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Literatura
La ciencia ficción se enfrenta al 'fracking'
La ciencia ficción suele contar con gran poder a la hora de transmitir mensajes. Desde la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos no pasa un día sin que leamos referencias a 1984.
En los próximos días se podrá encontrar en las librerías La carrera (Ediciones Nevsky), primera novela de Nina Allan. La autora londinense sitúa la narración en una Inglaterra futura que ha llegado al colapso ecológico.
El paisaje inglés ha sido arruinado por un modelo energético basado en la dañina fracturación hidráulica, conocida como fracking. Sin espacios naturales y con una contaminación que retrotrae al término con el que Dickens definió la espesa niebla amarilla londinense, la pea-souper (sopa de guisantes), la calidad de vida de los ingleses también se ha visto afectada.
Con mayor contaminación, el empobrecimiento y desempleo de la sociedad se han disparado y el ocio ha pasado a ser el eje central en la vida de los protagonistas. En un ambiente de estas características tampoco falta el aumento de las drogas y la violencia.
La vida continúa en las distintas ciudades que aparecen en la novela: las universidades siguen activas, las cafeterías abiertas y la juventud intenta abrirse camino. Pero también existe una asfixiante sensación de tragedia y pesimismo. En definitiva, el uso de tecnologías destructivas como el fracking ha desatado una escalonada decadencia.
La carrera parte de esa premisa para acercar al lector a las historias de los ciudadanos que tratan de llevar una vida normal en un entorno que se desmorona. No son personajes influyentes ni radicalizados, solo gente normal.
Las cuatro historias del libro forman un mosaico sobre la redención, la familia y las relaciones sentimentales, aunque algunas de las tramas contengan factores temáticos tan cercanos a la ciencia ficción como la robótica o la mutación genética.
¿Es posible pensar en positivo cuando la contaminación es el primer término que surge al imaginar nuestro medio ambiente?
Subyace en La carrera un oscuro mensaje. Hemos leído en distintas ocasiones sobre la imposibilidad de vivir felices dentro de una estructura social opresiva, llámese dictadura o gran crisis económica, ¿pero es posible pensar en positivo cuando la contaminación es el primer término que surge al imaginar nuestro medio ambiente?
Ciencia ficción y ecologismo
La preocupación por el entorno natural no es algo novedoso en la ciencia ficción. Los futuros contaminados por combustibles fósiles, sin vegetación o con problemas energéticos han aparecido como detalle estético o eje central en un buen número de obras.
Durante los últimos años, el cambio climático ha sido un tema habitual en nuestro día a día. El aumento de la temperatura, la contaminación en las ciudades, las sequías, el negacionismo, el apoyo (o no) a las energías renovables... Estas cuestiones generan gran controversia y posiciones muy enfrentadas.
La ciencia ficción, que en el pasado dialogó con los lectores sobre el miedo a la energía nuclear, la guerra fría, los avances en genética o el ciberespacio, también ha fijado su punto de mira en el medio ambiente. Durante los últimos meses han coincidido en el mercado español varias obras que enfocan distintas problemáticas en la relación de nuestra civilización con el entorno natural.
La reedición de La tierra permanece (Gigamesh) nos ha devuelto la indispensable obra de George R. Stewart. En la novela, una enfermedad aniquila a casi toda la población y se narra la supervivencia de contados individuos que se enfrentan al entorno natural mientras las estructuras construidas por el hombre van deteriorándose.
Escrita en 1949, se puede encontrar un pesimismo heredado de la II Guerra Mundial en su desoladora mirada a la efímera existencia del ser humano. Stewart fue un intelectual doctorado en Literatura Inglesa y con vastos conocimientos en ciencias naturales y antropología, en su único acercamiento a la ciencia ficción dejó una obra clave y llena de poesía sobre el respeto a la naturaleza.
Más actual, una de las grandes esperanzas de la ciencia ficción es el estadounidense Paolo Bacigalupi. A los 44 años, su última novela publicada en España, Cuchillo de agua (Random House Mondadori), es un thriller que se sitúa en un Estados Unidos no demasiado lejano donde el cambio climático y la sobreexplotación han causado una gran sequía en el río Colorado.
La insuficiente agua provoca una competencia fratricida entre distintas ciudades del país por el derecho de explotación de los ríos. Pero más allá de la acción y la violencia, llama la atención en la novela la economía neoliberal que impera en la sociedad y las miserias a las que se ven sometidas las clases bajas ante el chantaje de la sequía.
La ciencia ficción escrita por autores nacionales suele orientarse a variantes alejadas de la denuncia y la controversia, por lo que resulta complicado encontrar obras que aborden directamente estos temas. En 2012 Emilio Bueso publicó Cenital (Salto de Página) donde se enfrentaba al agotamiento energético y la opción de las ecoaldeas.
Después, otros autores se han acercado a problemas ecológicos, como Francisco Jota-Pérez, el tándem Salvador Macip / Ricard Ruiz Garzón o Miguel Martín Echarri. Pero, por el momento, entre los escritores españoles se adolece de falta de interés hacia conflictos ecológicos.
Un debate necesario
En la historia del género se pueden encontrar clásicos que llevan décadas avisando sobre nuestra vulnerabilidad frente al cambio climático y las posibles consecuencias de nuestros actos. Podríamos destacar Las torres del Olvido (George Turner), El rebaño ciego (John Brunner), Señales de lluvia (Kim Stanley Robinson) o distintas novelas de J.G. Ballard.
La cantidad de obras postapocalípticas forman otro género aparte, que además ha triunfado en la última década, pero se centran en la posterior supervivencia y no teorizan sobre el proceso ni las causas del cambio de paradigma.
Fabular, adelantarse a las problemáticas y ser capaces de vislumbrar los conflictos en su totalidad está dentro de las posibilidades de la ciencia ficción
¿Hasta qué punto son necesarias novelas como las nombradas? Es difícil establecer referencias sobre la repercusión que tienen las obras de ciencia ficción (o la misma literatura) en el devenir de la sociedad, pero las posibilidades de hipotetizar que ofrecen libros como La carrera deben tenerse en cuenta.
El cambio climático es una realidad y la batalla político-social en referencia al fracking se vive en poblaciones rurales españoles y grandes urbes internacionales. Fabular, adelantarse a las problemáticas y ser capaces de vislumbrar los conflictos en su totalidad está dentro de las posibilidades de la ciencia ficción. Solo por eso merece la pena leer libros como el de Nina Allan.