción. Hay que reaprenderlo todo, todo, en especial aquella jugosa desconfianza que tuvimos de niños, aquella desobediencia que proporcionaba tanto placer cuando al fin se conseguía llegar al paraje del que se nos había dicho: ‘no se te ocurra ir allí’. En estos canales invisibles que palpitan entre las islas vive otro mundo, por rachas caliente como la irrepetible oscuridad de un útero. Es un espacio maleable y sutil, bastante más seguro que ese lugar donde dios se llama ahora Destrucción’”.

Algorri considera que ella seguramente no estaría de acuerdo con esta recuperación: “Si lees sus libros te das cuenta. No creía en esas grandes iniciativas. No creía que los muertos pudieran ser desenterrados y que a la gente hubiera que recuperarla. Pero no se enfadaría tampoco. Había criado una especie de bondadoso escepticismo que le llevaba a dejar de enfadarse. En cuanto se libró de El urogallo dejó de enfadarse casi del todo: se daba cuenta de que no merecía la pena”.

Releer a Mercedes Soriano, releer una época

Se ha hablado de su primera obra y del reeditado Contra vosotros. Dos libros más componen la obra completa de Mercedes Soriano: ¿Quién conoce a Otto Weininger?, de 1992, y Una prudente distancia, del 94. A partir de ahí, silencio, muerte y más silencio hasta que un escritor hace su trabajo: leer. En este caso, Miguel Ángel Muñoz explica en Aposento que tenía una especie de deuda postergada con la obra de Soriano. La salda y, por el camino, arriesga nuevas interpretaciones tanto de la autora como de la época: “No es una novela sobre la literatura de los años 80, sino más bien de cómo hoy tenemos que releer y modificar nuestros criterios sobre ese tiempo, también en lo literario. Como Soriano, hay escritores con buenos libros que quedaron solapados, ocultos. En mi propuesta, Soriano es una de ellas, sin ninguna duda. Tengo la sensación de que es una época que se lee de un modo estable, sin demasiadas sorpresas, lo cual ocurre casi siempre con todas las generaciones, hasta que llega un momento en que se modifica la mirada sobre ese tiempo. Por mi parte, admiro a los escritores incómodos. Soriano fue una de esas escritoras. Vio con claridad errores y corrupciones que todo el mundo veía, pero que muy pocos escritores señalaron. Solo por esa radicalidad, por ese modo de enfrentarse al acto de escribir, sin importar que te empuje al olvido más absoluto, el diálogo con sus libros nos enseña a los escritores muchísimo de cómo funcionan las cosas”. A los no escritores, también.

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